domingo, 29 de abril de 2018

Vid, sarmientos, vida, unión

"Yo soy la vid, vosotros los sarmientos..."

"Permaneced en mí y yo en vosotros"

"Sin mí, no podéis hacer nada".

Esta perícopa (texto) evangélico de Jn 15 lo leeremos varias veces a lo largo de estas semanas pascuales. Ofrecen el sentido de la vida divina que nos ofrece el Señor glorificado si permanecemos unidos a Él. La unión con Cristo es posible y es real, y es el principio determinante de toda fecundidad, de todo afán apostólico, de toda vida cristiana.

Sin vida interior, sin unión constante con Jesús resucitado, es imposible que haya vida en nosotros. Caeremos en el activismo, pero cada vez más secos por dentro. Y el sarmiento que no da fruto, se seca, se corta y se arroja al fuego.

La Pascua renueva el deseo de la vida de Cristo en nosotros y de la comunión personal con Él.

"El Evangelio de hoy, quinto domingo del tiempo pascual, comienza con la imagen de la viña. «Jesús dijo a sus discípulos: “Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador”» (Jn 15, 1). A menudo, en la Biblia, a Israel se le compara con la viña fecunda cuando es fiel a Dios; pero, si se aleja de él, se vuelve estéril, incapaz de producir el «vino que alegra el corazón del hombre», como canta el Salmo 104 (v. 15). La verdadera viña de Dios, la vid verdadera, es Jesús, quien con su sacrificio de amor nos da la salvación, nos abre el camino para ser parte de esta viña. Y como Cristo permanece en el amor de Dios Padre, así los discípulos, sabiamente podados por la palabra del Maestro (cf. Jn 15, 2-4), si están profundamente unidos a él, se convierten en sarmientos fecundos que producen una cosecha abundante. San Francisco de Sales escribe: «La rama unida y articulada al tronco da fruto no por su propia virtud, sino en virtud de la cepa: nosotros estamos unidos por la caridad a nuestro Redentor, como los miembros a la cabeza; por eso las buenas obras, tomando de él su valor, merecen la vida eterna» (Trattato dell’amore di Dio, XI, 6, Roma 2011, 601).

viernes, 27 de abril de 2018

Llamados a la santidad, laicos incluidos

La santidad es la vocación bautismal, clarísima para todos, que a todos convoca.

¿Necesitamos huir del mundo, escondernos de él?

¿Tal vez encerrarnos en una cueva?


La santidad es nuestra vocación y, por tanto, también los fieles laicos, en el mundo, están llamados a la santidad pero desarrollada y vivida en el mundo, dentro del mundo, como germen de una humanidad nueva y del Reino de Dios.

Nuestra predicación y enseñanza debe proponer la alta medida de la vida cristiana ordinaria (Novo Millennio ineunte, 31) a todos, una y otra vez, y convertir nuestras comunidades y parroquias -hasta nuestros blogs- en escuelas de santidad que acompañen, eduquen, estimulen, orienten.



"Discurso de Juan Pablo II
a la Asamblea plenaria
del Pontificio Consejo para los Laicos[1]
Sábado, 7 –junio-1986


 
Por eso he apreciado mucho la elección del tema de vuestra asamblea plenaria: “Llamados a la santidad para la transformación del mundo”. No disociéis esta llamada y esta misión. La Iglesia necesita santos laicos cristianos. Sí, más que reformadores, necesita santos, porque los santos son los reformadores más auténticos y más fecundos. Cada gran período de renovación de la Iglesia está vinculado a importantes testimonios de santidad. Sin la búsqueda de esta última, el aggiornamento conciliar sería una ilusión.

martes, 24 de abril de 2018

El rito de la paz en la Misa (I)

Es característica esencial y propia del rito romano que la paz se intercambia después del Padrenuestro y -antes de la Fracción del Pan, según lo determinó en el siglo VI san Gregorio Magno: no es ningún modernismo litúrgico...


Desde entonces hasta hoy es uno de los rasgos propios del rito romano -como lo es también, por ejemplo, arrodillarse en la consagración y que las especies se muestren para la adoración después de la consagración-.

El Sínodo sobre la Eucaristía, en el pontificado de Benedicto XVI, sugirió desplazar el rito de la paz romano para anteponerlo al Ofertorio, en vistas, sobre todo, a no perturbar el ritmo de recogimiento antes de la comunión, dados los múltiples abusos de este rito que se ha visto desbordado por efusividad y movimientos.

