jueves, 29 de septiembre de 2016

Sentido de catolicidad al participar (I)

No es tan evidente como a primera vista parece. La catolicidad es una impronta y un sentir cum Ecclesia, donde la Iglesia nace y crece en las almas, marcándolas, ensanchándolas.

Ese sentido de catolicidad a veces puede oscurecerse si tomamos la liturgia únicamente como un fenómeno humano, grupal, de un grupo concreto de asistentes que se erigen en norma para sí mismos y la liturgia se llega a convertir en una celebración de ellos mismos, de sus compromisos y estados afectivos.

El sentido de Iglesia en las almas, la catolicidad, orienta nuestro modo de vivir y participar en la liturgia interior y activamente. Así se vive la eclesialidad de la liturgia

            La participación interior en la liturgia se realiza cuando hay un espíritu católico. Con profundo sentido eclesial, reconoce en la acción litúrgica no una acción privada, reservada sólo a los asistentes y con efectos espirituales sólo en los asistentes, de manera que se identifique la liturgia como algo grupal, restringido a la propia comunidad. 

“Las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia, que es "sacramento de unidad", es decir, pueblo santo congregado y ordenado bajo la dirección de los Obispos. Por eso pertenecen a todo el cuerpo de la Iglesia, influyen en él y lo manifiestan; pero cada uno de los miembros de este cuerpo recibe un influjo diverso” (SC 26).

            El sentido católico dilata el corazón, lo ensancha, y esta nota de catolicidad es definitiva para vivir la liturgia con una mayor hondura. La reducción secularista centra la liturgia en los participantes, en el grupo, convirtiéndolo todo en fiesta y compromiso; pero la liturgia, ni es privada ni se reduce a un grupo: es católica. Todos los fieles deben experimentar en sus almas que la liturgia es una “epifanía de la Iglesia”, que “el Misterio de la Iglesia es principalmente anunciado, gustado y vivido en la Liturgia”[1].

            Las súplicas de la Iglesia en su liturgia son siempre universales, incluyen a todos, miran las necesidades de todos los hombres. Lo más alejado de ese espíritu católico es mirar sólo a los propios asistentes, la comunidad allí reunida, sólo lo propio. La catolicidad es siempre integradora: de todos y de todo en la única y santa Iglesia.


miércoles, 28 de septiembre de 2016

Sobre la esperanza (II)

Proseguimos la hermosa reflexión del card. Ratzinger que ya empezamos a leer; es un artículo publicado en Communio, ed. francesa, IX, 4, junio-agosto 1984.

Veremos cómo la esperanza es lo más humano, lo más conveniente a la estructura creada del hombre, pero que siendo Don, sólo puede ser recibido de Dios.

Además, la esperanza sobrenatural, cristiana, ilumina, purifica y eleva nuestras pequeñas esperanzas humanas. Entronca el artículo, así pues, con lo más humano y experimentable y por tanto con lo que somos y vivimos. Nos sentiremos, sin duda, reflejados e interpelados.


"La fe: una esperanza

Ésta es exactamente la cuestión a la que se refieren las frases de san Pablo evocadas más arriba: la espera de este "paraíso" que nos falta, no nos abandona; pero este estado de carencia se vuelve desesperanzador si no hay certeza sobre Dios, ni certeza sobre una promesa que provenga de él. Es por lo que no existe (y no puede existir) sin la encarnación de este Dios, sin su muerte y su resurrección, lo que Pablo llamó: "los otros" están sin esperanza. Es por lo que Jesús es esta esperanza, que ser cristiano consiste en vivir con esperanza y que, tanto en el Nuevo Testamento como en los Padres apostólicos, los conceptos de fe y de esperanza son, en cierta medida, intercambiables.

Así la Primera carta de Pedro habla de dar cuenta de nuestra esperanza, allí donde se trata de hacerse el intérprete de la fe entre los paganos (3,15). La Carta a los Hebreos llama a la confesión de la fe cristiana "confesión de la esperanza" (10,23). La Carta a Tito define la fe recibida como una "bienaventurada esperanza" (2,13). La Carta a los Efesios plantea como premisa la afirmación fundamental "un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos", y así sólo hay "una esperanza al término de la llamada que habéis recibido" (4,4-6). Se podrían multiplicar las citas.

lunes, 26 de septiembre de 2016

La Iglesia como comunidad/comunión de los santos (II)

La vinculación de unos con otros, sobrenatural y por gracia, mediante el Espíritu Santo que forma a la Iglesia como Comunión de los santos, mutuamente nos enriquece. Es de todos lo que cada uno aporta u ofrece, lo que cada uno es, fecundando así la Comunión.

