sábado, 30 de abril de 2022

Relaciones entre fe y cultura

La fe y la cultura se reclaman mutuamente, como en muchas otras ocasiones hemos visto. Siguen estas relaciones las pautas que hallamos en Cristo, es que el Logos, el Verbo encarnado en nuestra vida, historia y cultura para redimirlas y salvarlas, elevándolas, divinizándolas. 


Fe y cultura, que es otro modo de decir, en el fondo, fe y razón, se relacionan y se necesitan. Pero, ¿cómo concretarlo o señalar terrenos concretos? Mons. Fernando Sebastián en "Evangelizar" (Encuentro, Madrid 2010, pp. 146-147) ofrece unas reflexiones concretas.

La cultura puede proporcionarle a la fe, y por tanto, a la vida del católico que se inserta en el mundo y vive su fe en el mundo:

jueves, 28 de abril de 2022

De la prudencia, la sensatez (I)


1. En torno a cada virtud cardinal nacen y se subordinan diversas virtudes que la desarrollan, o la matizan, o la perfeccionan; giran en torno a estas virtudes cardinales; de ahí que conocerlas, meditarlas, ejercitarse en ellas, aumenta y enriquece el actuar moral, sabiendo que una virtud nunca marcha sola; una virtud atrae a las demás y las ayuda a crecer.



 La virtud cardinal de la prudencia organiza nuestro actuar, pues, buscando el bien, mide los medios que ha de utilizar, el modo de emplearlos y el tiempo más oportuno. Es esa recta razón en el obrar que nos dirige en lo práctico, buscando el bien y la verdad, y por tanto, determina y aconseja lo que hemos de obrar en cada caso y en cada circunstancia distinta.

2. Las virtudes que se derivan de la prudencia están en el ámbito del gobierno de uno mismo. Saber gobernar la propia alma es un arte (y por tanto, se aprende) y es una gracia. Una virtud, por tanto una capacitación del alma para el bien, es la virtud del buen sentido práctico, de la sensatez, o señalado de otro modo, el sentido común. Ésta es una percepción muy ajustada de la realidad que no se desfigura ni por el juicio, ni por el temor, ni por la ira. 

martes, 26 de abril de 2022

Silencio: favorece la comunicación (Silencio - III)



Sólo con silencio del corazón, de todo el ser, se produce la empatía más profunda y sincera, aquella en la que el otro es acogido en mi propio ser, experimentando lo suyo como mío e identificándome con él. Para ello, el silencio es acogida a la persona del otro y a sus palabras, a la manifestación de su corazón.



            Sin silencio, la comunicación es imposible; sin silencio, no hay relación interpersonal, sino la superposición de monólogos que no dejan huella en el alma:

            “El silencio es parte integrante de la comunicación y sin él no existen palabras con densidad de contenido. En el silencio escuchamos y nos conocemos mejor a nosotros mismos; nace y se profundiza el pensamiento, comprendemos con mayor claridad lo que queremos decir o lo que esperamos del otro; elegimos cómo expresarnos. Callando se permite hablar a la persona que tenemos delante, expresarse a sí misma; y a nosotros no permanecer aferrados sólo a nuestras palabras o ideas, sin una oportuna ponderación. Se abre así un espacio de escucha recíproca y se hace posible una relación humana más plena. 

En el silencio, por ejemplo, se acogen los momentos más auténticos de la comunicación entre los que se aman: la gestualidad, la expresión del rostro, el cuerpo como signos que manifiestan la persona. 

domingo, 24 de abril de 2022

Educar para la sacralidad - (10)



            Como la liturgia es sagrada, es ejercicio del Sacerdocio de Cristo, culto público e íntegro del Cristo total, Cabeza y Cuerpo, se debe respetar profundamente la liturgia, celebrarla con reverencia y dignidad, atenerse a sus normas sin añadidos ni omisiones, vivirla con devoción, espíritu de fe y contemplación. Urge, pues, corregir tantas desviaciones y abusos (grandes o pequeños), potenciar un verdadero “ars celebrandi” y empeñarse a conciencia en una formación litúrgica que sea espiritual.




            Tanto para los ministros como para los fieles, la educación litúrgica se muestra necesaria y sin embargo bastante ausente. La sucesión de tiempos litúrgicos, los polos celebrativos (altar, sede, ambón, etc.), los signos y gestos de la liturgia, el canto que sea de veras litúrgico, etc., no pueden darse por cosas sabidas, sino explicadas de modo reiterado en distintos momentos (homilías, predicaciones, retiros, pláticas, catequesis de adultos, catequesis pre-sacramentales) ya que sólo conociendo el sentido del universo simbólico de la liturgia se podrá vivirla convenientemente; entendiendo lo que es la liturgia y el porqué de cada elemento, se evitará que cualquiera lo cambie, lo omita, o introduzca sus personales creatividades.

            Esta formación litúrgica, siempre impregnada de espiritualidad (porque conduce a vivir y dejarse transformar por la liturgia misma), abarca la inteligencia y el corazón, por lo que es profundamente educativa: “sólo una formación permanente del corazón y de la mente puede realmente crear inteligibilidad y una participación que es más que una actividad exterior, que es un entrar de la persona, de mi ser, en la comunión de la Iglesia, y así en la comunión con Cristo” (Benedicto XVI, Disc. encuentro con el clero de Roma, 14-febrero-2013).
 

viernes, 22 de abril de 2022

La liturgia en San Basilio Magno

En san Basilio Magno hallamos una "mentalidad litúrgica", como, en general, en todos los Padres. No se trata de que él haga una alusión a la liturgia, diseminada en su corpus, sino de ver hasta qué punto la liturgia generó una mentalidad, una mens, en los Padres.

Cuando escriben, cuando argumentan, cuando elaboran teología, los Padres tienen bajo sus pies el sustrato de la liturgia celebrada y orada. Es algo más que un recurso: es el ámbito en el que los Padres piensan, rezan y reflexionan.


San Basilio nos deja un ejemplo luminoso de ello en su precioso tratado sobre "El Espíritu Santo".



La obra de san Basilio es la primera en ser un tratado, en cierto modo sistemático, sobre el Espíritu Santo. En ella, el trasfondo litúrgico es el humus vital en que este Padre capadocio reflexiona, argumenta y expone. En este sentido, siendo un tratado teológico y espiritual, es un venero de reflexión para la liturgia por su forma de pensarla y considerarla.

Fue éste el último Tratado escrito por san Basilio entre 374 y 375, e inluyó decisivamente en el Concilio de Constantinopla (381) al definirse en el Credo: “Creo en el Espíritu Santo, Señor y Dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas”. En el Oriente cristiano arrecian las controversias pneumatológicas que se derivan del arrianismo recién condenado en Nicea; los pneumatómacos niegan la divinidad  del Espíritu Santo, su consustancialidad con el Padre y el Hijo y su origen y su relación con ambos.

La obra de De Spiritu Sacto se divide en treinta capítulos sin ninguna otra división interna. Los títulos de los capítulos señalan las cuestiones que va a tratar para desarrollar una pneumatología completa advirtiéndose un claro tono polémico frente a las herejías pneumatómaca y arriana; así, por ejemplo, encontramos, al ver los títulos, que, apologéticamente, intenta agotar todos los puntos que estaban siendo negados con minuciosa precisión (por ejemplo, el análisis de las sílabas y las preposiciones exactas para expresar la relación intratrinitaria y la misión ad extra), por ejemplo:

miércoles, 20 de abril de 2022

La nube en el NT: la Anunciación



         Dos ejemplos significativos de la nube en el N.T. son la Anunciación y la Transfiguración, en los cuales hay una alusión, en el primero implícita, en el segundo explícita, para poner de relieve cómo la gloria del Señor, por medio de la nube, se hace presente en la vida de Jesús.




        La Anunciación, relatada por Lucas (1,26-38), es una construcción literaria para expresar el sí libre de María a Dios y la encarnación del Verbo, no por medio humano, sino por la obra exclusiva de Dios por el Espíritu. La forma de realizarlo está expresada por Lucas con una alusión a la nube del Éxodo: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra" (1,35a). La sombra a la que hace referencia el texto proviene del anan -cubrir-, el verbo hebreo que se relaciona con la nube -anan- que manifiesta el kabod, la gloria del Señor. 

Dice el texto griego: "pneuma 'ágiov epeleúsetai epì sè kaì dúnamis upsístou episkiásei soi", siendo "episkiásei" un verbo que significa cubrir con su sombra, proyectando una sombra, acción que realiza el Espíritu Santo ("epeleúsetai"), expresada por el verbo epérjomai, que también significa cubrir proyectando sombra, venir, etc... Por eso podemos identificar perfectamente uno y otro miembro de la acción, el Espíritu con el poder del Altísimo[1], la venida del Paráclito con la sombra proyectada y, por tanto, la nube con el poder del Altísimo que desciende sobre la nueva tienda que es María. Así la sombra proyectada por el Espíritu que cubre a María se pone en relación con la sombra que proyecta la nube sobre la tienda donde se depositaba el arca, como vimos al analizar el texto fundamental de este trabajo (Ex 40,34-38)[2] y como aparece reflejado en otros textos paralelos, ya citados anteriormente.


Oyes cómo nuestros padres estuvieron bajo la nube, y una nube ciertamente beneficiosa, ya que refrigeraba los ardores de las pasiones carnales; la nube que los cubría era el Espíritu Santo. Él vino después sobre la Virgen María, y la virtud del Altísimo la cubrió con su sombra, cuando engendró al Redentor del género humano (S. AMBROSIO, De myst., nº 12-16).


lunes, 18 de abril de 2022

Lugar de la liturgia en la Iglesia (SC - XI)




Forma parte del Concilio, de su espíritu y de su letra, una afirmación que, realmente, no ha calado a fondo en la vida eclesial, sucediéndose muchas distorsiones en lo teológico, en lo espiritual y en lo pastoral.

            La mayor dignidad e importancia se le concede a la liturgia en la vida de la Iglesia, lo más necesario, lo más absoluto, lo que requiere el mayor honor:

            “En consecuencia, toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia” (SC 7).



            Estas palabras conciliares son rotundas, otorgando a la liturgia el primer puesto y más excelente en la vida de la Iglesia por ser obra de Cristo. La praxis, sin embargo, arrincona muchas veces la liturgia, no se la ve como lo más importante y central, se la acusa de ser poco pastoral (¿y qué entenderán por “pastoral”?, ¿los inventos de unos y de otros?) y, además, como no la entienden, la reinventan y transforman, dejándola irreconocible, desacralizada, mundanizada.

            1. En el ámbito teológico, es fundamental que se estudie a fondo, con rigor, la asignatura de liturgia. El mismo Concilio lo declara orientando los contenidos de la asignatura de liturgia (en general, de cualquier formación sobre liturgia), su relación con los demás tratados teológicos, así como la cualificación especializada del profesor de liturgia:

sábado, 16 de abril de 2022

La virtud de la templanza (y II)


6. Todo este mundo interior queda ordenado y gobernado por la virtud cardinal de la templanza. En especial, la templanza ha de moderar dos instintos de los más fuertes; uno es la lujuria, el placer sexual que puede conducir al desenfreno y al permisivismo, incluso en el mismo matrimonio; el otro instinto fuerte es la gula, el exceso desmedido en comer y beber; y son dos instintos muy asociados entre sí que fácilmente pueden desviar al hombre.



 
La templanza permite al hombre usar razonadamente de los instintos  tanto para la comunión matrimonial y la procreación (dos fines inseparables en la unión conyugal) como el placer individual en la alimentación y la bebida.

La misma virtud de la templanza invitará  la conciencia más de una vez a actos de ascesis y mortificación incluso en cosas lícitas y legítimas para mantenernos alejados del pecado, tener controlada la vida personal y vivir como hombres libres para Cristo. 

martes, 12 de abril de 2022

El sacrificio de Isaac anunciaba a Cristo (y VI)



Finalmente, podemos leer el sacrificio de Isaac como figura del sacrificio en la cruz de Jesús. 

Un sacrificio decisivo, un holocausto -como lo presenta Hb- de un Padre que "tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único" (Jn 3,16). Porque es en Jesús, del linaje de Abraham, cuando se cumple el sacrificio y la bendición. 



Sacrificio que se ofrece como cordero inmolado, igual que el carnero que ve Abraham en la cima del monte, bendición que se da como salvación a todos los hombres por la misericordia del Padre; uno se hace maldición para que nosotros alcancemos la bendición:


Él pendió de la cruz para que, colgado del madero, borrara el pecado que habíamos cometido en el árbol de la ciencia del bien y del mal... Al final él fue hecho maldición -hecho, digo, no nacido- para que las bendiciones prometidas a Abraham, siendo el autor y el precursor, fueran transmitidas a los gentiles, y la repromisión por la fe de él se cumpliera en nosotros (S. JERÓNIMO, Comentario sobre la Carta de los Gálatas).
 
                       

domingo, 10 de abril de 2022

"Amén" - II (Respuestas - XXXV)



4. Sublime y solemne, la plegaria eucarística concluye con el solemne “Amén” de todos los fieles, cantado, fuerte, vibrante, sellando la doxología que el sacerdote ha cantado igualmente, elevando los dones consagrados.

            Vamos primero a las rúbricas. Dice la Introducción General del Misal Romano: “Al final de la Plegaria Eucarística, el sacerdote, toma la patena con la Hostia y el cáliz, los eleva simultáneamente y pronuncia la doxología él solo: Por Cristo, con Él y en Él. Al fin el pueblo aclama: Amén. En seguida, el sacerdote coloca la patena y el cáliz sobre el corporal” (IGMR 151).



            Destaquemos cómo aquí, sí, hay una verdadera elevación de la patena con el Pan consagrado y del cáliz, en el culmen y climax de la gran Oración. Sí, elevación, no mera mostración. El “Amén” de los fieles es definido como “aclamación”, por tanto, un tono fuerte, gozoso, claro, alabando a Dios.

            El pan y el vino consagrados, ya el Cuerpo y Sangre de Cristo, permanecen elevado mientras el pueblo canta el “Amén”, no se bajan antes. “Para la doxología final de la Plegaria Eucarística, de pie al lado del sacerdote, tiene el cáliz elevado, mientras el sacerdote eleva la patena con la Hostia, hasta cuando el pueblo haya aclamado: Amén” (IGMR 180). Es, pues, un momento solemnísimo dentro del rito romano.

            Con todo esto se demuestra la importancia que la liturgia la concede a este “Amén” final. Así se describe la parte final en el Misal: “Doxología final: por la cual se expresa la glorificación de Dios, que es afirmada y concluida con la aclamación Amén del pueblo” (IGMR 79).

viernes, 8 de abril de 2022

Fuerzas ocultas de vida (Palabras sobre la santidad - XCVIII)



            No siempre se puede medir la eficacia y la fecundidad de un santo por las obras exteriores de apostolado, evangelización o caridad, porque muchos santos no fueron llamados a eso sino a la vida cotidiana y ordinaria, o, tal vez, a vivir la enfermedad o la debilidad como participación en la redención de Cristo para el mundo, o quizás a orar e inmolarse en la soledad del monasterio.

 
            No puede estar ahí la clave, en las obras exteriores por muy buenas y necesarias que sean. Hay que buscarla en el Misterio de Dios y en la comunión de los santos. El mismo santo, la santidad misma, es una fuerza oculta que, en el orden sobrenatural, riega y fecunda este mundo como las corrientes de aguas subterráneas. No se ve el santo ni destaca por sus logros apostólicos (¡la vida eclesial no es una empresa con balances de eficacia y ventas!), pero en silencio, en el Misterio, su vida misma es fecunda para todos, aportando invisiblemente luz a todos, expandiendo verdad, bien y belleza.

            Los santos, con su existencia misma se convierten en fermento del mundo desde el corazón mismo del mundo, ocultos pero eficacísimos. “Quedan ocultos en el corazón de Cristo como fermento de un mundo nuevo. Nosotros, los cristianos de hoy, tenemos que entrar con fuerza en esa pedagogía de Dios que marcó a esos hombres. Entrar en ese ritmo de amor y oración, porque la Historia necesita Gigantes” (Mazariegos, E.L., La aventura apasionante de orar, Valladolid 1964, 40).