Benedicto XVI recogió esta sugerencia en la exhortación Sacramentum Caritatis:

"La Eucaristía es por su naturaleza sacramento de paz. Esta dimensión del Misterio eucarístico se expresa en la celebración litúrgica de manera específica con el rito de la paz. Se trata indudablemente de un signo de gran valor (cf. Jn 14,27). En nuestro tiempo, tan lleno de conflictos, este gesto adquiere, también desde el punto de vista de la sensibilidad común, un relieve especial, ya que la Iglesia siente cada vez más como tarea propia pedir a Dios el don de la paz y la unidad para sí misma y para toda la familia humana. La paz es ciertamente un anhelo indeleble en el corazón de cada uno. La Iglesia se hace portavoz de la petición de paz y reconciliación que surge del alma de toda persona de buena voluntad, dirigiéndola a Aquel que « es nuestra paz » (Ef 2,14), y que puede pacificar a los pueblos y personas aun cuando fracasen las iniciativas humanas. Por ello se comprende la intensidad con que se vive frecuentemente el rito de la paz en la celebración litúrgica. A este propósito, sin embargo, durante el Sínodo de los Obispos se ha visto la conveniencia de moderar este gesto, que puede adquirir expresiones exageradas, provocando cierta confusión en la asamblea precisamente antes de la Comunión. Sería bueno recordar que el alto valor del gesto no queda mermado por la sobriedad necesaria para mantener un clima adecuado a la celebración, limitando por ejemplo el intercambio de la paz a los más cercanos" (n. 49).

domingo, 22 de abril de 2018

La vida eucarística - IV



            Se ama lo que se conoce. Siempre. Lo que no conocemos, o no podemos relacionarnos con ello, ¿será posible amarlo? 

Para amar más la Eucaristía, el Gran Sacramento, hemos de conocer lo que ella es, la realidad sacramental que bajo el velo de los signos, de los ritos y de los signos litúrgicos, contienen a Cristo y toda gracia. 


L
a voz de la Tradición empleaba este método: conociendo la liturgia, extraía el contenido sacramental y espiritual. Así, conocían la Eucaristía, para amarla más y vivirla mejor.


            “El pan y el vino de la Eucaristía eran simple pan y vino antes de la invocación de la santa y adorable Trinidad, pero, una vez hecha la invocación se convierten el pan en el cuerpo y el vino en la sangre de Cristo”[1]

viernes, 20 de abril de 2018

Sentido único de la Unción de Jesús

Que Jesús sea el Ungido por excelencia, hasta el punto de formar en castellano un solo nombre: "Jesucristo", es una medida nueva, una expresión completa.

Estaba profetizado que el Mesías del Señor, el que vendrá a salvar a Israel de sus pecados, tendrá de forma permanente el Espíritu Santo: reposará sobre Él. El Mesías será el Ungido. No recibirá el Espíritu mediante el aceite de las consagraciones, que "baja por la barba de Aarón hasta la franja de su ornamento" (Sal 132), sino directamente, espiritualmente.

El Ungido que estaba profetizado es nuestro Señor Jesús, el Salvador.

"En todos los que 'profetizaron se posó el Espíritu' Santo. Sin embargo en ninguno de ellos reposó como en el Salvador. Por lo cual está escrito de Él que 'saldrá un vástago de la raíz de Jesé y subirá de su raíz una flor. Y reposará sobre Él el Espíritu de Dios, Espíritu de sabiduría y entendimiento, Espíritu de consejo y de fortaleza, Espíritu de ciencia y de piedad; y lo llenará el Espíritu del temor del Señor'.

Pero quizás diga alguno: Sobre Cristo, no has mostrado escrito nada superior al resto de los hombres: así como se dijo que 'reposó sobre ellos el Espíritu', así también se dijo del Salvador: 'Reposará sobre Él el Espíritu de Dios'. Pero mira que sobre ningún otro se dice que 'el Espíritu de Dios descansase' con esta fuerza septuplicada, por lo cual sin duda aquella misma sustancia del Espíritu divino, que, al no poder mostrarse con un solo nombre, se expresa con divinos vocablos, profetiza que 'descansará sobre un vástago que procederá de la estirpe de Jesé'" (Orígenes, Hom. in Num., VI, 3, 2).

Solamente sobre el Verbo encarnado va a descansar el Espíritu septiforme, con sus siete dones, de manera absoluta. Ya lo recibió en el seno virginal de Santa María, cuando el Espíritu la cubrió con su sombra. Pero también recibió una nueva y abundante Unción en el Bautismo en el Jordán, donde el Espíritu desciende y robustece la humanidad del Verbo para su tarea redentora (incluida la cruz, no solamente la vida pública).

jueves, 19 de abril de 2018

La justicia del humilde

Otro aspecto de la humildad, la verdadera, la del amor, se une su relación con la virtud de la justicia. El justo es humilde, el humilde es un hombre justo.

¿Acaso no son los justos del Antiguo y del Nuevo Testamento, como san José "varón justo", hombres real y verdaderamente humildes?


