jueves, 30 de septiembre de 2010

Un laicado activo en la Iglesia para el mundo

Era lo que se promovió durante el siglo XX y el Concilio Vaticano II asumió y alentó: un laicado activo. Forma parte de la Iglesia, ¡es Iglesia!, y no puede estar adormecido, impasible, inerte, sino vivo y activo.

Es Iglesia el laicado, pero no para vivir encerrados en las sacristías y despachos parroquiales, sino para estar en el mundo, evangelizando el mundo, la sociedad y la cultura. Se parte del núcleo familiar, Iglesia doméstica, donde se recibe la tradición de la fe y se transmite, y se amplía a los deberes profesionales y de estado, pasando por la cultura, la política, la economía, el arte, las ciencias, el pensamiento... ¡Un laicado para el mundo!

Primero, la clara conciencia que el laicado debe poseer de sí mismo. ¡Qué difícil despertar ese sentido de Iglesia y misión!

Segundo, una robusta vida espiritual sin la cual nada se sostiene y se corre el riesgo de estar en el mundo a la intemperie, expuestos a todo, porque falla el cimiento de la vida interior.
Tercero, la formación que ilumina la inteligencia para decir palabras certeras y dar razón de la esperanza cristiana a este mundo que ni espera ni cree necesitar nada (hemos hablado mucho de formación: este blog quiere responder a esa necesidad cuando a veces no se puede encontrar de otras maneras, o también, para suplir y completar la formación ya recibida).

Cuarto, el respaldo y el apoyo de la comunidad cristiana que, como un corazón, lanza un movimiento de diástole, enviando. Las parroquias y comunidades cristianas no pueden ser una "fábrica de Misas", una especie de "supermercado" de servicios litúrgicos ni tampoco su opuesto: un club de amiguetes que forman un refugio afectivo y cálido.

Las palabras de Benedicto XVI a este respecto deben marcar la pauta de trabajo y un convencimiento hondo:

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Enseñanza, Universidad, laicado (de nuevo, Newman)

En la Iglesia Católica la razón no es mirada con recelo, y quien la mire así es que no ha entendido nada. La gran valedora hoy de la razón es la Iglesia, porque confía en la capacidad racional dada por Dios al hombre para la búsqueda de la Verdad... mientras que el ambiente circundante -que se las da de intelectual, que pretenciosamente se hacen llamar "los hombres y mujeres de la cultura"- sospechan de la razón, la ven débil e incapaz de alcanzar nada sólido y prefieren instalarse en el relativismo (nada es Verdad, todo da igual) y el emotivismo (mover al hombre sólo por impulsos y sentimientos).


Si la Iglesia es valedora de la razón ante el "pensamiento débil" hijo de la secularización y de la postmodernidad, Newman es un ejemplo preclaro. Es la razón -el arte de pensar bien- lo que cuida él, y lo que quiere que se cuide al máximo en la vida de la Iglesia porque nos jugamos mucho. 

Newman, como buen intelectual (aunque ser intelectual hoy se mira como sospechoso, poco "pastoral"), traza líneas que hoy siguen siendo actuales: el cultivo de la enseñanza, de los colegios católicos, de la Universidad y del pensamiento. Son los lugares y ámbitos de la razón que genera pensamiento y configura el ser personal, a condición de una clarísima identidad católica (sin disimular, ni aguar la doctrina descafeinándola, disfrazándola de "valores" para no desentonar) y con alto nivel formativo. De ahí saldrá un laicado maduro, hecho, forjado; de ahí un laicado que puede hablar y responder a las objecciones del mundo; un laicado cuya razón ha sido moldeada para pensar y para contemplar.

Benedicto XVI lo expresaba así:

"El servicio concreto al que fue llamado el Beato John Henry incluía la aplicación entusiasta de su inteligencia y su prolífica pluma a muchas de las más urgentes “cuestiones del día”. Sus intuiciones sobre la relación entre fe y razón, sobre el lugar vital de la religión revelada en la sociedad civilizada, y sobre la necesidad de un educación esmerada y amplia fueron de gran importancia, no sólo para la Inglaterra victoriana. Hoy también siguen inspirando e iluminando a muchos en todo el mundo. Me gustaría rendir especial homenaje a su visión de la educación, que ha hecho tanto por formar el ethos que es la fuerza motriz de las escuelas y facultades católicas actuales. Firmemente contrario a cualquier enfoque reductivo o utilitarista, buscó lograr unas condiciones educativas en las que se unificara el esfuerzo intelectual, la disciplina moral y el compromiso religioso. El proyecto de fundar una Universidad Católica en Irlanda le brindó la oportunidad de desarrollar sus ideas al respecto, y la colección de discursos que publicó con el título La Idea de una Universidad sostiene un ideal mediante el cual todos los que están inmersos en la formación académica pueden seguir aprendiendo. 

martes, 28 de septiembre de 2010

La virtud de la esperanza (San Isidoro)

1. Los que no desisten de obrar el mal, con vana esperanza buscan el perdón de la misericordia divina, que debidamente tratarían de conseguir si abandonasen su mala conducta.

2. Es de temer en gran manera que, movidos por la esperanza del perdón que Dios ha prometido, continuemos pecando, o que desconfiemos del perdón, porque justamente castiga los pecados; más bien, soslayando ambos escollos, debemos apartarnos del mal y esperar el perdón de la divina misericordia. En efecto, todo justo resplandece por la esperanza y el temor, por cuanto ora la esperanza le dispone al gozo, ora el terror al infierno le impulsa al temor.


(S. Isidoro, Sentencias, II, c. 4).

lunes, 27 de septiembre de 2010

El altar (lugares litúrgicos)

El altar de la Nueva Alianza es la cruz del Señor, de la que manan los sacramentos del Misterio Pascual. Sobre el altar, que es el centro de la Iglesia, se hace presente el sacrificio de la cruz bajo los signos sacramentales. El altar es también la mesa del Señor, a la que el Pueblo de Dios es invitado. En algunas liturgias orientales, el altar es también símbolo del sepulcro (Cristo murió y resucitó verdaderamente) (Catecismo de la Iglesia, nº 1182)
    La mesa no debe ser alargada, sino más bien cuadrada o ligeramente rectangular, digna y elegante, de acuerdo con la forma tradicional... Conviene que la base del altar descanse sobre una grada, que ha de ser de tal extensión que rodee por igual todos los lados del altar y permite circular cómodamente sobre ella (SECRETARIADO NACIONAL DE LITURGIA, Ambientación y arte en el lugar de la celebración, 1987, nº 12).

    El altar es la mesa, la mesa del Señor en la casa de Dios. Ver el altar exclusivamente como "ara del sacrificio" es propio de todas las religiones; verlo también como "Mesa del Señor" es propio del cristianismo (el mantel es propio de la mesa donde se come, no del ara de sacrificios...). “El altar, en el que se hace presente el sacrificio de la cruz bajo los signos sacramentales, es, además, la mesa del Señor, para cuya participación es convocado en la Misa el pueblo de Dios; es también el centro de la acción de gracias que se realiza en la Eucaristía” (IGMR, n. 296). Así en el altar se verifica cómo el Sacramento de la Eucaristía es a la vez Sacrificio, Banquete pascual y Presencia real del Señor.

    En cuanto a las características del altar destaquemos:

    a) El altar debe ser y aparecer como una mesa santa.

    b) El altar debe estar separado de la pared y poder circundarlo, especialmente en la incensación.

    c) El altar debe ser el centro de atención de toda la asamblea. Su lugar más querido, está en el centro del presbiterio; más importante que cualquier imagen o cuadro...

    d) El altar debe ser único y dedicado sólo a Dios. Un solo altar (o, como mucho, uno para celebrar los días feriales).

    e) Sobre el altar no debe haber imágenes ni reliquias. Sí las reliquias al pie del altar, bajo el altar.

    f) El altar, consagrado, o al menos bendecido.

    g) El altar debe ser de piedra natural o de otra materia noble, porque significa a Cristo, piedra angular de la Iglesia.


domingo, 26 de septiembre de 2010

Oración (hispana) antes del sueño

¡Ven, Padre supremo,
a quien jamás ha visto nadie,
y Tú, Verbo del Padre, Cristo,
y Espíritu, de bondades lleno!

¡Oh esencia y poder único
de aquesta Trinidad,
Dios eterno salido de Dios,
Dios que de uno y otro procede!

Pasó el trabajo del día
y a la hora del reposo torna;
el sueño suave, por su parte,
desata los cansados miembros.

