7. La templanza lo modera todo. Por
ello hay una serie de virtudes que nacen de ella para controlar y encauzar
distintas pasiones y tendencias.
La
ira es una reacción colérica que desfigura la realidad y provoca violencia
en las respuestas, en las palabras y en los modos de comportamiento. La ira lo
resuelve todo con gritos y malas palabras, porque no es capaz ni de soportar ni
de sufrir nada. Es verdad que hay caracteres muy fuertes, con mayor tendencia a
la ira, pero se puede ir dominando y controlando.
La ira destruye cuanto toca:
a veces hacemos lo correcto al corregir o reprender o amonestar, pero si se
hace con ira, pierde todo valor la corrección.
Santa Teresa aconsejaba: “nunca
siendo superior reprenda a nadie con ira, sino cuando sea pasada” (A 59). Hay
que estar muy calmados y serenos antes de hablar o reprender o corregir. “La
ira –define S. Juan de la Cruz-
es cierto ímpetu que turba la paz” (C 21,7). I
ncluso la ira puede volverse contra uno mismo
en el terreno espiritual si se ve que no se avanza o no se consiguen las metas
que uno se ha propuesto y eso es fruto de impaciencia, se carece de la
paciencia con uno mismo que Dios tiene con cada alma: “Hay otros que cuando se
ven imperfectos, con impaciencia no humilde se aíran contra sí mismos” (S. Juan de la Cruz, N1, 2 7).
Para corregir y encauzar la ira, la mansedumbre es la virtud derivada de la templanza que nos serena
y sosiega, como manso y humilde es el Corazón de nuestro Redentor. Esta
mansedumbre es la pequeñez exterior, que brota de lo interior, de saberse uno
pequeño. La mansedumbre es fruto de la auténtica humildad, y no poseen
mansedumbre quienes no soportan la contrariedad; sin la mansedumbre es
imposible agradar a los hombres, ya que la arrogancia repele; la amabilidad y
la sencillez atraen. Manso “es el que sabe sufrir al prójimo y sufrirse a sí
mismo” (S. Juan de la Cruz, A, 4, 6). Sigamos el consejo del salmista: “cohibe
la ira, reprime el coraje, no te exasperes, no sea que obres mal” (Sal 36).
La clemencia es otra virtud que modera el orden interno. Esta
clemencia es la virtud que modera el rigor del castigo cuando se debe imponer
una pena, castigo o corrección a otro. Sin la templanza, seríamos jueces muy
severos, aplicaríamos todo el peso sobre otra persona; la clemencia todo lo
suaviza y busca que el castigo sea correcto, sirva para educar y corregir sin
ser demasiado severo.
Se aprende a ser clemente viendo cómo Dios, con nosotros,
“es clemente y compasivo” (Sal 144), el
Señor “es lento a la cólera y rico en
piedad... No nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras
culpas” (Sal 102).
La modestia es una virtud muy mal vista y valorada; la modestia vigila
la moderación en el vestir, en los adornos y en el modo de moverse y
comportarse; lo hace con recato, pudor, se procura no destacar ni llamar la
atención para que todos miren, para atraer o para parecer más joven. Los
mejores adornos son las virtudes cristianas: preciosas exhortaciones contiene la Escritura. La
primera carta de S. Pedro es bien elocuente:
“Que vuestro adorno no esté en el exterior, en peinados, joyas y modas,
sino en lo oculto del corazón, en la incorruptibilidad de un alma dulce y
serena: esto es precioso ante Dios” (1P 3,3-4).
Las virtudes que se
derivan de la fortaleza y de la templanza perfeccionan nuestro ser para vivir evangélicamente; al meditarlas, comencemos a desearlas, y pidamos que el Señor
capacite nuestro corazón para obrar el bien, la verdad y la belleza.
Thanks for this fine article;)
ResponderEliminar