Osculumpacis
– el beso santo de la paz
Pero
el beso también es signo de comunión fraterna y eclesial (no lo trivialicemos
como mero gesto afectuoso, sentimental).
El
beso de paz forma parte de los ritos más primitivos de la liturgia cristiana.
Sigue el mandato paulino: “Saludaos mutuamente con el beso de paz” (Rm 16,16),
“saludaos unos a otros con el beso santo” (1Co 16,20; cf. 1Ts 5, 26), como
también del mismo san Pedro: “saludaos unos a otros con el beso de amor fraterno”
(1P 5,14).
San
Justino, en su I Apología, da testimonio de cómo la oración común se sellaba
con el beso de paz, antes de pasar al rito eucarístico: “Acabadas las preces,
nos saludamos con el ósculo” (c. 65), y también Hipólito en la TraditioApostolica:
“Una vez que hayan orado, ofrezcan ósculo de paz. Y entonces ya ofrezcan los
diáconos la oblación al obispo”.
Se
situó al final de la Oración de los fieles como sello de comunión orante en
todas las liturgias y antes del ofertorio. Así permanece en todas las
liturgias; en el rito hispano-mozárabe se sitúa entre los dípticos y la
plegaria eucarística, como explica s. Isidoro: “La cuarta [oración] después de
éstas, se introduce para el ósculo de la paz, a fin de que, reconciliados por
la caridad, todos mutuamente se asocien dignamente con el sacramento del cuerpo
y sangre del Señor, porque no consiente el cuerpo indivisible de Cristo
disensiones de nadie” (De eccl. off., I, 15).
Pero
en el rito romano se fue trasladando a la cercanía del Padrenuestro, antes de
la comunión. Dice san Agustín: “Cuando se ha completado la santificación
decimos la oración dominical… Después de ella se dice “La paz con vosotros” y
se besan entre sí los cristianos con el ósculo santo, que es signo de paz”
(Serm. 227).
El
ósculo, según las costumbres antiguas, se daba en los labios; poco a poco se
estableció la separación de sexos en la nave en razón del pudor para el beso de
paz: “Y el obispo salude a la Iglesia y diga: “La paz de Dios con vosotros”, y
el pueblo responda: “Y con tu espíritu”. Y el diácono diga a todos: “Saludaos
unos a otros en el ósculo santo”, y los del clero besen al obispo, y los
hombres a los hombres, y las mujeres a las mujeres” (Const. Apost., l. 8, c.
12, n.8-9).
Y
como hicieron los ministros, con el paso del tiempo el beso se convirtió en un
abrazo donde se rozaban las mejillas.
Como
es un beso santo, de comunión fraterna y concordia eclesial, los Padres y los
documentos antiguos insisten en que sea sincero y santo, no como el beso de
Judas:
“Y
el diácono que asiste al pontífice diga al pueblo: “¿Alguien tiene algo contra
alguien? Nadie sea hipócrita”. Después salúdense los hombres mutuamente, y las
mujeres también entre sí con el beso en el Señor, pero que nadie lo haga con
engaño como Judas, que entregó con un beso al Señor” (Const. Apost., l. 2, c.
57, n. 16-17).
“¿Por qué te rebelas temerariamente contra Dios? Guardas
resentimiento contra tu hermano, afilando contra él el cuchillo, armándole
engaños, llevando tu corazón el veneno maligno, ¿y clamas a Dios: “Perdóname
mis deudas como ya también he perdonado a mi deudor”? ¿Has venido a orar en la
iglesia de Dios o a mentir? ¿A alcanzar gracia o a atraerte ira? ¿A conseguirte
perdón de pecados o aumento de castigos? ¿A obtener salvación o tormento? ¿No
ves que por esto nos damos el ósculo en aquella hora temible a fin de que,
apartado todo lazo inicuo y todo endurecimiento de corazón, nos lleguemos al
Señor con corazón puro?