Claro que la justicia no es una distribución igualitaria, conmutativa, marcada por el Derecho, sino la justicia es la salvación, el hombre que vive en temor de Dios y obra la salvación.

"Amplitud de la justicia

Ensánchandonos a nosotros mismos, la humildad ensancha también, con nosotros, todo el orden humano. A la moralidad exangüe con los recovecos de sus distingos, ofrece un nuevo respiro, y como   más espacio. Esta amplitud, la humildad la procura no exigiendo menos, sino exigiendo más. Sólo la humildad puede ofrecer toda la medida del hombre, divinizándolo. Así, puede parecer que la humildad, con su exceso de amor y la solicitud de su servicio, desborda la justicia y en cierto modo la niega. A cada uno según su mérito, a cada uno según su rango: de golpe la humildad olvida todos sus cálculos, y se somete libre y gozosamente a éste mismo que incluso es su inferior. Se hace el servidor de todos, incluidos sus servidores. ¿No es desconocer el buen derecho, y de cada uno su justo valor?

miércoles, 18 de abril de 2018

Iglesia, belleza, artistas

Sin necesidad de muchas glosas ni explicaciones, vamos a ir leyendo en varias catequesis dos discursos magistrales, sublimes, que con el tiempo se han convertido en lugar obligado y referente para entender la relación entre la Iglesia y la belleza, entre la Iglesia y los artistas.


Estos dos discursos son los pronunciados por Pablo VI en 1964 y el de Benedicto XVI en 2009. Ofrecen una relación teológica y pastoral entre la Iglesia y la belleza misma, que es una cualidad de Dios mismo (¡Dios es Hermosura siempre antigua y siempre nueva!) y por tanto la relación delicada de la Iglesia con el arte en todas sus expresiones, desechando el feísmo, el mal gusto, la copia, la baja calidad.

Entre todos, en los comentarios, iremos viendo los discursos y sacando las consecuencias. 

Disfrutemos leyéndolos.



"¡Queridos Señores e Hijos aún más queridos!

Nos apremia, antes de este breve coloquio, alejar de vuestro ánimo la posible aprensión o turbación fácilmente comprensible en quien se encuentra, en una ocasión como ésta, en la Capilla Sixtina. Quizá no exista un lugar que haga pensar y temblar más que éste, que infunda más embarazo y al mismo tiempo que excite más los sentimientos del alma. Pues bien, precisamente vosotros, artistas, debéis ser los primeros en apartar del alma el instintivo titubeo que nace al penetrar en este cenáculo de historia, arte, religión, destinos humanos, recuerdos, presagios. ¿Por qué? Pues porque éste es, precisamente y ante todo, un cenáculo para artistas, un cenáculo de artistas. Y por tanto deberéis en este momento dejar que la magnitud de las emociones, los recuerdos, la exultación -que un templo como éste puede provocar en el alma- invada libremente vuestros espíritus.

lunes, 16 de abril de 2018

El bien de la paciencia (San Cipriano, V)

Continúa san Cipriano, después de contemplar la paciencia de Dios y la de Jesucristo en su vida entera y en su pasión, con los ejemplos de paciencia del Antiguo Testamento.

Los santos del AT ejercitaron la paciencia movidos por su fe, aguardaban bienes mayores y sufrieron pacientemente penas, dolores, persecuciones, aflicciones. Así, dicho sea de paso, prefiguraban, anunciaban, la paciencia del Salvador cuando llegase.


Si los santos y justos del Antiguo Testamento fueron pacientes, mucho más lo habremos de ser nosotros que ya conocemos a Cristo y que poseemos la acción del mismo Espíritu Santo en nuestras almas. La caridad paciente de Dios se nos ha infundido en nuestros corazones.


"10. Por último, hallamos que patriarcas, profetas y todos los justos que prefiguraban a Cristo, ninguna virtud guardaron como más digna de sus preferencias que la observancia de una paciencia y ecuanimidad a toda prueba.

domingo, 15 de abril de 2018

La alabanza a la Pascua (textos)

Tan amada era la Pascua de resurrección, tan deseada como centro del año, tan ansiada después de la larga, austera y rigurosa Cuaresma, que los Padres de la Iglesia se deshacían en elogios a la santa Pascua, elevando así el amor de los fieles al Señor.

Para ellos, los Padres de la Iglesia, como para los fieles y todo el pueblo cristiano, la noche santa de la Vigilia pascual y las siete semanas de Pascua no eran una fiesta más, incluso un tiempo más o menos anodino, sino la Fiesta de las Fiestas.


Un buen cristiano, un buen católico, vive con la mayor intensidad posible y el júbilo que embriaga el santísimo tiempo de Pascua. Un buen católico sabe que no hay nada comparado con el tiempo litúrgico de la Pascua, y que la misma Cuaresma (que tanto empeño se suele vivir) palidece ante la luz de la Pascua.

Llega la Pascua, la primera luna llena de primera. Resucita el Señor cuando la tierra pasa del invierno a la primera, al ciclo donde todo florece, la vida brota. Es un simbolismo adecuado. El mundo se renueva, en definitiva, porque es el Señor el que viene, resucita, se constituye como el Eterno Viviente y fuente de Vida. Para los judíos, una tradición señala la primavera (el mes de Nisán) como el inicio del año porque fue en primavera (mes de Nisán) cuando Dios lo creó todo.

Y Jesús, el Señor, resucita en el mes de la creación, abriéndolo todo a una nueva creación, a la plenitud del cosmos y lo creado.

jueves, 12 de abril de 2018

La vida eucarística - III



            Al tratar de la Eucaristía, exponer su secreto profundo, las palabras se vuelvan pequeñas e inexpresivas. 

Estamos ante el gran Sacramento: ¿se puede explicar? 

Nos hallamos ante el Misterio de nuestra fe: ¿cómo comprenderlo en su totalidad? 



Es el Amor de los Amores: ¿podremos comprenderlo en su totalidad? 

Es el Amor de los Amores: ¿podremos hacer otra cosa que no sea balbucir tímidas palabras, teniendo enfervorizado el corazón? 

Es la zarza ardiente, Fuego de Amor, en el Cuerpo de Cristo: ¿no habremos de descalzarnos respetuosamente adorando porque este sitio que pisamos es terreno sagrado?

            “La delicia del Señor es estar con los hijos de los hombres” (Prov 8,32). Quiere estar con sus hermanos –que somos nosotros por el bautismo-, permanecer junto a ellos, consolarlos, atraerlos a su Corazón, fuente de vida y santidad, horno ardiente de caridad. Cristo halla su delicia, y se goza su Corazón en abrir sus tesoros de amistad, de inefable amor, de sabiduría escondida que trasciende todo. Ahí está Cristo.

martes, 10 de abril de 2018

Encontrarse con el Resucitado

Una de las categorías máximas del lenguaje cristiano es la de "encuentro", porque remite a una relación personal, a una Presencia que se da y que es acogida.

El cristianismo jamás fue un razonamiento (una "gnosis"), ni tampoco fue una causa (revolucionaria, social). El cristianismo es el encuentro con el Señor, simplemente, porque Él está vivo hoy y para siempre, y sale a nuestros caminos.

La Pascua de Jesucristo es la posibilidad del encuentro no sólo con sus contemporáneos, en el siglo I, sino la posibilidad real de ese mismo encuentro hoy, porque Él se hace contemporáneo de todas las generaciones al ser Señor del tiempo, glorificado.

La misma alegría y la misma transformación de los discípulos, de los apóstoles, de las mujeres, de todos los que le vieron y oyeron y convivieron con Él es posible para nosotros. La vida cristiana es fruto para siempre de ese encuentro: ¡ah!, y cómo se nota a quien se ha encontrado de verdad con Él, porque vive de otro modo, descubre la realidad de forma nueva, su mirada es limpia... todo es cambiado en la persona que ha sido amada por Cristo.

Este es uno de los prodigios de la Pascua: que el encuentro con Cristo es real hoy para nosotros.


"«Surrexit Christus, spes mea» – «Resucitó Cristo, mi esperanza» (Secuencia pascual). 

Llegue a todos vosotros la voz exultante de la Iglesia, con las palabras que el antiguo himno pone en labios de María Magdalena, la primera en encontrar en la mañana de Pascua a Jesús resucitado. Ella corrió hacia los otros discípulos y, con el corazón sobrecogido, les anunció: «He visto al Señor» (Jn 20,18). También nosotros, que hemos atravesado el desierto de la Cuaresma y los días dolorosos de la Pasión, hoy abrimos las puertas al grito de victoria: «¡Ha resucitado! ¡Ha resucitado verdaderamente!».

Todo cristiano revive la experiencia de María Magdalena. Es un encuentro que cambia la vida: el encuentro con un hombre único, que nos hace sentir toda la bondad y la verdad de Dios, que nos libra del mal, no de un modo superficial, momentáneo, sino que nos libra de él radicalmente, nos cura completamente y nos devuelve nuestra dignidad. He aquí por qué la Magdalena llama a Jesús «mi esperanza»: porque ha sido Él quien la ha hecho renacer, le ha dado un futuro nuevo, una existencia buena, libre del mal. «Cristo, mi esperanza», significa que cada deseo mío de bien encuentra en Él una posibilidad real: con Él puedo esperar que mi vida sea buena y sea plena, eterna, porque es Dios mismo que se ha hecho cercano hasta entrar en nuestra humanidad.