domingo, 31 de octubre de 2010

La oración personal


“¡La oración! ¡La llave de oro que abre de par en par el Corazón de Jesús! ¡La luz divina que disipa todas las tinieblas y aclara todos los misterios! ¡El bálsamo que cura las heridas del alma, sana los cuerpos y perfuma la vida! ¡El secreto de la paz y de la dicha en medio de las penas acerbas, y receta de la más excelsa santidad!

¡Orar! ¿Hay algo más sabroso, consolador, reparador y eficaz que la acción expresada por este verbo? ¿Se dan cuenta los cristianos y aun los piadosos, de... la actividad que supone? ¿Cuándo se enterarán de que los verbos predicar, dar, enseñar, sacrificarse, ir, atraer, perseverar, redimir, no tienen más virtud activa que la que les preste su acción de orar?”


Beato D. Manuel González, Oremos en el Sagrario,
en O.C., vol. I, n. 891.

sábado, 30 de octubre de 2010

La Palabra en la liturgia

La liturgia no es catequesis. 
Allí la Palabra de Dios es proclamada, domingo tras domingo, día tras día, con la fuerza eficaz del Espíritu Santo. 
La lectura de la Biblia en la Liturgia es la lectura principal porque la Biblia fue escrita (los diversos libros y su largo proceso de redacción) para la liturgia y cobra su pleno sentido cuando todo el pueblo de Dios es convocado por la fuerza de esta Palabra. 
Aquí la Palabra de Dios se manifiesta como un mostrar el Misterio que es Cristo, en sus diversas facetas (Encarnación, Nacimiento, Pasión...) o en su globalidad (como son las lecturas del Tiempo Ordinario). 
Un Misterio que se hace eficaz por el sacramento.
 
La Escritura es proclamada en la liturgia, y en ella, esta Palabra se hace actual, eficaz (“en la liturgia Dios habla al pueblo; Cristo sigue anunciando el Evangelio” SC 33). 
 
Esto se hace realidad por la pervivencia del Resucitado, presente en la acción litúrgica por el Espíritu Santo, y también por la virtualidad y eficacia propia de los sacramentos, pues 
“toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de su cuerpo que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia” (SC 7).
 No podemos quejarnos; SC 51 pedía: "A fin de que la mesa de la palabra de Dios se prepare con más abundancia para los fieles ábranse con mayor amplitud los tesoros de la Biblia, de modo que, en un período determinado de años, se lean al pueblo las partes más significativas de la Sagrada Escritura"; ahora, la actual distribución del Leccionario permite el contacto con la Palabra viva de Dios, oírla, prestarle nuestro obsequio de fe, obedecerla, ser iluminados por ella.

Pero... nos queda, para obtener mayor fruto: escucharla atentamente en la liturgia, buenos lectores (no simples voluntarios... ¡¡para que intervengan más!!), la oración personal y una mejor instrucción bíblica en la catequesis (de jóvenes y adultos).

viernes, 29 de octubre de 2010

Palabras sobre la santidad en el contexto actual del mundo

El mundo en que vivimos -beligerante con guante blanco para el catolicismo- parece admitir la tesis de que el cristianismo es superfluo, innecesario para la vida real y cotidiana; en todo caso, sólo apto para provocar determinados sentimientos afectivos y emociones en el ámbito privado que dan cierto consuelo o cierto bienestar. Aquí está la gran mentira. Sin embargo, aquí y ahora, la existencia de los santos nos demuestra que vivir cristianamente es un "todo": uno que ha sido alcanzado por la gracia piensa distinto, vive distinto, tiene una mirada distinta sobre la realidad. Y lo distinto no significa aquí una mirada o actitud más puesta al lado de otras miradas y otras actitudes. Significa una mirada y una vida en plenitud: ¡aquello que el hombre desea y busca! La santidad es esa respuesta.


Lo cristiano (la fe, la gracia) no es algo marginal en la vida: genera una humanidad nueva que sabe amar, responder a los desafíos de hoy y entregarse porque "la gracia de Cristo vale más que la vida" (cf. Sal 62). Los santos son seres humanos plenamente completos porque son, simplemente, humanidad realizada.

Traigo aquí las palabras finales del Arzobispo de Granada, D. Javier Martínez, en la beatificación de fray Leopoldo, el 12 de septiembre de este año. Sencillamente geniales, situando la santidad -a la que todos estamos llamados- en el marco cultural concreto en que hoy vivimos. Aconsejo releerlas porque me parecen maravillosas, una gran catequesis.

"Dios nos sorprende siempre. En realidad, Dios es siempre la fuente y a la vez, en el fondo, el objeto, de ese asombro que es acaso el primer gesto específicamente humano ante la vida y la realidad. En todo asombro, lo que nos sorprende es la creación de Dios, nos sorprende su elección, nos sorprenden sus obras, nos sorprende su amor sin límites y sin condiciones. Y si no estuviera en nosotros esa ceguera que es fruto del pecado, entonces la lógica misma de ese asombro nos haría vivir establemente en el gozo y en la acción de gracias a Dios, que es en realidad la actitud más racional y más plenamente humana que pueda darse. Es la actitud que la redención de Cristo nos ha vuelto a hacer posible. Es la actitud que marca la vida de un hijo de Dios, de un cristiano...


jueves, 28 de octubre de 2010

Extender las manos, orar "in modum crucis"

Uno de los signos casi universales para la oración es extender las manos. El cuerpo hace oración también, el cuerpo expresa la oración y las manos abiertas señalan la indigencia, el recibir, el señalar al cielo; esto es que común a distintas religiones por su valor expresivo, lo encontramos claramente en el Antiguo Testamento. El orante se dirige a Dios extendiendo sus manos hacia el cielo, por así decir, para que Dios desde arriba vea las palmas de las manos extendidas.



Salomón, el rey ora: “se puso ante el altar del Señor, frente a toda la asamblea de Israel, extendió sus manos hacia el cielo y dijo: “Señor, Dios de Israel, ni arriba en el cielo ni abajo en la tierra...”” (1Re 8,22-23). “Cuando Salomón terminó de dirigir al Señor toda esta oración y esta súplica, se levantó de delante del altar del Señor, donde estaba arrodillado con las manos extendidas hacia el cielo” (1Re 8,54). Así mismo, igualmente, lo narra el libro de las Crónicas: “Salomón, puesto de pie ante el altar del Señor, frente a toda la asamblea del Israel, extendió las manos. Porque él había hecho un estrado de bronce, de dos metros y medio de largo, dos y medio de ancho, y uno y medio de alto, y lo había colocado en medio del atrio. Salomón subió al estrado, se arrodilló frente a toda la asamblea de Israel, extendió sus manos hacia el cielo” (2Cro 6,12-13).


Los salmos oran y cantan pidiendo que Dios escuche la oración “cuando elevo mis manos hacia tu Santuario” (Sal 28,2); o el salmo vespertino 140,2: “Suba mi oración como incienso en tu presencia, el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde”.

Y terrible es la denuncia del Señor por boca de Isaías: “Cuando extendéis las manos, cierro los ojos; aunque multipliquéis las plegarias, no os escucharé. Vuestras manos están llenas de sangre” (Is 1,15). Cuando las palmas de las manos, en horizontal, miran al cielo, ¡Dios las ve desde arriba manchadas de sangre, de injusticias, de pecados!

La Iglesia asumió este gesto orante tan expresivo, y al asumirlo, lo modificó. Ya no sería con las palmas en horizontal al cuerpo erguido para que Dios las vea desde el cielo, sino que las palmas se pondrían mirando hacia delante, para que el cuerpo al orar hiciera memoria del Señor en la cruz. Este cambio es propulsado y explicado por Tertuliano y Orígenes en sus respectivos tratados sobre la oración. Los cristianos deben modificar la práctica primitiva de alzar las manos hacia lo alto para extenderlos, en cambio, en la representación simbólica de la crucifixión y del Crucificado, y con los ojos mirando al cielo según el modo tradicional (cf. Lc 18,13).


Las palmas hacia delante, mostrándolas, “alzando las manos libres de iras y divisiones” (1Tm 2,8), es memoria del Crucificado; es la oración del mismo Cristo Mediador que muestra sus llagas gloriosas al Padre intercediendo por nosotros, sus hermanos. Oramos “in modum crucis” uniéndonos a Cristo crucificado; oramos “in modum crucis”, especialmente el sacerdote en la acción litúrgica, porque actúa in persona Christi.