El alma, entre borrascas agitada
y herida de mil cuitas,
la copa del olvido bebe
por sus entrañas todas.

La fuerza del Leteo se desliza
por todo el cuerpo y no consiente
que el sentimiento del dolor difícil
embargue el corazón a los que sufren.

Por voluntad de Dios se dio esta ley
a los mortales miembros:
que el placer saludable del descanso
alivio traiga a sus trabajos.

Prudencio, Himno para antes del sueño, vv. 1- 24.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Democracia, grandeza y límites

La democracia es un sistema legítimo de organización social y política de un Estado. Mediante elecciones libres se eligen a los gobernantes. Es una gran ventaja: se supone que no estamos bajo el capricho arbitrario de nadie y los políticos buscan realmente el Bien común, basada en la Verdad, de la "Res publica", de los asuntos públicos.

Pero, siendo una grandeza, hay límites claros, o mejor decir "limitaciones". Porque hoy se entiende democracia no sólo como un sistema de organización política, sino como una forma de pensar, de vivir. 

 En función de este pensamiento erróneo, se piensa que es "democrático" el que todas las opiniones tienen el mismo valor. La Verdad se sustituye por los votos, por el consenso, por el común acuerdo: si se vota, y sale mayoría, entonces está bien lo que se haya aprobado, ya sea el aborto, ya sea la eutanasia, ya sea cualquier posible barbaridad... 

Se cree que lo democrático se convierte en igualitarismo y no en igualdad: se iguala por abajo, en lugar de procurar elevar y que sea valorado más quien más valga y lo demuestre; un reflejo de esto es el nivel cada vez más bajo en la enseñanza. La igualdad de oportunidades eleva, el igualitarismo va degradando.

Como es una "democracia", la autoridad que ordena se debilita: todo son derechos y nunca obligaciones. ¿Acaso ese concepto de democracia no rebaja la autoridad de los padres y de los educadores y los niños y jóvenes se convierten en pequeños tiranos?

Con esto, repito, quiero señalar los límites y la grandeza de la democracia. Y nos vamos al discurso de Benedicto XVI que parte de Santo Tomás Moro -conciencia y ley- y el sano concepto de democracia.

"Al hablarles en este histórico lugar, pienso en los innumerables hombres y mujeres que durante siglos han participado en los memorables acontecimientos vividos entre estos muros y que han determinado las vidas de muchas generaciones de británicos y de otras muchas personas. En particular, quisiera recordar la figura de Santo Tomás Moro, el gran erudito inglés y hombre de Estado, quien es admirado por creyentes y no creyentes por la integridad con la que fue fiel a su conciencia, incluso a costa de contrariar al soberano de quien era un “buen servidor”, pues eligió servir primero a Dios. El dilema que afrontó Moro en aquellos tiempos difíciles, la perenne cuestión de la relación entre lo que se debe al César y lo que se debe a Dios, me ofrece la oportunidad de reflexionar brevemente con ustedes sobre el lugar apropiado de las creencias religiosas en el proceso político.

viernes, 24 de septiembre de 2010

El mundo de la docencia: para profesores y maestros

Ahora que está empezando un nuevo curso escolar, con lo difícil que está el mundo educativo porque difícil es este mundo secularizado (sin interés, sin autoridad, nivel bajísimo en todo, etc.), los docentes deben armarse de una gran visión espiritual, de un sentido cristiano de su labor, para saber adónde deben llegar y animarse en su paciente trabajo.


De forma más especial aún, los colegios católicos con ideario católico: ¡deben ser tales, formando católicos, pues eso esperan los padres de ellos! Aquí se incluye la abnegada labor de muchos religiosos y religiosas consagrados a la enseñanza. Tienen en sus manos a muchísimos jóvenes y no es suficiente darles clases, y luego hablar de "valores", "tolerancia", "paz"... sino un aprendizaje de ser persona con sólidos principios católicos.

Los maestros y los religiosos de la enseñanza son educadores: esto es siempre algo más que la transmisión de unos contenidos prescritos por un programa con unos créditos y "objetivos". Es colaborar con Cristo en el desarrollo plenamente humano y sobrenatural de sus alumnos.

Prefiero dejar la palabra al Santo Padre. Orienta al profesorado a realizar cristianamente su docencia.

"A todos los hombres y mujeres que dedican sus vidas a enseñar a los jóvenes, deseo manifestarles mis sentimientos de profundo agradecimiento. Formáis a las nuevas generaciones no sólo en el conocimiento de la fe, sino en cada aspecto de lo que significa vivir como ciudadanos maduros y responsables en el mundo actual. 

Como sabéis, la tarea de un maestro no es sencillamente comunicar información o proporcionar capacitación en unas habilidades orientadas al beneficio económico de la sociedad; la educación no es y nunca debe considerarse como algo meramente utilitario. Se trata de la formación de la persona humana, preparándola para vivir en plenitud. En una palabra, se trata de impartir sabiduría. Y la verdadera sabiduría es inseparable del conocimiento del Creador, porque «en sus manos estamos nosotros y nuestras palabras y toda la prudencia y destreza de nuestras obras» (Sab 7,16)...

jueves, 23 de septiembre de 2010

La santidad para jóvenes estudiantes y universitarios

El lenguaje directo de Benedicto XVI es provocador: suscita una respuesta.

La llamada a la santidad es presentada para provocar una respuesta, la adhesión cordial a Cristo en su Iglesia, lanzándose a su amor, a la santidad, a lo más noble y verdadero y bello que es lo que busca el corazón humano.

¿Para qué dejarlo para mañana? La santidad es para hoy. También los jóvenes, quienes están en escuelas, institutos o Universidad: su vocación última es la santidad aunque no estén arropados por un ambiente cristiano, sino por un ambiente secularizado que desafía y reta constantemente. Pero la santidad se puede realizar en esos ámbitos académicos.

Aquí está el desafío. Y pienso en los universitarios católicos que conozco; espero que no se despisten sino que sean interpelados por este discurso.

"Y como tengo esta oportunidad, hay algo que deseo enormemente deciros. Espero que, entre quienes me escucháis hoy, esté alguno de los futuros santos del siglo XXI. Lo que Dios desea más de cada uno de vosotros es que seáis santos. Él os ama mucho más de lo jamás podríais imaginar y quiere lo mejor para vosotros. Y, sin duda, lo mejor para vosotros es que crezcáis en santidad.

Quizás alguno de vosotros nunca antes pensó esto. Quizás, alguno opina que la santidad no es para él. Dejad que me explique. Cuando somos jóvenes, solemos pensar en personas a las que respetamos, admiramos y como las que nos gustaría ser. Puede que sea alguien que encontramos en nuestra vida diaria y a quien tenemos una gran estima. O puede que sea alguien famoso. Vivimos en una cultura de la fama, y a menudo se alienta a los jóvenes a modelarse según las figuras del mundo del deporte o del entretenimiento. Os pregunto: ¿Cuáles son las cualidades que veis en otros y que más os gustarían para vosotros? ¿Qué tipo de persona os gustaría ser de verdad?

Cuando os invito a ser santos, os pido que no os conforméis con ser de segunda fila. Os pido que no persigáis una meta limitada y que ignoréis las demás. Tener dinero posibilita ser generoso y hacer el bien en el mundo, pero, por sí mismo, no es suficiente para haceros felices. Estar altamente cualificado en determinada actividad o profesión es bueno, pero esto no os llenará de satisfacción a menos que aspiremos a algo más grande aún. Llegar a la fama, no nos hace felices. La felicidad es algo que todos quieren, pero una de las mayores tragedias de este mundo es que muchísima gente jamás la encuentra, porque la busca en los lugares equivocados. La clave para esto es muy sencilla: la verdadera felicidad se encuentra en Dios. Necesitamos tener el valor de poner nuestras esperanzas más profundas solamente en Dios, no en el dinero, la carrera, el éxito mundano o en nuestras relaciones personales, sino en Dios. Sólo él puede satisfacer las necesidades más profundas de nuestro corazón.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Distintas formas de catequizar a los adultos

    Hay situaciones y circunstancias que exigen particulares formas de catequesis:
          a) La catequesis de iniciación cristiana, según el Ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos, paradigma de toda catequesis.
 
          b) Catequesis siguiendo el año litúrgico, en sus formas tradicionales, o en la forma extraordinaria de misiones populares.

          c) Catequesis perfectiva, aquella encaminada a quienes tienen una tarea de formación en la comunidad: catequistas, servidores en alguna tarea litúrgica, los que organizan el apostolado laical...

          d) Catequesis ocasionales: matrimonio, bautismo de hijos, sacramentos de iniciación cristiana, momentos especiales para los jóvenes, en la enfermedad, etc... "son circunstancias en las que las personas se sienten más movidas que nunca a preguntarse por el verdadero sentido de la vida".

            e) Catequesis con ocasión de circunstancias particulares: entrada en el mundo del trabajo, servicio militar, emigración... "Son cambios que pueden generar enriquecimientos interiores, pero también confusión y pérdida de orientación, por lo que se necesita la luz y la ayuda de la Palabra de Dios".

             f) Catequesis referida al uso cristiano del tiempo libre, en vacaciones y viajes de turismo.
             g) Catequesis que hay que hacer con ocasión de acontecimientos particulares que afectan a la vida de la Iglesia y de la sociedad. La Misa crismal, encuentros diocesanos, peregrinaciones, la visita ad limina, un Sínodo diocesano...

Todas estas formas son complementarias, interaccionadas, mutuamente se reclaman según las diversas circunstancias y evolución espiritual. "Estas y otras formas particulares de catequesis no disminuyen en manera alguna la necesidad de instituir para todos los adultos procesos sistemáticas, orgánicos y permanentes de catequesis que toda comunidad eclesial debe garantizar" (DGC 176).

Pero de forma permanente, y de manera más sistemática, señalaría tres modos de formación permanente que exigen, desde luego, una dedicación muy intensa de los sacerdotes para prepararlas:

  1. La catequesis de adultos, abierta a todos,
  2. La formación de catequistas (no es simplemente ver qué decimos en los grupos de catequesis de niños y jóvenes, o qué dinamica de grupo, o qué balance: estas reuniones necesarias pertenecen a un ámbito operativo)
  3. Los retiros parroquiales: una tarde al mes en la parroquia, con el Santísimo expuesto, una meditación o plática, oración personal, rezo de Vísperas...

martes, 21 de septiembre de 2010

Enseñanzas de Newman sobre la oración

Poco a poco, artículo tras artículo, vamos leyendo y considerando la doctrina y los discursos del Papa en este viaje a Inglaterra; muchos de ellos dedicados a Newman, figura que pienso hay que conocer, y me lo digo a mí mismo también mientras escribo.


En los primeros párrafos de la homilía de beatificación, el Papa señala a Newman, el gran pensador, el gran intelectual, como un hombre orante, un hombre amasado por la oración que iluminaba su trayectoria, su búsqueda y la profundización en sus descubrimientos.

"Inglaterra tiene un larga tradición de santos mártires, cuyo valiente testimonio ha sostenido e inspirado a la comunidad católica local durante siglos. Es justo y conveniente reconocer hoy la santidad de un confesor, un hijo de esta nación que, si bien no fue llamado a derramar la sangre por el Señor, jamás se cansó de dar un testimonio elocuente de Él a lo largo de una vida entregada al ministerio sacerdotal, y especialmente a predicar, enseñar y escribir. Es digno de formar parte de la larga hilera de santos y eruditos de estas islas, San Beda, Santa Hilda, San Aelred, el Beato Duns Scoto, por nombrar sólo a algunos. En el Beato John Newman, esta tradición de delicada erudición, profunda sabiduría humana y amor intenso por el Señor ha dado grandes frutos, como signo de la presencia constante del Espíritu Santo en el corazón del Pueblo de Dios, suscitando copiosos dones de santidad. 

El lema del Cardenal Newman, cor ad cor loquitur, el corazón habla al corazón”, nos da la perspectiva de su comprensión de la vida cristiana como una llamada a la santidad, experimentada como el deseo profundo del corazón humano de entrar en comunión íntima con el Corazón de Dios. Nos recuerda que la fidelidad a la oración nos va transformando gradualmente a semejanza de Dios. Como escribió en uno de sus muchos hermosos sermones, «el hábito de oración, la práctica de buscar a Dios y el mundo invisible en cada momento, en cada lugar, en cada emergencia –os digo que la oración tiene lo que se puede llamar un efecto natural en el alma, espiritualizándola y elevándola. Un hombre ya no es lo que era antes; gradualmente... se ve imbuido de una serie de ideas nuevas, y se ve impregnado de principios diferentes» (Sermones Parroquiales y Comunes, IV, 230-231). El Evangelio de hoy afirma que nadie puede servir a dos señores (cf. Lc 16,13), y el Beato John Henry, en sus enseñanzas sobre la oración, aclara cómo el fiel cristiano toma partido por servir a su único y verdadero Maestro, que pide sólo para sí nuestra devoción incondicional (cf. Mt 23,10). Newman nos ayuda a entender en qué consiste esto para nuestra vida cotidiana: nos dice que nuestro divino Maestro nos ha asignado una tarea específica a cada uno de nosotros, un “servicio concreto”, confiado de manera única a cada persona concreta: «Tengo mi misión», escribe, «soy un eslabón en una cadena, un vínculo de unión entre personas. No me ha creado para la nada. Haré el bien, haré su trabajo; seré un ángel de paz, un predicador de la verdad en el lugar que me es propio... si lo hago, me mantendré en sus mandamientos y le serviré a Él en mis quehaceres» (Meditación y Devoción, 301-2) (Homilía en la Beatificación de Newman, Birmingham, 19-septiembre-2010)

Recordemos que en la víspera, en la vigilia de oración, el Papa ya había afirmado:

lunes, 20 de septiembre de 2010

Cristo transforma e ilumina la vida

Cristo transforma e ilumina la vida. Sin Él, ¡no se entiende nada!

Sin Cristo la vida está disminuida, apagándose. Sobre todo, se hace pesada, sin sentido y se vuelve un absurdo.

Por eso, el anuncio de Cristo tiene mucho que ver con lo que somos realmente, con lo que sentimos, con lo que anhelamos, con lo que nos ilusionamos, con lo que trabajamos, con lo que esperamos, con lo que soñamos. Cristo tiene que ver que todo lo que cada uno es.

Y es que la fe es una vida entera, un dinamismo que transforma, un don que se recibe y da plenitud al hombre.

Las recientes palabras de Benedicto XVI a los jóvenes en Inglaterra poseen un toque profundamente sapiencial, son palabras de sabiduría que muestran la incidencia concreta que tiene Cristo en la vida.

"Finalmente, deseo dirigirme a vosotros, mis queridos jóvenes católicos de Escocia. Os apremio a llevar una vida digna de nuestro Señor (cf. Ef 4,1) y de vosotros mismos. Hay muchas tentaciones que debéis afrontar cada día -droga, dinero, sexo, pornografía, alcohol- y que el mundo os dice que os darán felicidad, cuando, en verdad, estas cosas son destructivas y crean división. Sólo una cosa permanece: el amor personal de Jesús por cada uno de vosotros. Buscadlo, conocedlo y amadlo, y él os liberará de la esclavitud de la existencia deslumbrante, pero superficial, que propone frecuentemente la sociedad actual. Dejad de lado todo lo que es indigno y descubrid vuestra propia dignidad como hijos de Dios. En el evangelio de hoy, Jesús nos pide que oremos por las vocaciones: elevo mi súplica para que muchos de vosotros conozcáis y améis a Jesús y, a través de este encuentro, os dediquéis por completo a Dios, especialmente aquellos de vosotros que habéis sido llamados al sacerdocio o a la vida religiosa. Éste es el desafío que el Señor os dirige hoy: la Iglesia ahora os pertenece a vosotros" (Benedicto XVI, Homilía en el Bellahoustan Park de Glasgow, 16-septiembre-2010).

¿Qué es lo que permanece en la vida? ¡Sólo el amor personal en Jesús!

¿Qué es lo que realmente sostiene la vida? ¡El amor personal de Jesús!


Pero, ¿qué hemos de anunciar y mostrar? ¿Los valores, la solidaridad, el compromiso, el ecologismo? Se trata de mostrar y llevar a que todos vivan el amor personal de Jesús.

¿No habremos vaciado nuestro lenguaje cristiano con categorías falsas, políticamente correctas, tales como "compromiso", "educar en valores", "tolerancia"... en lugar del lenguaje cristiano? ¿Se transmite una experiencia cristiana (¡el amor personal de Jesús!) o simplemente una educación secularizada?

Repitamos: ¡sólo el amor personal de Jesús! Eso es lo que llena la vida. Esa es la gran oferta. Y este es el lenguaje, existencial, claro, del Papa que interpela a la experiencia de cada joven, de cada hombre.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Presencia de Dios entre los hombres (II)

Pero aquí hay paz, aquí el trono del Cordero en la tierra,
el atrio sagrado del cielo.
Y ningún espíritu creado puede comprender

lo que tu presencia llena de gracia,
obra de maravillas para la eternidad
en los corazones, convertidos en templos para ti;
aquí obras fuera de la vista de todo el mundo

lo que un día harás cuando renueves la faz de la tierra.


En el silencio de la tienda, oculto a la mirada del hombre,

sostienes tú el mundo en tu mano,

y a sus tormentas has puesto medida y meta.

Pero viene un día, entonces se abren las puertas,
sale el rey a bendecir a su país.

Los luminosos grupos de hijos esparcen flores en el camino

y entonan felices cantos de júbilo.

Cuando, después, los sonidos de campanas resuenan a lo lejos

la muchedumbre se arrodilla en silencio

para recibir la bendición de su Dios,

¿no va, pues, invisible tu ángel a través de las columnas

que se hallan admirando en los bordes de caminos
y pone aquí y allí sobre la frente
la señal, que le libra de la perdición?

Todavía no se imaginan, pero caerán las vendas,

cuando un día se desate el combate final
y tus fieles
testigos permanezcan a tu lado hasta la muerte.


¿Cuándo, Señor, cuándo será ese día?

Mi Señor y mi Dios, escondido bajo la forma de pan,

¿cuándo te manifestarás en tu gloria?
En dolores de parto se halla el mundo,

la esposa aguarda:

¡Ven pronto!
(Edith Stein, Tabernaculum Dei cum hominibus, 25-mayo-1937,
en Obras completas, vol. 5, Burgos 2004, p. 777).

sábado, 18 de septiembre de 2010

Ante la dictadura del relativismo, respuestas claras

Los discursos del papa Benedicto XVI son luminosos, muy sencillos en la forma facilitando la comprensión, pero al mismo tiempo, y es un don, claros y profundos. Es el estilo de un verdadero maestro.


En este viaje que está realizando a Inglaterra, ha pronunciado uno de esos párrafos que se convierten en antológicos. Se refiere a la dictadura del relativismo, un término acuñado por él, para expresar la realidad cultural en la que estamos inmersos y que se filtra por todas las rendijas generando una mentalidad perniciosa.

Leamos primero sus palabras:

"La evangelización de la cultura es de especial importancia en nuestro tiempo, cuando la "dictadura del relativismo" amenaza con oscurecer la verdad inmutable sobre la naturaleza del hombre, sobre su destino y su bien último. Hoy en día, algunos buscan excluir de la esfera pública las creencias religiosas, relegarlas a lo privado, objetando que son una amenaza para la igualdad y la libertad. Sin embargo, la religión es en realidad garantía de auténtica libertad y respeto, que nos mueve a ver a cada persona como un hermano o hermana. Por este motivo, os invito particularmente a vosotros, fieles laicos, en virtud de vuestra vocación y misión bautismal, a ser no sólo ejemplo de fe en público, sino también a plantear en el foro público los argumentos promovidos por la sabiduría y la visión de la fe. La sociedad actual necesita voces claras que propongan nuestro derecho a vivir, no en una selva de libertades autodestructivas y arbitrarias, sino en una sociedad que trabaje por el verdadero bienestar de sus ciudadanos y les ofrezca guía y protección en su debilidad y fragilidad. No tengáis miedo de ofrecer este servicio a vuestros hermanos y hermanas, y al futuro de vuestra amada nación" (Benedicto XVI, Homilía durante la celebración de la Misa en el Bellahouston Park de Galsgow, 16-septiembre-2010).
Vayamos por partes.

viernes, 17 de septiembre de 2010

El valor de los montes en la biblia

Los montes remiten siempre a lo hierofánico (manifestación de lo sagrado), a la revelación de Dios, como montañas sagradas donde se produce el encuentro fascinante del hombre con el Misterio. Las montañas poseen algo de misterioso y atractivo, ponen en contacto la tierra con el cielo en una línea vertical, en un entrecruzamiento que hace sumamente propicio la revelación teofánica mientras que abajo, en la ladera, está lo cotidiano, lo secular, lo profano; en palabras de Mircea Eliade: “En el centro del mundo está la “montaña sagrada”, el punto en que se unen el cielo y la tierra”” .

    En las Escrituras, este simbolismo teofánico está muy presente, y los montes atraviesan toda la Biblia como lugar de aparición-manifestación o actuación de Dios. Recordando sólo algunos: en el monte Moria, Abraham ofrece en sacrificio a Isaac; en el monte Sinaí, Dios hace alianza con su pueblo y le entrega el Decálogo; en el monte brilla Jerusalén a la cual hay que subir; en la montaña, en un pueblo pequeño, se manifiesta el Verbo en el seno de María a Isabel; en un monte, Jesús entrega la ley plena, el Sermón de las Bienaventuranzas, como nueva teofanía del Misterio; en el monte Tabor se transfigura Cristo mostrando su divinidad con la presencia de la Trinidad; en un monte, Calvario, se reconoce al Hijo de Dios en la gloria de la Cruz; en un monte de olivos, Cristo asciende al cielo y aparecen unos ángeles. ¡Con razón el salmista reconoce: “Levanto mis ojos a los montes, ¿de dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor que hizo el cielo y la tierra” (Sal 120) .

    “Entre todas las realidades geográficas cargadas de poder simbólico, ocupa un lugar eminente la montaña. Ésta toca el cielo y escalarla es un acto religioso. Constituye el primer santuario y el primer altar. Cabe imaginarla como el centro o el eje del mundo cuando, desde un pico culminante, se descubre un paisaje en el que se pierde la vista. En esa masa terrestre, en la montaña, parecen haberse dado cita todos los elementos... La mayor parte de las grandes civilizaciones se han sentido fascinadas por las montañas. Tanto mitos como leyendas, rituales y peregrinaciones, han deificado con frecuencia la montaña. La Biblia le ha dado la palabra para revelar el misterio del Altísimo, el único Señor de Israel” (DE COCAGNAC, Maurice, Los símbolos bíblicos. Léxico teológico, Bilbao 1994 (2ª ed.), p. 115).

jueves, 16 de septiembre de 2010

Caridad, virtud teologal (textos isidorianos)


1. Aunque algunos dan la impresión de participar en la fe y en las buenas obras, con todo, por estar faltos de la caridad del amor fraterno, no consiguen ningún aumento de virtud. Ya que, como dice el Apóstol, “si entregare mi cuerpo al fuego, mas no tuviere caridad, de nada me aprovecha” (1Cor 13,3).

2. Sin amor de caridad, por más que uno crea rectamente, no puede alcanzar la felicidad eterna, porque es tan grande la virtud de la caridad, que sin ella incluso el don de profecía y el martirio se valoran en nada.


3. Ningún premio vale por la caridad. En efecto, la caridad posee la primacía entre todas las virtudes. De ahí que el Apóstol llame a la caridad vínculo de perfección (cf. Col 3,14), por cuanto todas las virtudes quedan sujetas con este lazo.


4. El amor de Dios, en frase de Salomón, se compara a la muerte. “Firme como la muerte es el amor” (Cant 8,6); pues como la muerte separa con violencia el alma del cuerpo, así también el amor de Dios aparta eficazmente al hombre del amor mundano y carnal.

5. No ama a Dios quien desprecia sus mandamientos, pues tampoco amamos a un rey si tenemos aversión a sus leyes.


6. Con los varones santos hay que mantener la unidad en la caridad; y, en la medida en que uno se aparta del mundo, es preciso que se asocie a la compañía de los buenos.

7. La caridad consiste en el amor de Dios y del prójimo. Mas aquel conserva en su alma el amor de Dios que no se aparta del amor del prójimo. Quien se aparta de la comunidad fraterna queda privado de la participación del amor divino. No podrá amar a Dios quien sabemos falta en el amor al prójimo. Cristo es Dios y hombre. Por tanto, no ama a Cristo en su totalidad quien odia al hombre.


8. Corresponde a la discreción de los buenos no aborrecer a las personas, sino los pecados; y no desdeñar como falsas, antes bien aprobar las cosas bien dichas.


9. Los que son imperfectos en el amor de Dios deciden con frecuencia dominar los vicios; pero, abrumados por el peso de éstos, incurren de nuevo en aquellos defectos que desean eliminar.
(S. Isidoro, Sentencias II, c. 3).

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Algunas claves de Newman

Veamos, con palabras de Juan Pablo II, tres claves del pensamiento de Newman. Claro, no son las únicas, pero así podemos habituarnos a este gran hombre y lo que va a significar su pensamiento, ya que, a partir de ahora, seguro que se difunde más y se empiezan a recopilar en castellano todas sus obras hasta ahora publicadas parcialmente en distintas editoriales.


1. Lo primero que es su obediencia amorosa a Dios, lo cual quiere decir, para todos, que fue un buscador de la Verdad, que buscó a Dios y lo siguió por muchas dificultades que se le presentasen. La Verdad marcó la existencia de Newman, y Dios es la Verdad.

"Querría subrayar la inspiración que los estudiosos y los atentos lectores de Newman continúan obteniendo hoy de su peregrinación hacia la verdad. Vuestro simposio y otras celebraciones análogas durante el año centenario [del cardenalato], ofrecen la ocasión para una estima más profunda del carisma de Newman. Entre sus méritos, no es el último el que nos recuerda la necesidad de una disponibilidad interior a la obediencia amorosa de Dios, si la sociedad contemporánea quiere tener éxito en la búsqueda de la plena verdad que nos hace libres, del que tiene urgente necesidad y cuya necesidad conoce perfectamente.
    Desde el momento de su primera “gracia de conversión”, a la edad de quince años, Newman jamás perdió su sentido de la presencia de Dios y su respeto por la verdad revelada y su sed de santidad de vida. En el período en el que vivió, el ejemplo de su singular piedad e integridad era tenido en gran consideración en toda Inglaterra. Su reputación de hombre de profunda espiritualidad, como también de estudioso, ha sido uno de los principales motivos que han inspirado a los laicos ingleses a formular una petición al Papa León XIII, a fin de que incluyese en el Colegio Cardenalicio al fundador del Oratorio inglés (cf. Cartas y diarios de John Henry Newman, XXIX. Oxford, 1961 ss., pág. 85)".


2. Una segunda clave: el valor que Newman atribuye a la teología como verdadero pensamiento y de esta manera, la unión entre teología y ciencia, cuando ahora parece que "la verdad" de la ciencia es la verdad absoluta y la teología se reduce a pensamiento piadoso o sentimiento de fervor. Él habla al mundo, busca razones para la razón y así elabora una amplia teología.

"En el clima cultural contemporáneo, con particular referencia a Europa, existe una parte del pensamiento de Newman que merece una atención particular. Me refiero a la unidad que sostenía entre la teología y la ciencia, entre el mundo de la fe y el mundo de la razón. El proponía que el estudio no careciese de unidad, pero que estuviera fundado en una visión total. Por ello, concluía sus discursos ante la Universidad de Dublín con estas extraordinarias palabras: “Querría que el entendimiento se extendiera con la máxima libertad y que la religión gozase de una idéntica libertad, pero lo que yo defiendo es que deberían colocarse en el mismo puesto y ejemplarizarse en las mismas personas” (“Sermons Preach on Various Occasions”. Londres, 1904, pág. 13).
  

martes, 14 de septiembre de 2010

Sólo la cruz permanece

STAT CRUX, DUM VOLVITUR ORBIS (Mientras el mundo gira, la Cruz permanece).

Éste podría ser el resumen de la fiesta de hoy, la Santa Cruz. Mientras el mundo gira, la Cruz permanece. El mundo gira, cambia, modas y vientos de doctrina arremeten; revoluciones, cambios culturales, crisis de civilización: el mundo gira y a velocidad de vértigo. Técnica, ciencia: el mundo cambia. Parece que nada hay duradero, nada verdadero, nada estable. Sólo la Cruz permanece.

Al giro del mundo parecería corresponder el deseo de "modernizar" la Iglesia, pensando que así los hombres vendrán a ella; adaptar la Iglesia a los tiempos quitando aquello que las modas de hoy (que mañana ya han caducado) no soportan o les parece desfasado. Pero la Cruz permanece. La identidad del Misterio es siempre la misma y Dios permanece Fiel.

En la Cruz está la redención. Ahí está el gran signo del amor de Dios: en su Hijo entregado hasta la muerte y muerte de Cruz. Sólo hay que mirarlo a Él: el Señor crucificado nos habla de amor, nos entrega su amor, nos muestra su amor. 

No hay otro camino tampoco para nosotros: la cruz marca la vida cristiana. En la liturgia signamos nuestro cuerpo con la Cruz, desde nuestro propio bautismo, pasando por el sacramento de la Confirmación, la fórmula del perdón con la cruz en el Sacramento de la Penitencia, hasta las veces que nos signamos durante la Eucaristía (al inicio, en el Evangelio, en la bendición final) o al iniciar las distintas Horas del Oficio divino. Pero si nos signamos así, ¿a qué extrañarnos luego de la Cruz de la propia vida? De una manera u otra, la Cruz brilla en la vida: circunstancias adversas, enrevesadas, inesperadas, dolorosas; humillaciones o dificultades, incomprensiones o soledad; una enfermedad física, moral, psicológica o espiritual; situaciones difíciles por las que atravesar... En esa cruz personal nos unimos al Redentor. Su dificultad -llevar la cruz, ser crucificados con Cristo- conlleva siempre una gracia especial que es insensible, no la percibimos fácilmente, pero que realmente nos está sosteniendo.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Preparémonos para la beatificación de Newman

He de reconocer la talla gigantesca de Newman. Un clérigo anglicano del siglo XIX en Inglaterra, que por el estudio de los Padres en la cuestión del arrianismo, y buscando lo que en su momento se llamó la "Vía Media", acabó descubriendo la unidad de la Iglesia en el tiempo, desde los Padres hasta la Católica. Y se convirtió. Y tuvo que exponer las razones de su conversión en su "Apologia pro vita sua", maravillosa, y escribió "Gramática del Asentimiento. Desarrollo de la doctrina cristiana". Sus "Sermones parroquiales" son sencillos en el lenguaje, amplísimos, y con gran contenido doctrinal... Ya convertido, entró en el Oratorio, el Instituto de los filipenses. Y León XIII lo honró con el cardenalato.


Ahora todos dirán que conocen a Newman desde siempre y todos son expertos en él. Yo no. Lo he leído, claro que sí, pero no alcanzo a dominarlo. El pensamiento inglés (Newman, Chesterton, Lewis) no es el mío, yo me muevo mejor con teólogos y escritores franceses. Por eso, para prepararnos a Newman traigo a colación hoy y no sé si algún día más, algunos textos de Pablo VI y de Juan Pablo II sobre este cardenal. Son síntesis de cómo pensaba Newman, su estilo teológico.
 
"Es una verdad evidente que Newman, este genial precursor, recorrió de antemano muchos de los itinerarios en los cuales se encuentran profundamente comprometidos nuestros contemporáneos. Nadie duda de que “la lucidez de sus intuiciones y de sus enseñanzas proyectará sobre los problemas de la Iglesia de hoy una preciosa luz” (Telegrama al Congreso sobre Newman de 1964).

Profundos cambios actuales

    El profundo cambio que experimenta el mundo y la Iglesia, cuyos efectos percibimos cada día más, hace más útil todavía el contacto con este pensamiento profundamente arraigado en el campo de la fe y al mismo tiempo en íntima consonancia con los mejores deseos de la inteligencia y de la sensibilidad moderna. Aquél que, al igual que San Agustín, ha sabido de los sufrimientos que supone descubrir la plena verdad, nos recuerda oportunamente que la búsqueda de lo verdadero es para el espíritu humano una necesidad irrefrenable y que, “para encontrar la verdad, es indispensable buscarla con la máxima seriedad” (Sermones universitarios I, 8, traducción P. Renaudi, en textos sobre Newman, T. I, París, Desclée, 1955, p. 62).

Importancia de la acción de la gracia

    Confiando en la inteligencia del hombre y en la acción de la gracia que la penetra por dentro, él nos invita a profundizar con serenidad en la inteligencia de la fe, y a promover el desarrollo de las conciencias fortalecidas por el Espíritu Santo, en la fidelidad al Evangelio, a ejemplo de la Virgen María (cf. Ibíd., 15, 3, p. 328).
    Newman nos enseña también a captar lo invisible por medio de lo visible, porque “lo que nosotros vemos no es otra cosa que la capa exterior de un reino eterno; y es sobre este reino sobre el que fijamos los ojos de nuestra fe” (Sermones parroquiales y sencillez, IV, 13; Trad. A. Roucou-Barthelemuy, en “Pensamientos sobre la Iglesia”, París, Cerf, Unam Sanctam, 30, 1956, p. 20).

Adhesión libre y razonada al magisterio de la Iglesia

    Arraigada en el corazón del misterio de la existencia, variable como el cielo, cambiante como el viento, tumultuosa como el océano, la meditación penetrante de Newman le conduce poco a poco –un paso es suficiente para mí- hacia la dulce Luz –Luz bondadosa-, cuya claridad disipa equívocos e incertidumbre, y cuya certeza es fuente de serenidad para el espíritu y de paz para el corazón. Es bueno para nosotros oír que esta voz grande denuncia las fechorías de una crítica malévola y pretenciosa, que nos recuerda que todos “pueden ser engañados por apariencias o falsos razonamientos, influenciados por prejuicios, extraviados por una imaginación demasiado viva”, y que debemos “permanecer humildes en la convicción de que somos ignorantes, prudentes porque nos reconocemos falibles, dóciles porque deseamos verdaderamente instruirnos” (Sermones universitarios I, 13; Trad. Reanudin, op. cit., t. 66-67), en una adhesión libre y razonada al magisterio de la Iglesia: “La Iglesia es la madre de los grandes y de los pequeños, de los que dirigen y de los que obedecen” (Carta al P. Loyon, 24-noviembre-1870; en “Pensamientos sobre la Iglesia”, op. cit., 117).

domingo, 12 de septiembre de 2010

Presencia de Dios entre los hombres (I)


Tú dijiste: “Todo está cumplido”; e inclinaste la cabeza en silencio.
Había terminado tu peregrinación en la tierra,

a la derecha de tu Padre estaba el trono de la gloria

preparado desde el comienzo, y tú subiste a él.


Sin embargo, no te has separado de la tierra.

Con ella te desposaste para todos los tiempos,

desde que bajaste de las alturas del cielo
hasta lo más bajo.
Tú, buen Pastor, amabas ya a los tuyos

como nunca un corazón humano ha amado en la tierra,

y no quisiste dejar huérfanos a los hijos,

construiste en medio de ellas tu tienda

y es tu gozo permanecer aquí.


Así quedarás hasta el final de los tiempos:

tu sangre que has derramado para los tuyos abundantemente,
debe servirles la bebida de la vida,
y tú la ofreces cada nueva mañana.
Cada mañana el repicar de las campanas llama

por todas las calles e invita al banquete de bodas.


Los hombres se apresuran mudos y andan a prisa por los callejones,

el sonido alcanza sus oídos pero no su corazón.

Sólo un pequeño grupo de fieles corderitos escucha la voz del pastor.

Con alegría oculta siguen la llamada

a la tienda santa, a la mesa que has preparado.


sábado, 11 de septiembre de 2010

¡Ay, si quisiéramos!


No somos santos porque no queremos.
No avanzamos porque no nos lo proponemos radicalmente.
Jugamos con doble baraja, preferimos las medias tintas.
La radicalidad no es lo nuestro.


¡Sin embargo, si respondiéramos a la Gracia de Dios con firme voluntad veríamos maravillas en nuestro ser!


Sorprende la radicalidad con que la que el santo Hermano Rafael lo describe, y bien puede ser estímulo para darnos cuenta a qué alta vocación hemos sido llamados y cómo Dios espera que nuestra parte humana se ponga en movimiento para colaborar con la Gracia en nosotros.

n. 870. "La virtud..., Dios..., la vida interior, ¡qué difícil me parecía vivir eso! Ahora no es que yo tenga virtud, ni mis conocimientos de Dios y vida de espíritu estén, completamente claros, pero he visto que a eso se llega sin complicaciones, sin retorcimientos, sin aguda filosofía, sin dificultades técnicas. He visto que a Dios se llega precisamente por todo lo contrario. Se le llega a conocer por la simplicidad del corazón y por la sencillez. Un acto de amor no tiene ninguna dificultad... Lo verdaderamente difícil es el querer conocer a Dios escudriñando sus misterios.
Por lo primero llegamos a Dios, por lo segundo no.

Virtud..., ¡ah!, eso es para santos... Algo dificultoso de practicar. Sí, efectivamente..., pero para tener virtud no hace falta estudiar una carrera, ni dedicarse a profundos estudios... Basta el acto simple de querer; basta, a veces, la sencilla voluntad.


n. 871. ¿Por qué, pues, a veces no tenemos virtud? Porque no somos sencillos; porque nos complicamos nuestros deseos; porque todo lo queremos nos lo hace difícil nuestra poca voluntad, que se deja llevar de lo que agrada, de lo cómodo, de lo innecesario y, muchas veces, de las pasiones.
No tenemos virtud, no porque sea difícil, sino porque no queremos.

No tenemos paciencia..., porque no queremos.
No tenemos templanza..., porque no queremos.

No tenemos castidad, por lo mismo.

Si quisiéramos seríamos santos..., y es mucho más difícil ser ingeniero, que ser santo.
¡Si tuviéramos fe!"
(Santo Hermano Rafael, OC).

viernes, 10 de septiembre de 2010

La luz (matinal) del Señor


Que esta luz nos traiga
serenidad y a ella nos devuelva puros;
nada digamos falseado,
nada pensemos tenebroso.

Así discurra todo el día;
que no pequen la lengua mentirosa,
ni las manos, ni los lascivos ojos;
que no mancille falta alguna nuestro cuerpo.

Un vigilante Juez existe allá en la altura
que atentamente todo el día
nos mira y nuestros hechos considera
desde la luz primera hasta el ocaso.

Este es el testigo, éste es el árbitro,
éste escudriña cuanto concibe el alma humana,
cualquiera que ello sea;
nadie a este Juez engaña.

Prudencio, Himno de la mañana, vv. 97-112.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Los cometidos de la catequesis de adultos

La catequesis de adultos debe responder a las necesidades y problemas de nuestro tiempo, capacitando al adulto para saber dar razón de su esperanza; para ello hay que anunciar la Palabra de la Verdad en su integridad, autenticidad y de forma sistemática, desde la Tradición y la vida eclesial. Esto debe realizarse:
  • poniendo en un primer plano el anuncio de la salvación,
  • iluminando con su luz las dificultades, oscuridades, falsas interpretaciones, prejuicios y objecciones hoy presentes (se ridiculiza la fe, se desprecia y margina lo cristiano, reduciéndolo a instancia cultural sin incidencia real en la vida cotidiana),
  • mostrando las implicaciones y exigencias morales y espirituales
  • e introduciendo a la lectura creyente de las Escrituras y a la oración, tanto personal como litúrgica.
El Catecismo de la Iglesia Católica, y desde él, los catecismos de las Iglesias particulares, son herramientas de trabajo e instrumentos útiles y válidos para toda catequesis de adultos.

Siguiendo las tareas fundamentales de la catequesis, que ya se describieron en el Directorio (tercer capítulo de la I parte), se detallan unas tareas específicas para la catequesis de adultos (cf. DGC 175):

  • Promover la formación y la maduración de la vida en el Espíritu de Cristo resucitado con los medios adecuados: pedagogía sacramental, retiros parroquiales, Vigilias de oración y Liturgia de las Horas, dirección espiritual...
  • Educar para juzgar con objetividad los cambios socio-culturales de la sociedad a la luz de la fe, para que se puedan discernir los valores cristianos con sabiduría e inteligencia espiritual. Así pues, muchas noticias o acontecimientos de actualidad en algún momento de la catequesis de adultos deberán ser juzgados y discernidos con los criterios de la fe, para no acabar pensando con el "pensamiento único" que se nos quiere imponer...
  • Dar respuesta a los interrogantes espirituales y morales. Todo hombre busca la Verdad y la Belleza, peregrina, busca e interroga para saciar su sed más profunda. Son interrogantes sobre moral pública y social, las cuestiones sociales, la educación de las nuevas generaciones; son interrogantes de sentido, de fin y objeto de la vida misma... y los interrogantes o cuestiones más pequeñas de la vida eclesial que a veces no se saben dónde ni a quién presentar. Una buena señal de esta iluminación y respuesta será la satisfacción al salir de la catequesis de adultos, como la alegría del que ha descubierto por fin algo que no hallaba de ningún modo.


miércoles, 8 de septiembre de 2010

Natividad de María

Han pasado justo nueve meses de su Concepción Inmaculada: de un 8 de diciembre a hoy 8 de septiembre.

Nace la Virgen, lo mejor de nuestra humanidad; nace María, "gloria de Jerusalén y orgullo de nuestra raza". Así comienza lo más inmediato, los preparativos previos para la obra de la redención. Dios va a entrar en la historia en su Verbo que se va a hacer carne. Lo primero, preparar una digna morada para su Hijo.

La Iglesia entera y el pueblo cristiano celebra con júbilo este día: la Virgen Niña, recién nacida, alegra el corazón. Ella, la Virgen, la que será Madre del Redentor, nos ha nacido. Ella es la Aurora de la salvación.

Cuando llamamos a la Virgen “Aurora”, la estamos contemplando e invocando con un título que se refiere a la salvación y a la misma persona de Cristo. A Jesucristo se le llama “Sol que nace de lo alto” en el cántico del Benedictus que proclama Zacarías, padre de Juan Bautista, y que la liturgia entona cada mañana en Laudes. ¡Cristo es el Sol de justicia! ¿Por qué? Porque la noche expresa, con gran simbolismo, la situación del hombre y del pecado: es oscuridad, tiniebla, muerte. No se ve, no se sabe por dónde caminar. Se vive paralizado, aterrorizado. Pero Cristo es el Sol verdadero, “resplandor de la luz eterna, sol de justicia”: disipa las tinieblas, avanza y crece iluminando todo y llenándolo todo de alegría y de vida. El Sol de la mañana ahuyenta el terror de la noche, la angustia del enfermo que se acrecienta durante la noche. Todo es nuevo con el sol, todo es nuevo con Cristo, el verdadero Sol. La misma Escritura Santa, para anunciar la salvación que trae Cristo, pronuncia un precioso oráculo: “sobre ti, Jerusalén, amanecerá el Señor”.

    Pero en relación al Sol que nace de lo alto, Cristo, está su Madre bendita. Ella es la Aurora que precede al Sol, el alba matinal que ve iluminarse tenuamente el cielo y que poco a poco señala cómo en breve el Sol va a nacer. María es la Aurora que precede al Sol, María es la Madre que va por delante del Salvador.

    La Virgen María va, en cierto sentido, delante del Señor y por eso se la llama “Aurora”. Ella, por delante de Cristo, en previsión de los méritos redentores de Cristo, es Inmaculada y llena de gracia, señalando así cómo su Hijo es “todosanto”, santísimo y fuente de santidad, y va a santificar así a los hombres, creando un pueblo nuevo, de hombres redimidos, agraciados, perdonados.

    

martes, 7 de septiembre de 2010

Carta de edificación entre lágrimas

Me llamó esta mañana desde la clínica, la Abadesa del Monasterio de san Leandro comunicándome que Sor Virtudes, durante muchos años Abadesa, estaba en coma. A las 17 horas me avisan que ha fallecido. Más bien, diría yo, ha nacido a la vida del cielo. A mí se me ha roto el alma, sin conseguir llorar.

Sor Virtudes Rodríguez Toscano, 81 años.

Me llamó en el año 2000 para dar los Ejercicios al Monasterio, impulsada por mis monjas de la Encarnación que me conocen desde que estaba en el Seminario. Allí fue a san Leandro, y desde entonces, entre sor Virtudes y yo se estableció una corriente de mutua simpatía, de mutua comunión. ¡Cuánto trabajamos desde entonces juntos!

En la dirección espiritual, durante estos años, descubrí un alma sencillísima, que encarnaba el ideal de santa Teresita de Lisieux: las cosas pequeñas. Ella era una niña en las manos de Dios. Oraba, pero no sabía rezar; simplemente se ponía delante del Sagrario y amaba allí a Cristo, con breves palabras, ofreciéndose. Súmese a esto su amor, su verdadera pasión, por la liturgia y por el canto del Oficio divino en el coro que la nutría. En el locutorio para la dirección espiritual, la mirada siempre baja, le costaba hablar y abrir su alma, y jugueteaba entre sus dedos menudos con la correa de cuero agustiniana.

Una enfermedad cardiovascular, con problemas de riego sanguíneo cerebral la fue mermando sin perder ni la lucidez ni la conciencia. Dos años así hasta apagarse hoy. Se ofrecía al Señor una y otra vez. Cuando no podía más simplemente miraba al Corazón de Jesús en su celda. Y me quedo con la certeza de que al ofrecer esta enfermedad me incluía a mí.

No sólo en el plano personal trabajamos juntos; también caminamos juntos ayudando y sirviendo al Monasterio: tandas de Ejercicios, retiros, clases... para elevar el tono espiritual del Monasterio. La sonrisa dulce iba apareciendo en su rostro con más frecuencia. Había sido una mujer que había tenido que ser Abadesa y ella no se veía capaz. Su timidez la podía y ella luchaba por sobreponerse y saber regir el Monasterio. Ella simplemente quería no ser nada, una monja más que trabajase en el obrador y pudiese asistir a su coro, pero el Señor la eligió como Abadesa, probablemente uno de los grandes sacrificios de su vida, y se entregó a fondo. Sufrió, pero ese capítulo mejor pasarlo en silencio.

¿Qué más decir?

Sé que hoy en el Monasterio, las monjas se sienten más huérfanas, porque era Madre, auténticamente Madre. Y yo me quedo un poco más huérfano, sin uno de esos refuerzos espirituales tan necesarios. Me quedo más solo. Pero, conociendo su alma como la conozco, y purificada de sus faltas y pecados por la enfermedad, estará ya ante el trono del Señor, y allí estoy seguro de que para siempre intercederá por mí.

Quede como última anotación para todos el gran valor de la vida contemplativa en la Iglesia. No por oculta, menos necesaria; no por discreta, infecunda. En el silencio, en la oración asidua y en la generosa penitencia, la vida contemplativa está manteniendo la santidad de todo el Cuerpo de la Iglesia. Y en esta vida de clausura, hay mucha, mucha santidad oculta. Ojalá que nunca le falte a la Iglesia.

La revelación a Moisés: el valor de la montaña

La montaña domina toda la escena. Su simbolismo se impone, es patente: es lugar aislado y dificultoso, pues hay que subir entre rocas escarpadas. “Su carácter macizo, de altura que domina a la tierra de alrededor, la turbación que se experimenta al aventurarse hasta ella, la casi imposibilidad de subsistir allí largo tiempo, el hallarse cubierta de nubes, la caída frecuente del rayo..., todo concurre a hacer e la montaña un verdadera mundo aparte. Esas montañas eternas, esas colinas santas, de que habla con frecuencia la Biblia, son el lugar donde la tierra, como un gigante, se endereza, se eleva, se estira al encuentro del cielo. Sobre ella se fija irresistiblemente la mirada del hombre sobrecogido por la llamada de lo alto” (Champeaux, p. 202).

Nadie hay, sólo el hombre consigo mismo, su soledad sonora, sus pensamientos y sus emociones, su plegaria y su esfuerzo ascético: la soledad es sonora en este desierto, en esta montaña. Es la ascensión espiritual, la elevación necesaria para llegar a Dios, a la comunión con Él y con uno mismo. “El trascender la condición humana, ya penetrando en la zona sagrada (templo, altar), ya por la consagración ritual, ya por la muerte, se expresa concretamente por una “transición”, una “subida”, una “ascensión”” . El hombre que tiene sed de infinito, sed de Dios, debe elevarse por encima de las cosas mundanas, de los valles, de las honduras en las que él cae, y subir, subir siempre, porque allí encuentra la Presencia del Misterio que sostiene la vida y que responde al deseo más profundo inscrito en el corazón humano.

    Así pues hay dos matices destacables: la ascensión y el silencio del desierto. Referente a la ascensión, como progreso y elevación espiritual, comenta Orígenes: “Moisés, al ver que la zarza ardía sin consumirse, admirado por la visión, dijo: “Pasaré y veré esta visión”. No quería decir, ciertamente, que iba a franquear una cierta distancia, ni que iba a escalar montañas o a bajar las pendientes abruptas de los valles. La visión le era cercana, estaba delante de él, ante sus ojos. Sin embargo dice: “Pasaré”, para mostrar que, advertido por la visión celeste, debe ascender a una vida superior y pasar del estado en que se encontraba a uno mejor” (Hom. in Gen., XII,2) .

    Respecto al silencio del desierto, con lo que implica de ascesis del mundo interior, está implicado el combate con uno mismo y la escucha del Dios que se manifiesta: “El lugar del acontecimiento de Ex 3 es el desierto. Para Moisés, para Elías, para Jesús, ése es el emplazamiento de la vocación y de la preparación. Si no se sale del trajín cotidiano, si no se afronta la fuerza de la soledad, no se puede percibir a Dios. Si bajo el primer aspecto, a partir del marco histórico, tenemos que decir que el corazón codicioso, egoísta, no puede conocer a Dios, bajo este segundo aspecto podemos asegurar que el corazón ruidoso, aturdido, disperso, no puede encontrar a Dios” (Ratzinger, El Dios de los cristianos..., p. 20).

lunes, 6 de septiembre de 2010

Confidencias y síntesis espirituales

El papa Pablo VI, en una conversación con su secretario de lengua inglesa, trazó una síntesis personalísima de su espiritualidad personal, del centro constitutivo de su experiencia de Dios que es, al mismo tiempo, una logradísima síntesis del pensamiento y la experiencia de san Agustín.


Hago plenamente mías estas palabras y en grandísima medida reflejan algo muy personal para mí, forjado en las coordenadas agustinianas. Son palabras de Pablo VI con las que me siento identificado en mi recorrido vital. Y pueden ser iluminadoras para muchos.

"Todos -usted, yo, todos- necesitamos una base sólida sobre la cual levantar el edificio de una vida espiritual. En mi caso el fundamento se expresa en dos palabras, dos conceptos de san Agustín.

El gran misterio de Dios para mí siempre fue éste: que en mi miseria todavía me veo ante la misericordia de Dios; que no soy nada, soy un desdichado; y, sin embargo, Dios Padre me ama, quiere salvarme, desea arrancarme de esta miseria, algo que yo soy incapaz de hacer por mí mismo.

Y entonces el Padre envía a su Hijo, un Hijo que representa la compasión divina (misericordia), y que la convierte en un acto de amor a mí, un acto de entrega total al Padre, porque, pobre de mí, él también debe salvarme. Pero para llegar a esto se requiere una gracia espeical, la gracia de la conversión. Tengo que reconocer la acción de Dios Padre en su Hijo frente a mí. Una vez que yo reconozco eso, Dios puede actuar sobre mí a través de su Hijo: me otorga la gracia, la gracia del bautismo. Después de la gracia de renacer a la vida divina, mi propia vida se convierte en una tensión del amor, y Dios me atrae a su persona. Y la mano amante de Dios me impulsa hacia su misericordia, que me eleva cuando yo caigo; tengo que fijar mi mirada en él para sentirme atraído hacia la altura, otra vez.

domingo, 5 de septiembre de 2010

La preciosa oración colecta: "Señor, tú que te has dignado redimirnos..."

Señor, tú que te has dignado redimirnos y has querido hacernos hijos tuyos,
míranos siempre con amor de padre,
y haz que cuantos creemos en Cristo, tu Hijo,
alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo... (OC. Domingo XXIII del T. Ordinario; también del V de Pascua).



La experiencia personal cristiana de la salvación, mediante la liturgia, nos acerca hoy a uno de los grandes capítulos y ejes vertebradores de la dignidad bautismal: la libertad, la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Así hemos comenzado la liturgia de hoy al pedir en la oración colecta: "Haz que cuantos creemos en Cristo, tu Hijo, alcancemos la libertad verdadera" . ¿Pero, de qué libertad se trata? ¿Por qué caminos la obtendremos y qué uso haremos de ella? ¿Libertad de qué y para qué?

    Un valor absoluto, aspiración de pueblos y naciones, deseo íntimo y anhelo principal de la persona que quiere situarse y orientar su vida. Todos hablan de libertad y derechos, exigiéndola y reclamándola... pero, ¿de qué libertad se trata? La sociedad se ha impregnado de una filosofía utilitarista y pragmática, existencialista, que interpreta la libertad como autonomía autosuficiente del hombre: "puedo hacer lo que quiera, soy libre", mas sin tener en cuenta al otro; se toma pues, la libertad, como egoísmo, excusa y pretexto para pisotear y buscar sólo los intereses personales.

    La libertad cristiana no es esa. Ante todo es un don, un regalo gratuito que tiene su fuente y origen solamente en Dios, no en el hombre; éste, si quiere ser verdaderamente libre, debe ordenar su libertad hacia Dios. Desde su libertad, el hombre tiene capacidad para escoger el eje vertebrador de su existencia; la libertad es "decisión sobre sí y disposición de la propia vida a favor o en contra del Bien, a favor o en contra de la Verdad; en última instancia, a favor o en contra de Dios" (Veritatis Splendor, 65). Es desde esta libertad radical desde donde el hombre parte para llegar a Cristo y descubrir en Él, "el Camino, la Verdad y la Vida" para llegar al Padre.

    "Para ser libres nos ha liberado Cristo" (Gal 5,1). El pecado no tiene fuerza ya para esclavizarnos, porque ha sido destruido en la cruz gloriosa del Señor: en la cruz encontraremos el significado profundo, pleno y verdadero de la libertad que nace de la obediencia filial y del amor de Cristo al Padre, y que marca y orienta el horizonte de nuestra libertad. Y, por el don de la Pascua, injertados por Cristo en el Bautismo, hemos sido declarados y hechos realmente libres de toda esclavitud.

    En efecto, si queremos ser libres, desde la libertad de los hijos de Dios, tenemos que vivir desde la libertad en la obediencia al Padre que se expresa en el cumplimiento moral de los mandamientos; el Espíritu ha metido esta ley en nuestros corazones y es la voluntad primera de Dios respecto al hombre y principio de santidad. Es la ley de Dios. "Quien 'vive según la carne' siente la ley de Dios como un peso, más aún, como una negación o, de cualquier modo, como una restricción de la propia libertad. En cambio, quien está movido por el amor y 'vive según el Espíritu' y desea servir a los demás, encuentra en la ley de Dios el camino fundamental y necesario para practicar el amor libremente elegido y vivido" (Idem, n. 17).

    ¿En qué se traduce esta libertad? ¿De qué hemos sido librados por la Pascua del Señor?

    

sábado, 4 de septiembre de 2010

Lo que brota del silencio interior

Demasiado acostumbrados estamos a los ruidos, al bullicio; tan acostumbrados, que el silencio generalmente nos pone nerviosos y nos causa inquietud: tarareamos música o distraemos la imaginación de cualquier forma... Evitamos el silencio interior y exterior y caemos -el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra- en el activismo, en muchas cosas que hacer, muchas obras, mucha agenda, mucha...

Sin embargo el silencio es la condición básica para poder pronunciar algo coherente, verdadero, lleno de hondura. Las palabras que no brotan del silencio suelen ser palabras vacías e imprudentes; las palabras que nacen del silencio interior son mensuradas, prudentes, verdaderas. Sólo el silencio como hábito de vida puede dar esa profundidad y verdad a la conversación, para llegar a nacer vrdadero diálogo.

Igual ocurre con el pensamiento hoy. La razón humana, la inteligencia, requiere tiempo y silencio, un proceso de análisis, discernimiento y síntesis, para que el pensamiento se adecúe a la realidad. El silencio ayuda a pensar, el silencio favorece la reflexión, el silencio es la atmósfera normal de la interiorización y de la asimilación. Pero, si falta el silencio, el pensamiento se vuelve un pensamiento muy poco fundamentado, con muy poco peso, fácilmente refutable.

Por último, el silencio en la plegaria: no es vacío, nirvana, yoga o técnica oriental; el silencio en la plegaria es la degustación de la Presencia, el admirarse y saborear esa Presencia del Señor, es la premisa para escuchar la Palabra que Cristo dirige y adorar.

"Hay aquí un primer aspecto importante para nosotros: vivimos en una sociedad en la que cada espacio, cada momento parece que tenga que “llenarse” de iniciativas, de actividades, de sonidos; a menudo no hay tiempo siquiera para escuchar y dialogar. ¡Queridos hermanos y hermanas! No tengamos miedo de hacer silencio fuera y dentro de nosotros, si queremos ser capaces no sólo de percibir la voz de Dios, sino también la voz de quien está a nuestro lado, la voz de los demás" (Benedicto XVI, Hom. en Sulmona (Italia), 4-julio-2010).

El silencio ofrece la ocasión de que crezca nuestro mundo interior enriqueciéndose; el activismo y la palabrarería vana empobrecen el pensamiento, debilitan la forja de lo personal. La palabra pronunciada desde el silencio muestra la riqueza y hondura interior; la palabra sin el silencio evidencian la vaciedad de tantos que hablan sin pensar.