sábado, 28 de marzo de 2020

La envidia (Predicación de S. Basilio - y V)

El envidioso no puede por menos que disimular. 

Trata de ocultar su tristeza, que le reconcome; se pone un máscara ante la persona a la que envidia, pero, por detrás, realiza afirmaciones y comentarios despectivos.


En su máscara de hipocresía, intenta ante los demás, con buenas palabras, menospreciar, despreciar, hacer de menos a aquel a quien envidia.

No sabe destacar nada bueno, ni valorar lo que tiene, sino que debe empozoñarlo todo con alguna frase hiriente, pero educada; mordaz, pero revestida de buenas intenciones. "Es una lástima que...", "si no fuera por...", "yo lo aprecio mucho, pero..."


jueves, 26 de marzo de 2020

El sentido de los contemplativos en su clausura

La vida contemplativa en la Iglesia merece un lugar de honor y el reconocimiento afectuoso del pueblo cristiano. Y es que su función, invisible, riega la tierra de Dios con fuentes de agua viva. Desde la clausura del monasterio, alientan la vida de la Iglesia.



Es un vivir expropiados, saliendo de sí para salir al encuentro de Cristo, viviendo del amor de la Iglesia, siendo fragancia que todo lo envuelve, todo lo penetra, llenando la casa de Dios del buen olor de Cristo. El nivel de exigencia, lo que la Iglesia espera, es mucho y elevado, pero, siendo fieles a la gracia de Dios, es posible realizarlo:
 

            Los institutos que se ordenan íntegramente a la contemplación, de suerte que sus miembros vacan sólo a Dios en soledad y silencio, en asidua oración y generosa penitencia, mantienen siempre un puesto eminente en el Cuerpo místico de Cristo, en el que no todos los miembros desempeñan la misma función, por mucho que urja la necesidad del apostolado activo. Ofrecen, en efecto, a Dios un eximio sacrificio de alabanza, ilustran al pueblo de Dios con ubérrimos frutos de santidad, lo mueven con su ejemplo y lo dilatan con misteriosa fecundidad apostólica (PC 7).


lunes, 23 de marzo de 2020

La envidia (Predicación de S. Basilio - IV)

Huir de la envidia es el mejor método para no caer en ella, y, por tanto, llenarnos de una caridad sobrenatural, cuya fuente es Dios.

La envidia debe corregirse con la caridad y también con el discernimiento, el pensamiento frío, que valora lo de los demás y se alegra, sabiendo también reconocer lo propio y estar agradecido por los bienes que uno ya posee.


Desaparecerá la envidia si en vez de anhelar y desear los bienes pasajeros y mundanos que vemos en los demás, elevamos la mirada y solamente deseamos los bienes eternos, los que de verdad valen, porque todo lo demás es absolutamente efímero: dinero, gloria, fama, poder... ¡Cuántos lo tenían todo y han caído después! ¿Vamos a envidiar algo tan mudable, que pasa tan pronto?



            "n. 5 ¡Huyamos de tan intolerable mal! Es enseñanza de la serpiente, invención del demonio, siembra del enemigo, garantía de castigo, obstáculo de piedad, camino del infierno y privación del Reino. En efecto, los envidiosos son reconocidos claramente por su propio rostro. Tienen los ojos secos y lánguidos, el rostro sombrío, el ceño fruncido, su alma turbada por la pasión, puesto que no tiene un juicio acertado de la verdad de las cosas. Para ellos no hay acción que daba ser alabada por su virtud; ni la elocuencia, aunque esté adornada con solemnidad y gracia, ni ninguna otra cosa de las que se alaban y admiran…

            Son terribles en hacer menos con sus desprecios lo que debe ser alabado, y en denigrar la virtud a partir del vicio próximo a ella. Llaman osado al valiente e insensible al prudente, cruel al justo, malicioso al sabio, y al magnánimo le tachan de vulgar y al liberal de derrochador; al frugal, por el contrario, de tacaño. En resumen, cualquier virtud tiene para ellos cambiado su nombre en el del vicio opuesto…

miércoles, 18 de marzo de 2020

La envidia (Predicación de S. Basilio - III)

Dos ejemplos de las Escrituras nos ilustran bien, según predica S. Basilio, sobre la envidia. Por una parte, lo sucedido al predilecto de Jacob, su hijo José, y la envidia de sus hermanos. Por otra parte, la envidia que se vuelca sobre el mismo Cristo.