La Tradición enseñaba a orar a los fieles extendiendo las manos con las palmas hacia delante para orar “in modum crucis”:

miércoles, 27 de octubre de 2010

"La Eucaristía hace la Iglesia" (De Lubac)

La Eucaristía y la Iglesia se relacionan como el corazón con el cuerpo; una no existe sin la otra. La obra de De Lubac, gran teólogo francés, expone las mutuas relaciones:

“Todo esto nos invita a considerar las relaciones entre la Iglesia y la Eucaristía. Se puede afirmar que hay una causalidad recíproca entre ambas. Puede decirse que el Salvador ha confiado la una a la otra. Es la Iglesia la que hace la Eucaristía, pero es también la Eucaristía la que hace la Iglesia. En el primer caso, es la Iglesia en cuanto la hemos considerado en su sentido activo, en el ejercicio de su poder de santificación; en el segundo, se trata de la Iglesia en su sentido pasivo, de la Iglesia de los santificados. Y en virtud de esta misteriosa interacción, es el Cuerpo único, en fin de cuentas, el que se construye, en las condiciones de la vida presente, hasta el día de su definitiva perfección” (Meditación sobre la Iglesia, p. 112).
 
 
Y “la Eucaristía hace la Iglesia”. Significada la Iglesia en el agua y la sangre del Costado de Cristo, la Iglesia es Cuerpo del Señor que se construye por el Cuerpo eucarístico, asimilando a Cristo y Cristo, a su vez, asimilando a quien lo come. Por la celebración del misterio “la Iglesia se hace a sí misma. La Iglesia santa y santificante construye la Iglesia de los santos. El misterio de comunicación se remata en un misterio de comunión, y éste es precisamente el sentido, antiguo y siempre actual, de comunión, por el que se designa ordinariamente a este sacramento” (p. 127). Si esta perspectiva de la Eucaristía, de la Iglesia y de la comunión sacramental, asumida plenamente por la encíclica “Ecclesia de Eucharistia” de Juan Pablo II, se presentase mejor a la vida de la Iglesia –formación, catequesis, espiritualidad, celebración- y se viviese, muchos elementos distorsionadores, con cariz secularista, desaparecerían privados de raigambre en la Tradición.

  

martes, 26 de octubre de 2010

La gracia (seguimos con textos isidorianos)

8. Los dones de las gracias, a uno se le otorgan de una clase, y a otro de otra. Ni se permite que uno los posea de tal suerte, que no necesite a otro.

9. Sin duda, puede suceder que aquellos a quienes otros aventajan por la excelencia de sus virtudes, a causa de una gracia preveniente de Dios repentina, aventajen a los otros en el fruto de la santidad, y, aunque han sido los últimos en la conversión, se sitúan de pronto los primeros en la cumbre de la virtud.

10. Cuando uno recibe algún don, no debe ambicionar más de lo que ha merecido, no sea que, por intentar apoderarse del cargo del otro miembro, pierda el que mereció, ya que perturba toda la armonía del cuerpo quien, no contento con su cargo, substrae el ajeno.


11. Los malos reciben los dones para su condenación, puesto que no los emplean para la gloria de Dios, sino para halagar su propia vanidad. Hacen mal uso de los bienes quienes emplean para usos torpes lo que Dios les ha concedido, como son el talento y los demás dones de Dios.


12. Disfrutamos de muchos dones de Dios que reconocemos haber recibido de él. Porque el ser inteligentes, el sentirnos poderosos, lo debemos no al favor de otro cualquiera, antes bien al de Dios. Hagamos, por tanto, excelente uso de los beneficios divinos, de modo que Dios no se arrepienta de haberlos otorgado y sea útil a nosotros haberlos recibido.


13. Decimos que Dios substrae al hombre un don que este nunca poseyó, en el sentido de que no mereció obtenerlo. Como también decimos que Dios endurece al hombre, no porque cause su insensibilidad, sino porque no suprime la que el propio hombre se procuró. Ni de modo distinto afirmamos que Dios ciega a algunos, no porque él mismo cause en ellos su propia ceguera, sino porque, a causa de sus vanos merecimientos, no aparta de ellos su obcecación.


14. A muchos se les conceden los dones de Dios, pero no la perseverancia en el don. De donde resulta que algunos tienen los comienzos de una buena conversión, pero acaban con un final desdichado. Los elegidos, en cambio, reciben tanto el don de la conversión como la perseverancia en él. Este es el motivo por que algunos comienzan bien y terminan felizmente.


(San Isidoro, Sentencias, II, c. 5, 8-14).

lunes, 25 de octubre de 2010

Fe y razón unidas en la teología

La teología como ciencia tiene un estatuto especial pues ha de aunar la fe y la razón, ambas están implicadas, ambas se requieren. Por eso la teología es una ciencia del todo especial y como su objeto es el Misterio de Dios, su método también es especial, distinto, supremo.


Quien ha de elaborar teología, el verdadero teólogo, necesitará una fe compacta y ser un verdadero creyente, un hombre de Dios, y al mismo tiempo, la capacidad de pensar, una inteligencia penetrante y aguda, una claridad y solidez intelectual. El teólogo no es un repetidor de doctrinas anteriores incapaz de desgranarlas, sino un buscador, un pensador, que ofrece una nueva síntesis y abre perspectivas para responder a los interrogantes nuevos que se plantean y mostrar al hombre de su generación el Misterio.

"Es esencial a la fe cristiana la investigación sobre su propia razón y, en ella, sobre la razón en sí misma, sobre la racionalidad de lo real. Pero, a su vez, ella confía a la razón, durante su investigación, la tarea de reconocer en la fe la condición de la posibilidad de su misma acción y de no rechazar su totalidad hasta la negación de su mismo fundamento. Esto significaría suplantar a la razón divina y precisamente eliminar así la comunicación con la razón divina de la que vive. Tal autolimitación de la razón del hombre puede parecerle precrítica al lecto de hoy..." (Ratzinger, Iglesia, ecumenismo y política, p. 170).

Esto se traduce de forma sencilla: la razón humana está limitada, ni es omnisciente, ni es omnicomprensiva. Muchas cosas superan a la razón misma, incapaz de abarcarlas. Esto no significa renunciar al uso de la razón, sino emplearla bien, sabiendo de sus límites, complementándose con la fe que le da un "plus" que la ilumina.

"Volvamos a la teología. Ésta se basa en la premisa aceptada de que el objeto de la fe, es decir, su fundamento, es racional, es la misma razón. Por eso es misión de la fe el tratar de comprender su propio fundamento y su contenido, y esto es lo que denominamos teología. 


domingo, 24 de octubre de 2010

El ambón (lugares litúrgicos)

El ambón: La dignidad de la Palabra de Dios exige que en la iglesia haya un sitio reservado para su anuncio, hacia el que, durante la liturgia de la Palabra, se vuelva espontáneamente la atención de los fieles" (Catecismo de la Iglesia, nº 1184).
    En la iglesia ha de haber, de conformidad con su estructura y en proporción y armonía con el altar un lugar elevado y fijo (no un simple atril), dotado de la adecuada disposición y nobleza, que corresponda a la dignidad de la palabra de Dios... El ambón debe tener amplitud suficiente, ha de estar bien iluminado... Después de la celebración, puede permanecer el leccionario abierto sobre el ambón como un recordatorio de la palabra proclamada (SECRETARIADO NACIONAL DE LITURGIA, Ambientación y arte en el lugar de la celebración, 1987, nº 15).

    La identidad de nuestras iglesias cristianas tiene, además del altar y de la sede, un tercer elemento, cuya importancia significativa puede parangonarse con los otros dos ya explicados (altar y sede): el ambón o lugar de la Palabra.

    El uso postconciliar que ha aumentado el número de lecturas bíblicas y el mayor uso de las Escrituras ha influido en la mentalidad bíblica de las asambleas litúrgicas. Pero esta adquisición de lo que representa la Palabra en la liturgia debe manifestarse también, no sólo en la forma de proclamar las lecturas, sino incluso en la materialidad del lugar desde donde éstas se leen en asamblea litúrgica.
  

    Las características del ambón son:

    1. El ambón es un lugar, no un mueble (portátil). No son tolerables un facistol, o un pequeño atril que se mueve y se cambia de lugar. Establece más bien la actual liturgia que sea un lugar, amplio para estar incluso dos lectores, cuyo caso típico sería la lectura de la Pasión (cronista y sinagoga):

            Ha de haber un lugar elevado, fijo... que corresponda a la dignidad de la palabra de Dios. En esa misma línea, la normativa sobre "Conciertos en las iglesias" pide que el ambón no se retire cuando excepcionalmente el Ordinario permita un concierto en un templo.

        De la misma manera que a través de la visión constante de la mesa del Señor se ha de ir captando cómo todo el anuncio evangélico tiende al festín pascual, profecía de la fiesta eterna, así la presencia destacada y permanente de un lugar elevado ante la asamblea debe ir recordando al pueblo que cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura es el mismo Señor el que está hablando a su pueblo (SC 7). Con ello irá calando en la comunidad que la liturgia cristiana tiene dos partes imprescindibles: la palabra y el sacramento; a estas dos partes corresponden el lugar de la palabra y la mesa del Señor.


sábado, 23 de octubre de 2010

La oración es algo sencillo

Una conversación sencilla con el Señor,
un estar disfrutando de su Compañía,
un constante amor que sostiene,
una escucha de Alguien que habla,
una iluminación que provoca certeza,
un acto de adoración ante su Presencia,
una confidencia,
una cercanía,
una súplica,
una intercesión por los demás,
una acción de gracias.

¡Todo esto es la oración!

¿Para cuándo? ¿Excepcionalmente?
¿Cuando llega el agua al cuello?
Diaria, cotidianamente.
Un espacio fijo en mi horario para que el Señor se pueda comunicar conmigo y yo con Él.
¿Para consagrados y religiosos? Sí, y también para sacerdotes, y para padres y madres de familia, para laicos que están en el mundo santificándose, para quienes se entregan a evangelizar, para quien catequiza... ¡para todos!

"Pido a cada uno, en primer lugar, que mire en el interior de su propio corazón. Que piense en todo el amor que su corazón es capaz de recibir, y en todo el amor que es capaz de ofrecer. Al fin y al cabo, hemos sido creados para amar. Esto es lo que la Biblia quiere decir cuando afirma que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios: Hemos sido creados para conocer al Dios del amor, a Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, y para encontrar nuestra plena realización en ese amor divino que no conoce principio ni fin.

Hemos sido creados para recibir amor, y así ha sido. Todos los días debemos agradecer a Dios el amor que ya hemos conocido, el amor que nos ha hecho quienes somos, el amor que nos ha mostrado lo que es verdaderamente importante en la vida. Necesitamos dar gracias al Señor por el amor que hemos recibido de nuestras familias, nuestros amigos, nuestros maestros, y todas las personas que en nuestras vidas nos han ayudado a darnos cuenta de lo valiosos que somos a sus ojos y a los ojos de Dios. 

viernes, 22 de octubre de 2010

Moisés, tipo y figura de Cristo

A Jesucristo se le suele representar con vestido azul, de su humanidad, y manto rojo de su divinidad; algo parece apuntarse en este icono cuando a Moisés se le representa con túnica azul y en lugar del manto rojo, unas cenefas rojas a la altura de la cintura y bordeando el cuello. Indica así algo más: Moisés está señalando a Cristo o, más precisamente, Moisés es tipo de Cristo. Es lo que muestra el icono precioso que ilustra este artículo.

    Moisés es figura de Cristo por cuanto está vuelto a Dios y habla con Él, Dios se le revela, sabe quién es Dios; es figura de Cristo que vence a Egipto, el pecado; figura de Cristo, que conduce al pueblo a la libertad y a la Tierra prometida, que para la nueva alianza es el cielo; es figura de Cristo por sus brazos en cruz orando durante la batalla contra Amalec; es figura de Cristo elevando la serpiente de bronce en el desierto para vivificar a los mordidos de serpiente; es tipo de Cristo intercediendo por el pueblo pecador ante Dios.

    Ante la zarza, Moisés es figura de Cristo, pero figura en sombras. Aquí Moisés oye la voz de Dios que le habla y entra en diálogo con Él, pero no llega a verlo cara a cara, sino que el fuego es la presencia hierofánica; tampoco lo verá cuando pida ver su rostro, sino que Yahvé pasará mientras Moisés está en la hendidura de la roca y Dios lo tapa con la mano al pasar para que sólo vea las espaldas. Toda esta tipología señala al Hijo que sí ve el rostro de Dios: “A Dios nadie lo ha visto nunca; el Hijo único que está en el seno del Padre es quien lo ha dado a conocer” (Jn 1,18); es quien conoce en verdad a Dios: “nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11,27). Moisés es tipo y figura de Cristo que revela el rostro de Dios, que "da a conocer su nombre” (Jn 17,6).
   

jueves, 21 de octubre de 2010

Despedirse del altar

Desde que descubrí esta oración hace años, suelo recitar el inicio de la plegaria (¡lástima que no consigo aprendérmela de memoria) cuando, después de ofrecer la Eucaristía, me retiro del presbiterio hacia la sacristía. Es una preciosa oración que el sacerdote pronuncia, en los ritos litúrgicos orientales sirio y maronita, antes de abandonar el santuario:

"Queda en paz, santo altar del Señor.
No sé si en el futuro regresaré a ti o no.
Que el Señor me conceda verte en la asamblea de los primogénitos
que están en los cielos;
en esta alianza pongo mi confianza.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Retornando a lo esencial del sacerdocio


A veces lo más fundamental, noble y sencillo del sacerdocio lo oscurecemos con planteamientos que lo desfiguran. Se espera del sacerdote una especie de “todoterreno”, que ha de saber hasta de sociología; los planteamientos “muy pastoralistas”: un hombre encarnado que sea colega, cercano, un amigo y poco más; en otras ocasiones, casi un sindicalista que reivindique los principios sociales de la justicia.

Lo más evidente parece ocultarse. ¿Qué es un sacerdote? Unas palabras del card. Danielou (Memorias, Bilbao, 1975) me parecen sumamente refrescantes retornando a lo esencial, que diría Guitton. Con este texto intentemos alcanzar una sencilla comprensión del ministerio sacerdotal católico.

“Para ellos [Bernanos y Mauriac] –y deploro que muchos sacerdotes en la actualidad no reparen en ello- lo que confiere su importancia al sacerdote no es su valía humana –el cura de pueblo de Bernanos no pasa de ser un pobre hombre- sino la gracia que mora en él, el carácter sacerdotal que lo configura, su estado de intercesor y el espíritu de sacrificio que su misión le impone. Cristo salvó al mundo más por su cruz que por sus obras o predicaciones; el sacerdote de Mauriac (¿no llamó él mismo a una de sus novelas L´Agneau –El Cordero-?) y de Bernanos es una copia de ese Cristo. El espíritu de sacrificio es la expresión de su amor...

Si uno no comparte esta idea tan elevada del sacerdocio y no admite que distribuir los sacramentos es una función absolutamente esencial, no entiendo qué motivo puede tener hacerse sacerdote. Si pretende dar testimonio del ideal evangélico en medio de un ambiente humano, cualquier laico cristiano puede hacerlo y muy bien. Lo que hoy se está perdiendo es una concepción de lo específico del sacerdocio, cosa que tan magníficamente expresaron Bernanos y Mauriac, impregnados ambos de la imagen del Cura de Ars, poco inteligente y capaz, lleno de tentaciones, pero portador de un no sé qué místico” (pp. 52-53).

“Nunca he sido capaz de apasionarme por los movimientos de Acción Católica y por los detalles de organización de las parroquias: con tal de que haya en ellas un buen sacerdote, la cuestión de las estructuras es algo secundario. Lo esencial es la calidad del ser... Un sacerdote lleno de Dios hará que se ame a Dios: en el pueblecillo de Ars, cuyos habitantes bebían, juraban y fornicaban, pasó de pronto no sé qué y tanto los pecadores como los justos recibieron el impacto de su párroco. Percibir la realidad de la vida espiritual, hacer que otros la conozcan y la amen y suscitarla: he ahí la misión del sacerdote.
Para poder llevar a cabo tal tarea, el sacerdote debe permanecer accesible, abierto a la vida del Espíritu. Por supuesto que sigue siendo en todo momento un hombre, inmerso en el pecado de la humanidad y en el suyo propio. Todos los santos se han reconocido a sí mismos como pecadores” (p. 191).

El sacerdocio se podría definir como la grandeza de lo sencillo:

-no es ser superhombres, sino simplemente hombres que viven de la Gracia,

-es hombre lleno de Dios con gran amor por la Iglesia y por los hijos de la Iglesia

-se deja llevar por el Espíritu de Dios con una continua vida de oración

-el testimonio de su vida, su palabra, su oración, su forma de celebrar la liturgia, transmite un sabor de Dios que conduce a los hombres hasta Cristo

-sabe de sacrificios y sonrisa afable, conoce la soledad del Sagrario y sólo busca llevar a los hombres a Cristo, sin procesos sociales de revolución ni acomodación al mundo secularizado ni aseglararse ocupando el lugar del laico en el mundo...

Un sacerdote, una imagen viva del amor pastoral de Cristo.

martes, 19 de octubre de 2010

La Eucaristía y la Iglesia (De Lubac)

Expone De Lubac un párrafo antológico que es el núcleo de su pensamiento eclesiológico y de su planteamiento eucarístico, ofreciendo nuevas luces a la teología contemporánea: 

“Todo esto nos invita a considerar las relaciones entre la Iglesia y la Eucaristía. Se puede afirmar que hay una causalidad recíproca entre ambas. Puede decirse que el Salvador ha confiado la una a la otra. Es la Iglesia la que hace la Eucaristía, pero es también la Eucaristía la que hace la Iglesia. En el primer caso, es la Iglesia en cuanto la hemos considerado en su sentido activo, en el ejercicio de su poder de santificación; en el segundo, se trata de la Iglesia en su sentido pasivo, de la Iglesia de los santificados. Y en virtud de esta misteriosa interacción, es el Cuerpo único, en fin de cuentas, el que se construye, en las condiciones de la vida presente, hasta el día de su definitiva perfección” (Meditación sobre la Iglesia, p. 112).

    En orden a la Eucaristía, Cristo instituye el sacerdocio principalmente. Es cierto todo cristiano por el bautismo participa del único Sacerdocio de Cristo, con la dignidad del sacerdocio real, con un sacerdocio “místico”, que no es de segundo orden, ni de menor categoría, porque es el sacerdocio de toda la Iglesia. Y esto lo afirma Lubac casi 20 años antes de promulgarse la LG del Vaticano II. Pero “este sacerdocio es puramente espiritual” (p. 114), es decir, en oposición al culto “corporal o material” de los sacrificios de la Antigua Alianza. Por este sacerdocio real, el bautizado ofrece en el altar de su corazón ofrendas a Dios, un verdadero culto racional-razonable. Punto éste sin embargo que apenas se muestra hoy quedando el sacerdocio bautismal vacío de contenido en la predicación y en la catequesis. Este sacerdocio es además comunitario porque la Iglesia es la ciudad sacerdotal, todo el pueblo cristiano ejerce su oficio sacerdotal al celebrar su culto espiritual.

“Pero este sacerdocio del pueblo cristiano no dice relación a la vida litúrgica de la Iglesia. No tiene relación directa con la confección de la Eucaristía” (p. 115). Dentro de este pueblo sacerdotal algunos hombres “han sido “separados” por una nueva consagración y por un orden distinto” (p. 116): con la imposición de las manos reciben el mandato del Señor: “Haced esto”. Y seguirá De Lubac: “La Iglesia “jerárquica” es la que hace la Eucaristía” (p. 116).

    El sacramento del orden no es un superbautismo, que eleva a algunos a una categoría nueva de “perfectos”. Todos participan de la misma vida, de la misma gracia y de los mismos sacramentos. Aunque “el que está revestido de la dignidad sacerdotal reciba las correspondientes gracias y sea por eso mismo llamado, por un nuevo título, a la perfección de la vocación cristiana” (p. 116). Y sigue: “No se trata de un grado superior en el “sacerdocio interno” que es común a todos y no se puede aventajar, sino de un “sacerdocio externo” que está reservado a algunos; se trata de un “cargo” que ha sido confiado a algunos con vistas al “sacrificio externo”” (p. 117). Es una manera equilibradísima de presentar el ministerio y el sacerdocio bautismal, evitando los extremos que se ven: ni el clericalismo ensalzando a los ministros ordenados, ni el nuevo clericalismo que “clericaliza” a los laicos, ni el democraticismo donde el ministerio parece que naciera, no de Cristo, sino de la comunidad que delega en alguien (cf. p. 118). El sacerdote “celebra ante todo el culto del Señor, y es, sobre todo y principalmente, el ministro y el representante sacramental de Jesucristo” (p. 118), sin que por eso sea “más cristiano que el simple fiel” (p. 119).

   

lunes, 18 de octubre de 2010

Desarrollo ritual (Oración de los Fieles - III)

En su solemnidad, ¡los bautizados oran movidos por el Espíritu intercediendo por la Iglesia, el mundo y los que sufren!, el desarrollo ritual es sencillo:

* El sacerdote invita a todos a la oración.

* Un diácono o un lector proponen la serie de intenciones para orar.

* Los fieles oran respondiendo a cada intención.

* El sacerdote concluye recitando una breve plegaria con las manos extendidas.

De nuevo la IGMR que marca la pauta (obligatoriamente) para todos:
“Dicho el Símbolo, en la sede, el sacerdote de pie y con las manos juntas, invita a los fieles a la oración universal con una breve monición. Después el cantor o el lector u otro, desde el ambón o desde otro sitio conveniente, vuelto hacia el pueblo, propone las intenciones; el pueblo, por su parte, responde suplicante. Finalmente, el sacerdote con las manos extendidas, concluye la súplica con la oración” (IGMR 138). 
 “Las intenciones de la oración de los fieles, después de la introducción del sacerdote, de ordinario las dice el diácono desde el ambón” (IGMR 177).

Por si fuera poco:
“Pertenece al sacerdote celebrante dirigir las preces desde la sede. Él mismo las introduce con una breve monición, en la que invita a los fieles a orar, y la termina con la oración. Las intenciones que se proponen deben ser sobrias, compuestas con sabia libertad y con pocas palabras y expresar la súplica de toda la comunidad.

Las propone el diácono, o un cantor, o un lector, o bien, uno de los fieles laicos desde el ambón o desde otro lugar conveniente.

Por su parte, el pueblo, de pie, expresa su súplica, sea con una invocación común después de cada intención, sea orando en silencio” (IGMR 71).

domingo, 17 de octubre de 2010

Catequesis de adultos: la parte doctrinal

La catequesis de adultos es aconsejable diseñarla con una reunión semanal, de personas de distintas edades, niveles culturales, formación cristiana e implicación personal. Se establece así como catequesis de adultos de la parroquia, teniendo en cuenta, además, que se solía vincular el concepto “catequesis” restringiéndolo a la infancia.

    Teniendo en cuenta la variedad del grupo, habrá que insistir en una formación doctrinal seria, rigurosa, que vaya iluminando la inteligencia pero al mismo tiempo creando una mentalidad, una forma de pensar católica que, lógicamente, influya en la vida, provocando la conversión y el ajuste para vivir según la fe; o, desde otra perspectiva, intentar lograr que puedan dar razón de su esperanza. El conocimiento doctrinal no es secundario ni puede postponerse. El DGC señala como primera tarea fundamental de la catequesis el “propiciar el conocimiento de la fe” (DGC  85). Así de muy diversas formas se puede asimilar y desarrollar el planteamiento del Directorio:

    “El conocimiento de los contenidos de la fe (fides quae) viene pedido por la adhesión a la fe (fides qua). ... La catequesis debe conducir, por tanto, a la comprensión paulina de toda la verdad del designio divino, introduciendo a los discípulos de Jesucristo en el conocimiento de la Tradición y de la Escritura... Esta profundizar en el conocimiento de la fe ilumina cristianamente la existencia humana, alimenta la vida de fe y capacita también para dar razón de ella en el mundo” (DGC 85).

    El hilo conductor de cada año podría ser un tema o bloque temático en general, que se despliegue en cada sesión, con diálogo, con intercambio de experiencias (más que de opiniones, que siempre conducen al subjetivismo de “adaptar” cada uno a su gusto) y el estudio y profundización semanal en casa con materiales ad hoc que se proporcionen: artículos fotocopiados, libros, un índice de citas bíblicas y del Catecismo...

   

sábado, 16 de octubre de 2010

Sentirse llamado y atraído (Cardenal Newman)

Una fuerza poderosa, la Verdad que es Cristo, atrajo a Newman. Buscó, indagó, estudió, rezó y amó.


Su experiencia espiritual lo situó ante la Verdad y, por tanto, impulsado por un amor mayor, el de Cristo, a dar testimonio de esa Verdad de manera razonable para el mundo del pensamiento y la cultura de su tiempo, que -¡al igual que hoy!- quiere reducir la religión a asunto privado, equiparable al sentimiento, y sin relevancia social en la vida pública.

Apasionado por la Verdad, Newman fue un gran testigo de la Verdad.

"La primera lectura de esta noche es la magnífica oración en la que San Pablo pide que comprendamos "lo que trasciende toda filosofía: el amor cristiano" (Ef 3,14-21). El apóstol desea que Cristo habite en nuestros corazones por la fe (cf. Ef 3,17) y que podamos comprender con todos los santos “lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo" de ese amor. Por la fe, llegamos a ver la palabra de Dios como lámpara para nuestros pasos y luz en nuestro sendero (cf. Sal 119,105). Newman, igual que innumerables santos que le precedieron en el camino del discipulado cristiano, enseñó que la "bondadosa luz” de la fe nos lleva a comprender la verdad sobre nosotros mismos, nuestra dignidad como hijos de Dios y el destino sublime que nos espera en el cielo. Al permitir que brille la luz de la fe en nuestros corazones, y permaneciendo en esa luz a través de nuestra unión cotidiana con el Señor en la oración y la participación en la vida que brota de los sacramentos de la Iglesia, llegamos a ser luz para los que nos rodean; ejercemos nuestra "misión profética"; con frecuencia, sin saberlo si quiera, atraemos a la gente un poco más cerca del Señor y su verdad. Sin la vida de oración, sin la transformación interior que se lleva a cabo a través de la gracia de los sacramentos, no podemos, en palabras de Newman, "irradiar a Cristo"; nos convertimos en otros “platillos que aturden” (1 Co 13,1) en un mundo lleno de creciente ruido y confusión, lleno de falsos caminos que sólo conducen a angustias y espejismos.

En una de las meditaciones más queridas del Cardenal se dice: "Dios me ha creado para una misión concreta. Me ha confiado una tarea que no ha encomendado a otro" (Meditaciones sobre la doctrina cristiana). Aquí vemos el agudo realismo cristiano de Newman, el punto en que fe y vida inevitablemente se cruzan. La fe busca dar frutos en la transformación de nuestro mundo a través del poder del Espíritu Santo, que actúa en la vida y obra de los creyentes. Nadie que contemple con realismo nuestro mundo de hoy podría pensar que los cristianos pueden permitirse el lujo de continuar como si no pasara nada, haciendo caso omiso de la profunda crisis de fe que impregna nuestra sociedad, o confiando sencillamente en que el patrimonio de valores transmitido durante siglos de cristianismo seguirá inspirando y configurando el futuro de nuestra sociedad. Sabemos que en tiempos de crisis y turbación Dios ha suscitado grandes santos y profetas para la renovación de la Iglesia y la sociedad cristiana; confiamos en su providencia y pedimos que nos guíe constantemente. Pero cada uno de nosotros, de acuerdo con su estado de vida, está llamado a trabajar por el progreso del Reino de Dios, infundiendo en la vida temporal los valores del Evangelio. Cada uno de nosotros tiene una misión, cada uno de nosotros está llamado a cambiar el mundo, a trabajar por una cultura de la vida, una cultura forjada por el amor y el respeto a la dignidad de cada persona humana. Como el Señor nos dice en el Evangelio que acabamos de escuchar, nuestra luz debe alumbrar a todos, para que, viendo nuestras buenas obras, den gloria a nuestro Padre, que está en el cielo (cf. Mt 5,16). 

viernes, 15 de octubre de 2010

Actualidad de Santa Teresa

Una personalidad humana atrayente, simpática, despierta, con gracejo, afectuosa, y al mismo tiempo libre, grande, emprendedora y entregada del todo al Todo. Santa Teresa es un exponente de los grandes héroes de la santidad, de los gigantes del espíritu. Basta con leer su Libro de la Vida o una buena biografía de ella, para descubrir a una mujer fascinante que puede seguir siendo Maestra de los orantes, Maestra de oración.

1. Hay que considerarla dentro de las corrientes y movimientos de su época. La situación de la Iglesia era de franca decadencia en lo espiritual y en lo disciplinar; la herejía luterana estaba diviendo a Europa; en España, las sectas de los alumbrados (los iluminados) y la vida religiosa relajada en sus costumbres; tremenda ignorancia cristiana en el pueblo. Era necesario un Concilio de reforma, el Concilio de Trento, que provocó reajustes no del agrado de todos y cuya aplicación tardó siglos: como todo Concilio, provoca un movimiento en todo el Cuerpo eclesial que no fue fácil de asimilar. Como vemos, nada nuevo bajo el sol. Situaciones de crisis y relajación, mundanización entre obispos, sacerdotes y religiosos, se han dado en todas las épocas (¡no idealicemos ninguna!), y la necesidad de un Concilio de reforma se hace presente en el paso de los siglos aunque no sea fácil su recepción. 

En este contexto de reforma, hay corrientes santificadoras en la Iglesia que deciden vivir ajustándose a las normas más primitivas, al ideal evangélico y a la Regla de los primeros Padres, con un nuevo estilo. Es momento de multitud de Congregaciones e Institutos nuevos: Jesuitas, Filipenses, Teatinos, Somascos... y de reformas de las Órdenes, surgiendo las ramas "Reformadas", "Descalzas", "Recoletas". No van contra nadie, ni se levantan en armas criticando, en disenso, en oposición. Todo lo contrario: poseen un gran sentido de Iglesia, buscan ser fermentos de santidad y caminan realizando el ideal de vida evangélica. Santa Teresa forma parte de esta corriente buscando la reforma del Carmelo: el Carmelo Descalzo. Nunca la búsqueda de una mayor pureza y santidad se yergue orgullosa para criticar o lanzar "denuncias proféticas" tan en boga en ciertos círculos. Santa Teresa es contemporánea de grandes santos: Ignacio de Loyola, Francisco Javier, Francisco de Borja, Pedro de Alcántara, Felipe Neri, Cayetano de Thiene, Juan de la Cruz... La reforma auténtica sólo la pueden hacer los santos, porque la reforma verdadera es la santidad.


jueves, 14 de octubre de 2010

La belleza que fascina

El rostro del catolicismo ha mostrado una faz gloriosa, es decir, luminosa, bella y transparente, durante siglos en el esplendor y hondura espiritual de la Santa Misa y de sus oficios que impresionaron tanto que incluso lograba conversiones –como la de Paul Claudel en el Magnificat de unas Vísperas navideñas en Notre-Dame de París-. Hoy ya no es así, y recuperar la fuerza espiritual y sagrada de la liturgia es uno de los caminos por donde transita actualmente la Iglesia.

    Algunos han pretendido lograr la unión entre la religión y la vida rebajando y adaptando la religión a las modas del momento, perdiendo su esencia y su belleza, persiguiendo metas meramente mundanas. Los actos de culto religioso han de ayudar a trascender lo mundano, y no mundanizarse so pretexto de integrar, de atraer, de renovar, de participar: lemas tan en boga y a la vez tan vacíos y fracasados. Parece que no se dan cuenta de la importancia básica de lo sagrado en la religión que nos hace salir de nosotros mismos para estar ante Dios, embotando el sentido sagrado de la religión y de la liturgia. Al final profanan la liturgia, es decir, la convierten en algo mundano, profano, corriente. 
 

miércoles, 13 de octubre de 2010

Descalzos ante el Misterio (Ex 3)

Moisés sube la montaña movido por un espectáculo que le sorprende y le atrae irresistiblemente: en la montaña ve fuego sobre unas zarzas, pero éstas no se consumen. Es llamado por su nombre, señal de que aquella Voz tiene dominio sobre él, que Dios es quien tiene la soberanía sobre todas las cosas y puede nombrar, que es cierta forma de poseer. Recibe un mandato: descalzarse, y se le da la razón: “el sitio que pisas es sagrado”. Está ante Dios, es sagrado el sitio y es teofánico el espectáculo. Ir calzado sería pisar con poder y dominio, con señorío sobre el lugar y sobre la situación misma, y el hombre no puede dominar ni pisar el Misterio, sino ser atrapado por él, seducido por él. Nada que ver, pues, con “las botas jactanciosas del guerrero” (Is 9, 5) que van avasallando, sometiendo, imponiéndose.  

“Quitarse las sandalias es un acto de respeto. Quizás sea el recuerdo de una desnudez que, antiguamente, era el símbolo de un abandono al dios ante el que alguien se presentaba” . Asimismo, “a la orden de descalzarse Moisés obedece; por su cuenta se tapa la cara. Son medidas de seguridad ritual. De los pies –sandalias- a la cabeza –cara- todo el hombre spera en silencio. Oculta su rostro, pero atiende. El encuentro con Dios es un riesgo y un acontecimiento salvador que llama a una vida nueva” (AA.VV., Comentario al Antiguo Testamento, Vol. I, Madrid 1999 (3ª ed.), p. 124).

Por eso, el primer sentido que se puede deducir es que quitarse las sandalias es tocar tierra, humillarse y situarse con humildad ante el Misterio, o lo que es lo mismo, adorar el Misterio, que es el acceso verdadero y el reconocimiento de la grandeza (y amor) de Dios y de la pequeñez del hombre que se postra ante Él, que se descalza ante Él, que le rinde homenaje de adoración.

    El segundo sentido, asociado al primero de la adoración, es la purificación. En las sandalias se arrastra el polvo de lo mundano, del suelo del pecado, y nada impuro puede haber ante Dios. Es Orígenes quien desarrolla este simbolismo, en cierto modo, de pureza exterior y a la vez interior: 

martes, 12 de octubre de 2010

Algo más sobre la sede

La sede es uno de los lugares litúrgicos necesarios para la Eucaristía y otros oficios litúrgicos, así como el ambón o el altar son otro de los lugares. Desde la sede se preside, se ora, se dirige la oración y se enseña en la homilía. En la sede se significa el oficio de Cristo, Cabeza, Pastor y Maestro, y se supera la mera utilidad de sentarse durante unos cantos en tres sillas iguales al simbolismo de la cátedra. Bastaría ver las antiguas basílicas (como San Vital o San Clemente) para descubrir el lugar de la sede (en el ábside) de manera preeminente (el que preside está más elevado que el banco de piedra corrido para los sacerdotes).

La sede como lugar litúrgico ha de habilitarse allí donde se celebre la Santa Misa y no únicamente en la parroquia, sino también en cualquier oratorio, capilla o iglesia de contemplativas. Es un contrasentido y ahora una grave infracción comenzar la Misa ya directamente desde el altar. Éste se reserva para el sacrificio y por tanto al altar se acerca el sacerdote para depositar la oblata y pronunciar la plegaria eucarística: los demás oficios (ritos iniciales, también la homilía, etc. y al final la bendición) los dirige desde el sitio de la presidencia. "El lugar de presidencia o sede del sacerdote celebrante significa la función de presidir la asamblea litúrgica y de dirigir la oración del pueblo santo" (Bend 982).

El Misal prescribe las características de la sede:
"La sede del sacerdote celebrante debe significar su ministerio de presidente de la asamblea y de moderador de la oración. Por lo tanto, su lugar más adecuado es vuelto hacia el pueblo, al fondo del presbiterio, a no ser que la estructura del edificio u otra circunstancia lo impidan, por ejemplo, si por la gran distancia se torna difícil la comunicación entre el sacerdote y la asamblea congregada, o si el tabernáculo está situado en la mitad, detrás del altar. Evítese, además, toda apariencia de trono. Conviene que la sede se bendiga según el rito descrito en el Ritual Romano, antes de ser destinada al uso litúrgico.

Asimismo dispónganse en el presbiterio sillas para los sacerdotes concelebrantes y también para los presbíteros revestidos con vestidura coral, que estén presentes en la celebración, aunque no concelebren.

Póngase la silla del diácono cerca de la sede del celebrante. Para los demás ministros, colóquense las sillas de tal manera que claramente se distingan de las sillas del clero y que les permitan cumplir con facilidad el ministerio que se les ha confiado" (IGMR 310).

lunes, 11 de octubre de 2010

La sede (lugares litúrgicos)

    La sede (cátedra) del obispo o del sacerdote debe significar su oficio de presidente de la asamblea y director de la oración. (Catecismo de la Iglesia, nº 1184).

    La sede presidencial es el signo de Cristo Cabeza, que preside su Iglesia en la acción litúrgica. Es más que la mera funcionalidad de sentarse el presidente. Una sede vacía espera elocuentemente la venida del Señor que se sentará en gloria para juzgar a vivos y muertos. Una sede vacía debe evocar el pensamiento de la primera comunidad: ¡Ven, Señor Jesús!

        La sede no va en función de la dignidad sino del ministerio que se ejerce. Es única: distinta la del que preside de la de los demás, aunque sean concelebrantes u otros obispos. La sede es única. Por tanto es un contrasigno que haya tres sedes iguales juntas por muy hermosas que sean.

    Es el signo de Cristo que preside, el signo de Cristo Cabeza de su Iglesia.

    a) Única: Una sede digna para el que preside. No tantas sedes iguales cuantos ministros haya

    b) Elevada: Al que preside se le debe ver. Y él debe ver bien a la asamblea, especialmente para la homilía que puede, oportunamente, hacer sentado. Si hay otras sillas, fuera de la tarima o alfombra.

    c) No quedar separada de la asamblea: Ni por demasiado alta, ni por escondida, detrás del altar y al mismo nivel de plano. Si se sitúa en el fondo del ábside, debe tener la suficiente elevación para que el altar no oculte al presidente. Una justa medida y buena visibilidad.

    d) Digna: entraría el adorno festivo: cojines según el color del tiempo litúrgico, o paños vistosos (cathedrae velatae, la llamaba S. Agustín), pero sobre todo, por su factura y realización, en consonancia artística con los demás elementos celebrativos.


domingo, 10 de octubre de 2010

Newman, hombre de búsqueda

Los discursos del papa Benedicto XVI sobre Newman presentan a este gran intelectual en su recorrido, en su trayectoria, en su pensamiento. ¡Hombres así necesitamos hoy! Buscadores de Dios y de la Verdad, capaces de realizar un itinerario intelectual honesto, amadores de Dios.

Con la lectura de los discursos del Papa espero que vayamos conociendo mejor a Newman y, quién sabe, lo mismo alguien se anima a leer sus obras que poco a poco se van publicando en castellano.

"Como sabéis, durante mucho tiempo, Newman ha ejercido una importante influencia en mi vida y pensamiento, como también en otras muchas personas más allá de estas islas. El drama de la vida de Newman nos invita a examinar nuestras vidas, para verlas en el amplio horizonte del plan de Dios y crecer en comunión con la Iglesia de todo tiempo y lugar: la Iglesia de los apóstoles, la Iglesia de los mártires, la Iglesia de los santos, la Iglesia que Newman amaba y a cuya misión dedicó toda su vida...
Esta tarde, en el contexto de nuestra oración común, me gustaría reflexionar con vosotros sobre algunos aspectos de la vida de Newman, que considero muy relevantes para nuestra vida como creyentes y para la vida de la Iglesia de hoy. 

Permitidme empezar recordando que Newman, por su propia cuenta, trazó el curso de toda su vida a la luz de una poderosa experiencia de conversión que tuvo siendo joven. Fue una experiencia inmediata de la verdad de la Palabra de Dios, de la realidad objetiva de la revelación cristiana tal y como se recibió en la Iglesia. Esta experiencia, a la vez religiosa e intelectual, inspiraría su vocación a ser ministro del Evangelio, su discernimiento de la fuente de la enseñanza autorizada en la Iglesia de Dios y su celo por la renovación de la vida eclesial en fidelidad a la tradición apostólica. Al final de su vida, Newman describe el trabajo de su vida como una lucha contra la creciente tendencia a percibir la religión como un asunto puramente privado y subjetivo, una cuestión de opinión personal. He aquí la primera lección que podemos aprender de su vida: en nuestros días, cuando un relativismo intelectual y moral amenaza con minar la base misma de nuestra sociedad, Newman nos recuerda que, como hombres y mujeres a imagen y semejanza de Dios, fuimos creados para conocer la verdad, y encontrar en esta verdad nuestra libertad última y el cumplimiento de nuestras aspiraciones humanas más profundas. En una palabra, estamos destinados a conocer a Cristo, que es "el camino, y la verdad, y la vida" (Jn 14,6). 

sábado, 9 de octubre de 2010

La gracia (textos isidorianos)



Con claro sabor agustiniano, san Isidoro presenta su exposición sobre la Gracia de Dios. Bebamos de la espiritualidad hispana, de nuestra tradición hispano-visigótica.

"1. Algunas veces Dios nos retira sus dones cuando pecamos a fin de que nuestro espíritu se alce con la esperanza del favor divino. Pues no puede desechar a uno que se ha arrepentido; a quien, mientras peca, le incita con sus beneficios a que retorne a él.

2. La nobleza del hombre no depende del poder humano. Pues, si no fuese Dios quien realiza en nosotros el esplendor de la buena obra, ¿por qué se afirma por boca del profeta: “Su obra es esplendor y magnificencia”? (Sal 110,3). Por él, en efecto, en virtud de su gracia preveniente, se nos concede a nosotros toda suerte de bienes, ya que no hemos practicado obra buena alguna por la que merezcamos recibir el brillo de la fe.


3. El progreso del hombre es un don de Dios. Y nadie puede mejorarse por sí mismo, sino con la ayuda de Dios. Pues tampoco posee el hombre bien alguno propio, ni está en su poder enderezar sus pasos, según atestigua el profeta: “Bien sé, Señor, que no está en la mano del hombre trazarse su camino; que no es dueño el hombre de caminar ni de dirigir sus pasos” (Jer 10,23).


4. Deben saber los defensores del libro albedrío que no podrán aventajarse en el bien con su propio valer de no ser sostenidos con la ayuda de la gracia divina. De ahí que el Señor diga por el profeta: “Tu ruina, Israel, procede de ti; solo en mí hallarás la ayuda” (Os 13,9). Como si dijera: si pereces, es por tu culpa; si te salvas, es por mi ayuda.



5. La gracia celeste no halla mérito en el hombre para venir a él, pero lo causa después que ha llegado; y así, al comunicarse a un alma indigna, produce en ella el mérito que ha de remunerar [Dios], quien antes solo había encontrado materia de castigo. Porque ¿qué méritos tuvo aquel ladrón que de las fauces del diablo subió a la cruz, y de la cruz entró en el paraíso? Él, ciertamente, era un reo y llegó manchado con la sangre del hermano; mas, por efecto de la gracia divina, se arrepintió en la cruz. Hemos de saber, pues, que en las obras hechas con rectitud, por un lado, influye nuestra justicia y, por otro, la gracia de Dios, supuesto que la merezcamos, ya que esta corresponde a Dios, que la otorga, y al hombre, que la recibe. Como decimos también pan nuestro al que, no obstante, esperamos recibir de Dios.


6. No a todos se reparte la gracia espiritual, sino sólo a los escogidos se concede. Porque la fe no es patrimonio de todos, y, aunque la reciban muchísimos, sin embargo, no consiguen éstos el fruto de la fe.


7. En la distribución de los dones, cada uno recibe gracias diversas de Dios; sin embargo, no se le conceden todas a uno solo, a fin de que sirva de estímulo de humildad lo que uno admira en el otro. En efecto, con la visión de Ezequiel (cf. 1,5-9), donde las alas de los seres vivientes baten unas a las otras, se indican las virtudes de los santos, que mutuamente rivalizan en el afecto y que a la vez se instruyen con ejemplos recíprocos".

(San Isidoro, Sentencias II, c. 5, 1-7)

viernes, 8 de octubre de 2010

Palabras sobre la santidad

Me gustaron mucho las palabras que Don Juan José Asenjo, Arzobispo de Sevilla, pronunció al final de la Beatificación de M. María de la Purísima, en Sevilla, el 18 de septiembre pasado.


¿Qué es la santidad? Porque a ella estamos llamados.
¿Qué es ser santo? Porque esa es nuestra vocación verdadera.
¿Acaso es posible la santidad hoy?

"Ella [Beata María Purísima] nos dice que también hoy, en un tiempo cercano al que a ella le tocó vivir, es posible responder a la palabra de Jesús: "Sed santos, como el Padre celestial es santo" (Mt 5,48). 
En realidad, esta es la primera necesidad de la Iglesia y del mundo en esta hora. 

Para poder anunciar con autenticidad el Evangelio, 
la Iglesia de hoy tiene necesidad de una nueva floración de santos, 
santos capaces de traducir con sus vidas en el momento presente la vida y las palabras de Jesús; 
santos capaces de hacer sentir a Cristo como nuestro contemporáneo y no como un recuerdo del pasado;
santos en cuyo rostro se haga epifanía del rostro de Cristo resucitado; 
santos en los que sopla y habla el Espíritu Santo con dulzura y fuerza al mismo tiempo; 
santos en los que los hombres puedan vislumbrar el tesoro de la gracia que es Cristo custodiado por la Iglesia".

jueves, 7 de octubre de 2010

"De los fieles": sentido de la oración universal (II)

Vayamos a las definiciones porque nos dan el sentido de las cosas. En la Introducción General del Misal Romano se nos explica esta oración universal: 
 
“En la oración universal, u oración de los fieles, el pueblo responde en cierto modo a la Palabra de Dios recibida en la fe y, ejercitando el oficio de su sacerdocio bautismal, ofrece súplicas a Dios por la salvación de todos. Conviene que esta oración se haga de ordinario en las Misas con participación del pueblo, de tal manera que se hagan súplicas por la santa Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren diversas necesidades y por todos los hombres y por la salvación de todo el mundo” (n. 69).

Y unas Orientaciones pastorales de la Comisión Episcopal de Liturgia (que están al principio del libro “La oración de los fieles” y que es un subsidio litúrgico presente en cualquier parroquia) desarrolla más aún el sentido y el valor de esta Oración universal:

“Se da el nombre de Oración universal o de Oración de los fieles a la súplica o intercesión que la asamblea de los fieles dirige a Dios, después de la invitación hecha por el ministro idóneo, para pedir principalmente por las necesidades de la Iglesia y de todo el mundo. Mediante esta súplica el pueblo ejercitando su oficio sacerdotal, ruega por todos los hombres, de modo que, completando en sí mismo los frutos de la liturgia de la Palabra, pueda hacer más adecuadamente el paso a la liturgia eucarística.

La Oración universal tiene su puesto en la Misa y en otras acciones litúrgicas, y también en los ejercicios piadosos. Al realizarla, la Iglesia reunida expresa su fe en la comunión de los Santos y en su vocación universal como intercesora en favor de todos los hombres. El pueblo de Dios ejerce su sacerdocio real de manera eminente al participar en los sacramentos, pero también cuando realiza esta oración. De suyo, esta plegaria pertenece solamente a los fieles, no a los catecúmenos. Los neófitos han de participar en ella de manera activa, una vez que han alcanzado la dignidad del sacerdocio real” (n. 1).

miércoles, 6 de octubre de 2010

¿Qué es la teología?

El ejercicio de la teología, el verdadero "hacer teología" implica:
  • el uso de la razón/inteligencia
  • la fe que busca entender el Misterio
  • la amorosa contemplación y adoración de lo que se reflexiona
  • la búsqueda -y esto es pastoral- de transmitir la Verdad y dar razón de la esperanza cristiana al hombre de hoy.
"Preguntemos primero qué es teología.

La primera respuesta nos llega desde la historia de la cultura, y nos dice que la teología es un fenómeno específicamente cristiano, proveniente de la estructura peculiar del acto de fe, tal como se entiende en el cristianismo. La evolución personal experimentada por la cultura europea en el conjunto de las culturas mundiales, y la posición propia que ha tomado en este contexto, están estrechamente ligadas a las estructuras de que hablábamos.

Concretando más, la teología resulta necesariamente de la fusión de la fe bíblica con la racionalidad griega sobre la que se basa el cristianismo histórico ya desde el mismo Nuevo Testamento. Cuando el evangelio de Juan define a Cristo como el Logos, da muestra evidente de lo que decimos. Este texto pone de relieve la convicción de que en la fe cristiana se manifiesta lo racional, más aún, la misma razón fundamental. 

Esto significa que el fondo mismo del ser es razón y que la razón no es un subproducto fortuito del océano de lo irracional, del que procederían todas las cosas. 

Así, pues, el acto fundamental cristiano encierra esta doble afirmación:

1. En la fe cristiana se manifiesta la razón. La fe, precisamente en cuanto fe, postula la razón.

2. La razón se manifiesta mediante la fe cristiana; la razón presupone la fe como su acto vital"

(Ratzinger, Iglesia, ecumenismo y política, p. 169s).

Por tanto,

-la teología no se dedica a un mito, ni es irracional, como un acercamiento a la superstición (que dirían algunos filósofos de ayer y de hoy)

-la teología manifiesta el poder, la capacidad y el deber de la razón de pensar

-la razón se manifiesta en la fe que la plenifica.

En un lenguaje muy simplista, se podría decir que para hacer teología:
  • hay que pensar, dedicar mucho tiempo a la reflexión
  • hay que leer muchísimo (no se sabe teología con leer a un solo autor, o con leer solamente un manual)
  • hay que rezar lo que se lee, pensarlo, cotejarlo y luego ir a Cristo y orar ante su Misterio.

martes, 5 de octubre de 2010

Oración de los fieles, ¡que sea de los fieles no de los lectores! (I)

Llevo tiempo con ganas de escribir sobre la Oración de los fieles, llamada también Oración universal. Las confusiones son tales, y los abusos tan llamativos, que hay que iluminar y poner orden: basta comprobar, por ejemplo, la mala realización de esta Oración de los fieles en una novena, en una Confirmación, en unas Primeras comuniones o en cualquier Misa que tenga carácter especial.

La Oración de los fieles es la intercesión que hacen los bautizados (los fieles cristianos), a propuesta del diácono que indica la intención por la que orar. Es decir, el diácono señala el motivo de oración a todos los presentes y entonces los fieles oran juntos por esa intención: “Señor, escucha y ten piedad”, “Te rogamos, óyenos”, “Escúchanos, Señor”, “Kyrie, éleison”. Esto es oración de los fieles porque, en primer lugar, la hacen todos los fieles (no un lector) y, en segundo lugar, porque se dirigen directamente a Dios. Esa respuesta de todos es la verdadera Oración de los fieles.

“De los fieles”:

Vayamos a las definiciones porque nos dan el sentido de las cosas. En la Introducción General del Misal Romano se nos explica esta oración universal: “En la oración universal, u oración de los fieles, el pueblo responde en cierto modo a la Palabra de Dios recibida en la fe y, ejercitando el oficio de su sacerdocio bautismal, ofrece súplicas a Dios por la salvación de todos. Conviene que esta oración se haga de ordinario en las Misas con participación del pueblo, de tal manera que se hagan súplicas por la santa Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren diversas necesidades y por todos los hombres y por la salvación de todo el mundo” (n. 69).

Y unas Orientaciones pastorales de la Comisión Episcopal de Liturgia (que están al principio del libro “La oración de los fieles” y que es un subsidio litúrgico presente en cualquier parroquia) desarrolla más aún el sentido y el valor de esta Oración universal:

lunes, 4 de octubre de 2010

Religión, razón y fe

El título de este artículo-catequesis ya puede poner nervioso a más de uno. Se piensa que lo de "la razón" poco tiene que ver con la religión y la fe. La modernidad y la post-modernidad se han encargado de presentar el divorcio siguiente:

-La "religión" es un sistema de culto ante la Deidad. Nada más y ahí debe permanecer.

-La fe es un sentimiento, una emoción, y pertenece al campo de lo afectivo, del instinto y de lo irracional; por tanto, debe ser íntimo y privado. (Todo muy estético, devocional, sensible... pero nada más).

-La razón es el gran instrumento "sin límites" y su principal herramienta, la ciencia. Todo lo que diga la ciencia y todo lo que puede hacer, se considera irrefutable, al margen del Bien y de la Verdad. La Ilustración quería una razón desarrollada que ya no necesitase la fe: es una razón autosuficiente que acaba enferma de sí misma (hoy se habla de "pensamiento débil").

Esta división de la modernidad la hemos interiorizado más de lo que pensamos. Sin embargo, razón y fe van unidas siempre en admirable equilibrio. La fe no es irracional sino razonable; la razón se purifica y "piensa mejor" que diría Pascal, cuando la fe la va elevando.

Uno de los discursos de Benedicto XVI explicaba así cómo la fe, por ser razonable, entra en el ámbito del Bien común, de los foros sociales, de la política.

"Su papel [de la religión] consiste más bien en ayudar a purificar e iluminar la aplicación de la razón al descubrimiento de principios morales objetivos. Este papel “corrector” de la religión respecto a la razón no siempre ha sido bienvenido, en parte debido a expresiones deformadas de la religión, tales como el sectarismo y el fundamentalismo, que pueden ser percibidas como generadoras de serios problemas sociales. Y a su vez, dichas distorsiones de la religión surgen cuando se presta una atención insuficiente al papel purificador y vertebrador de la razón respecto a la religión. Se trata de un proceso en doble sentido. Sin la ayuda correctora de la religión, la razón puede ser también presa de distorsiones, como cuando es manipulada por las ideologías o se aplica de forma parcial en detrimento de la consideración plena de la dignidad de la persona humana. Después de todo, dicho abuso de la razón fue lo que provocó la trata de esclavos en primer lugar y otros muchos males sociales, en particular la difusión de las ideologías totalitarias del siglo XX. Por eso deseo indicar que el mundo de la razón y el mundo de la fe —el mundo de la racionalidad secular y el mundo de las creencias religiosas— necesitan uno de otro y no deberían tener miedo de entablar un diálogo profundo y continuo, por el bien de nuestra civilización

domingo, 3 de octubre de 2010

Eucaristía e Iglesia (De Lubac)

La Eucaristía es el corazón de la Iglesia, sin lugar a dudas. El gran teólogo De Lubac en una obra memorable (que todos deberíamos leer muchas veces "Meditación sobre la Iglesia", en Encuentro Ediciones) expone sus mutuas relaciones. Dice él:

“Dos son los hechos que deben ocupar ahora nuestra atención: la relación que establece San Pablo entre la doctrina de la Iglesia y la de la Eucaristía, y esta añadidura, relativamente tardía, del epíteto “místico” a la expresión paulina de “Cuerpo de Cristo”. Hay una estrecha vinculación entre ambos. Su examen nos va a introducir hasta el mismo corazón del misterio de la Iglesia.

En la antigüedad cristiana se hablaba frecuentemente de un “cuerpo espiritual” o de un “gran cuerpo” de Cristo: de un “cuerpo completo”, de un cuerpo “universal” o “común”, de un cuerpo “verdadero y perfecto”, del cual Cristo es la “Cabeza mística” y los cristianos son los “miembros místicos”. También se hablaba de la asamblea de los Bienaventurados como de una “Iglesia mística”, o del “misterio del Cuerpo de Cristo”, o de la “unión mística” de los fieles dentro del Cuerpo de Cristo. Con todo, solamente hacia la mitad de la Edad Media (segunda mitad del siglo XII) fue cuando este Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, comenzó a llamarse también “místico”. En los siglos anteriores, la Eucaristía recibía esta denominación. Pero, a partir de entonces, este mismo epíteto servirá para distinguir a la Iglesia de la Eucaristía, como también de Cristo en su vida terrena o gloriosa.

Ordinariamente no se daba a este epíteto una significación precisa y exacta. ¿No bastaba, en efecto, con observar que “místico” se emplea aquí en oposición a “natural”? El “cuerpo místico” es aquel organismo sobrenatural que hay que concebirlo según la imagen de un cuerpo natural, pero al mismo tiempo, en contraposición a él” (De Lubac, Meditación sobre la Iglesia, cap. IV).