viernes, 31 de diciembre de 2010

El Prefacio II de Navidad

Difícil en su redacción, este prefacio es todo un tratado teológico del "intercambio", del divino comercio entre la divinidad y nuestra pobre humanidad.


Porque en el misterio que hoy celebramos,
Cristo, el Señor, sin dejar la gloria del Padre,
se hace presente entre nosotros de un modo nuevo:
el que era invisible en su naturaleza
se hace visible al adoptar la nuestra;
el eterno, engendrado antes del tiempo,
comparte nuestra vida temporal
para asumir en sí todo lo creado,
para reconstruir lo que estaba caído
y restaurar de este modo el universo,
para llamar de nuevo al reino de los cielos
al hombre sumergido en el pecado.


“Cristo, el Señor, sin dejar la gloria del Padre, 
se hace presente entre nosotros de un modo nuevo”

Es Hijo de Dios y es Hijo del hombre; Dios es su Padre, en la naturaleza humana es María su madre. Este modo es nuevo y distinto. Cristo estaba siempre presente como Logos, como Palabra creadora, pues todo halla su consistencia en Él. Ahora sigue presente, pero el modo es nuevo, es al modo humano. No por ello deja de ser Dios, ni dejar la gloria del Padre, pero ¡es todo tan distinto en esta etapa final!

“El que era invisible en su naturaleza 
se hace visible al adoptar la nuestra”. 

Sólo así era posible conocerle: viéndole, para que viéndole le amemos. Era el gran deseo y súplica de los profetas y salmos: “déjame ver tu rostro”. Ahora el rostro de Dios es Cristo encarnado, un Niño nos ha nacido. Somos nosotros los que podemos gozar de la petición de los profetas y justos del Antiguo Testamento.

“El eterno, engendrado antes del tiempo, 
comparte nuestra vida temporal”. 

Cristo fue engendrado, no creado, porque si hubiese sido creado no sería Dios y tendría un principio, un inicio. Pero Él es Dios, estaba fuera del tiempo, pero al encarnarse comparte nuestra temporalidad, lo caduco que somos, las limitaciones de lo humano, de la criatura. ¡Dios y hombre!, compartiendo todo lo nuestro. Desde entonces todo lo humano halla eco en el Corazón de Dios de modo nuevo.

jueves, 30 de diciembre de 2010

Nazaret (la Virgen María, el silencio, el anonadamiento...)

"Y María acompañó a José hasta Belén para empadronarse en Belén. Así, salieron de Nazaret y..." (cfr. Lc 2,1-5).
 
        En este sentido, ¿qué es Nazaret? ¿Qué significaba Nazaret para María en ese momento? ¿Qué sentido tiene Nazaret para nosotros?

        María estaba embarazada, a punto de dar a luz. Lo más cómodo para ella sería quedarse en casa, cuidada por sus vecinas y amigas y que en su casa naciera el primogénito. Es la ilusión de cualquier mujer: dar a luz a su hijo en un sitio digno, con la alegría de ser su primer hijo, concebido por el Espíritu Santo, uno que "será grande y será llamado hijo del Altísimo." Pero ésos eran los planes de María, no los planes de Dios.

        María se pone en camino a Belén, porque allí la quería Dios. María deja Nazaret, deja sus planes, y se pone en manos de Dios. Allí María va a recibir una tremenda lección sobre la humildad de Dios, y tuvo que ser más humilde aún. Le llegan los días de dar a luz en Belén, en la posada no hay sitio. Ella y José tienen que ir a un pesebre, allí, sola, da a luz, "lo envolvió en unos pañales y lo acostó en un pesebre." Allí se manifestó la gloria del Señor. Allí se nos mostró el tremendo Amor que Dios nos tiene. Allí comprendimos cómo es el Dios en que creemos.

        Salir de Nazaret para llegar a Belén. Salir de nuestros planes para llegar a la pobreza radical, a la voluntad de Dios. Eso significó para María salir de Nazaret y llegar a Belén.

        Aceptó que Dios actuaba en su vida, hizo su voluntad, y así, sólo así, se realizaron los planes de Dios: Jesús nació pobre en Belén, con sólo unos pastores, que fueron a adorarle, una mula y un buey, -según la tradición-, un pesebre, miseria. Se cumplieron los planes de Dios: se nos reveló en Belén.

        Nazaret es el lugar de nuestros planes, es el lugar de nuestras comodidades y prejuicios, de nuestra libertad absoluta frente a Dios, pero también de nuestro egoísmo; Nazaret somos nosotros mismos, con nuestros fallos y miserias, nuestras potencialidades y bondades. Con lo bueno y lo malo, eso es Nazaret. No es malo Nazaret -los planes de María eran buenos- pero es mejor Belén -¡son los planes de Dios!-.

        En Belén los planes de Nazareth se deshacen -porque son humanos- triunfando los planes de Dios porque "sus caminos no son nuestros caminos, ni sus planes son nuestros planes" (cfr. Is 55,8). Y se cumplió lo dicho por el profeta: que el Mesías nacería en Belén (Mt 5,1). Sólo saliendo de Nazareth se cumplieron los planes de Dios.

        Todos nosotros tenemos un Nazaret de donde salir. Todos tenemos un hogar y refugio seguro en Nazaret, y nos cuesta salir de ahí para llegar a Belén. Nos cuesta salir de nuestra comodidad para llegar a la humillación de Belén. En definitiva, tenemos nuestros planes, que pueden que no sean malos, o a lo mejor incluso buenos, pero ¿vienen de Dios o de nosotros? Si son nuestros se desbaratarán porque "si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles" (Sal 126), y si es obra humana, ella misma terminará (cfr. Hch 5,38-39). Nosotros saliendo de Nazaret tenemos que realizar el plan salvífico de Dios, su designio que proviene "antes de la creación del mundo para que fuésemos santos e irreprensibles ante Él por el amor" (Ef 1,4).

        Para que se cumplan, pues, los designios salvíficos de Dios, tendremos que salir de Nazaret, como María, y dirigirnos a Belén para encontrarnos con Dios.


miércoles, 29 de diciembre de 2010

Nacido para redimirnos: ¡Qué triste si no fuese así!

"Se dan prisa [los pastores] a contemplar al Logos; porque cuando se ve la carne del Señor, se contempla al Logos, que es el Hijo...

La fortaleza de Dios se manifiesta precisamente en la debilidad. Jesús se hizo débil por los débiles, para ganar a los débiles... Fue herido a causa de nuestra malicia y quedó extenuado a causa de nuestros pecados.

Él se hizo niño, infante,
para que tú pudieras llegar a ser un hombre perfecto;

fue envuelto en pañales
para que tú pudieras desenredarte de los lazos de la muerte;

estuvo reclinado en un pesebre,
para que tú pudieras estar de pie ante el altar;

estuvo en la tierra,
para que tú estuvieras entre las estrellas;

no encontró lugar en la posada,
para que tú pudieras tener muchas mansiones en el cielo.

Era rico, y se hizo pobre a causa tuya,
para que su indigencia te enriqueciera a ti.

Aquella pobreza es mi reiqueza, y la debilidad del Señor es mi fortaleza.

Prefirió hacerse pobre, con el fin de ser rico para todos.

Las lágrimas de aquel Niño lloroso me lavaron a mí;
aquellas lágrimas lavaron mis pecados.

Por eso, Señor Jesús, estoy más agradecido a las inclemencias que sufriste por haberme redimido, que a tu poder por haberme creado.

De nada me hubiera valido el haber sido creado, si no hubiese sido redimido"

(S. Ambrosio, Com. In Luc., II, 53; 41).

martes, 28 de diciembre de 2010

El prefacio I de Navidad

Como creo que ya se ha asimilado suficientemente en Adviento, la liturgia es también sus textos, plegarias que expresan la fe de la Iglesia y que conforman y alimentan el espíritu verdaderamente cristiano. También conocer la Natividad del Señor, este ciclo de la Manifestación-Aparición de Dios, es penetrar en sus textos eucológicos, meditarlos, interiorizarlos. En este caso, con los prefacios: ¡qué preciosa teología de la Navidad, de la Luz, de la Bondad de Dios, de la Revelación, del diálogo, de la autocomunicación libre de Dios!