Las descripciones y análisis que hace san Basilio son agudos, perspicaces, desenmascarando la envidia, siempre disfrazada de justicia, siempre hipócrita, reticente al bien.





 En la medida de lo posible, hemos de preservarnos apartándonos del envidioso, pues éste envidiará siempre a los cercanos y, probablemente, a los que está unidos por razón de amistad o familiaridad.




           " n. 4. ¿Qué hizo esclavo al generoso José? ¿No fue la envidia de sus hermanos? En este caso es digna de admirar la sinrazón de este mal, pues, por temor al resultado de sus sueños, hicieron esclavo a su hermano, como si un esclavo nunca pudiera llegar a ser respetado. Sin embargo, si sus sueños eran verdaderos, ¿qué artificio impediría que sucediera completamente lo predicho? Y si eran falsas las visiones de sus sueños, ¿en concepto de qué envidiáis al que se equivoca? Mas lo cierto es que, por disposición de Dios, su argucia se volvió contra ellos, pues a través de los mismos medios con que creyeron impedir la predicción, prepararon claramente el camino de su cumplimiento.

            En efecto, si no hubiera sido vendido, no habría ido a Egipto, ni habría sido acosado debido a su virtud por los deseos de una mujer intemperante, ni habría sido metido en la cárcel, ni se habría hecho amigo de los criados del faraón, ni habría interpretado sus sueños, gracias a lo cual recibió el gobierno de Egipto y fue reverenciado por sus propios hermanos, que acudieron a él debido a la carencia de trigo.

lunes, 16 de marzo de 2020

Un gran amor eclesial (Palabras sobre la santidad - LXXXIII)



            Sólo el espíritu maligno puede proferir amenazas y agravios a la Iglesia; su boca perversa insulta y denosta a la Iglesia constantemente, con ferocidad, movido por la rabia de ver que no puede aniquilarla, por mucho daño que le haga. Con tal odio a la Iglesia, se hace incapaz de ver lo bueno y hermoso de la Iglesia, le es contrario, y sólo puede atacar los pecados de los hijos de la Iglesia, que exagera y hace bien visibles. Pero esto es acción del diablo en su batalla.



            Ni mucho menos los santos actúan así, ni recelan de la Iglesia, ni la atacan, ni la ridiculizan, ni hablan mal de ella desconfiando de todo lo que la Iglesia hace o dice. El amor a la Iglesia es nota común de los santos, un amor que siempre crece al descubrir nuevas realidades de Iglesia, al palpar su vida evangelizadora, al percibir la belleza de su misterio y las almas, ocultas y sencillas, que viven santificándose. ¡Cuántos hoy, dándoselas de profetas y hombres libres, pseudo-teólogos, no hacen sino atacar a la Iglesia! Ponen así en evidencia qué espíritu los mueve y cuán lejos están de la santidad aunque ellos se crean profetas de vanguardia.

            La Iglesia es santa. ¡Qué realidad tan consoladora! La Iglesia es santa por su naturaleza, y en ella, sus hijos están llamados a plasmar esa santidad en sus vidas.

sábado, 14 de marzo de 2020

La envidia (Predicación de S. Basilio - II)

Con la envidia, hay que considerar que siempre va al revés: cuando debería llorar por el mal ajeno, entonces está alegre; cuando debería alegrarse por el bien del otro, entonces se aflija, se consume de celos y rabia.

¡Claro que no lo va ni a decir ni a reconocer! Pero sufre enormemente faltando al amor, a la caridad.



San Basilio en su sermón "sobre la envidia" señala la actuación del envidioso y luego argumenta recurriendo a las Sagradas Escrituras, con momentos significativos de envidia: Caín y Saúl.




           " n. 2. Sin duda no encuentra médico para su enfermedad, ni puede hallar remedio alguno que ahuyente su mal, cuando las Escrituras están llenas de tales remedios; un solo alivio aguarda para su enfermedad: ver si alguno de los que envidia se viene abajo. Éste es el límite de su odio: ver que el envidiado, antes feliz, es ahora miserable; el que antes era admirado, ahora es digno de lástima. Entonces hace las paces y es su amigo, cuando lo ve llorando y lo contempla lamentándose. No se alegra con el que es feliz, pero se lamenta con el que llora.
           
            n. 3. ¿Qué habrá, pues, más terrible que esta enfermedad? Destrucción de la vida, oprobio de la naturaleza, enemiga de los dones que nos han sido dados por Dios, enemiga de Dios. ¿Qué impulsó al demonio, príncipe del mal, a la guerra contra los hombres? ¿No fue la envidia? Por ella también se declaró abiertamente contrario a Dios, cuando se disgustó con Él por su munificencia para con el hombre, y se vengó con el hombre mismo, puesto que con Dios no pudo.

viernes, 13 de marzo de 2020

El santo, imagen de madurez humana







“Todo lo que es noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito tenedlo en cuenta” (Flp 4,8).  

“Hasta que lleguemos... al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud” (Ef 4,13).

“[Los santos] son modelos de la humanidad renovada por el amor divino... Los santos nos muestran el camino del Reino de los cielos, la senda del evangelio acogida de forma radical, mientras sostienen al mismo tiempo nuestra serena certeza de que toda realidad cristiana halla en Cristo su perfección y de que, gracias a Él, el universo quedará entregado a Dios Padre plenamente renovado y reconciliado en el amor” (JUAN PABLO II, Homilía en la canonización de varios beatos, 21-11-1999).

“El verdadero progreso tiende hacia Cristo, hacia aquella plena unión con Él, la santidad, que es también perfección humana” (JUAN PABLO II, Discurso al Congreso Internacional UNIV’2000, 17-abril-2000).




“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”

                Esta es la pregunta que todo hombre debe responder al mismo Cristo. ¿Quién es Cristo para cada uno de nosotros, o acaso, solamente, conocemos a Cristo, de oídas, de lejos, por lo que nos han contado, pero no hemos querido tener trato con Él? 

¿Hemos omitido nuestra experiencia personal del propio Cristo, sustrayéndonos a su influjo, para quedarnos con algo memorizado pero integrado ni experimentado?

“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”

                En la respuesta a esa pregunta va el sentido y la orientación de nuestra vida, no sólo de la vida cristiana, sino de toda vida humana. Hemos sido creados por el Señor para el Señor, creados por Amor; y creados por Dios en la persona de Cristo para ser imagen de Cristo, o, lo que es lo mismo, para vivir en santidad. La plenitud, el culmen, la perfección, de toda vida humana es la Persona de Jesucristo. 

miércoles, 11 de marzo de 2020

La envidia (predicación de S. Basilio - I)

Como la conciencia siempre necesita luz para formarse, y vencer así la tiniebla de la ignorancia, edificando en el bien, conozcamos el pecado de envidia.

De este modo, sabiendo cómo es este pecado capital, sus raíces y sus ramas, podremos discernirla mejor y, en su caso, extirparla de nosotros con la gracia durante el tiempo cuaresmal.


San Basilio Magno dedicó un sermón amplio sobre la envidia y será su palabra la que nos enseñe, para acostumbrarnos, de paso, a ser formados por la Tradición de los Padres.



            "n. 1. Dios es bueno y procura sus bienes a quien los merece; el diablo es malo y es autor de toda maldad. Y como al bueno sigue la buena disposición, así al diablo le acompaña la malicia. Guardémonos, pues, hermanos, del mal de la envidia; no seamos partícipes de las obras del adversario y nos encontremos sentenciados a la misma condena, pues si el soberbio cae en la condena del diablo, ¿cómo escapará el envidioso al castigo preparado por el demonio?

            Ningún vicio tan funesto brota en las almas de los hombres como la envidia, que, sin afligir apenas a los de afuera, es el mal principal y característico de quien lo posee. Pues, lo mismo que la herrumbre corroe al hierro, así la envidia al alma que la posee; y, aún más, como las serpientes que, según cuentan, devoran el vientre materno que las engendró, así también la envidia provoca que se consuma el alma que la produce, porque la envidia es pesar por el éxito del prójimo.

martes, 10 de marzo de 2020

Escuelas de la cruz

Hay escuelas difíciles por las que hay que pasar, y cuyas enseñanzas poseen valor incalculable. Al fin y al cabo, siempre somos discípulos del verdadero Maestro.

Las mejores lecciones nos la da Aquel que murió en la Cruz y resucitó; de hecho, su cátedra es la Cruz, la cátedra más sabia y elocuente. En ella se aprenden lecciones sublimes, se adquiere una ciencia divina, se alcanza una sabiduría superior, crecen las virtudes bien arraigadas.


Las situaciones de cruz en la propia vida son las que permiten madurar realmente, forjar la personalidad cristiana y que aquello que sólo sabíamos de oídas, y repetíamos sin mucha convicción, pasen a ser incorporadas a nuestro ser. De hablar de memoria de cosas que sólo hemos oído, pasamos a la experiencia que nos llevará a hablar con fundamento, a dar un testimonio vivo.

sábado, 7 de marzo de 2020

La fe creída y vivida



La primera palabra con que comienza el Símbolo es “Credo”, “creo”, que luego se desarrolla en una serie de proposiciones y artículos. El Credo es el resumen, compendio y síntesis de aquello que se profesa, de la fe.



            Debemos poner en la base de nuestra concepción religiosa y moral la necesidad de la fe: “El justo vivirá por su fe” (Rm 1,17); “sin la fe es imposible agradar a Dios” (Hb 11,6). Recordemos y aclaremos ideas sobre el doble campo al que se refiere la fe: uno el campo objetivo, que mira a las verdades que debemos creer, inmenso campo cuya síntesis es el Credo; un segundo campo, el subjetivo, que mira a nuestro acto de adhesión a estas verdades, su vivencia y la configuración cristiana de la vida toda.

            “Será conveniente que todos volvamos a estudiar este tema fundamental, comenzando por afirmar con claridad la definición de la fe como un asentimiento intelectual a la palabra de Dios, determinado por la voluntad, movida por la gracia divina; un conocimiento singular, cierto y oscuro al mismo tiempo, cierto en sus motivos, oscuro todavía en su misterio contenido. “Ahora, escribe san Pablo, vemos por un espejo y oscuramente” (1Co 13,12); de tal modo que “la fe es garantía de lo que se espera, la prueba de las cosas que no se ven” (Hb 11,1)” (Pablo VI, Catequesis, 1-agosto-1973).

miércoles, 4 de marzo de 2020

"Gloria a Dios en el cielo" - y IV (Respuestas - X)



El himno, entonces, cobra otro aire, coge un nuevo giro: de las alabanzas a Cristo, enumerando los títulos cristológicos, se pasa a la súplica, a la petición.

            En los himnos clásicos latinos es un proceso habitual; primero un cuerpo amplio de alabanza, después unas súplicas y terminan con una doxología o alabanza a la Trinidad.