¿Qué haces, oh hombre? Mientras los ángeles de seis alas
sirven en los oficios litúrgicos cubriendo la mesa mística; mientras los
querubines asisten alrededor de ella y cantan con voz clara el himno del
trisagio; mientras los serafines se inclinan con gran reverencia; mientras el
pontífice te alcanza misericordia por medio de su oración; mientras todos están
en estos momentos sobrecogidos de temor y temblor; mientras es sacrificado el
Cordero de Dios; mientras desciende de lo alto el Espíritu Santo; mientras los
ángeles rodean invisiblemente a todos el pueblo y marcan con una señal e
inscriben las almas de los fieles, ¿tú no te horrorizas de despreciar y dar a
tu hermano el beso de Judas y de tener escondido en lo más íntimo del corazón
el recuerdo constante de las injurias y el veneno mortal de la serpiente contra
tu hermano?...
Hablemos así y digamos cada día esto [habiendo perdonado a
nuestros hermanos] en los momentos en que asistimos a la veneranda y tremenda
sinaxis; el sacerdote, conociendo esto, después de la consagración del sacrificio
incruento eleva el pan de la vida y lo muestra a todos. Después el diácono
elevando la voz, dice: “Atendamos”, es decir, atended a vosotros mismos,
hermanos; pues hace un momento habéis dicho unánimemente: “Tenemos nuestros
corazones elevados al Señor”. Y además, confesando a Dios vuestra pureza y
vuestro perdón de las injurias, dijisteis: “Perdónanos, así como nosotros
perdonamos a nuestros deudores”, y por eso os disteis unos a otros el ósculo de
paz” (S. Anastasio Sinaíta, Sermón de la santa sinaxis).
En
la segunda mitad del siglo XII aparecen los osculatorios o portapaz,
descendiendo la paz desde el altar a los fieles.
Desde
muy antiguo este beso ritual, santo, se consideró una preparación a la
comunión, ya en tiempos de san Gregorio Magno. “Así, por ejemplo, un grupo de
monjes amenazados de naufragio, primero se dieron el ósculo de paz y luego
recibieron el Sacramento que llevaban consigo (S. Gregorio Magno, Dial., III,
36)” (Jungmann, p. 1021).
El
beso de paz tiene una forma estilizada, apropiada para el marco santo de la
liturgia y así respetar su profundo sentido espiritual; según las rúbricas del
Ceremonial de obispos de 1600:
“El que da la paz, sin previa inclinación, pone las manos
extendidas sobre los hombros del que la recibe, y éste las coloca debajo de los
codos del que la da; aquél dice Paxtecum
y éste responde Et cum spiritutuo, acercándose
a la vez de modo que la mejilla izquierda de uno toque ligeramente la del otro”
(Mtnez. de Antoñana, I, p. 490).
Sabiendo
que es un beso santo, y ubicado antes de la Comunión, hay que vivirlo
espiritualmente, realizarlo con sobriedad, y cortando el empuje emotivista,
sentimental, que se le ha querido dar.
El beso
fraterno en el Sacramento del Orden
El
beso al nuevo ordenado aparece ya en las antiguas fuentes litúrgicas romanas
tras la plegaria de ordenación; incluso la Traditio de Hipólito en la
ordenación del nuevo obispo habla de que todos intercambian el ósculo de paz
con él (c. 2), al igual que el sacramentario Veronense.
También
se da este beso a los nuevos presbíteros, antes de situarse entre el orden de
los presbíteros, e igual al diácono. Así se mantuvo en el ceremonial romano
hasta el siglo XIII, cuando el Pontifical de Guillermo Durando trasladó este
beso al final de la misa (cf. Righetti, II, p. 969).
En
el actual Pontifical romano, el beso se da una vez terminada la plegaria de
ordenación y las entregas, ya sea al obispo recién ordenado, ya a los nuevos
presbíteros y diáconos, inmediatamente antes de pasar a la liturgia
eucarística.
Las
rúbricas especifican el sentido de este beso.