“Os
doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado... En
esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros” (Jn
13,34).
Como Juan reclinado en el pecho del
Señor (Jn 13,25) sintiendo los latidos de su Corazón, y conviviendo con Él,
aprendió a amar, fue instruido en el amor verdadero, así nosotros podremos
aprender a amar de verdad: en el Corazón de Cristo descubrimos el amor
verdadero, la verdad del amor y su entrega.
Cuando el amor se confunde con un
mero sentimiento, entonces no se sabe lo que es el amor, sino la pasión.
Cuando el amor se confunde e
identifica con la satisfacción personal, física o afectiva, sin tener en cuenta
al otro, ni buscar el bien ni la felicidad del otro, eso es egoísmo, no amor.
Cuando el amor se confunde y sueña
con una persona “ideal”, pero sin aceptarla y quererla tal cual es, estamos en
un amor romántico, fugaz, pasajero.
O, simplemente, cuando uno vive
pensando sólo en uno mismo, en su propio equilibrio, en su propia felicidad, en
su propio bienestar, en ir a su aire, sin comprometerse con nada ni nadie,
viviendo según los propios instintos y pasiones, incapaz de sacrificarse,
incapaz de acoger con el corazón, incapaz de sufrir con nadie o por nadie, o
alegrarse con las alegrías de otro, incapaz de molestarse por nadie o tener
detalles, incapaz de expresar lo que hay en el corazón... ¡ése es un egoísta!
Sólo piensa en sí mismo... y deberá acudir a la escuela del Evangelio, esa
escuela que hallamos en el Corazón de Jesús y en el Sagrario: “Venid a mí... aprended de mí, que soy manso
y humilde de Corazón” (Mt 11,28-29). Entremos en la escuela del Corazón de
Cristo, allí aprenderemos “lo que
trasciende toda filosofía, el amor cristiano” (Ef 3,19) y, así pues, “nuestro amor seguirá creciendo más y más en
penetración y sensibilidad para apreciar los valores” (Flp 1,9)
¡Se puede aprender a amar!
¡Se puede vencer el egoísmo, paso a
paso!
¡Se puede amar, es posible el amor!
¿Cuál es su raíz de este Amor para
que podamos aprender a amar?
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Que “Dios es amor” (1Jn 4,8).
-
Que
Dios nos ha creado a “su imagen y
semejanza” (Gn 1,26), creados para amar.
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Que
Cristo mostró su amor entregando su vida por nosotros: “La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía
pecadores, murió por nosotros” (Rm 5,8).
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Que “Él nos amó primero” (1Jn 4,19), “en esto consiste el amor: no en que nosotros
hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo” (1Jn
4,10).
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Que “nadie tiene amor más grande que el que da
la vida por sus amigos” (Jn 15,33).
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Y que
su Amor sigue dándose para que amemos con Cristo y como Cristo, “teniendo los mismos sentimientos que Cristo
Jesús” (Flp 2,5).