            Por ejemplo, el himno latino para Laudes de la I semana del Salterio “Splendor Paternae gloriae” comienza alabando e invocando:

Resplandor de la gloria del Padre,
y Destello de su Luz,
Luz de Luz y Fuente de toda Luz,
Día que iluminas el día.

            De ahí, de la alabanza, torna a súplica confiada:

Que informe nuestros actos decididos,
quiebre el dardo del maligno,
nos secunde en la adversidad,
y con su gracia nos asista.

Que gobierne y dirija nuestras almas,
guardando el cuerpo puro y dócil;
que preservándola del engañoso veneno,
avive con ímpetu nuestra fe.

Siendo Cristo nuestro alimento,
y nuestra bebida la fe,
libemos con gozo la sobria
efusión del Espíritu.

lunes, 2 de marzo de 2020

Apostolado santo




“Cuando vine a vosotros no fui con el prestigio de la palabra... no quise saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo y éste, crucificado” (1Co 2,1-2).

 “No tengáis miedo de aceptar este resto: ¡ser mujeres y hombres santos! No olvidéis que los frutos del apostolado dependen de la profundidad de la vida espiritual, de la intensidad de la oración, de una formación constante y de una adhesión sincera a las directrices de la Iglesia. A vosotros repito hoy... que si sois lo que debéis ser –es decir, si vivís el cristianismo sin componendas- podéis incendiar el mundo” (JUAN PABLO II, Homilía con ocasión del Congreso Mundial del laicado, 26-noviembre-2000).

“La invitación de Cristo nos estimula a remar mar adentro, a cultivar sueños ambiciosos de santidad personal y fecundidad apostólica. El apostolado siempre es el desbordamiento de la vida interior” (JUAN PABLO II, Discurso a un Congreso del Opus Dei sobre la Novo Millennio ineunte, 17-marzo-2001).




“Id también vosotros a mi viña”. Es una llamada y una invitación. Nadie se queda entonces excluido. Todos por el Bautismo estamos llamados a trabajar en la viña del Señor que es la Iglesia. “Id también vosotros a mi viña”.  El Señor llama y sigue llamando. 

Salió por la mañana, al amanecer, luego a media mañana, más tarde al mediodía, finalmente al atardecer. En distintas horas, en distintos momentos de la vida, puede el Señor estar llamando para incorporarnos a ese trabajo de la viña. A unos los llama en la niñez y pueden ser momentos providenciales la educación cristiana recibida en la familia, o el momento de la catequesis para la primera comunión, o la educación escolar en un colegio verdaderamente católico. A otros los llama a media mañana, en la juventud, cuando se ve que la vida no responde a tanta expectativa como uno se plantea y que la respuesta está en Cristo, o puede ser el testimonio de otra persona, de otro joven, o unas catequesis, o un momento fuerte de la vida parroquial. A otros, y son muchos, los llama al mediodía, en la madurez de la vida, personas que han dejado la Iglesia hace tiempo y que cuando pasan los años vuelven, por mayor experiencia y conscientes de su propia limitación; con mayor camino recorrido, pero también sintiendo lo poco que somos. Finalmente el Señor llama al atardecer, personas ya en la ancianidad, que descubren al Señor, humanamente tarde, pero para el Señor no es tarde y son invitados a participar de ese trabajo en la viña del Señor. Nadie queda excluido. En cualquier momento de la vida puede el Señor llamar.

                Igualmente llama el Señor a trabajar en la viña en los distintos estados de vida cristiana. Llama en el sacerdocio, llaman en la vida consagrada, sea en el monasterio, en el hospital, en la escuela, en el asilo o en unas misiones. Llama el Señor a los matrimonios a trabajar en la Iglesia. Llama al Señor a todos los fieles laicos. Todos por la dignidad del Bautismo estáis llamados a trabajar por la Iglesia, por la venida del Reino de Dios, cada cual según su edad, su estado de vida y sus posibilidades, pero nadie está excluido, todos están incluidos por el bautismo.