El Prefacio I de Navidad canta:

Porque, gracias al misterio de la Palabra hecha carne,
la luz de tu gloria brilló ante nuestros ojos
con nuevo resplandor,
para que, conociendo a Dios visiblemente,
él nos lleve al amor de lo invisible.


Por eso, con los ángeles y los santos... Santo, Santo, Santo es el Señor...

“Gracias al misterio de la Palabra hecha carne”. 

Siempre es un Misterio: Dios se hace carne, asume lo humano porque lo que no es asumido no es redimido. Lo asume todo: alma, memoria, inteli-gencia, voluntad, conciencia, sensibilidad, cuerpo, mortalidad... ¡El Hijo Eterno del Padre!, Él es consustancial al Padre y consustancial a nosotros: Dios y Hombre, mediador y Salvador. Ante el Misterio de la Palabra hecha carne, sólo el silencio y la adoración.

“La luz de tu gloria brilló ante nuestros ojos”. 

La gloria de Dios es su Presencia santificadora; Aquel que proclamó “Yo soy la luz del mundo” es capaz de disipar las tinieblas de nuestro mundo. En su nacimiento quedamos deslumbrados: todo es luz, gracia, Presencia, santificación de nuestra naturaleza humana. Dios se muestra en su esplendor, su luz lo llena todo, la creación se renueva, el alma se transfigura por la luz de su gloria.

lunes, 27 de diciembre de 2010

Navidad de papel de regalo

Siempre me ha parecido que el hombre pretende disimular u ocultar la fuerza del Misterio escondiéndolo tras lo banal o lo cultural, a lo mejor no tanto porque no se sepa preguntar al Misterio, cuanto que prefiere la comodidad del quedarse quieto y no indagar, no buscar para no hallar. Se amordaza el Misterio tras expresiones humanas o culturales y así se sobrevive con el Misterio sin atreverse a dejarse fascinar por lo bello y verdadero del Misterio.

    El ciclo litúrgico de la Navidad es, en verdad, un Misterio, el gran Misterio, el Misterio accesible y palpable del Verbo, de la Presencia del Dios-con-nosotros, que descubre el hombre al hombre, le revela sus inmensas posibilidades, le señala el camino de su sobrenatural vocación a la santidad. 

No obstante, frente al Misterio que sobrecoge al hombre y le hace brotar el estupor, la admiración y la adoración, el hombre ha preferido amortiguar el golpe de Dios, ocultar sus refulgentes rayos, envolviéndolo todo en un vulgar y simple papel de regalo; hemos querido arrebatarle fuerza transformándolo en dulzura meliflua, empalagosa, chorreante de miel; es un folclore navideño, aceptado y participado por todos que resulta más “entretenido” y falsamente “humano” que la acogida del Misterio que se da. 

La fuerza de Dios y la belleza del cristianismo que engendra se oculta tras los velos de la “solidaridad”, del compartir navideño, de los regalos y de lo convencionalmente aceptado por la sociedad, ya incluso, abierto y descaradamente, sin referencias a Jesús en muchos eventos, adornos o felicitaciones. A aquel que se manifiesta lo preferimos como un Dios oculto y escondido; al que habla lo preferimos mudo. Un simple y último ejemplo: la liturgia misma de Navidad es abarrotada y colmada de cantos y villancicos populares, coros de niños vestidos de “pastorcitos” y Misas “flamencas o rocieras”, marginando los grandes cantos de la liturgia de Navidad, incluso el mismo salmo responsorial o el Gloria.

domingo, 26 de diciembre de 2010

Misterio de Nazaret, la Sagrada Familia

    La Iglesia se fija durante la Octava de Navidad, mejor, a lo largo de toda la liturgia del ciclo de Navidad, en la plenitud del tiempo que ha llegado con Cristo; nos fijamos en los primeros misterios de nuestra Redención; consideramos, con ternura y afecto, los inicios, los comienzos de la trayectoria terrestre de esa Palabra eterna de Dios, que es Cristo, una vez que se ha hecho carne y ha habitado entre nosotros.

    ¿Cuál es este misterio que hoy contempla la Iglesia en su liturgia? El misterio de las relaciones humanas, familiares, cotidianas, de una familia cualquiera, de una familia que en nada se distinguía exteriormente de las demás, que el trato con los demás era el de una familia normal, sin apariencias que pudieran traslucir el Misterio. En esa Familia, Familia santa, entramos hoy con pudor, con sumo respeto, a mirar y observar.

    Hallamos un hogar, plenamente realizado y plenamente cristiano. Bastaría conocer las costumbres que en aquel tiempo realizaban las familias judías piadosas. José es el padre de familia, el varón justo según la justicia de Dios; María, la Madre, Madre discreta, la mujer hacendosa que canta la Escritura; y ambos educando humanamente la conciencia, la sensibilidad, las costumbres, la inteligencia, dándole un oficio, al hijo Jesús. Son relaciones de amor, de sencillez y transparencia, de obediencia y fidelidad, de amor casto y puro, dejando la familia abierta al Espíritu de Dios que cubría con su sombra y dirigía sus pasos. 

¡Familia de Nazaret!, primerísima imagen de la Iglesia: en amor al Padre, en docilidad al Espíritu Santo, en reconocimiento y amor a Cristo, amándose, santificándose, trabajando, compartiendo, bajo la mirada atenta y tierna de Dios.

¡Familia de Nazaret!: signo que contiene la verdad de la familia, de toda familia, de la santificación del matrimonio y de la pequeña Iglesia doméstica que es cada hogar, donde nunca falta la Gracia del Sacramento del Matrimonio para vivir la propia vocación y para comunicar la vida natural y sobrenatural a los hijos.

   

sábado, 25 de diciembre de 2010

Santa Natividad

 En nuestro rito hispano-mozárabe, después de la preparación de las ofrendas en el altar, incensación y lavatorio de manos, el sacerdote vuelve a la sede para iniciar la liturgia de la oración con los dípticos, propuestos por el diácono, intercalando oraciones el sacerdote y cerrando con el signo de la comunión en la oración: la oratio ad pacem y el beso de paz.

Antes de iniciarse los dípticos, el sacerdote en la sede (el chorus, abajo, fuera del ámbito del santuario) exhorta a la oración de todos con la oratio admonitionis. En este día, Nativitas Domini, esta oratio invita a orar en la Navidad diciendo (¡qué hermosura de textos litúrgicos!):

Éste es el tiempo favorable, éste es el día de salvación.
La luz se ha dejado ver en la tierra:
salgamos de las tinieblas.
Nuestro defensor ha bajado del cielo:
actuemos como conviene.
El Redentor ha aparecido en el mundo:
exultemos por nuestra libertad.
Ha venido el médico cerca de los enfermos:
mostremos nuestras llagas.
El pan vivo ha sido dado a los creyentes:
no dudemos en tomarlo.
Una fuente inagotable ha brotado para los fieles:
llenemos nuestras almas.
Que su misericordia, su poder y su gracia,
nos hagan permanecer en el camino de la fe,
en el culto de la justicia,
en la estabilidad de la recta confesión
y en la estima de la castidad,
de modo que nuestras almas aparezcan
fructificando para él y no secándose.
Que en tal estado nuestra vida dé frutos y nos deleite,
gracias al que ha entrado en nuestra naturaleza,
no en nuestro pecado,
el que al nacer permanece Dios en nosotros
y ha aparecido para morir por nosotros.

R/. Amén.

