Para comprender
“lo Grande” de la liturgia, habrá que comenzar por admirar, con estupor,
lo que significa la liturgia misma. Ya la Mediator Dei (1947)
de Pío XII estableció las premisas que
asumió el Vaticano II para la reforma litúrgica. Presenta una nueva concepción
litúrgica:
Se desvían totalmente de la verdadera y genuina noción e idea de la liturgia quienes la consideran sólo como la parte externa y sensible del culto divino o un bello aparato de ceremonias; y no yerran menos quienes la reputan como un conjunto de leyes y preceptos con que la jerarquía eclesiástica manda que se cumplan y ordenen los ritos sagrados. (MD 38)
Amplía la definición de
liturgia el Concilio Vaticano II a partir de la Mediator Dei de Pío
XII:
Se considera la Liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella los signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro.En consecuencia, toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdotes y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia (SC 7).
Esto
es lo GRANDE de la liturgia:
El
Misterio pascual de Cristo que sucedió EFAPAX, de una vez para siempre, sigue
siendo presente y actual, salvífico, por medio de los ritos de la liturgia. En
la liturgia OBRA CRISTO, y Cristo es el fundamento y CENTRO de la liturgia. Ya
no son ceremonias para “cumplir” con Dios, para “asistir” a algo que no nos
afecta. Volvemos al encuentro inicial con Cristo que nos seduce, nos fascina,
provoca el estupor en nosotros.
Y fuente y culmen de la liturgia, su corona más preciosa, es la Eucaristía, el gran Sacramento.
La Iglesia vive de la Eucaristía, o en frase
de Henri de Lubac, asumida por el Magisterio: “La Iglesia hace la Eucaristía, y la Eucaristía hace la Iglesia”.
La Eucaristía es, como
tantas veces cantamos, el Amor de los Amores, el mismo Amor entregado de
Cristo. Juan Pablo II realzaba esta maravilla, este prodigio de amor:
En ella [la Eucaristía] está inscrito de forma indeleble el acontecimiento de la pasión y muerte del Señor. No sólo lo evoca sino que lo hace sacramentalmente presente. Es el sacrificio de la Cruz que se perpetúa por los siglos... La Iglesia ha recibido la Eucaristía de Cristo, el Señor, no sólo como un don entre otros muchos, sino como el don por excelencia, porque es don de sí mismo, de su persona en su santa humanidad, y, además, de su obra de salvación. Ésta no queda relegada al pasado... Misterio grande, Misterio de misericordia. ¿QUÉ MÁS PODÍA HACER JESÚS POR NOSOTROS? Verdaderamente en la Eucaristía nos muestra un amor que llega “hasta el extremo” (Jn 13,1), un amor que no conoce medida (Ecclesia de Eucharistia 11).
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