Los lazos reales en el Cuerpo místico del Señor forman una red invisible y extensa de puntos de contacto, donde fluyen y confluyen virtudes, oraciones, méritos y sacrificios, llegando allí donde ni soñamos, llegando a quien ni conocemos pero que nos necesita. Cada uno a su vez es sostenido por los demás, con una eficacia sobrenatural impensable.

Nos necesitamos todos y nos pertenecemos unos a otros. Nada es exclusivo de nadie, sino que todo está a disposición permanente de los demás en este Cuerpo del Señor. Es la solidaridad de los redimidos en la santa Comunidad, la Iglesia.

"En lo más íntimo de sí, si el hombre es una sola cosa con los demás, de tal modo que la culpa ajena se convierte en propia, así también la expiación de un hombre que puede alcanzar a los demás. El Hijo de Dios se hizo hombre y cargó sobre sí la culpa de la raza humana. Ésta no es una frase vacía o simplemente un pensamiento hermoso. Getsemaní muestra que esa frase expresa una realidad de lo más tremenda, una experiencia de lo más impresionante. Jesús intercedió en favor de nosotros, y, de este modo, hizo que su sufrimiento pasara a ser patrimonio nuestro. Él nos ha redimido, no sólo por su ejemplo, su doctrina y su enseñanza -todo esto pasa a un segundo plano-, sino por la expiación reparadora vicaria con la que intercedió ante Dios por nosotros. Tan grande es la comunidad objetiva de la expiación, que un niño renace a una nueva existencia y a una nueva vida. Gracias a la eficacia salvífica, sin que esa criatura ponga algo de sí.

Tenemos la comunidad de los renacidos a la vida nueva, es decir, la comunidad de los santos. La gracia de Cristo, como un único torrente de vida, impregna a todos. Todos viven a partir de su misma figura operante. En todos obra precisamente el Espíritu Santo. Cada uno recibe la gracia no sólo para sí, sino también para los demás, y la derrama a raudales por medio de cada palabra, de cada encuentro, de cada buen pensamiento, de cada buena acción realizada con amor. Todo fortalecimiento en la gracia, en virtud de una mayor fidelidad, profundización y crecimiento interior, robustece también esta difusión de la gracia entre los demás. Cuando alguien crece en el conocimiento y en el amor, también, produce su efecto sobre los otros, no sólo por la palabra, la escritura y el ejemplo visible, sino, inmediata y esencialmente.

sábado, 24 de septiembre de 2016

Espiritualidad de la adoración (XIV)

La espiritualidad de la adoración eucarística nos lleva a la confianza y abandono en Dios. Horas y horas de trato personal con Jesucristo en el Sacramento afianzan la confianza, ya que sólo se puede confiar en quien se quiere, con quien se trata.


La amistad va creciendo en el trato continuo, asiduo, y es ese trato continuo el que va demostrando cómo uno se puede fiar del amigo, entregarle la confidencia y la llave del corazón. Mucho más con Jesucristo: la confianza y el abandono en sus manos sólo se darán cuando haya un trato continuo durante las horas de adoración.

En las manos de Cristo se pone todo: el pasado, el presente y el futuro; en sus manos se ponen los problemas, las dificultades y las luchas; con Él el corazón se abre por completo y descubre todos los recovecos, sabiendo que Cristo acoge y recibe y busca en todo nuestro bien.

jueves, 22 de septiembre de 2016

La oración en la vida, la vida en la oración

La oración, cuando es verdadera, incide en la vida con la fuerza del Espíritu Santo. Lo sabemos. Pero no incide al modo pelagiano, gracias a nuestros esfuerzos y propósitos extraídos a duras penas en cada rato de oración. Incide como cualquier relación personal modifica al amante, incide como los encuentros con Cristo fueron transformando a quienes se pusieron ante Él en conversación.

La oración jamás es un paréntesis de relajación en la vida, un aislamiento para olvidar, "desconectar" de todo, sino para que la vida sea una ofrenda, y se ore la vida misma pasándola ante el Señor para que Él la purifique, la ilumine, la discierna, la acepte.

Y la vida misma, con sus movimientos, su consolación y desolación, es un lenguaje interior delicadísimo del Espíritu Santo que hemos de saber interpretar y discernir. En cierto modo, aquello de "los signos de los tiempos", se aplica a lo que sentimos, pensamos, experimentamos, ya que son lenguajes divinos para conducirnos. Esto se llama, técnicamente, "mociones".

Veamos más extensamente esta teología de la oración en este punto concreto.

"En el camino que se dirige a Cristo y que es Cristo, el Espíritu mismo nos conduce. Así, una vez conocida la verdad de la oración, ya no hay otra regla en ella que la de dejarse conducir por el Espíritu. Lo que se traduce por dos consejos: en la oración, gustad las cosas de manera interior y permaneced allí donde halléis fruto. La oración no tiene por objetivo cumplir un programa fijado de antemano ni abarcar el máximo posible de materia. Aunque es bueno haber preparado la oración, haber previsto su contenido y su desarrollo (es lo que hace la liturgia con sus esquemas fijos), también conviene no preocuparse de nada más que lo que se contempla o considera, porque las cosas contempladas o consideradas se despliegan en el espíritu encarnado del hombre según lo que son y según lo que le convienen. De ahí el doble criterio del gusto y del fruto.

lunes, 19 de septiembre de 2016

Sobre la esperanza (I)

La catequesis hoy va a consistir en leer entre todos, reflexionar y asumir -¡Dios lo quiera!- un texto sobre la virtud teologal de la esperanza.

Virtud necesaria, nos la ofrece Dios para esperar recibirle a Él, vivir en Él, eternamente. Aguardamos a Dios, sumamente amado.


El cardenal Ratzinger (luego Benedicto XVI) escribió un artículo que nos permitirá formarnos en esa virtud. Está en Communio, ed. francesa, IX, 4, junio-agosto 1984, pp. 32-46. Su extensión hará que lo leamos a lo largo de varias entradas.


"De la esperanza

No hay una verdadera esperanza más que si nos lleva más allá de la muerte. La pobreza franciscana libera al hombre de todas sus falsas esperanzas y le permite esperar sólo en Dios.

Pablo recuerda a los cristianos de Éfeso la época en que aún no eran cristianos. Su situación se caracterizaba entonces por el hecho de que no tenían promesas. También eran hombres que vivían en este mundo sin esperanza y sin Dios (Ef 2,12). Una observación parecida se encuentra en la Primera carta a los Tesalonicenses. Pablo se dirige en ella a los cristianos de esta ciudad portuaria y les habla de la esperanza en cuanto más allá de la muerte, para que no viven con tristeza "como los otros que no tienen esperanza" (4,13). Resulta entonces de estos dos pasajes que, para Pablo, la esperanza define al cristiano, y que inversamente la ausencia de esperanza caracteriza al ateo. Ser cristiano, es ser un hombre que espera, es situarse en la tierra con una esperanza segura. Según estos textos, la esperanza no es una virtud más entre otras; es la definición misma de la existencia cristiana.

sábado, 17 de septiembre de 2016

Llamados a la santidad (Palabras sobre la santidad - XXX)

La santidad es la consecuencia primera y última del propio bautismo, que a todos incluye, a nadie rechaza, a todo bautizado convoca. Ser santos es el desarrollo pleno de la gracia sacramental del bautismo, accesible a todos, en la medida en que se responda personalmente a Cristo y se deje a su gracia trabajar la propia alma.


¿Entonces la santidad no es para unos pocos? ¿Acaso no está reservada para unos "genios"? ¿No era un privilegio de los consagrados? Simplemente no: la santidad es una vocación que incluye y anima a todos los cristianos por haber sido hechos miembros de Cristo.

Para esa santidad, y con esa capacidad de ser santos, fue creado el corazón humano muy grande, "capaz de Dios", y es la santidad la que responde al deseo verdadero que palpita en lo interior.

jueves, 15 de septiembre de 2016

Moniciones. O sobre las moniciones... pistas y correctivos

Las moniciones se han impuesto como un ingrediente casi necesario en cualquier Misa. Ya sea una breve improvisación del sacerdote, ya sea un animador que lee moniciones, ya sea...

Pero es todo un exceso. De verdad. Un exceso, una locuacidad impresionante que sirve de bien poco.

Os traigo la reflexión y conclusiones que los Delegados Diocesanos de Liturgia hicieron en Madrid en el pasado enero de 2016 (publicadas en Pastoral Litúrgica 351 (2016), 112:


"Algunos constatan que existen buenos materiales y que, empleados con moderación, pueden ser útiles.

En opinión de la mayoría deberán hacerse sólo cuando sean realmente necesarias.


martes, 13 de septiembre de 2016

El Espíritu Santo en nuestra oración personal

Siendo Cristo el centro de todo, en quien todo se mantiene porque todo fue creado por él y para él, nuestro amor, profundamente cristocéntrico, es por eso mismo, pneumatológico.

Amamos al Espíritu Santo, nos dejamos llevar por el Espíritu Santo, colaboramos con la acción del Espíritu Santo, estamos atentos a los gemidos y movimientos interiores del Espíritu Santo en nosotros. 

El Espíritu Santo está y actúa; cosa distinta será el relieve que le demos, la sensibilidad que tengamos hacia Él. Pero la oración cristiana es posible porque es Él quien ora en nosotros. Añadiría que ser "espiritual", no es tener muchas devociones y ser piadositos, sino permitir la obra del Espíritu en nosotros, atentos a Él. Él tiene su propio lenguaje en nuestro interior, con consuelo y desconsuelo, sequedad y dulzura, luz y oscuridad purificadora, meditación o contemplación, alabanza o petición.

Es el Espíritu Santo quien nos permite confesar a Cristo en la oración, quien nos lleva a alabarle o adorarle, quien nos conduce para entender la Palabra revelada y sentirla dicha-para-mí aquí y ahora, quien nos educa para interceder por los demás y suplicar.

Esta catequesis pretende entonces ahondar en la acción del Espíritu Santo en nuestra oración; ya con estos términos vemos cómo es una relación personal entre el orante y el Espíritu: ahora seguiremos ahondando para ver qué y cómo actúa.

lunes, 12 de septiembre de 2016

Somos cristianos

Ser cristiano marca profundamente todo lo que vivimos, hacemos o dejamos de hacer, amamos o desestimamos... 

Ser cristiano sella nuestros gestos, pensamientos, acciones. Ser cristiano es un modo de ser y luego de vivir. 

¿Una etiqueta? ¿Un nombre vacío que rememora tradiciones populares? No. Ser cristiano es una reordenación de toda nuestra vida y un sello en nuestro corazón, que fluye por todos los poros de la piel.


Ahora bien, ser cristiano e hijo de la Iglesia, debe ser propuesto con toda la amplitud que merece y desplegarse ante nuestros ojos las virtualidades ya contenidas en nuestro bautismo y confirmación. Caigan las concepciones secularizadas del cristianismo, que nos quieren inculcar desde fuera, y vayamos a redescubrir nuestro ser.

¿Qué hallaremos entonces? La vida nueva de Cristo en nosotros, una vida vocacionada, con un destino y una misión; una altísima dignidad como es la llamada a la santidad; una perfección de lo humano a tan altas cotas como nada ni nadie podrían ofrecernos, llámense ideologías, filosofías o humanismos seculares. Lo humano halla su verdad definitiva y su culmen en Cristo

Por eso, ¿qué somos? Cristianos por la gracia de Dios. Pero, ¿qué características tiene?, ¿cuál es el diseño de un cristiano?, ¿cuáles son las consecuencias de este nuestro carácter cristiano?

Sólo sabiendo lo que somos por naturaleza y gracia sacramental, podremos desarrollarlo.

sábado, 10 de septiembre de 2016

Las claves de la nueva evangelización (IV)

El segundo contenido de la nueva evangelización es el "Reino de Dios"; el primero fue la conversión como ya vimos. Es la reflexión del card. Ratzinger en una conferencia pronunciada en el Jubileo de los catequistas, en el año 2000.



A la hora de evangelizar, y ya ha sonado la hora de Dios para propulsar esta nueva evangelización, el primer contenido debe ser la conversión razonable y amable, que crea un nuevo estilo de vida, rompiendo las ataduras de ir "como todos" y actuar "como todos". Dios recupera el primado en la vida; se ve con los ojos de Dios, se ama con el corazón de Dios, haciendo el bien para vencer el mal, sin concesiones aunque la mentalidad dominante señale otras cosas.

El segundo contenido de la nueva evangelización es el Reino de Dios. De él habla la evangelización, hacia él encamina a los hombres. Continuaba Ratzinger diciendo:


"El Reino de Dios

En la llamada a la conversión está implícito, como condición fundamental, el anuncio del Dios vivo. El teocentrismo es capital en el mensaje de Jesús y debe constituir también el corazón de la nueva evangelización. La palabra clave del anuncio de Jesús es Reino de Dios. Pero Reino de Dios no es una cosa, una estructura social o política, una utopía. El Reino de Dios es Dios.

Reino de Dios quiere decir que Dios existe, vive, está presente y obra en el mundo, en nuestra vida, en mi vida. Dios no es una lejana "causa última" ni tampoco el "gran arquitecto" del deísmo, que montó la máquina del mundo y ahora estaría fuera. Al contrario, Dios es la realidad más presente y decisiva en cada acto de mi vida, en cada momento de la historia.

En la conferencia de despedida de su cátedra en la Universidad de Münster, el teólogo Juan Bautista Metz dijo cosas que nadie esperaba  oír de sus labios. En el pasado, Metz nos enseñó el antropocentrismo: el verdadero acontecimiento del cristianismo habría sido el giro antropológico, la secularización, el descubrimiento de la secularidad del mundo. Después nos enseñó la teología política, la índole política de la fe; más tarde, la "memoria peligrosa" y, por último, la teología narrativa. Al final de este largo y trabajoso camino, hoy nos dice que el verdadero problema de nuestro tiempo es "la crisis de Dios", la ausencia de Dios, camuflada bajo una religiosidad vacía. La teología debe volver a ser realmente teología, hablar de Dios y con Dios.

miércoles, 7 de septiembre de 2016

El salmo 122



                “Estáis muy equivocados, porque no entendéis las Escrituras”. Es la respuesta que da el Señor a los saduceos por la pregunta impertinente, con bastante mordacidad, que le hacen sobre la mujer que se casa con los siete hermanos. Dios quiera que a nosotros nunca nos tenga que decir el Señor que no entendemos la Escritura.


                La comprensión de los salmos es la tarea que llevamos entre manos porque los salmos alimentan la oración de la Iglesia y son constantemente empleados y cantados en la liturgia; ir desgranando, ir sacando el jugo a los salmos, que son profecías de Cristo, enseñanzas sobre Cristo, plegaria y oración.

                Veamos el salmo 122, conocido, esperanzador, que canta así:



A ti levanto mis ojos, 
a ti que habitas en el cielo. 
Como están los ojos de los esclavos 
fijos en las manos de sus señores;

Como están los ojos de la esclava 
fijos en las manos de su señora, 
así están nuestros ojos en el Señor, Dios nuestro, 
esperando su misericordia.

Misericordia, Señor, misericordia, 
que estamos saciados de desprecios; 
nuestra alma está saciada 
del sarcasmo de los satisfechos, 
del desprecio de los orgullosos.


                Este salmo 122 puede tener tres lecturas distintas, sí, y creo que a estas alturas las tendréis; si ya tenéis las claves de los salmos que llevamos tiempo ya predicando, no será difícil para ninguno de nosotros sacar esas tres claves. 


lunes, 5 de septiembre de 2016

Universidad y cultura

No estamos cerrados a la cultura, ni podemos situarnos de manera cerrada ante la cultura, ni rechazarla, sino que empleando la inteligencia iluminada por la fe, fecundarla, elevarla, purificarla.

A la Iglesia no le es indiferente la cultura ni la evangelización de la cultura, sino que, con sus medios propios, quiere estar presente ofreciendo un trabajo de discernimiento y purificación.


Por tal razón, el mundo universitario entra por derecho propio en la acción de la Iglesia y la palabra de la Iglesia es necesaria para orientar a los jóvenes universitarios y a los docentes en la tarea formativa. En la universidad de va fraguando la cultura, lentamente, para toda una generación. ¿Cómo estar en la universidad? ¿Qué se debe esperar de ella? ¿Cuáles serían sus objetivos? ¿Es indiferente ser católico o no a la hora de abordar unos estudios o de considerar la cultura de una época?

Un discurso de Benedicto XVI ofrece pistas necesarias y sabias.

"El hombre y la mujer no pueden alcanzar un nivel de vida verdadera y plenamente humano si no es mediante la cultura (Conc. Ecum. Vat. II, Const. Gaudium et Spes, 53); y la Iglesia está atenta a que la centralidad de la persona humana sea artífice de la actividad cultural que es su último destinatario.

Hoy, más que nunca, la apertura recíproca entre las culturas es el terreno privilegiado para el diálogo entre los que están comprometidos en la búsqueda de un humanismo auténtico. El encuentro de las culturas en el ámbito universitario debe ser, por tanto, animado y apoyado, teniendo como base los principios humanos y cristianos, los valores universales, para que ayude a hacer crecer a una nueva generación capaz de diálogo y discernimiento, comprometida a difundir el respeto y la colaboración por la paz y el desarrollo. Los estudiantes internacionales, de hecho, tienen la potencialidad de convertirse, con su formación intelectual, cultural y espiritual, en artífices y protagonistas de un mundo con un rostro más humano. Espero vivamente que haya buenos programas a nivel continental y mundial para ofrecer a muchos jóvenes esta oportunidad.

domingo, 4 de septiembre de 2016

La mediación eclesial para la oración

La oración cristiana posee sus características propias para que pueda llamarse realmente "cristiana". Su naturaleza viene dada por el Bautismo que nos constituye en templos del Espíritu Santo, hijos de Dios, miembros vivos de Cristo y de su Iglesia. Su movimiento, trinitario (por la fe, esperanza y caridad), desemboca en Dios-Trinidad.

La Iglesia es la mediación para nuestra oración, el lugar -la santa comunidad, la nación santa, el pueblo de su propiedad- donde oramos, sostenidos unos por otros, en nombre de todos y para el bien de todos.

Así considerada, la oración cristiana es muy distinta de una técnica de relajación, o de la llamada meditación trascendental de las filosofías orientales, tan en boga, que buscan el vacío. Ahí ya no hay Presencia, sino la Nada. El Yo queda desnudo y sin revestirse. En la oración cristiana sólo hay Presencia (la de Dios, la de Jesucristo amado), silencio, obediencia, amor y transformación en Él.

Lo específico de la oración cristiana debe ponerse de relieve y a nosotros nos toca conocerlo, integrarlo, vivirlo felizmente.

Comenzamos situando la oración cristiana no ante el vacío, la nada, la relajación o el sentimiento de serenidad, sino ante la Verdad. El que ora, se encuentra con la Verdad, y ésta no es otra que Cristo.


"No hay más que un maestro de oración: es el Espíritu Santo, el Espíritu que procede del Padre y del Hijo y así los une. Por él podemos decir la oración del Señor: "Abba, Padre" (Gal 4,2). Por él confesamos nuestra fe: "Jesús es el Señor" (1Co 12,4) y lo invocamos diciendo: "Señor Jesús". Este que al comienzo aleteaba sobre las aguas y que "dispone todo con suavidad", es también aquel por el que la potencia de la obra de la Redención fructifica en el mundo por la Iglesia: Espíritu de sabiduría.

Se sigue de ello la insuficiencia radical de todo método de oración. Cuando los discípulos piden al Maestro: "enséñanos a orar", Jesús no les ofrece un discurso del método, ora y los introduce en su oración. Es que él estaba movido por el Espíritu Santo, que le hace orar.

jueves, 1 de septiembre de 2016

El Ungido es Jesucristo

Precioso tema éste de la Unción de Jesucristo, por el cual se ve cómo todo lo profetizado se ha cumplido en Jesús, el Hijo de Dios y Ungido así, no con aceite material sino con el Espíritu Santo, se convierte para nosotros en fuente de unción.


Por Él somos ungidos nosotros con aceite santo, perfumado, consagrado, y a través de ese aceite santo, se nos da la vida divina de Cristo y su Espíritu Santo. Es una corriente vital de gracia y amor que nos asiste en el desarrollo de nuestra vida cristiana.

"Ese amor que une al Padre y al Hijo subsiste, pues, en la realidad de una Persona. Es la expresión de la fecundidad del amor del Padre y del Hijo. Ese amor se comunica y se agota en la procesión del Espíritu. Por ahí alcanza la vida trinitaria su plenitud, su perfección. Ella vuelve en cierto modo a sí misma, en ese ritmo eterno de procesión y de reasunción que es el de la vida divina. Ella descansa totalmente en sí misma, en la plenitud de su comunicación. Ocurrirá lo mismo en la misión del Espíritu Santo.