Él que vive y reina con el Padre y con el Espíritu Santo,
un Dios, por los siglos de los siglos.

R/. Amén.

Con ello, en este blog, deseamos:

¡Feliz Navidad!
¡Feliz y santa Navidad!
¡Feliz, cristiana, gozosa Navidad del Señor!

viernes, 24 de diciembre de 2010

La calenda: ¡ya llega el Salvador!

En los monasterios y en los Cabildos catedrales ha resonado hoy el canto de la calenda, el anuncio de que mañana, ya, mañana mismo, viene el Salvador esperado miles y miles de años. Tras el rezo de Laudes, o de una de las Horas menores, tomando el Martirologio romano, se entona este anuncio feliz.


En la Misa de medianoche en parroquias y comunidades cristianas se ha introducido la costumbre de cantar la calenda como un bello anuncio de lo que la Eucaristía va a celebrar actualizando; en lugar de una monición de entrada, un canto gozoso como éste -ya sea cantado o muy bien recitado-. Lo hemos visto muchas veces: tras el saludo inicial del sacerdote, el diácono un cantor entona el texto creando el clima festivo y solemne, sagrado, de la Noche santa de Navidad.

Tomo el texto castellano del Calendario Litúrgico-Pastoral de la Conferencia episcopal española -no tengo el martirologio a mano en su edición castellana-:

Pasados innumerables siglos desde la creación del mundo,
cuando en el principio Dios creó el cielo y la tierra
y formó el hombre a su imagen;
después también de muchos siglos,
desde que el Altísimo pusiera su arco en las nubes,
acabado el diluvio, como signo de alianza y de paz;
veintiún siglos después de la emigración de Abrahán,
nuestro padre en la fe, de Ur de los Caldeos;
trece siglos después de la salida del pueblo de Israel de Egipto
bajo la guía de Moisés;
cerca de mil años después que David fue ungido como rey;
la semana sesenta y cinco según la profecía de Daniel;
en la Olimpiada ciento noventa y cuatro,
el año setecientos cincuenta y dos de la fundación de la Urbe;
el año cuarenta y dos del impero de César Octavio Augusto;
estando todo el orbe en paz,
Jesucristo, Dios eterno e Hijo del eterno Padre,
queriendo consagrar el mundo con su piadosísima venida,
concebido del Espíritu Santo,
nueve meses después de su concepción,
nace en Belén de Judá,
hecho hombre de María Virgen:
la Natividad de nuestro Señor Jesucristo.
O la traducción que ofrece el Libro de la Sede, aunque recortando el final que no concuerda plenamente con el original latino:

jueves, 23 de diciembre de 2010

Cantos para la Navidad (actualizado)

El otro día me preguntaron cuáles debían ser los cantos de la liturgia de Navidad, qué cantar.. y qué no cantar.

La respuesta no es tan difícil y basta un poco de sentido común y de sentido de la liturgia para descubrirlo. Y partimos siempre de que la liturgia es el ámbito de lo sagrado y de la vivencia del Misterio de Cristo y los cantos están al servicio de la liturgia (y no sobre ella, o añadidos a ella) para expresar la fe y ayudarnos a orar. No todo sirve, ¡ni mucho menos!, y tampoco es criterio razonable decir que "lo importante es cantar", porque no todo se puede admitir en la liturgia con tal de que se cante. El canto en la liturgia es canto litúrgico, no "folclórico" o "popular" (en el sentido vulgar de este término).

Sabemos que la tradición litúrgica ha destacado el "Adeste fideles" como el canto más querido para la liturgia navideña. Éste, en latín o en castellano, no debería faltar y sería el magnífico canto de entrada por su invitación: "Venid", "adoremos".

El canto del "Gloria in excelsis Deo" da la tonalidad propia de la solemnidad; se quedó mudo en Adviento para ser entonado en la Navidad. Obsérvese (es evidente, pero vamos a subrayarlo), que el primer verso son las mismas palabras de los ángeles en la noche de la Natividad, y con ese gozo se canta en la liturgia de Navidad. Por cierto, al decir el canto del "Gloria", decimos del "Gloria", no de una paráfrasis del Gloria, o de un canto que contenga la palabra "Gloria"; es tremendamente pobre sustituirlo por alguno de estos cantos:
  • "Gloria, gloria, aleluya; gloria, gloria, aleluya... en nombre del Señor. Cuando sientas que tu hermano necesita de tu amor, no le cierres las entrañas ni el calor del corazón........."
  • "No sé cómo alabarte ni qué decir Señor, confío en tu mirada que me abre el corazón... Gloria, Gloria a Dios, Gloria, Gloria a Dios............."
  • "Gloria, gloria al Señor, gloria a Dios en las alturas y a sus criaturas en la tierra paz. En los campos de mi Andalucía la brisa corría, cantando su gloria inmortal y por los senderos el buen rociero repite el cantar" (una Misa "rociera").
Ninguno de estos cantos es el himno del "Gloria", tan antiguo, tan venerable, tan poético, tan confesante de la fe.

Estos dos cantos, el Adeste fideles y el Gloria, dan colorido propio a la Navidad.

Hay que sumar, como siempre, el canto del salmo responsorial propio: "Hoy nos ha nacido un Salvador... Cantad al Señor", "Dichoso el que teme al Señor", etc.

Junto a los cantos navideños del Cantoral Litúrgico Nacional para las ofrendas y la comunión, adecuados por su letra y su música para la liturgia, es conveniente el canto del salmo 97 para la comunión ("Cantad al Señor un cántico nuevo porque ha hecho maravillas... Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios"), el salmo 32 ("La palabra del Señor es eterna y todas sus acciones son leales; él ama la justicia y el derecho...") y siempre, siempre, la posibilidad de cantar el salmo eucarístico 33 ("Bendigo al Señor en todo momento... Gustad y ved qué bueno es el Señor").

Pero hay cosas que son improcedentes y carentes de sentido. Los villancicos populares, que son simpáticos pero de letras absurdísimas, no pueden sustituir los grandes cantos de la liturgia ni hacer de la liturgia un festival de gritos: "Pero mira cómo beben [¿?] los peces en el río por ver a Dios nacido", "Hacia Belén va una burra, rin, rin", etc...

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Y el prefacio IV de Adviento

La fuente de este precioso prefacio es la tradición litúrgica ambrosiana.

El paralelismo Eva-María, tan desarrollado en los escritos de san Ireneo, es aquí el motivo fundamental de la alabanza:

Te alabamos, te bendecimos y te glorificamos por el misterio de la Virgen Madre.

Porque, si del antiguo adversario nos vino la ruina,
en el seno virginal de la hija de Sión ha germinado
aquel que nos nutra con el pan de los ángeles,
y ha brotado para todo el género humano
la salvación y la paz.

La gracia que Eva nos arrebató nos ha sido devuelta en María.
En ella, madre de todos los hombres,
la maternidad, redimida del pecado y de la muerte,
se abre al don de una vida nueva.

Así, donde había crecido el pecado,
se ha desbordado tu misericordia en Cristo, nuestro Salvador.

Por eso, con los ángeles y los santos, cantamos sin cesar...

“Te alabamos, te bendecimos y te glorificamos 
por el misterio de la Virgen Madre”.

    Prodigio de amor de Dios; una Virgen concibe sin concurso de varón, se establece un admirable intercambio. Así, rompiendo el curso de la naturaleza, salvando la virginidad, se desvela que el que nace no es un hombre cualquiera, es el mismo Hijo de Dios, la Palabra. La Iglesia mira el Misterio, lo adora, y glorifica a su Señor por el misterio de la Virginidad y Maternidad de Santa María.

“Porque, si del antiguo adversario nos vino la ruina,
en el seno virginal de la hija de Sión ha germinado
aquel que nos nutra con el pan de los ángeles,
y ha brotado para todo el género humano la salvación y la paz”.

