Canto a Jesucristo

¡Jesucristo, sólo Jesucristo!

Éste es el canto a Jesucristo, la plegaria y alabanza a su Persona, lo que da sentido a todo, el objeto central de este blog.


Jesucristo es el Señor, el Único.
Él es el centro,
Él es el Señor;
le celebramos a Él, Victorioso, Resucitado,
con sus llagas gloriosas que nos muestran su Corazón y entrañas de amor;
Victorioso del pecado y de la muerte, de toda muerte,
el que disipa las tinieblas y señala y muestra la Verdad,
porque Él mismo es la Verdad, y en esa Verdad está la vida.

Reconocemos hoy y adoramos a Jesucristo,
manso y humilde de Corazón,
descanso para el alma llena de tantos agobios
y afanes y tribulaciones,
que entra sencillo y humilde en nuestra vida,
y se impone su señorío
y todo lo que de luz y tinieblas hay en el corazón del hombre
le reconoce, con estupor y admiración, como el Señor.

El Señor Jesucristo es nuestro Salvador.
Sólo Él puede dar la vida;
sólo Él puede transfigurar al hombre y a la humanidad,
cambiándola desde dentro,
respondiendo a los interrogantes y deseos del corazón,
abriéndole un camino de esperanza.

Sólo Jesucristo tiene palabras de vida eterna,
palabras que contienen el Espíritu Santo,
palabras eficaces que vivifican,
palabras que iluminan y elevan, plenificando, la razón humana,
palabras de verdad que delatan y debilitan
los falsos lenguajes del Maligno, del mundo y de la carne .

Sólo Jesucristo,
Palabra hecha carne, Presencia y Rostro cercano,
da al hombre la posibilidad de ser verdaderamente humano.
Sólo Jesucristo revela al Padre,
porque en Él el Misterio habita entre los hombres,
por su nacimiento en el seno virginal de Santa María;
el Misterio insondable, lleno de Belleza, de gracia y de verdad,
se nos da en Cristo y permanece hoy entre nosotros
y el Espíritu Santo despierta nuestros sentidos e inteligencia espirituales
para reconocerlo y acogerlo
como lo más significativo y transformador para el hombre.

Sólo Jesucristo.
En Él el Padre nos ha dado toda bendición.
En Él hemos sido agraciados con toda gracia,
recibiendo el Espíritu Santo
que nos posibilita convertirnos, amar, creer con todo nuestro ser,
vivir en la esperanza.

Sólo Jesucristo.
Por Él y para Él hemos sido creados y vivimos;
en Él nos mantenemos, a Él nos dirigimos
mientras, paradójicamente, Él se hace peregrino
y compañero nuestro de camino.
¡Éste es el Misterio de Jesucristo!
“Bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos” (Hch 4,12).
¡Se le ha dado el “Nombre-sobre-todo-Nombre” (Flp 2,9).
Él revela el hombre al hombre.
Él es la humanidad plena,
Perfecto hombre.

Cristo, el Redentor del hombre, el Salvador.
Su obra redentora continúa hoy, por la gracia del Espíritu,
por medio de su Iglesia.
Sus misterios, los misterios de Cristo,
se reproducen y se prolongan en el alma católica,
en cada cristiano y en la Iglesia,
y el Espíritu Santo va configurando al alma
con estos misterios, grabándolos a fuego.
Y sus misterios son misterios de salvación:
Encarnación, nacimiento y vida oculta,
misión y evangelización, pasión, muerte, resurrección,
gloria, reino.


Jesucristo,
al que le devoraba el “celo del Templo” (Jn 2,17), el celo por la gloria del Señor;
a Aquél que en su pasión “llegaba el agua al cuello”
y se hundía sin poder hacer pie (Cf. Sal 68);
y, como profetizó el salmista,
fueron más que los pelos de su cabeza los que lo odiaron sin razón;
Cristo Jesús, que oró “a gritos y con lágrimas” (Hb 5,7),
diciendo: “soy un extraño para mis hermanos,
un extranjero para los hijos de mi madre” (Sal 68,9);
que fue expulsado de la sinagoga
porque “nadie es profeta en su tierra, entre los suyos y entre sus hermanos” (cf. Mc 6,4);
Cristo Jesús, que fue entregado a su pasión,
llevado en nuestro lugar como cordero al matadero,
negado por Pedro,
abandonado por sus discípulos,
ultrajado, despreciado, juzgado injustamente,
postpuesto a Barrabás,
al que sólo le permaneció fiel un pequeño resto
-el resto de Israel- al pie de su Cruz Gloriosa.
Y, sin embargo,
“él cargó con nuestros delitos, soportó nuestros dolores” (Is 53,4).
“¡Sus heridas nos han curado!” (1P 2,24).

Jesucristo, nuestro Señor y Salvador,
que fue crucificado por nuestra salvación
“cancelando el protocolo que nos acusaba” (Col 2,14).
y al que venció en un árbol, en un árbol de Vida fue vencido.
La cruz fue el árbol único en nobleza.
Allí fue la exaltación y glorificación de Jesucristo,
habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo,
y demostró su amor dando la vida,
que si el amor es verdadero está abierto al sacrificio.

“Glorifícame, Padre” (Jn 17,5) fue el grito de Cristo,
y fue glorificado en la Cruz,
inclinando la cabeza entregó el Espíritu Santo,
y elevado en la Cruz “atrae a todos los hombres” (Jn 12,32);
fue traspasado por la lanza, mostrando su Corazón,
abierto, entregado, ofrecido,
y de su Corazón, el Corazón de Cristo,
manso y humilde, pobre y sencillo de espíritu, misericordioso, pacífico ,
brota la sangre y el agua,
el agua del Bautismo, la sangre de la Eucaristía,
los sacramentos de su Amor,
por los que la Iglesia es constantemente edificada.

Jesucristo, que “descendió a los infiernos”,
y tomando a los justos y santos de la Antigua Alianza
los introduce con Él en el cielo;
descendió a los infiernos de la existencia
asumiendo y redimiendo
el sufrimiento, la soledad, el rechazo, el abandono,
la incomprensión, todo dolor.

Jesucristo, glorificado en la resurrección,
restaura la vida,
abre el camino del cielo,
ofrece una nueva vida, en plenitud y gracia,
triunfando sobre la muerte y el pecado,
Victorioso, “que tiene las llaves de la Muerte y del Abismo” (Ap 1,18)
y que es Señor para gloria de Dios Padre.

Él es el verdadero Cordero pascual.
“Él es la Pascua de nuestra salvación” .
Él se ofrece y se entrega,
Él destruye toda muerte, toda iniquidad, todo pecado,
y canta en su Ascensión:
“abridme las puertas del triunfo y entraré para dar gracias al Señor” (Sal 117).
“La muerte ya no tiene dominio sobre él” (Rm 6,9).
¡Santo y Feliz Jesucristo!
¡Sumo y Eterno Sacerdote de la Nueva Alianza!

Es Jesucristo el centro de todo,
el que hoy nos congrega y convoca,
nuestro único Señor, hacia el cual deben converger la mirada de nuestros corazones;
Señor de la historia y del tiempo, dirige tu historia y la mía
haciéndola historia de salvación por caminos y vericuetos
sorprendentes e inesperados, a veces, dolorosos como la cruz,
pero que se constituyen en caminos de salvación.

Es Jesucristo, el Señor Resucitado,
que sigue presente entre nosotros por medio de su Iglesia,
su Cuerpo, su Sacramento.

(De la homilía de mi Primera Misa,
3-julio-1999).