sábado, 26 de noviembre de 2022

La teología que nace del silencio (Silencio - XII)



Tan grande es la Palabra, que en silencio brota como escucha, admiración y alabanza. No es un callar porque no haya nada que decir, escribir, predicar o anunciar; es la glorificación de la Palabra misma, que supera todo conocimiento y toda filosofía. En silencio se recibe, en silencio se ama, en silencio se adora.


             De aquí se concluye cómo hay un silencio muy conveniente para la teología y para el mismo teólogo, un silencio de escucha y oración contemplativa del Misterio antes que el academicismo o las normas metodológicas para una redacción formal (notas a pie, forma de citar, etc.). La verdadera teología es palabra que nace del silencio del teólogo adorando el Misterio (y qué sabor tan distinto de las pseudoteologías que son ideologías sin más).

            La adoración nos sitúa ante el Misterio mismo: “Con esta palabra sólo podemos encontrarnos en la adoración. La adoración no sólo ayuda a la palabra, traspasando todas las comprensiones (o incomprensiones) y motivos (o contramotivos) humanos, a llegar, hasta lo infinito, sino que hace de antemano que todos los sentidos e interpretaciones finitos comprendidos por nosotros se trasciendan y completen en un sentido infinito y en una significación infinita”[1].

jueves, 24 de noviembre de 2022

Equilibrio humano y madurez (Palabras sobre la santidad - CII)



            Leyendo las vidas de los santos, se va percibiendo hasta qué punto la gracia obró en ellos el fenómeno de la santidad, que les dio una madurez humana muy grande y consolidada, un equilibrio interior que se mantenía constante, sin sobresaltos, sin pasar de la euforia al hundimiento en seguida; una categoría humana muy superior por tener una serenidad y aceptación grandes en todo momento, así como firmeza en los principios y perseverancia en los buenos propósitos, sin cansarse de luchar, sin abandonar al momento, o sin ser veleidosos cambiando de proyectos sin concluir nunca ninguno.




            ¡Cuánto contrastan con la inmadurez actual, esa personalidad “líquida” de nuestros días, esa adolescencia prolongada durante años y años, también en consagrados! Los santos presentan una personalidad bien trabada, adulta (al margen de su edad), con unos rasgos de madurez que sorprenden, que destacan, que llaman la atención. La santidad –o sea, la gracia en ellos- influye en todo, también en el factor humano que no lo suprime, sino que lo eleva transformándolo.

            Esto ocurre de manera independiente del carácter del santo: ya sea más alegre y risueño o más serio y circunspecto, ya sea más introvertido o más extrovertido, más pesimista u optimista, más emotivo o más racional y calculador, más activo y emprendedor o más contemplativo y pausado… En caracteres tan distintos, reina en todos ellos la madurez y el equilibrio.

martes, 22 de noviembre de 2022

La virtud de la humildad (I)



1. En el vivir moral, hay una virtud que es inculcada con especial insistencia por el Señor en las Escrituras y por los auténticos maestros espirituales y Padres de la Iglesia; esa virtud es la humildad. Nadie anda sobrado de humildad y, desde luego, todos la necesitamos, pero la humildad verdadera, la que viene de Dios, la que aprendemos en la medida en que vamos tomando la forma de Cristo Humilde en nuestra alma.



2. La humildad es, en primer lugar, un abajarse, negarse a uno mismo en sus gustos, preferencias, opiniones y proyectos, con tal de que Cristo sea afirmado y ensalzado en cada alma. Es la frase paradigmática de Juan, el Bautista: “conviene que Él crezca y yo disminuya” (Jn 3,30), y el alma que anda en trato de amor y amistad con Cristo no temerá ni rehuirá aquello que le suponga desaparecer o empequeñecerse con tal de que brille sólo Jesucristo. 

La soberbia es creerse como Dios, hacerse igual a Dios, y poniéndose al nivel del Señor, todo lo cree saber, todo lo hace para destacar, no aguanta más perfección que la suya propia. 

El soberbio programa su vida, da satisfacción a todos sus deseos, rechaza que alguien brille más que él o le haga sombra y se constituye en rival de Dios. 

domingo, 20 de noviembre de 2022

La gloria que Jesus tiene



En efecto, la gloria que Jesús tenía antes que el mundo fuese, no es otra que la misma divinidad, i.e., su majestad y poder creador puesto que "todo fue creado por él y para él" (Col 1,16d), ya que existía desde el principio, junto a Dios y, es más, era Dios mismo (cfr. Jn 1,1-18). 



Se entiende mejor la afirmación de Jesús: "antes que naciese Abraham, Yo Soy" (Jn 8,58), declarando así su majestad y poder (su gloria) antes de hacerse carne y acampar entre nosotros (cfr. Jn 1,14), y se comprende asimismo la afirmación de Pablo: "de haberla conocido [la sabiduría divina] nunca hubiesen crucificado al Señor de la gloria" (1Cor 2,8). 

Poniendo Pablo a Cristo como Señor de la gloria, lo hace equiparable a Yahvé, revelando así su divinidad.

Gloria y Majestad de Cristo, que no es otra que su divinidad, la luz de su gloria. 

viernes, 18 de noviembre de 2022

Vivencia cristiana de la enfermedad (II)

La enfermedad, para vivirla humanísimamente, y que no sea una fuente de conflictos interiores, debe ser vivida con una mirada sobrenatural, con perspectiva de fe. A ello debe conducirnos una existencia que cada día es profundamente creyente, y donde la fe va evangelizando, cristificando, todas las fibras de nuesta alma, y se manifestará con una continuidad natural en el momento de la enfermedad y del sufrimiento.


Esta mirada sobrenatural ve la enfermedad y descubre en ella un matiz nuevo, sacando bienes de un mal objetivo (la falta de salud, el dolor).

"Cuando en esta vida sufrimos los males que no queremos, debemos dirigir los esfuerzos de nuestra voluntad a Aquel que nada injusto puede querer. Es de gran consuelo saber que las cosas desagradables que nos ocurren, suceden por orden de Aquel a quien sólo agrada lo justo. Si sabemos que lo justo agrada al Señor y que no podemos sufrir nada sin su beneplácito, consideraremos justos nuestros sufrimientos y de gran injusticia murmurar de lo que justamente padecemos" (S. Gregorio Magno, Moralia in Iob, II, 19,31).

miércoles, 16 de noviembre de 2022

La base teológica de la participación (I) (SC - XIX)



El fin de la liturgia es la glorificación de Dios y la santificación de los hombres (cf. SC 7. 10). Es una acción santa de Cristo mediante la Iglesia. Por eso, la liturgia es de todo el pueblo santo de Dios, implica a todos los fieles cristianos y todos toman parte de ella glorificando a Dios y siendo santificados, cada cual según su ministerio y función: “En las celebraciones litúrgicas, cada cual, ministro o simple fiel, al desempeñar su oficio, hará todo y sólo aquello que le corresponde por la naturaleza de la acción y las normas litúrgicas” (SC 28), evitando la confusión, o arrogarse funciones que a uno no le correspondan, o generando un cierto democraticismo en la liturgia, tan propio de la secularización.



            La liturgia no es una acción clerical que atañe sólo a los ministros ordenados mientras los fieles asisten esperando a que todo se acabe pacientemente (y realizando mientras sus devociones particulares y rezos), ni es una acción indiscriminada de todos, donde todos puedan intervenir haciendo algo o modificando la liturgia según sus propios criterios. La liturgia, según el Concilio Vaticano II, es una acción jerárquica y comunitaria:

            “Las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia, que es sacramento de unidad, es decir, pueblo santo congregado y ordenado bajo la dirección de los obispos.
            Por eso pertenecen a todo el cuerpo de la Iglesia, influyen en él y lo manifiestan; pero cada uno de los miembros de este cuerpo recibe un influjo diverso, según la diversidad de órdenes, funciones y participación actual” (SC 26).

domingo, 13 de noviembre de 2022

"Tuyo es el reino, tuyo el poder..." (Respuestas - XLII)




6. La Oración dominical concluye con un embolismo, es decir, una oración que desarrolla la última petición “líbranos del mal”.

            Dice la IGMR: “El sacerdote solo añade el embolismo, que el pueblo concluye con la doxología. El embolismo que desarrolla la última petición de la Oración del Señor pide con ardor, para toda la comunidad de los fieles, la liberación del poder del mal” (IGMR 81). Este embolismo es un desarrollo del Padrenuestro “estrechamente ligado a él. Con el embolismo se vuelve a la plegaria presidencial. El celebrante en nombre de todos lo hace en él más explícito y desarrolla la petición ya contenida al final de la oración del Señor”[1].



            En el rito romano, el embolismo suplica no caer en la tentación y ser protegidos de todo mal, subrayando la liberación última, plena y verdadera, que ni es sociológica ni política, sino la Venida gloriosa y definitiva de Jesucristo, la escatología y el establecimiento de su reinado. Se pide, en un primer momento, una preservación de todos los males y del pecado, de todo lo que pueda perturbarnos; después, pide la paz y la misericordia divina, o sea, su gracia, que es fuente de libertad verdadera; por último, el plano escatológico: se afirma la esperanza cristiana y se confiesa aquello que esperamos, que no es sino la venida gloriosa y última de Cristo Señor.

viernes, 11 de noviembre de 2022

Mistagogia y Misterio (Nicolás Cabasilas)

Nicolás Cabásilas ofrece una descripción de lo que él considera mistagogia: 


“La mistagogia por entero es como una representación única de un solo cuerpo, que es la vida del Salvador; pone ante nuestros ojos las diversas partes de esta vida, desde el comienzo al final, según su orden y armonía” (I, 7). 



La mistagogia es la representación del Misterio de Cristo, la mistagogica conduce a la economía salvadora:

            “La mistagogia por entero es como la unidad de un relato, que conserva desde el principio al final su armonía y su integridad, de manera que cada uno de los ritos o de las fórmulas ofrece algún aspecto complementario al conjunto. Así, mientras que las salmodias -las que se cantan al principio de la mistagogia [en este caso, la Liturgia de la Palabra]- significan el primer período de la obra redentora de Cristo, lo que sigue después, lecturas de la Escritura u otros textos, significa el segundo período” (XVI, 5).

Lo que el autor aplica a la liturgia en su forma mistagógica es, en realidad, el propio método del autor a lo largo de toda esta obra. La liturgia es mistagogia: 


“...nada impiden que puedan tener los dos significados y, por tanto, los mismos elementos que santifican a los fieles y a la vez representan la obra redentora. De la misma manera que los vestidos cumplen su función de vestir y cubrir el cuerpo y, por el hecho de ser de tales o cuales características, significan también la profesión, la condición y la dignidad de quienes los llevan, aquí pasa lo mismo. En tanto que son Escrituras divinas y palabras inspiradas, los cantos y las lecturas santifican a los que leen o cantan; pero por la elección de los textos que se ha hecho y por el orden en el que se han dispuesto, tienen también otra significación y son adecuados para representar los acontecimientos y la vida de Cristo. Además, no sólo los cantos y las fórmulas, sino también los ritos tienen igualmente esta función; y cada uno de ellos se realiza por razón de la utilidad presente, pero al mismo tiempo significa algún aspecto de las obras de Cristo, de sus acciones o de sus sufrimientos. Así sucede, por ejemplo, con el traslado del Evangelio al altar y con el de las ofrendas” (XVI, 6). 

miércoles, 9 de noviembre de 2022

Palabra y silencio en la revelación (Silencio - XI)



Pero es necesario, aún más, ahondar en el silencio y su relación con la verdadera teología, porque de aquí saldrá el esbozo fundamental de qué es la teología y el valor del silencio como elemento contemplativo en un continuo recibir, escuchar, contemplar. Interrelación constante: Palabra y silencio, teología y silencio, contemplación y donación. Seguimos aquí la reflexión de von Balthasar[1].

            Con la hondura habitual de este teólogo, el autor examina la relación entre la Palabra y el silencio, algo específicamente propio de la experiencia cristiana. Hay, en general, un deseo de silencio: “En todas las religiones se da un hastío de la palabra y una fascinación por el silencio”[2].



            El cristianismo parte de la revelación de Dios mismo, de su plenitud en Jesucristo y de un hecho histórico: Cristo nacido, muerto y resucitado. Con palabras ha de transmitir y predicar y, sin embargo, le es connatural también el silencio porque está tratando de los misterios divinos. “Muy pronto, en el primer paso que se da después de la época de los Apóstoles, en Ignacio de Antioquía, el silencio levanta su cabeza por encima de la palabra; y lo hace con unas fórmulas tan definitivas, que no han sido jamás superadas y que apenas se han vuelto a alcanzar alguna otra vez en el cristianismo”[3].

lunes, 7 de noviembre de 2022

Liturgia, teología, fe de la Iglesia (y II)


3. Esta dimensión teológica de la liturgia debe enseñarse con todo cuidado.

Habrá que dedicar tiempo para explicar las grandes categorías teológicas de la liturgia; por ejemplo, las siguientes entre otras:



·         Sacrificio
·         Presencia
·         Anámnesis, es decir, actualización sacramental, aquí y ahora
·         Misterio: Dios dándose en Cristo por medio de la liturgia
·         Acción del Espíritu Santo (: epíclesis)
·         Iglesia convocada y celebrante
·         Historia de la salvación
·         Misterio pascual
·         Doxología (: glorificación), alabanza, intercesión, expiación
·         Etc…

Esta explicación de las categorías teológicas debe realizarse, en distinto nivel y grado de profundidad, en la asignatura de liturgia, en predicaciones, en retiros, en catequesis de adultos, etc.

sábado, 5 de noviembre de 2022

De la templanza, la mansedumbre y clemencia (II)



7. La templanza lo modera todo. Por ello hay una serie de virtudes que nacen de ella para controlar y encauzar distintas pasiones y tendencias.



La ira es una reacción colérica que desfigura la realidad y provoca violencia en las respuestas, en las palabras y en los modos de comportamiento. La ira lo resuelve todo con gritos y malas palabras, porque no es capaz ni de soportar ni de sufrir nada. Es verdad que hay caracteres muy fuertes, con mayor tendencia a la ira, pero se puede ir dominando y controlando. 

La ira destruye cuanto toca: a veces hacemos lo correcto al corregir o reprender o amonestar, pero si se hace con ira, pierde todo valor la corrección. 

Santa Teresa aconsejaba: “nunca siendo superior reprenda a nadie con ira, sino cuando sea pasada” (A 59). Hay que estar muy calmados y serenos antes de hablar o reprender o corregir. “La ira –define S. Juan de la Cruz- es cierto ímpetu que turba la paz” (C 21,7). I

jueves, 3 de noviembre de 2022

La gloria del Señor es Cristo


La gloria del Señor es el mismo Cristo Jesús, 

convertido en luz de las gentes[1]



constituido Siervo de Yahvé porque él ha sido levantado y ensalzado sobremanera[2]

cordero de Dios llevado al matadero[3]
él ha sido el que "por las fatigas de su alma, verá luz, se saciará" (Is 53,11) en la mañana de la resurrección.

"Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese" (Jn 17,5).