El argumento de san Agustín sobre la paciencia de Dios, la paciencia cristiana y la paciencia de los cismáticos, se concluye hablando del premio de los hijos, unos recibiendo la herencia prometida, otros desheredados.
Termina el tratado hablando el autor de cómo la paciencia nos hace aguardar, y conquistar por gracia, el premio de la vida futura, la vida eterna, la feliz bienaventuranza.
Más: el premio eterno de la paciencia será Dios mismo, a quien llegaremos y quien nos recibirá, tras haber luchado aquí pacientemente, tras haber padecido aquí pacientemente por su nombre... tras haber resistido pacientemente tantos combates de distinto tipo.
Son los capítulos finales del tratado de san Agustín.
"CAPÍTULO XXVIII. DIFERENTES DONES DE LOS HIJOS Y DE LOS DESHERERADADOS
Los dones de los hijos son, en cierto modo, hereditarios, puesto que, por ellos, “somos herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Rm 8,17). Los otros dones pueden recibirlos incluso los hijos de las concubinas, a los que se equiparan los judíos carnales, los cismáticos y los herejes. Pues aunque esté escrito: “arroja a la esclava y a su hijo, pues no heredará el hijo de la esclava con mi hijo Isaac” (Gal 4,30; Gen 21,20). Y Dios dijera a Abrahán: “Por Isaac será nombrado tu linaje” (Gen 21,12; Rm 9,7-8), y el Apóstol interpreta esto, cuando dice: “es decir, no son los hijos de la carne los hijos de Dios, sino que los hijos de la promesa serán contados en el linaje” (Rm 9,8), para que entendiéramos que el linaje de Abrahán, según Isaac, pertenece a los hijos de Dios por Cristo.