La
liturgia es también movimiento, y por tanto, dentro de ella, la procesión es un
movimiento expresivo, significativo. Siempre somos un pueblo en marcha, peregrino,
hacia Dios: “La Iglesia «va
peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios»
anunciando la cruz del Señor hasta que venga” (LG 8).
En
la liturgia se desarrollan distintas procesiones.
Procesiones
en la Misa
En
la Misa, cuatro procesiones distintas se desarrollan: procesión de entrada, la
del Evangelio, la de las ofrendas y la procesión de comunión.
En
procesión caminan los ministros al altar, precedidos por el incensario, la cruz
y los cirios y el Evangeliario en procesión, señalando la meta: el altar, el
encuentro con Dios, la dimensión peregrina de la Iglesia.
Procesión
llena de solemnidad es aquella en que mientras se canta el Aleluya, el diácono
porta el Evangeliario hasta el ambón acompañado de cirios e incienso humeante,
disponiendo así a todos los fieles a escuchar al Señor mismo por su Evangelio.
Con
cierto orden, no hay por qué temer el movimiento en la liturgia por el valor
simbólico que tiene y porque la liturgia es actio, acción, y a veces, por
tanto, movimiento.