El nuevo día amanece y todo lo
ilumina. La Iglesia
canta la alabanza del Señor y glorifica la resurrección de Cristo cada mañana,
en un oficio matutino de alabanza. Así nació, en Oriente, un himno que ha
alcanzado una inmensa divulgación: “Gloria a Dios en el cielo”.
Es
tan bello, fue tan inmensamente popular, contiene una alabanza fuertemente
teológica y muy literaria, que se extendió desde Oriente a las Iglesias de
Occidente que lo recibieron y emplearon en su liturgia.
Por
ejemplo, en nuestro rito hispano-mozárabe, tan oriental y con tantos contactos
con las liturgias orientales, lo introdujo en la celebración de la
Misa. Así el sacerdote, durante el canto
inicial (praelegendum, se llama) reza inclinado al pie del altar, sube a
besarlo, y se dirige a la sede-chorus (que no es exactamente la sede
presidencial romana, situada en el ábside según la tradición, sino más bien en
el crucero de la iglesia) y se entona directamente el Gloria.
Tras
el Gloria, el sacerdote recita una oración llamada “post-gloriam” (sin decir
“Oremos”, sino como si fuera una continuación del himno) que suele glosar o
desarrollar algunas frases del himno que se acaba de entonar. Por ejemplo, la
oración post-gloriam de la solemnidad de Santa María, el 18 de diciembre, es
una resonancia del Gloria: