miércoles, 27 de febrero de 2019

La avaricia es pecado capital (II)

La generosidad es el mejor remedio para parar, frenar, detener, la avaricia. Se tiene y se tiene mucho, más que suficiente, y entonces la generosidad reparte, procura igualar los bienes para compartir con quien lo necesita, con quienes menos tienen. Por eso la Cuaresma, frenando la avaricia, es un tiempo más que conveniente para la limosna generosa, cuantiosa, para Cáritas y otras instituciones católicas similares.


El avaricioso siempre se ve pobre, se cree que le falta algo y ve a otros que tienen algo más o mejor que él y sufre por no tenerlo. Además su corazón se vuelve insensible al clamor de quienes lloran, padecen, o experimentan necesidad.

Sin embargo, la bondad de Dios, que todo nos lo da, impulsa a vencer la avaricia compartiendo con los demás, repartiendo.

Sigue san Basilio:

miércoles, 20 de febrero de 2019

La avaricia es pecado capital (I)

Los pecados son lo que son, y nos destruyen, aun cuando a veces ni sepamos que los estamos cometiendo. Al iluminar la conciencia moral y formarla, podremos irnos reconociendo tal como somos delante de Dios y así volver a Él, reconducirnos, reparar el daño que hayamos causado a los demás y eliminar de nosotros el veneno de muerte.


La avaricia es un pecado insaciable: nunca se tiene bastante, siempre se quiere más, e incluso se justifica ese deseo con argumentos distintos para no parecer avaricioso, sino ahorrador, o previsor, o por el bien de los hijos.

Una persona avara nunca cree que tiene bastante. Y si para acaudalar más comete fraude, o realiza injusticias sobre los demás, lo hace. Es su pasión dominante.

Pero mejor será que un Padre de la Iglesia nos ilumine, forme, enseñe y amoneste. San Basilio dedicó un sermón contra la avaricia denunciándola como idolatría e injusticia y sus palabras nos van a acompañar a lo largo de esta Cuaresma para conocer y detectar este pecado.


lunes, 18 de febrero de 2019

Vivir de la Gracia, primado de la Gracia



  Ésta es la configuración espiritual del cristiano con su Señor; rostro, fisonomía, talante y acción espiritual.
     
 “Sine me, nihil potestis facere”

 ¿Y con Él? 



“Señor, si nada puedo sin ti, todo lo puedo en ti” (S. AGUSTÍN, Enar. in Ps 30).

La Comunión con Cristo:


            * destruye el miedo a conocerse (ver las zonas necesitadas aún de redención), al crecimiento, a la muerte que lleva a la resurrección (muerte diaria)

            * supera el miedo al fracaso (éste no existe, todo es del Señor) y los falsos respetos humanos (“¿qué dirán?”)

            * “En el nombre del Señor” se lanzan las redes: apostolado, predicación, testimonio, corrección fraterna.

            * todo trabajo, por grande que sea, se siente uno capaz porque se hace por el Señor (aunque cueste esfuerzo, tiempo, sacrificios...)

            * las tribulaciones y persecuciones por el Evangelio se sufren y se llevan adelante con Cristo y por Él.

sábado, 16 de febrero de 2019

"Víctimas vivas para alabanza de tu gloria"

Consecuencia lógica de descubrir en la Eucaristía el sacrificio de Cristo, es calificarle a Él de "Víctima". Pero, siguiendo más aún en esa misma línea, junto a Cristo-Víctima están los fieles bautizados, que se convierten en víctimas vivas.

Hemos de profundizar y contemplar este término, "víctima", para una mejor comprensión del sacramento eucarístico y el alcance que tiene una verdadera participación en la liturgia -lejos de ser intervención constante- que supone ofrecerse con Cristo, sin condiciones.





“Víctima viva”

-Comentarios a la plegaria eucarística – VII-



            En el sacrificio de Cristo se incluyen nuestros propios sacrificios personales: penitencias, mortificaciones, luchas, combates, ejercicio de obras de misericordia, virtudes practicadas, el trabajo ofrecido… y en la ofrenda de Cristo nosotros mismos nos ofrecemos: “ofreced vuestros cuerpos como hostia viva, santa… Éste es vuestro culto razonable” (Rm 12,1). Ofrecemos y entregamos todo lo nuestro, e incluso a nosotros mismos, como sacrificio junto al Gran Sacrificio de Cristo.

            El Concilio Vaticano II, en la Constitución Lumen Gentium exhortaba: “Todos los discípulos de Cristo… ofrézcanse a sí mismos como hostia viva, santa y grata a Dios” (LG 10); de modo especialísimo en la Eucaristía: “Participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella” (LG 11).

martes, 12 de febrero de 2019

"La oración de Jesús" (El nombre de Jesús - XII)


La “oración de Jesús” o la “oración del corazón”: “Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí” (Mc 10,47).           

La “oración a Jesús”, conocida también como “oración del corazón” es una breve fórmula piadosa: “Señor Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí”, algunas veces con el añadido: “pecador”, repetida en el marco de un método.


Son muchos los Padres del desierto que parecen recomendar invocaciones semejantes a lo que sería finalmente la “oración a Jesús”. En el Ciclo copto de apotegmas de Macario (¿s. VII-VIII?) se puede leer: «Bienaventurado aquel que persevera, sin cesar y con contrición del corazón, en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo». Y se recomienda “poner atención en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo cuando tus labios están en ebullición para atraerlo, pero no trates de conducirlo a tu espíritu buscando parecidos. Piensa tan sólo en tu invocación: Nuestro Señor Jesús, el Cristo, ten piedad de mí”.

Conviene, también, traer a colación el testimonio de un tal Filemón. Al recomendar un camino espiritual a un hermano, le dice: “Ve, practica la sobriedad en tu corazón, y en tu pensamiento repite sobriamente, con temor y temblor: ‘Señor Jesucristo, ten piedad de mí’”. En otra ocasión amplía la fórmula: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí”.

Desde esos antiguos tiempos hasta el nuestro irá haciendo fortuna el ejercicio espiritual del nombre de Jesús, particularmente entre los cristianos orientales, bizantinos y rusos en especial. La difusión extraordinaria que tuvo el Relato del peregrino ruso hizo muy conocida la “oración de Jesús” en el Occidente; este peregrino narra su búsqueda interior para poder llegar a orar siempre, sin cesar, pero no sabe cómo. Se encuentra con un staretz (anciano, padre espiritual), que le aconseja:

lunes, 11 de febrero de 2019

Héroes a lo divino (Palabras sobre la santidad - LXV)




            ¿Personas excepcionalmente fuertes, o con poderes casi mágicos? ¿Tal vez a la manera de los superhéroes imaginarios de las películas? ¿Acaso ese tipo humano de “todoterreno”, que valen para todo y sirven para todo? ¿Alguien tan anormal que ni siente ni padece, impertérrito a lo que le echen? ¿De los que siempre triunfan y nunca son derribados? ¿Eso es la santidad? ¿Eso es un santo? -¡Porque eso no estaría al alcance de todos!-.

  
          Más que personas muy capacitadas humanamente (Dios no elige a los más capaces sino que capacita a los que elige), más que personas de una extraordinaria fuerza fuera de lo común, en un santo hay que mirar y fijarse bien y entonces no se descubre a un superhéroe (un superman, por ejemplo) que todo lo puede por sí mismo, sino a alguien que se ha puesto al servicio de Dios y Dios lo ha ido capacitando (cf. 1Tm 1,12) y dándole a cada momento lo necesario para su vocación y misión.

            Así, lo primero que brilla en un santo es la obra de Dios en él, la actuación de la gracia. En un santo hay un soporte único, un trasfondo escondido, cuyo origen es Dios, y que se va a reflejar en todo lo que un santo vive, siente, realiza, trabaja, ama, sufre. Se trata de la vida sobrenatural en ellos.

            Son campeones, sí, en mil batallas, en mil superaciones personales, en mil trabajos por la Iglesia, porque la vida les viene de lo alto. Lo sobrenatural actúa en ellos de modo pleno y sin obstáculos; la vida sobrenatural en fe, esperanza y caridad, la participación en la vida de Dios, fue sobreabundante:

La vida sobrenatural del cristiano no es una doctrina que pueda ignorarse, o considerarse secundaria en el diseño religioso... Es fundamental y constituye el núcleo profundo, originario y esencial de las relaciones que Cristo inauguró con la humanidad que le quiera seguir” (Pablo VI, Discurso a los dirigentes de la Acción Católica, 30-julio-1963).

sábado, 9 de febrero de 2019

Sentencias y pensamientos (V)





            31. Hoy comienzo a ilusionarme, a renovarme, a entregarte de lleno.
           Hoy comienzo a vivir, a renovar mi consagración.
           Hoy comienzo a no desperdiciar nada de la Gracia, a no perder el tiempo.
       Hoy comienzo a ser contemplativo, pero viviendo la misión que la Iglesia me ha encomendado.
      Hoy comienzo, a disfrutar del silencio, de la contemplación, del canto y la liturgia, lo mejor que pueda.
            Hoy comienzo, de nuevo, una vez más, a mirar a Cristo, sin apartar la mirada de su rostro.


            Hoy comienzo a no huir, a estar y ser, a gozarme en el Amado.
           Hoy comienzo a centrarme, a leer de verdad pasando por el corazón lo leído para que me sirva para contemplar.
            Hoy comienzo a estudiar, a leer, memorizar, asimilar y conocer el Misterio.
Hoy comienzo a quedarme y olvidarme de mí, reclinar el rostro sobre el Amado, cesar todo y abrazarme a Él.
            Hoy comienzo, de nuevo, a mirar mi comunidad con mirada sobrenatural de fe.
            Hoy comienzo a descender y buscar lo último para que sea el Señor el que me enaltezca y me dé lo primero.


            Hoy comienzo a entregarme a la comunidad, buscar el bien de todos y cada uno.
         Hoy comienzo a entregar y rendir mi  libertad, sometiéndome como Cristo se sometió incluso hasta la muerte.
            Hoy comienzo a palpitar con la Iglesia y ofrecer lo mío por la Iglesia, inmolarme por la Iglesia.
            Hoy comienzo a amar, a hacer la voluntad de Dios, a estar disponible y atento a sus mociones: ¡y su voluntad se manifestó mandándote reformar Granada.

            Hoy comienzo, ¿para qué tardar?, un camino de santidad.
          Hoy comienzo mi santidad heroica hecha a base de pequeñas santidades en lo cotidiano, en lo oculto y oscuro.

            Hoy comienzo. Con tu Gracia, hoy comienzo.


jueves, 7 de febrero de 2019

Lo grande de la liturgia: Dios aquí

                Para comprender  “lo Grande” de la liturgia, habrá que comenzar por admirar, con estupor, lo que significa la liturgia misma. Ya la Mediator Dei (1947) de Pío XII estableció las  premisas que asumió el Vaticano II para la reforma litúrgica. Presenta una nueva concepción litúrgica:



                                   Se desvían totalmente de la verdadera y genuina noción e idea de la liturgia quienes la consideran sólo como la parte externa y sensible del culto divino o un bello aparato de ceremonias; y no yerran menos quienes la reputan como un conjunto de leyes y preceptos con que la jerarquía eclesiástica manda que se cumplan y ordenen los ritos sagrados. (MD 38)
 
                Amplía la definición de liturgia el Concilio Vaticano II a partir de la Mediator Dei de Pío XII: 


Se considera la Liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella los signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro.
En consecuencia, toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdotes y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia (SC 7).

martes, 5 de febrero de 2019

Gracia y Comunión con Cristo

“Sine me, nihil potestis facere”, "sin mí, no podéis hacer nada".

La COMUNIÓN no es algo abstracto; vivir con Cristo Jesús:

La vida sacramental: es donación y entrega del Señor. Regalos de su amor: Él se da a Sí mismo. Del rito vacío a la autocomunicación del Señor. Son los ejes de la vida cristiana: Eucaristía dominical (y diaria), rezo de la Liturgia de las Horas y Confesión frecuente. El espíritu litúrgico (sensibilidad litúrgica) alimenta y expresa el AMOR a Cristo.



La escucha de la Palabra: Cristo, por las suaves palabras de la Escritura, entra en el alma cristiana. Dialoga con el cristiano, le muestra su amor, lo inserta en la historia de la salvación... Por la Palabra, se establece el coloquio de amor/salvación entre Cristo y el cristiano. Pone la Palabra (que es Él mismo) como un espejo y el cristiano se ve reflejado/contrastado con él (como afirma en diversos lugares S. Agustín).

La oración: Es trato de amistad (Sta. Teresa, V 8,5), entrega, adoración, alabanza y acción de gracias; intercesión y coloquio amoroso con Quien nos ama. Se está ante una Presencia (reconocible por la fe). Nuevo Emaús (Lc 24). Nuevo diálogo de Jesús con Pedro (Jn 21). La oración no es alternativa u opción: es exigencia de connaturalidad en la vida cristiana. Un ritmo DIARIO, perseverante. Es gracia: para seglares, matrimonios, jóvenes, religiosos... A orar se aprende orando: ante el Señor (en el sagrario), estar con él.

“Sine me nihil potestis facere”
 
      La Comunión con Jesucristo crea discípulos y amigos; da un talante y una fisonomía original. El cristiano queda determinado por esta Comunión. Así, el hombre es instrumento en las manos del Señor, pone todo su ser y sus facultades sabiendo que todo es obra del Señor: “siervos inútiles somos...” (Lc 17,10).

 “Sin mí, no podéis hacer nada” (Jn 15,5):

domingo, 3 de febrero de 2019

Catolicismo e historia (y II)



            La historia de la Iglesia es una historia de santidad mucho más que de los supuestos errores y pecados que los progresistas y cierta prensa se encargan de difundir y reprochan magnificándolos. 



“La historia de la Iglesia es una historia de santidad. El Nuevo Testamento afirma con fuerza esta característica de los bautizados: son “santos” en la medida en que, separados del mundo que está sujeto al Maligno, se consagran al culto del único y verdadero Dios. Esta santidad se manifiesta tanto en la vida de los muchos Santos y Beatos reconocidos por la Iglesia, como en la de una inmensa multitud de hombres y mujeres no conocidos, cuyo número es imposible calcular. Su vida atestigua la verdad del Evangelio y ofrece al mundo el signo visible de la posibilidad de la perfección”[1].


            En cada etapa de la historia, muchos santos han sido signos luminosos que han disipado las tinieblas mostrando la verdad. Muchas veces cuando el Estado se ha endiosado, identificando lo legal siempre como moral, rechazando a Cristo, innumerables mártires entregaron su vida; siempre se han sucedido persecuciones religiosas, por odio a la fe, y siempre se dio una respuesta cabal de muchos católicos: las persecuciones de los emperadores romanos, el exterminio de la invasión musulmana, los mártires durante la Revolución francesa, los mártires de las persecuciones en Japón, Corea o Vietnam, y en pleno siglo XX, los cristeros de Méjico, la persecución religiosa en España o los mártires en los campos de concentración nazis o soviéticos.