    El Maligno por envidia, indujo al pecado; la Llena de Gracia, por su humildad, ha permitido la entrada  en el mundo del Salvador. Ella es la hija de Sión, el resto de Jacob, donde se concentran las esperanzas verdaderas de salvación, y en Ella ha brotado el pan de los ángeles, que alimenta a sus hermanos, peregrinos; de su seno brota Cristo –“la tierra ha dado su fruto”- y se ofrece a toda la humanidad la salvación y la paz de la amistad y reconciliación con Dios.

“La gracia que Eva nos arrebató nos ha sido devuelta en María”.

    La humanidad, nacida en gracia, gozando de Dios, pecó en Eva, soberbia, elevándose contra Dios; María, abogada de Eva, nueva Eva, nos devuelve toda gracia, gracia desbordante, por su Sí virginal, que permite la entrada de la Gracia hecha carne, y el elevar a la humanidad caída.

martes, 21 de diciembre de 2010

De la memoria, la esperanza (IV)


“Acuérdate siempre de Jesucristo, resucitado de entre los muertos” (2Tm 2,8).

Ex memoria spes.

De la memoria brota la esperanza. A ello conduce todos los trabajos anteriores en orden a purificar la memoria, integrar e iluminar la historia, sanar los recuerdos. En las Escrituras, cuando se mira el pasado, la historia de salvación se hace a la luz del presente –como momento de gracia- que orienta y abre un futuro que el Señor ofrece. El que actuó, actuará: ¡Dios es Misericordia!, porque ¡Dios es Fiel!.

Con nuestros recuerdos, vamos construyendo nuestras esperanzas.
Siempre sobrevive la esperanza (aunque esté muy debilitada), quizá porque vivir es esperar. Las esperanzas inmediatas pueden ser frustradas por Dios para purificar el deseo y que esperemos lo más verdadero, que es lo que Dios ha prometido al hombre. Alcanzar la verdadera esperanza supone dar muerte a otras esperanzas que desde la fe aparecen como falsas e ilusorias: ahí está la purificación y ordenamiento de la memoria para demostrarlo y ver cómo se cumplieron las esperanzas verdaderas “porque es eterna su misericordia”.
En la pedagogía habitual de Dios, Él deja que se cumplan algunas de nuestras expectativas humanas para que siga en pie nuestra esperanza, pero es preciso que otras se malogren para que nuestra esperanza se purifique, evolucione y acabe dirigiéndose hacia su meta definitiva y verdadera. La memoria del pasado, el recuerdo de todas esas expectativas, las que se cumplieron y las que no se cumplieron, desempeña un papel indispensable en el desarrollo de nuestra esperanza. Si ayer Dios estuvo ahí, y fue fiel a sus promesas, lo estará hoy y mañana; si Dios hizo promesas ayer (y otras hemos visto que las cumplió) también estas promesas las realizará “con una medida colmada, remecida, rebosante”.

“Escapados de la espada, andad, no os paréis, recordad desde lejos al Señor, y que Jerusalén os venga a la mente” (Jr 51,50).

    El pasado orienta la esperanza del futuro para vivir confiada e intensamente el presente -¡hoy!- en una gran acción de gracias. Tan pernicioso es huir al pasado con la nostalgia como evadirse al futuro con sueños y proyectos sin vivir el hoy salvífico, el presente. El hoy de nuestra vida queda configurado por la memoria y sostenido por la esperanza, así camina el creyente y se dispone a recibir al Señor que viene. Tampoco es sano el extremo contrario, pues muchas veces por no detenerse a mirar el pasado estamos perdiendo el presente. Nada se vive del todo hasta que no se sedimenta y se esclarece en la memoria. Es necesaria la memoria para comprender el presente. Es necesaria la acción de gracias para apreciar el presente y confiar en la Providencia para el futuro, pues es el Señor, es el Redentor que llega eternamente.

lunes, 20 de diciembre de 2010

La paz del Salvador

Durante el Adviento, en distintos días, y ahora en las ferias mayores con mucha frecuencia, la Iglesia ha cantado el salmo 71, deseando, anhelando, rogando, que "en sus días florezca la justicia, y la paz abunde eternamente".

Los tiempos del Mesías que canta el salmo son los tiempos del Salvador, Jesucristo, en su venida definitiva donde todo se instaurará en Él. El Reino de Dios, que es la Persona misma de Jesucristo, trae la paz porque Él es nuestra Paz.

No una justicia manchada, aquella de los hombres que con su corazón herido por el pecado bajo capa de justicia se aplica venganza solapada o se permiten injusticias; aquella paz que no es fruto del consenso siempre frágil, ni de los pactos, ni del dominio del fuerte sobre el débil... sino la paz de Cristo.

Esta paz es la que anuncia la Iglesia con la venida de su Esposo: "que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente"... ¿Por qué? Porque "Él librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector, él sea apiadará del pobre y del indigente, y salvará la vida de sus pobres".

La oratio ad pacem del Adviento en el rito hispano-mozárabe levanta los corazones a una súplica por la paz mientras aguardamos su Venida gloriosa.

Señor, Dios omnipotente,
tú, para redimir al género humano
quisiste enviamos a tu Hijo,
igual a ti en la esencia y la eternidad,
el cual, anunciado por el ángel,
se hizo hombre en el seno de la Virgen María;
antes de la llegada de este mismo Hijo tuyo,
te dignaste destinar a Juan como precursor,
para que, por la predicación de la verdad en el desierto,
el pueblo, arrepentido de sus antiguos pecados,
obtuviese el perdón,
y así el mundo fuese digno de alcanzar
la plenitud de la gracia por medio del nuevo hombre de Dios
portador de la buena noticia del reino de la divina Trinidad.

En este tiempo en que esperamos la venida de tu Unigénito
concédenos el mismo don de la paz,
que te dignaste conceder en los tiempos pasados.
En el encuentro que esperamos, dígnate asociarnos
para recibir el premio, a aquellos que,
en los comienzos de la fe,
fueron lavados por Juan en el Jordán,
con las aguas de penitencia
y después bautizados por tu Hijo en el Espíritu Santo y el fuego.
R/. Amén. (Dom. I de Adv.).

O también:

Señor, Dios todopoderoso,
Cristo Jesús, rey de la gloria,
que eres la paz definitiva y la caridad eterna;
ilumina nuestro interior, te lo pedimos,
con el esplendor de tu paz,
y purifica nuestra conciencia
con la dulzura de tu amor,
para que sosegados te esperemos a ti, autor de la paz,
y en las contrariedades de esta vida
tengamos en ti un custodio y un protector.

Haz que, amparados bajo tu protección,
amemos de tal modo la conservación de la paz,
que cuando vuelvas en tu adviento glorioso como justo juez
podamos alcanzar el gozo de la eterna felicidad.
R/. Amén. (Dom. III Adv.).

domingo, 19 de diciembre de 2010

Esperamos: la dinámica del deseo

Vigilad. Velad. Lo escuchábamos el primer domingo de Adviento que, tal vez, queda ya lejano. Ese era el tono constante para todo el Adviento como una síntesis muy vital de nuestra existencia.

Sólo espera quien necesita algo y saben que se lo van a dar, o quien ama a alguien con el que ha quedado para verse. 

Es decir: esperamos en una tienda, en una oficina, en una consulta médica, porque realmente lo necesitamos y, ante la necesidad, aguantamos allí... porque si no fuera necesario, lo aplazaríamos, lo dejaríamos, nos iríamos de allí diciendo: "ya vendré otro día, total no es urgente". 

También esperamos a quien amamos; si no amásemos nos daría igual si el otro viene o no, no modificaría ni nuestro deseo ni nuestro tiempo. Pero, ¡ay si esperamos a alguien muy querido! La espera genera esperanza, se desea que llegue el ser querido, y cuanto más se dilata la espera, más aumenta el deseo, más se ensancha el corazón y más se disfruta cuando se puede abrazar a la persona querida.

Hoy, Adviento de Dios, Adviento divino, esperamos si reconocemos nuestra necesidad y si reconocemos nuestro afecto.

La gran necesidad y el gran deseo es solamente Cristo. Todas las necesidades y carencias, todos los afectos también, las esperanzas humanas son sólo un paso y una señal indicativa hacia la verdadera espera-esperanza, la de Cristo. La reconozcamos o no.

La felicidad que tú y yo ansiamos... en último término tiene un nombre: Jesucristo.

sábado, 18 de diciembre de 2010

In die sanctae Mariae (¡de la Esperanza!)

Así como en nuestro rito romano, celebramos la maternidad divina de la Virgen el día 1 de enero, solemnidad de santa María Madre de Dios, para clausurar la Octava de Navidad, así hoy en el rito hispano-mozárabe es el día de Santa María.

Como preparación a la inmediata Natividad de Cristo, la Iglesia hispana celebraba con bellísimos textos eucológicos el misterio de la Virgen Madre, textos cuyo autor fue san Ildefonso.

María Santísima es el cauce purísimo elegido por el Verbo para entrar en el mundo; Dios y hombre a un tiempo para reconciliar al hombre con Dios. Ella, Santa María, hizo posible la Encarnación y el Nacimiento; Ella, la Madre, nos da al Autor de la Vida.

La Illatio de la Misa -semejante a nuestro Prefacio en el rito romano- canta la gloria del Misterio, de manera que nos alienta en la esperanza y nos sumerge en el gozo anticipado de la Navidad del Salvador:

Es justo y necesario que te demos gracias, Padre todopoderoso, con tal que des antes a tus deudores lo que tienen que devolverte por Jesucristo, tu Hijo, Señor nuestro.

Nacido de ti, Dios Padre sin principio y contigo coeterno, sin diferencia ni mutación, igual a ti en todo, no por adopción, sino por generación, no por gracia sino por naturaleza.

Descendió por misericordia al seno de la Virgen elegida y santificada, y nacido inefablemente sin ninguna mancha de pecado, instituyó para nosotros este día, que con tanta devoción celebramos. Hecho hombre para redimir a los hombres salió como un rayo de luz nítida del pudoroso seno virginal.

El ángel anunció que iba a ser concebido, fue concebido en el misterio de una fe singular, y nació sin pecado. Sólo Él tuvo una concepción nueva e inusitada de la que no se deriva la muerte y un parto virginal sin dolor para su madre. Sólamente Él fue concebido admirablemente sin concurso de varón y pudo nacer felizmente sin inclinación a la muerte.

Por eso, el mismo Salvador nuestro, tu Unigénito, que contigo y el Espíritu Santo reina siempre, es alabado sin cesar por los que viven en el cielo y por las potestades angélicas, cuando dicen: Santo, Santo, Santo es el Señor...

En nuestro suelo hispano nació una configuración especialmente mariana de este día: se celebra a María en su Expectación, Virgen de la O (por las antífonas de la O de las Vísperas), Santa María de la Esperanza.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Prefacio II de Adviento (y otras cosas de las Ferias mayores)


Durante las ferias mayores que comienzan hoy, 17 de diciembre, y culminan el día 24 de diciembre con la hora de Nona, en Adviento se proclaman los prefacios II y IV, que subrayan la venida en carne del Verbo, la espera de la Iglesia y la figura de María, Virgen y Madre.

Saborear los prefacios y meditarlos es ir asimilando la espiritualidad y la teología litúrgicas.

Entramos, así pues, en la escuela de la Iglesia.


Canta el prefacio II de Adviento:

En verdad es justo y necesario...

A quien todos los profetas anunciaron,
la Virgen esperó con inefable amor de Madre,
Juan lo proclamó ya próximo y señaló después entre los hombres.
El mismo Señor nos concede ahora
prepararnos con alegría al misterio de su nacimiento,
para encontrarnos así, cuando llegue,
velando en oración y cantando su alabanza.

Por eso, con los ángeles y los santos, cantamos...

“A quien todos los profetas anunciaron,
la Virgen esperó con inefable amor de Madre,
Juan lo proclamó ya próximo y señaló después entre los hombres”.

    La espera se hace más cercana: nacerá en la humildad de nuestra carne. Todo los esperaron: los profetas hablan de Cristo en sus oráculos (¡sólo hay que saber leer la Escritura e interpretarla cristológicamente!), María como Madre anheló a su Hijo, que es Hijo de Dios, Juan prepara los caminos y señala a los hombres quién es el Salvador. Esperemos, deseemos, tengamos hambre de Cristo.

“El mismo Señor nos concede ahora 
prepararnos con alegría al misterio de su nacimiento”.

    

jueves, 16 de diciembre de 2010

De la memoria, la gratitud (III)

Ex memoria gratitudo.
 
 
De la memoria brota la gratitud.

    Para que la inercia nunca apague el alma, ni lo cotidiano –siempre corriendo- impida vislumbrar el presente en su totalidad, es bueno el recurso a la memoria porque de ella brotará la gratitud y la alabanza al Señor. Lo cotidiano se convierte en muchas ocasiones en una dificultad añadida para gozar, saborear la existencia y agradecer al Señor sus múltiples dones y gracias. Todo es distinto cuando miramos nuestra historia y vemos en ella las múltiples huellas amorosas de las manos del Padre. El corazón, al hacer este ejercicio de memoria, prorrumpe en alabanza (memorial litúrgico y acción de gracias), relee el presente con gratitud y mira al futuro con esperanza, confiando en la Gracia y el Don.  
 
La memoria queda purificada e iluminada, robustecida, y muchas heridas se cierran indirectamente, por esta memoria del corazón. Es preciso recordar los beneficios divinos. El recuerdo invita a la gratitud y ésta contribuye a mantener vivo el recuerdo; es la necesidad tan beneficiosa de cultivar la memoria del corazón.
 
En los Ejercicios Espirituales, S. Ignacio señala este trabajo espiritual en la Contemplación para alcanzar amor:

    “El primer punto es traer a la memoria los beneficios recibidos de creación, redención y dones particulares, ponderando con mucho afecto cuánto ha hecho Dios nuestro Señor por mí y cuánto me ha dado de lo que tiene” (EE, n. 234).

    Esto desemboca en la entrega confiada y libre de la persona, también de la memoria como facultad del alma y de la propia historia –con sus aciertos y errores, sus fortalezas y debilidades, su generosidad y su pecado-, diciendo así:

    “Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad. Vos me lo disteis, a vos, Señor, lo torno”.

    El mismo proceso es bueno realizarlo con los distintos momentos y llamadas del Señor para vivir la propia vocación (matrimonial, viudez consagrada, contemplativa, sacerdotal); recordar la fuerza de su llamada, el modo en que se nos manifestó, la certeza y paz que infundió en el alma y renovar la entrega y la certeza (las tentaciones dirán que es todo mentira, que lo soñamos, que nos hemos engañado, por eso es imprescindible recordar la certeza que nos regaló el Señor). Este ejercicio interior renueva y alienta toda esperanza, deseando una entrega más fiel al Señor y a aquella consagración a la que nos llamó. No se trata de retener sentimientos provocados por el recuerdo, sino renovar el amor y la entrega por el recuerdo de aquello que el Señor nos manifestó y poner el corazón en actitud de vigilancia para poder oír siempre la voz del Señor, su manifestación a nuestra alma, su paso salvador.

    “Recuerda y no olvides que provocaste al Señor tu Dios en el desierto. Desde el día en que saliste de Egipto hasta que llegaste a este lugar, has sido infiel al Señor” (Dt 9,7).

    Ex memoria gratitudo.

    Gratitud mayor cuanto que si grandes han sido nuestros pecados, mayor, siempre más excelente y acogedora la Misericordia de Dios. ¡Cuántas veces lo hemos experimentado en nuestra vida! Nuestros pecados estaban ahí, eran patentes e incluso “tengo siempre presente mi pecado”, pero fuimos rociados con la Sangre de Cristo, “el Cordero sin defecto ni mancha” y “quedamos limpios; quedamos más blancos que la nieve” (cf. Sal 50).

    El recuerdo de nuestros pecados es bueno al alma porque nos trae humildad al ver lo que somos y lo que hemos hecho; permite ir adquiriendo una capacitación de nuestra sensibilidad para aborrecer casi instintivamente todo pecado, aumenta nuestra confianza en la Misericordia de Dios pues cuando hemos vuelto a Él arrepentidos y humillados, Él nos acogió y perdonó. Todo lo ya confesado y absuelto por el Sacramento, Dios lo ha perdonado para siempre. La memoria queda así purificada por el perdón y la Gracia, por el reconocimiento de la Misericordia del Padre.

  

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Dos salmos para el Adviento y uno para la Navidad

¡Cuánto desajuste en la vida! ¡Cuánto sufrimiento! La incomprensión de los demás, la falta de recursos para subsistir dignamente, ese hijo enganchado en la droga, el no sentirse querido por nadie, una grave enfermedad... circunstancias, acontecimientos, que hacen sufrir a la persona. Son luchas interiores entre la aceptación y la rebeldía. El hombre quiere ser feliz y pone las condiciones de su felicidad fuera de sí mismo, pensando “si mi mujer no fuera así”, “si en mi trabajo”, “si fuera joven”, “si tuviera salud”, “si yo tuviera otro carácter...” pero Dios tiene reservada una felicidad distinta, plena, que sacia profundamente ese vacío interior aún en medio de los sufrimientos. 

Es cierto que, en esa situación, se puede producir una crisis interior que lleva a dudar de Dios, a apartarse de Él. “Una tal rebelión contra Dios es muy comprensible, pues en esos momentos parece casi imposible el amor de Dios. Pero quien se abandona a una rebelión de ese tipo está envenenando su propia vida. El veneno del no, de la rabia contra Dios y contra el mundo que le devora desde dentro. Pero Dios nos está exigiendo, por decirlo así, un anticipo de confianza. Nos está diciendo: sé que ahora tú no me comprendes, pero confía en mí a pesar de todo; cree que soy bueno y ten el valor de vivir en esta confianza. Entonces reconocerás que precisamente así te he hecho bien” (Card. Ratzinger).

    En estas circunstancias Dios regala al hombre el Adviento, el tiempo de la esperanza. Dios da un Adviento a cada hombre, otorga la esperanza en medio de los sufrimientos anunciando que Jesucristo va a pasar (cf. Lc 19,4). Y el cristiano pide, con confianza, no con rebeldía u orgullo, que venga el Señor, que pase, que cure y salve: “Pastor de Israel, ven a visitar tu viña... restáuranos, Dios Salvador nuestro, que brille tu rostro y nos salve” (Sal 79). Éste es un salmo muy apropiado para el Adviento. 

Pastor de Israel, escucha,
tú que guías a José como a un rebaño;
tú que te sientas sobre querubines, resplandece
ante Efraín, Benjamín y Manasés;
despierta tu poder y ven a salvarnos. 
 
Oh Dios, restáuranos,
que brille tu rostro y nos salve.
Señor Dios de los ejércitos,
¿hasta cuándo estarás airado
mientras tu pueblo te suplica?
Les diste a comer llanto,
a beber lágrimas a tragos;
nos entregaste a las contiendas de nuestros vecinos,
nuestros enemigos se burlan de nosotros. 

martes, 14 de diciembre de 2010

Simplemente, san Juan de la Cruz

No oculto ni disimulo que soy amigo de san Juan de la Cruz. ¡Y mira que me costó acercarme a él y entenderle! Pero cuando di el paso, me dejó prendado.

Hay dos imágenes de él, muy tópicas, que le desfiguran y no le hacen justicia, haciendo que se fabrique una falsa imagen de este santo, falsa imagen que en absoluto le hace justicia.

La primera es imaginárselo encerradito tranquilamente en su celda escribiendo poesía, en altos vuelos místicos, un fraile discreto en la Orden que "no da ruido" y que no entiende ni de este mundo ni de acción apostólica. Sin embargo, san Juan de la Cruz viajó muchísimo, trabajó e incluso con sus manos ayudó a construir algunos conventos, gobernó como prior y también como Vicario de toda Andalucía. Es un hombre de gobierno y de acción pero con el estilo sanjuanista de la discreción y la contemplación, sin hacerse notar, con suavidad. De Duruelo -primer convento de frailes descalzos- a Mancera como Maestro de novicios. Luego Rector del Colegio de Alcalá de Henares; un tiempo como confesor en el Monasterio de Carmelitas de la Encarnación de Ávila -interrumpido por sus 9 meses de cárcel en el convento de Toledo-. Pasa a ser Superior-Vicario del convento del Calvario (Jaén), funda en Baeza y se le da oficio de Definidor para el gobierno de la recién creada rama del Carmelo Descalzo; funda y es Prior del convento de Los Mártires (Granada), posteriormente de Segovia y destinado (desterrado más bien por las envidias del Prior general Nicolás Doria y algunos del Consejo, ¡ay envidia, que te molestan los sencillos que brillan con luz propia!) a Méjico, cae enfermo de muerte y elige Úbeda como destino final.

Omito todos los viajes que realizó como Vicario de Andalucía por los distintos conventos de frailes y monjas, así como los viajes a los Capítulos Generales.

Hombre de acción.

Y la segunda imagen falsa: verlo duro, únicamente ascético, con cruces, penitencias, ascesis, ayunos. Su espiritualidad radical es una espiritualidad de amor, un amor de unión con Jesucristo. Y en función de ese amor verdadero y mayor, ordena todo su interior (memoria, entendimiento y afectos). Pero san Juan de la Cruz es un enamorado de Cristo. Sólo alguien que ama tanto a Cristo pueda exclamar y pedir:

Mi Amado, las montañas,
los valles solitarios nemorosos,
las ínsulas extrañas,
los ríos sonorosos,
el silbo de los aires amorosos,

la noche sosegada
en par de los levantes del aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora.

lunes, 13 de diciembre de 2010

La sacramentalidad (Cristo y la Iglesia)

Decir que la Iglesia es un misterio, equivale a decir que es un sacramento, el gran sacramento que contiene y vivifica a todos los demás, el sacramento de Jesucristo, al igual que Jesucristo, por su humanidad, es el sacramento de Dios. Toda realidad sacramental presenta una doble característica: es signo de otra cosa distinta y debe ser atravesado totalmente sin detenernos en el signo mismo. Y, al mismo tiempo, el signo tiene una relación esencial con lo significado y no puede ser cambiado a capricho o tener un carácter provisional: sólo a través de él se alcanza la realidad que es significada. Una cosa es lo que vemos, la realidad ante nuestros ojos, y otra es aquello que la realidad significa y contiene, que va mucho más allá. ¡Eso es un sacramento!

    Este doble carácter se realiza en Cristo: “quien me ve a mí, ha visto al Padre” (Jn 14), y por tanto Cristo es el sacramento de Dios por el cual hay que pasar para llegar al Padre y no puede ser suprimido.  Se ve a Cristo, su carne, su cuerpo, pero quien le ve a Él, ve un sacramento que va más allá, ve al Padre, ve la divinidad de Jesucristo. El único acceso verdadero, pleno y definitivo a Dios es Jesucristo, que al ser su Sacramento, se constituye en "camino, verdad y vida", y ya "nadie va al Padre sino por mi" (Jn 14,6). No es un camino al lado de otros caminos... sino el Camino, el único. Desde que Dios se quiso revelar y mostrarse por su Hijo, el único camino verdadero y pleno a Dios es Jesucristo.
     La Iglesia también es un sacramento, “cuyo fin es el mostrarnos a Cristo, llevarnos a él y comunicarnos su gracia, lo que equivale a decir que la única razón de su existencia es la de ponernos en comunicación con él” (De Lubac, Meditación sobre la Iglesia, p. 164). Es más, y en tiempos de desafección eclesial suena más rotunda la afirmación del autor. “Si el mundo perdiera a la Iglesia, perdería la Redención” (ibíd.).

