Siendo la parroquia la comunidad cristiana básica, de referencia, que presidida por el ministerio ordenado, engloba carismas y servicios diversos, ejerce la santificación, la caridad y la evangelización, conviene que miremos la parroquia con mirada agradecida y afectuosa y, a la vez, consideremos globalmente la realidad tan rica y multiforme de la vida parroquial.
Al mismo tiempo, insertos cada cual en su parroquia según su vocación, y teniendo por referencia el altar que nos congrega, hemos de sentir la urgencia de ofrecer una mayor vitalidad a las parroquias, la vitalidad de un rostro, de un impulso y de una obediencia al Espíritu Santo.
Son grandes los retos que se han de concretar en nuestras parroquias, cada una de ellas con sus posibilidades y sus miembros, sus límites: estos grandes retos son el crecimiento en la identidad católica de sus miembros y una evangelización nueva, eficaz, en el propio ambiente, en el ámbito parroquial. Son retos nuevos que merecen respuestas nuevas, valientes y decididas.
Por una parte, la identidad católica de los propios miembros. Reconozcamos que como católicos también estamos recibiendo el influjo de esta cultura actual, nihilista, relativista, y que la secularización de la cultura ha influido en la secularización de la misma Iglesia. A veces el contorno católico se difumina con opciones secularizadas, donde la identidad católica apenas se ve o, simplemente, se relega al ámbito privado. En este terreno habría que optar por una formación doctrinal consistente en las parroquias, con el mayor nivel posible y fidelidad a la Iglesia en homilías sólidas (no hecha de lugares comunes y tópicos), predicación, catequesis de adultos, formación sistemática en grupos de estudio, etc., y junto a la formación que capacita para la identidad católica, la vida espiritual cimentada en el encuentro con el Señor: la liturgia cuidada y reposada, la adoración eucarística, retiros parroquiales, la posibilidad de orar tranquilamente ante el Sagrario, etc.