4. Sublime y solemne, la plegaria
eucarística concluye con el solemne “Amén” de todos los fieles, cantado,
fuerte, vibrante, sellando la doxología que el sacerdote ha cantado igualmente,
elevando los dones consagrados.
Vamos
primero a las rúbricas. Dice la Introducción
General del Misal Romano: “Al final de la Plegaria Eucarística,
el sacerdote, toma la patena con la
Hostia y el cáliz, los eleva simultáneamente y pronuncia la
doxología él solo: Por Cristo, con Él y en Él. Al fin el pueblo aclama: Amén.
En seguida, el sacerdote coloca la patena y el cáliz sobre el corporal” (IGMR
151).
Destaquemos
cómo aquí, sí, hay una verdadera elevación de la patena con el Pan consagrado y
del cáliz, en el culmen y climax de la gran Oración. Sí, elevación, no mera
mostración. El “Amén” de los fieles es definido como “aclamación”, por tanto,
un tono fuerte, gozoso, claro, alabando a Dios.
El pan y el vino consagrados, ya el
Cuerpo y Sangre de Cristo, permanecen elevado mientras el pueblo canta el
“Amén”, no se bajan antes. “Para la doxología final de la Plegaria Eucarística,
de pie al lado del sacerdote, tiene el cáliz elevado, mientras el sacerdote
eleva la patena con la Hostia,
hasta cuando el pueblo haya aclamado: Amén” (IGMR 180). Es, pues, un
momento solemnísimo dentro del rito romano.
Con
todo esto se demuestra la importancia que la liturgia la concede a este “Amén”
final. Así se describe la parte final en el Misal: “Doxología final: por la
cual se expresa la glorificación de Dios, que es afirmada y concluida con la
aclamación Amén del pueblo” (IGMR 79).
Lo
lógico, y habitual incluso, sería que se cantase la doxología y el “Amén” los
domingos y solemnidades. Señala el Directorio de canto y música en la
celebración: “La recitación o canto sereno y expresivo de los maravillosos
textos de la plegaria eucarística, con la operatividad y eficacia sacramental
que nos dice la fe, crean necesariamente un clima de intenso lirismo que no
puede menos de manifestarse efusivamente en las aclamaciones del pueblo, por
sobrias y pocas que sean comparadas con otros ritos, especialmente los
orientales y africanos” (n. 167). Más adelante, en ese mismo número, se afirma
que la doxología y el Amén son el “colofón sonoro. Y todo cuanto se haga por
resaltarlo es plausible, como medio entusiasta de participación. Este Amén, en
particular debe resaltarse con el canto, dado que es el más importante de la
misa y el mayor signo de la participación del pueblo”.
5.
Maravilloso, en su construcción, es el epílogo final de la plegaria
eucarística, llamado “doxología”, que contiene una dimensión sacrificial –la Eucaristía es
Sacrificio- que se ofrece y se entrega al Padre. Dirá el sacerdote: “Por
Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu
Santo, todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos”.
Es
Cristo Inmolado, hecho presente en el altar su Sacrificio pascual de manera
sacramental, entregándose al Padre para gloria de Dios y bien nuestro.
“La doxología final del Canon tiene una importancia fundamental en la
celebración eucarística. Expresa en cierto modo el culmen del Mysterium
fidei, del núcleo central del sacrificio eucarístico, que se realiza en el
momento en que, con la fuerza del Espíritu Santo, llevamos a cabo la conversión
del pan y del vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo, como hizo Él mismo por
primera vez en el Cenáculo. Cuando la gran plegaria eucarística llega a su
culmen, la Iglesia,
precisamente entonces, en la persona del ministro ordenado, dirige al Padre
estas palabras: « Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente, en
la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria ». Sacrificium
laudis!” (Juan Pablo II, Carta a
los sacerdotes, 1999).
Además, esta doxología, “Por Cristo, con él
y en él”, queda sumamente expresiva con el canto y la elevación, mientras
tanto, de la patena y del cáliz en claro gesto de entrega y Ofrenda a Dios:
“En cada Misa, cuando el Cuerpo y la Sangre del Señor son
alzados al final de la liturgia eucarística, elevad vuestro corazón y vuestra
vida por Cristo, con Él y en Él, en la unidad del Espíritu Santo, como
sacrificio amoroso a Dios nuestro Padre. De ese modo llegaréis a ser altares
vivientes, sobre los cuales el amor sacrificial de Cristo se hace presente como
inspiración y fuente de alimento espiritual para cuantos encontréis” (Benedicto
XVI, Hom. en la Catedral
de Sidney, 19-julio-2008).
6. Las
distintas liturgias, orientales y occidentales, concluyen del mismo modo: una
doxología (o alabanza solemne a Dios) y el Amén de todos los fieles.
Nuestro
venerable rito hispano-mozárabe, por ejemplo, concluye así: El sacerdote junta
las manos. Si en el Propio no se indica una fórmula especial, concluye con la
siguiente doxología:
Concédelo,
Señor santo,
pues creas
todas estas cosas
para nosotros,
indignos siervos tuyos,
y las haces
tan buenas,
las
santificas, las llenas de vida,
Al decir “las llenas
de vida” hace la señal de la cruz sobre los dones sagrados.
las bendices y nos las das,
así bendecidas por ti, Dios nuestro,
por los siglos de los siglos.
R/. Amén.
El rito
ambrosiano, en la Iglesia
de Milán, concluye de forma semejante al rito romano. La fórmula de la
doxología difiere en unas pocas expresiones y realiza el mismo rito que el
romano: elevar la patena y el cáliz, y mientras dice: “De Cristo, por Cristo y
en Cristo, a ti, Dios Padre omnipotente, toda magnificencia, toda gloriosa
alabanza, toda soberanía sobre nosotros y sobre el mundo en la unidad del
Espíritu Santo por infinitos siglos de los siglos”. Y responden: “Amén”.
También la Divina Liturgia de San Juan
Crisóstomo, el rito bizantino, concluye la gran Anáfora así: “Y concédenos que
con una sola voz y un solo corazón glorifiquemos y alabemos Tu santísimo y
majestuoso nombre, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los
siglos de los siglos”, y todos responden: “Amén”.
La anáfora de
los doce apóstoles, de la liturgia antioquena, que se emplea, por ejemplo en la
zona de Líbano, termina así: “…A fin de que por sus oraciones y su intercesión
seamos preservados del mal y que las misericordias estén en nosotros en los dos
mundos. Para que en esto, como en todas las cosas, sea alabado y glorificado tu
nombre santo y bendito, y el nombre de Nuestro Señor Jesucristo y del Espíritu
Santo, ahora y por los siglos”. Y los fieles aclaman: “Como ha sido de siglo en
siglo, así lo será hasta el fin de los siglos. Amén”.
Es
este “Amén” elemento común y originario de la plegaria eucarística. Resaltarlo
es importante; cantarlo subrayará más su afirmación contundente.
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