     La Iglesia no es un conglomerado humano, una fuerza asociativa... sino un verdadero sacramento; quien mire a la Iglesia debe poder descubrir en ella al mismo Cristo, al que ella, como Cuerpo suyo, visibiliza y hace presente en el mundo. Si se pierde esta mirada sobre la Iglesia, se caerá pronto en la secularización de ver la Iglesia con criterios mundanos, ya sean políticos, ideológicos, transformadores-revolucionarios, culturales, caritativo-sociales, etc...

domingo, 12 de diciembre de 2010

Memoria y purificación por la esperanza (II)


    “¡Cuánto nos acordamos del pescado que comíamos gratis en Egipto, y de los pepinos y melones y puerros y cebollas y ajos!” (Nm 11,5). ¿Gratis?

    Muchas cosas del pasado, con el discurrir del tiempo, se han podido desfigurar, y en momentos de sufrimiento y debilidad surge una nostalgia del pasado que lo hemos idealizado, cuando en verdad nunca fue así. Esta nostalgia que nace de una memoria que todo lo embellece –pero no era todo tan hermoso antes- el Maligno lo aprovecha para tentarnos más en la crisis o dificultad presente. Sólo se puede arreglar resituando los recuerdos del pasado en su verdad, esto es, objetivando, recordar lo más minuciosamente posible y ver que el pasado también tuvo su parte dolorosa; que la actual crisis o cruz no es, de por sí, la peor y más terrible de las vividas. La objetividad se da recordando con detalle, serenando la conciencia y buscando la Verdad, y, por tanto, viviendo el presente, el hoy histórico, con paz.

    “Recuerda el camino que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer en estos cuarenta años por el desierto” (Dt 8,2).

    Si el pasado constituye una explicación del presente, hay que pararse en el camino, ir al Señor, y estando con Él, ver la unidad de la propia vida como una historia de salvación personal, una historia realizada con amor por el Señor y que mira a nuestra propia santificación. Muchas cosas que nuestro entendimiento no ha llegado a interpretar, incluso recuerdos dolorosos, los hemos dejado arrinconados; otras veces hemos vivido sin saber ni lo que vivíamos ni adónde nos conducía el Señor. Habrá lagunas y zonas oscuras en nuestro pasado si renunciamos a interpretar nuestra vida como historia de salvación. Muchas cosas que sucedieron pudieron parecer casualidades, otras fueron fruto de nuestras decisiones y libertad para elegir aquello que más conducía al mayor servicio y alabanza de Dios. Miremos y parecen cosas inconexas, aisladas. Sin embargo el alma creyente descubre en todo la Providencia –pues “¡Todo es gracia!”-, una Providencia de Quien es Amor, todo Amor y Gracia para nosotros. Mirar la propia historia y encontrar su sentido, es profundamente liberador para el alma. Todo queda integrado, incluso lo que en su día fuimos incapaces de comprender (o incluso nos rebelamos), también lo doloroso, el sufrimiento que sí fuimos capaces de asumir maduró nuestra alma. Todo es gracia. Con la luz del Salvador que viene, la historia tiene sentido y belleza para ser recapitulada toda tu vida en Cristo. “Y todo se mantiene en Él”.

    “Recordad las maravillas que hizo el Señor” (Sal 104,5).

    Así el creyente, en este trabajo, recuerda a la luz de Dios, amparado en su Amor, recuerda y resume: todo ha sido un don de Dios. Hasta poder realizar eso, el alma va a quedar insatisfecha, oprimida en muchos momentos. Este integrar el pasado en una historia de amor y gracia ilumina el presente de lo que vivimos; si en el ayer estuvo la Providencia realizando su amor, trazando nuestra historia, en el hoy, ¿por qué no va a estar la Providencia realizando su plan salvador? ¿Por qué en el presente las cosas que hacen sufrir y son ahora incomprensibles, no van a ser providenciales, buenas, conducentes a nuestra santificación y como tales, un trayecto más de nuestra historia de salvación? Ver el pasado e integrarlo como historia de salvación ilumina y proyecta la esperanza de lo que ahora se vive y que más adelante se comprenderá como historia de gracia.

    En el pasado registrado en la memoria muchas cosas siguen ocultas porque en su momento hubo de cubrirlas con el olvido para que las heridas en el alma dejasen de sangrar; sin embargo, están ahí muchas veces influyendo en nuestro subconsciente: pecados, infidelidades al Señor, traumas o complejos, problemas o fracasos. Otros –los más fuertes y significativos- los tenemos muy presentes, no queremos ni tocarlos porque siguen siendo fuente de conflictos dolorosos. 

sábado, 11 de diciembre de 2010

El Prefacio III de Adviento

Es un prefacio con claras resonancias del evangelio, casi literales, sobre el final de los tiempos, el cielo nuevo y la tierra nueva y la venida gloriosa del Señor. 

Hasta el 16 de diciembre inclusive se canta este prefacio III (junto con el prefacio I; sin embargo, el II y el IV se reservan para las ferias mayores).

Dice así el prefacio:




En verdad es justo darte gracias,
es nuestro deber cantar en tu honor himnos de bendición y de alabanza, 
Padre todopoderoso, principio y fin de todo lo creado.

Tú nos has ocultado el día y la hora
en que Cristo, tu Hijo, Señor y Juez de la historia,
aparecerá, revestido de poder y de gloria,
sobre las nubes del cielo.

En aquel día terrible y glorioso pasará la figura de este mundo
y nacerán los cielos nuevos y la tierra nueva.

El mismo Señor que se nos mostrará entonces lleno de gloria,
viene ahora a nuestro encuentro
en cada hombre y en cada acontecimiento,
para que lo recibamos en la fe
y por el amor demos testimonio de la espera dichosa de su reino.

Por eso...


En verdad es justo darte gracias,
es nuestro deber cantar en tu honor himnos de bendición y de alabanza, 
Padre todopoderoso, principio y fin de todo lo creado.

    Cantamos alegres en Adviento himnos de bendición y alabanza, porque el canto, la música, trasciende al alma y es vehículo adecuado para expresar gratitud. Dios, Principio y fin de todo lo creado, envía al que todo lo sostiene: “todo fue creado por Él y para Él. Todo se mantiene en Él”.

“Tú nos has ocultado el día y la hora”.

    No sabemos cuándo será, pero vendrá Cristo, a quien amamos y esperamos. Vigilemos, estemos atentos a sus signos, a su Presencia, despertemos de nuestras medianías y tibiezas, porque a la hora que menos esperemos vendrá el Hijo del hombre. ¡Ojalá permanezcamos en pie el día de su venida!

“En que Cristo, tu Hijo, Señor y Juez de la historia”.

    El que viene es el Hijo de Dios; no seguimos a un personaje que pasó, que la muerte aniquiló para siempre, sino al Resucitado, Eterno Viviente. Por su Resurrección es Señor de todo, cielo y tierra, y, a la vez es Juez de la historia, el criterio de discernimiento de todo, el que todo lo interpretará, “y pagará a cada uno según sus obras”.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Licencia del rito hispano-mozárabe

Como en una comunidad cristiana se comparten las alegrías, así en este blog hoy, catequesis de adultos virtual, me atrevo a compartir algo.

He recibido hoy la licencia para que pueda celebrar la Eucaristía según el rito hispano-mozárabe. Si pincháis la foto, la veréis bien.

Para mí es algo muy importante -supongo que con los otros sacerdotes que la hemos recibido- y agradezco a D. Braulio este enorme regalo, así como a quien me la ha hecho llegar, maestro y amigo, y que fue el artífice "intelectual"...

Prefacio I de Adviento

El Prefacio I de Adviento, que se canta hasta el 16 de diciembre, dice bellamente:

Quien al venir por vez primera en la humildad de nuestra carne,
realizó el plan de redención trazado desde antiguo
y nos abrió el camino de la salvación;
para que cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria,
revelando así la plenitud de su obra,
podamos recibir los bienes prometidos
que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar.

Por eso, con los ángeles y los santos, cantamos...

“Quien al venir por vez primera en la humildad de nuestra carne”.

    Vino el Señor, tomando carne humana en el seno virgen de Santa María. Asume lo humano, humilde (a ras de tierra): la mortalidad, la caducidad, lo perecedero, lo insignificante. Asume lo humano (voluntad, memoria, inteligencia) y el pecado, para que lo asumido pueda ser redimido.

“Realizó el plan de redención trazado desde antiguo”.

    Hay una línea continua en la historia para hacerla historia de salvación: todo apuntaba a Cristo. Los profetas señalaban a Cristo, los salmos hablan de Cristo, y Cristo realiza lo que estaba significado en las figuras del Antiguo Testamento: Cristo es el verdadero Abraham, el verdadero Moisés,  el verdadero David...

“Y nos abrió el camino de la salvación”.

    Los cielos estaban cerrados por el pecado de Adán, pero Cristo asume para redimirnos, abre los cielos, se constituye en Camino para nosotros y desde entonces el camino de salvación es la humildad del Verbo Encarnado.

“Para que cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria”.

    Nuestra esperanza es que Cristo va a venir, Él es la plenitud, la culminación de la historia. Vendrá con gloria, honor y poder, el Señor Glorificado: ¡todo está incompleto hasta que venga el Señor!

jueves, 9 de diciembre de 2010

Purificación de la memoria (I)

“Cuanto más la memoria se desposee, tanto más tiene de esperanza, y cuanto más de esperanza tiene, tanto más tiene de unión con Dios” (S. Juan de la Cruz, S3, 7, 2).

    Con esta cita de S. Juan de la Cruz se ilumina el recorrido espiritual de este Adviento. Éste es un tiempo de “expectación alegre”, de esperanza dichosa que se verá colmada, y así lo marcan los distintos textos de la liturgia romana para este Adviento: la eucología, los prefacios, las antífonas, los vaticinios gozosos de los profetas, las saludables páginas evangélicas, la presencia de María, Virgen y Madre, la tensión espiritual hacia el que ha de llegar, ¡el Deseado de las naciones!

    El Adviento es un tiempo de serenidad espiritual que favorece un trabajo interior, el crecimiento, la traducción a lo interior del tiempo litúrgico; en este caso, el trabajo, la ascesis y la gracia se van a centrar sobre la memoria pues solo purificándola, vaciándola, puede anidar en ella la pequeña esperanza, y ésta nos conduce hasta Dios.

    “Recuerdo los tiempos antiguos, medito todas tus acciones” (Sal 142,5).

    La memoria es una facultad del alma humana, una potencia dirían los filósofos y los místicos, donde todo se almacena, todo se guarda, y le permite al hombre en su presente histórico recordar de dónde viene y así saber adónde va; el que sufre amnesia, no recuerda nada de su pasado, es un hombre sin raíces y sin identidad. La memoria dice relación a una  historia, una trayectoria y unas promesas.

    La memoria -¡qué preciosa forma de conservar ese “ser nosotros mismos”!- registra todo lo que vivimos, luego selecciona para no abrumar nuestra inteligencia con datos superfluos o anecdóticos, pasando al olvido lo que la memoria considera accesorio, superponiendo unos recuerdos a otros; la memoria, muy caprichosa a veces, recuerda verdaderas insignificancias junto a sucesos importantes, y a esa zona es donde nuestro entendimiento tiene acceso; y otras muchísimas cosas, agradables y sobre todo dolorosas o traumáticas, la misma memoria las esconde bajo la capa del subconsciente, y están ahí y siguen influyendo subterráneamente, y a veces hay que escarbar en la superficie para llegar a esa zona y descubrir muchas cosas que ni están integradas ni olvidadas, sólo ocultas para no dañar. ¡Qué mecanismo tan sabio ha puesto el Señor en el alma humana!

    La memoria es caprichosa; un mismo hecho es recordado de formas diferentes por dos personas, influyendo además la percepción y la sensibilidad, y cada uno recuerda lo mismo de forma distinta, con distintos detalles porque en cada uno el recuerdo ha evolucionado con el paso del tiempo... y por ser tan veleidosa, algunas cosas o momentos insignificantes los engrandece y falsea y otros los esconde ¡con lo importantes que fueron! A veces la memoria juega así con el almacén de nuestros recuerdos, sin embargo, suele ser muy fiel, aunque pretenda embellecer el pasado, magnificar la importancia de los objetos perdidos y de las personas desaparecidas, para borrar el dolor de lo sufrido.  Esto esconde un peligro: en los sufrimientos presentes vivir de la nostalgia de un pasado que la memoria ha hermoseado, aunque fue cruel con uno.

    

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Inmaculada Concepción de María (y un añadido actualizado)

Porque preservaste a la Virgen María
de toda mancha de pecado original,
para que en la plenitud de la gracia
fuese digna madre de tu Hijo
y comienzo e imagen de la Iglesia, Esposa de Cristo,
llena de juventud y de limpia hermosura.

Purísima había de ser, Señor,
la Virgen que nos diera al Cordero inocente
que quita el pecado del mundo.

Purísima la que, entre todos los hombres,
es abogada de gracia y ejemplo de santidad.
Por eso con los ángeles y los santos,
cantamos sin cesar...

“Porque preservaste a la Virgen María
de toda mancha de pecado original,
para que en la plenitud de la gracia
fuese digna madre de tu Hijo”.


    El Señor preparó el cuerpo y el alma de Santa María para la venida del Verbo, para que el Verbo entrase en el santuario y allí tomase la carne humana de la carne virginal de Santa María.  María, elegida, Señora, recibe gracia tras gracia, preservada del pecado original, de la concupiscencia y las tendencias heridas del corazón. ¡Toda Santa!

“Y comienzo e imagen de la Iglesia, Esposa de Cristo,
llena de juventud y de limpia hermosura”.


    María es el tipo teológico de la iglesia; lo que María es significa lo que la Iglesia está llamada a ser –y lo de María y lo de la Iglesia realizado en cada alma-.  Como María es la  más limpia hermosura, llena de juventud y alegría en la entrega, disponibilidad... así la Iglesia, siempre renovándose, dando la primacía a la Gracia, se rejuvenece y embellece para su Esposo Amado, Jesucristo.

Cita aquí el prefacio un bellísimo y hondo texto del Concilio Vaticano II:

"La santa Iglesia venera con amor especial a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María,unida con lazo indisoluble a la obra salvífica del su Hijo; en Ella, la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la Redención y la contempla gozosamente, como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser" (SC 103).

“Purísima había de ser, Señor,
la Virgen que nos diera al Cordero inocente
que quita el pecado del mundo.
Purísima la que, entre todos los hombres,
es abogada de gracia y ejemplo de santidad".


    El Cordero Cristo, sin defecto ni mancha, Cordero pascual, había de nacer de una mujer, bajo la ley, toda Santa, limpia, en Virginidad de corazón y de cuerpo. Todo en ella es Belleza de la Gracia. Para Cristo, Madre santa; para nosotros, Madre, abogada de gracia, ejemplo de santidad, consuelo y aliento en nuestra esperanza.

 Así la Iglesia canta con su liturgia lo que la fe de la misma Iglesia expresa sobre María: