miércoles, 28 de noviembre de 2018

Tratado de la paciencia (San Agustín, y XI)

El argumento de san Agustín sobre la paciencia de Dios, la paciencia cristiana y la paciencia de los cismáticos, se concluye hablando del premio de los hijos, unos recibiendo la herencia prometida, otros desheredados.


Termina el tratado hablando el autor de cómo la paciencia nos hace aguardar, y conquistar por gracia, el premio de la vida futura, la vida eterna, la feliz bienaventuranza.

Más: el premio eterno de la paciencia será Dios mismo, a quien llegaremos y quien nos recibirá, tras haber luchado aquí pacientemente, tras haber padecido aquí pacientemente por su nombre... tras haber resistido pacientemente tantos combates de distinto tipo.

Son los capítulos finales del tratado de san Agustín.

"CAPÍTULO XXVIII. DIFERENTES DONES DE LOS HIJOS Y DE LOS DESHERERADADOS

Los dones de los hijos son, en cierto modo, hereditarios, puesto que, por ellos, “somos herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Rm 8,17). Los otros dones pueden recibirlos incluso los hijos de las concubinas, a los que se equiparan los judíos carnales, los cismáticos y los herejes. Pues aunque esté escrito: “arroja a la esclava y a su hijo, pues no heredará el hijo de la esclava con mi hijo Isaac” (Gal 4,30; Gen 21,20). Y Dios dijera a Abrahán: “Por Isaac será nombrado tu linaje” (Gen 21,12; Rm 9,7-8), y el Apóstol interpreta esto, cuando dice: “es decir, no son los hijos de la carne los hijos de Dios, sino que los hijos de la promesa serán contados en el linaje” (Rm 9,8), para que entendiéramos que el linaje de Abrahán, según Isaac, pertenece a los hijos de Dios por Cristo. 

jueves, 22 de noviembre de 2018

El 'carisma' de la música en la liturgia

La música y el canto litúrgico poseen un papel muy relevante por la naturaleza propia de la liturgia. La santidad y bondad de formas de su música y sus textos hacen que no cualquier cosa, rítmica, o simpática, o pegadiza, pueda entrar en la liturgia. Requiere algo más.





El compositor católico, o sea, el que imbuyéndose de la liturgia y de sus textos, les da forma musical, ha recibido un carisma especialísimo para el bien de la Iglesia, así como el cantor -o coro- que con pasión por la música, posee una conciencia clara de servir a la liturgia y a los miembros de la Iglesia sin arrogarse un papel de tiranía imponiendo sus gustos y su propio lucimiento.


En cierto modo, también el cantor y el coro han recibido un 'carisma' que han de ejercer para bien y edificación de la Iglesia. ¡Importante y delicada misión!

Leamos y comentemos este discurso de Benedicto XVI:

"Al encontrarme con vosotros, desearía destacar brevemente cómo la música sagrada puede favorecer, ante todo, la fe, y además contribuir a la nueva evangelización.

Acerca de la fe, es natural pensar en la historia personal de san Agustín —uno de los grandes Padres de la Iglesia, que vivió entre los siglos IV y V después de Cristo—, a cuya conversión contribuyó ciertamente y de modo relevante la escucha del canto de los salmos y los himnos en las liturgias presididas por san Ambrosio. En efecto, si bien la fe siempre nace de la escucha de la Palabra de Dios —una escucha naturalmente no sólo de los sentidos, sino que de los sentidos pasa a la mente y al corazón—, no cabe duda de que la música, y sobre todo el canto, pueden dar al rezo de los salmos y de los cánticos bíblicos mayor fuerza comunicativa. Entre los carismas de san Ambrosio figuraba justamente el de una destacada sensibilidad y capacidad musical, y, una vez ordenado obispo de Milán, puso este don al servicio de la fe y de la evangelización. El testimonio de Agustín, que en aquel tiempo era profesor en Milán y buscaba a Dios, buscaba la fe, es muy significativo al respecto. En el décimo libro de las Confesiones, de su autobiografía, escribe: «Cuando recuerdo las lágrimas que derramé con los cánticos de la iglesia en los comienzos de mi conversión, y lo que ahora me conmuevo, no con el canto, sino con las cosas que se cantan, cuando se cantan con voz clara y una modulación convenientísima, reconozco de nuevo la gran utilidad de esta costumbre» (XXXIII, 50). La experiencia de los himnos ambrosianos fue tan fuerte que Agustín los llevó grabados en su memoria y los citó a menudo en sus obras; es más, escribió una obra propiamente sobre la música, el De Musica. Afirma que durante las liturgias cantadas no aprueba la búsqueda del mero placer sensible, pero que reconoce que la música y el canto bien interpretados pueden ayudar a acoger la Palabra de Dios y a experimentar una emoción saludable. Este testimonio de san Agustín nos ayuda a comprender que la constitución Sacrosanctum Concilium, conforme a la tradición de la Iglesia, enseña que «el canto sagrado, unido a las palabras, constituye una parte necesaria o integral de la liturgia solemne» (n. 112). ¿Por qué «necesaria o integral»? Está claro que no es por motivos puramente estéticos, en un sentido superficial, sino porque precisamente por su belleza contribuye a alimentar y expresar la fe y, por tanto, a la gloria de Dios y a la santificación de los fieles, que son el fin de la música sagrada (cf. ib.). Justamente por esto quiero agradeceros el valioso servicio que prestáis: la música que ejecutáis no es un accesorio o sólo un adorno exterior de la liturgia, sino que es ella misma liturgia. Vosotros ayudáis a que toda la asamblea alabe a Dios, a que su Palabra descienda a lo profundo del corazón: con el canto rezáis y hacéis rezar, y participáis en el canto y en la oración de la liturgia que abraza toda la creación al glorificar al Creador.

martes, 20 de noviembre de 2018

Sencillez de la santidad (León Bloy)

Partamos de un texto, claro, de León Bloy y su conclusión: es fácil ser santo, es sencillo. Porque si no fuera así de sencillo, no sería nunca un mandato, "sed santos...", ni tampoco una vocación.





Escribía Bloy:


"La misma importancia tiene todo lo que Dios hace, por otro lado. El desplazamiento de un átomo forma parte del plan divino y tiene una importancia indecible. Nada es indiferente y los menores actos tiene una gravedad formidable. Cuando se está lo bastante favorecido por la Gracia para pensar en esto constantemente, es fácil ser santo. Se es santo.

domingo, 18 de noviembre de 2018

Eterna juventud de la Iglesia (Palabras sobre la santidad - LXIII)

Tienen fuerza y expresividad las palabras pronunciadas por el papa Benedicto XVI en la homilía de inicio del ministerio petrino; allí afirmaba: "la Iglesia está viva. Y la Iglesia es joven. Ella lleva en sí misma el futuro del mundo y, por tanto, indica también a cada uno de nosotros la vía hacia el futuro. La Iglesia está viva y nosotros lo vemos" (24-abril-2005).


La Iglesia está viva, la Iglesia es joven. Los testimonios de vida cristiana, el impulso evangelizador, la caridad activa y diligente, son palpables, sólo hace falta quererlo ver.

El papa Francisco, en la exhortación Evangelii Gaudium, ofrecía una mirada fugaz a tantas cosas como se dan en la Iglesia santamente y que expresan su vitalidad y su juventud:

"Pero tengo que decir, en primer lugar y como deber de justicia, que el aporte de la Iglesia en el mundo actual es enorme. Nuestro dolor y nuestra vergüenza por los pecados de algunos miembros de la Iglesia, y por los propios, no deben hacer olvidar cuántos cristianos dan la vida por amor: ayudan a tanta gente a curarse o a morir en paz en precarios hospitales, o acompañan personas esclavizadas por diversas adicciones en los lugares más pobres de la tierra, o se desgastan en la educación de niños y jóvenes, o cuidan ancianos abandonados por todos, o tratan de comunicar valores en ambientes hostiles, o se entregan de muchas otras maneras que muestran ese inmenso amor a la humanidad que nos ha inspirado el Dios hecho hombre" (Evangelii gaudium, 76).

viernes, 16 de noviembre de 2018

"Nuestro deber y salvación darte gracias"

Un diálogo inicial del sacerdote con los fieles ha dado comienzo a la plegaria eucarística: El Señor esté con vosotros; Levantemos el corazón; Demos gracias al Señor, nuestro Dios.

Estamos ante la Gran Plegaria de la Iglesia y ésta comienza con una pieza llamada "Prefacio" con la que damos gracias a Dios y exponemos los motivos de nuestra alabanza.





“Es nuestro deber y salvación darte gracias”

-Comentario a la plegaria eucarística – III-


            Una corriente de vida y de gracia desciende del cielo hasta nosotros; un canal, un torrente, se desborda para nuestro bien y nuestra santificación: es la Eucaristía, el don de Dios, el sacrificio de la muerte y resurrección de Cristo hoy en el altar mediante los signos sacramentales.

            En la Eucaristía, Dios entra en nuestra vida: Cristo mismo en el Sacramento se nos da. ¡Gozo de la Eucaristía!, el cielo se hace presente en la tierra y nos eleva hasta Él. La liturgia, fuente y culmen de la vida de la Iglesia, glorifica a Dios y santifica a los hombres (cf. SC 10), y ahí caen todos los protagonismos, que tanto gustan, para centrarse humilde y discretamente en el único protagonista: Dios, el Misterio pascual de Cristo. Entonces la liturgia recupera su solemnidad, su sacralidad. ¡Estamos ante el Misterio de la salvación de Dios! Así puede nacer en nuestras almas el gozo de la Eucaristía.

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miércoles, 14 de noviembre de 2018

Invocar el nombre del Señor (El nombre de Jesús - VIII)


“Cuantos invoquen el nombre del Señor se salvarán” (Hch 2,21).


            Hay también un aspecto místico en el nombre de “Jesús”. Es dulce su nombre e invita a saborearlo en la contemplación, en la adoración, pero también en la meditación y en la lectura. ¡Jesús! Es deleitarse en su nombre que se convierte en lo más hermoso que poseemos; Él sí es sal que da sabor y sabiduría; Él sí es calor en la frialdad del egoísmo mundano; Él sí es amable ante tanta indiferencia. Todo se halla en Él. 


¡Qué experiencia tan gozosa y llena de sentido, de verdad, descubrir y gozar el nombre de Jesús! San Agustín buscó a Dios incansablemente, pasando por todas las etapas de un espíritu humano escéptico que al final se convierte en espíritu que piensa amando y buscando. Leía filosofía, literatura, pero una vez que descubrió a Jesús como su Salvador personal, nada le iba a llenar como Él. Leemos en sus Confesiones: 

“Mas entonces –tú lo sabes bien, luz de mi corazón- como aún no conocía yo el consejo del Apóstol, lo que solamente me deleitaba en aquella exhortación era que me encendía en deseos no de esta o aquella determinada secta de filósofos, sino a que amase y buscase, consiguiese y abrazase fuertemente la sabiduría, tal cual ella era en sí misma. Sólo una cosa me enfriaba aquel ardor y deseo y era el de no encontrar allí el nombre de Jesucristo. Porque este nombre, por tu misericordia, Señor, este nombre de tu Hijo y Salvador mío, aún siendo yo niño de pecho, lo había bebido y mamado con la leche de mi madre y lo conservaba grabado profundamente en mi corazón; y todo cuanto estuviese escrito sin este nombre, por muy erudito, elegante y verídico que fuese, no me robaba enteramente el afecto” (Confesiones, III,4,8).

Idéntica experiencia vivió el alma dulce y amable de San Bernardo, como lo describe él mismo, ya que sólo Jesús podía llenar y deleitar su corazón: “Todo lo supera incomparablemente mi Jesús con su figura y su belleza”[1], por eso, deleitándose en Jesús, asiéndose fuertemente a este Nombre bendito, confía y se abandona: “Yo acepto seguro al Hijo como mediador ante Dios, pues lo reconozco válido también para mí. Nunca dudaré de él lo más mínimo: es hermano mío y carne mía. Confío que no podrá despreciarme, siendo hueso de mis huesos y carne de mi carne”[2]. Profundizar saboreando inteligentemente -con la mente y el corazón- el nombre de Jesús, permite la verdadera libertad y liberación, se toca la salvación: “Me fío totalmente de quien quiso, supo y pudo salvarme”.[3]

lunes, 12 de noviembre de 2018

Tratado de la paciencia (San Agustín, X)

Los cismas son separaciones dramáticas de un grupo que se sale de la Iglesia Católica, a la que consideran pervertida, o infiel, y se autoproclaman la verdadera Iglesia, la Iglesia tradicional, la única fiel a Cristo. Pueden o no tener herejías, pueden ser estas herejías más o menos claras y evidentes, pero el cisma es siempre una división organizada por la soberbia y un afán de pureza.


Los ejemplos sobran desde el inicio de la Iglesia hasta nuestros días. Un cisma es algo formal: posee su jerarquía, su estructura, sus instituciones, no es simplemente la actitud de alguno que va realmente por libre. El cisma no es personal, sino de una parte, de un grupo de fieles.

El Donatismo fue una de esas escisiones que en su momento fue gravísima. En la Iglesia del Norte de África, Donato quería una Iglesia pura, vinculaba la eficacia de los sacramentos a la santidad del ministro y negaba la verdad del sacramento si un ministro era indigno. Se atribuyeron el ser la verdadera Iglesia de Jesucristo.

Mucho luchó y mucho refutó san Agustín semejante cisma lacerante.

Ahora bien, ¿cuál es la paciencia verdadera y cuál es la aparente paciencia de los cismáticos? ¿Y cómo será la paciencia verdadera, cristiana, católica, sino la que aguarda que los cismáticos reconozcan su error soberbio, su terquedad y contumacia, y arrepintiéndose vuelvan al seno de la Católica?


"CAPÍTULO XXVI. LA PACIENCIA, DON DE DIOS, Y LA PACIENCIA DE LOS CISMÁTICOS

Por lo tanto, no puede dudar la piedad que la paciencia de los que toleran piadosamente es un don de Dios como la caridad de los que aman santamente. Ni engaña ni yerra la Escritura que no sólo en el Antiguo Testamento nos presenta claros testimonios de esto, cuando se dice a Dios: “Tú eres mi paciencia” (Sal 70,5), y también: “de Él procede mi paciencia” (Sal 61,6), o cuando otro profeta dice que recibimos el espíritu de fortaleza, sino que también en las Cartas apostólicas se lee: “Porque se os ha dado por Cristo no solo el creer en Él, sino también el padecer por Él” (Flp 1,29). No se atribuya, pues, el alma noble lo que oye le fue regalado.

sábado, 10 de noviembre de 2018

Aprender a amar (2)

Siempre partiendo del conocimiento interno de cómo ama Cristo, cómo nos ama Cristo, tal como aparece en el Evangelio, queremos aprender a amar de veras, con libertad, entrega y madurez, con amor de donación. Y para ello, vayamos reconociendo cualidades del verdadero amor y confrontándolas con lo que vivimos y hacemos en relación a los demás y a nosotros mismos.





1. Para amar, aceptar y respetar al otro

            Cada persona es una realidad singular, un misterio, su alma es un abismo insondable, creada por Dios.

           Cuando se ama de verdad, a la persona se la mira con máximo respeto, jamás la abarcaré ni puedo pretenderlo. El amor verdadero une, pero no “fusiona”; cada persona es un “yo” irrepetible.

            ¿Cómo se aprende a amar?

·         Mirando con sumo respeto y admiración al otro: ¡es una persona, no un objeto!
·         No usar jamás a la otra persona.
·         En tentaciones de castidad: mirar al otro con ojos de hermano (o al revés, como si fuera mi hermana).
·         Acoger su intimidad y confianza sin forzarla ni descubrirla.
·         Y también... ir compartiendo el propio misterio personal, abrir el corazón, con pudor, cuidado y prudencia, pero compartiendo, dándose, quitando las corazas al corazón (por tanto, fuera soberbia de la propia imagen; fuera el orgullo de mostrar las propias debilidades y carencias).

miércoles, 7 de noviembre de 2018

Vida consagrada, estado de perfección y tensión de santidad (Palabras sobre la santidad - LXIi)

La santidad es para todos, ya que -una vez más, recordémoslo- brota de las exigencias mismas del bautismo, de su dinamismo teologal interior. Estamos llamados a ser santos porque el desarrollo de lo que el bautismo nos da desemboca en la santidad personal, real y concreta.

Pues esta dimensión es radical y exigente en aquellos que han hecho de su vida una consecuencia última del bautismo: la vida consagrada, los religiosos, aquellos que han emitido los votos de pobreza, castidad y obediencia. Los religiosos y consagrados han tomado el bautismo como pauta única para su vida, y mueren a este mundo para vivir con Cristo, como Él, por Él, para Él.

Esa es la doctrina que la Constitución Lumen Gentium ofrece al tratar de los religiosos, partiendo del bautismo:

"El cristiano, mediante los votos u otros vínculos sagrados —por su propia naturaleza semejantes a los votos—, con los cuales se obliga a la práctica de los tres susodichos consejos evangélicos, hace una total consagración de sí mismo a Dios, amado sobre todas las cosas, de manera que se ordena al servicio de Dios y a su gloria por un título nuevo y especial. Ya por el bautismo había muerto al pecado y estaba consagrado a Dios; sin embargo, para traer de la gracia bautismal fruto copioso, pretende, por la profesión de los consejos evangélicos, liberarse de los impedimentos que podrían apartarle del fervor de la caridad y de la perfección del culto divino y se consagra más íntimamente al servicio de Dios. La consagración será tanto más perfecta cuanto, por vínculos más firmes y más estables, represente mejor a Cristo, unido con vínculo indisoluble a su Iglesia" (LG 44).

Y también:

"han de tener en cuenta los miembros de cada Instituto que por la profesión de los consejos evangélicos han respondido al llamamiento divino para que no sólo estén muertos al pecado, sino que, renunciando al mundo, vivan únicamente para Dios. En efecto, han dedicado su vida entera al divino servicio, lo que constituye una realidad, una especial consagración, que radica íntimamente en el bautismo y la realiza más plenamente" (PC 5).

martes, 6 de noviembre de 2018

La vida eucarística - XII



            En las Escrituras, cuando se utiliza la expresión cena o banquete referidos a Dios con el hombre, está ofreciendo una visión preciosa: Dios quiere compartir su intimidad con el hombre, ofrecerle un espacio de amor, en relación especialísima, un compartir gratuito donde Dios, en Cristo Jesús, se quiere dar al hombre. Pero el uso expresivo, y a la vez restrictivo, de la palabra “cena” tiene un contenido de seducción y de amor, de confidencia que no es sino para la intimidad.


  
          La Eucaristía es esta Cena amorosa que el Señor ofrece y a la que el Señor llama. La Eucaristía –celebrada o adorada en el Sagrario- es el espacio de comunicación, de un mutuo darse, de una mirada de amor. Todo (los cantos, los signos, el modo de celebrar, el silencio en la iglesia), todo debe apuntar a este Misterio grande de amor e intimidad. Hay una mística (accesible a todos) en el misterio de intimidad eucarística. Sea la voz  de S. Juan de la Cruz:

            “...La cena que recrea y enamora”.


            “La cena a los amados hace recreación, hartura y amor. Porque estas tres cosas causa al Amado en el alma en esta suave comunicación, le llama ella aquí la cena que recrea y enamora.
            Es de saber que en la Escritura divina este nombre cena se entiende por la visión divina (Ap 3,20); porque así como la cena es remate del trabajo del día y principio del descanso de la noche, así esta noticia que habemos dicho sosegada le hace sentir al alma cierto fin de males y posesión de bienes, en que se enamora de Dios más de lo que de antes estaba. Y por eso le es él a ella la cena que recrea, en serle fin de los males; y la enamora, en serle a ella posesión de todos los bienes.

sábado, 3 de noviembre de 2018

El Prefacio y el Santo

Dada la necesidad de una formación constante y continua sobre la liturgia, que nos ayude a vivir mejor la Eucaristía, participar activamente, orar fervorosamente, comprender el Misterio, vamos a dar pasos en la comprensión y asimilación de la Gran Plegaria Eucarística.

Son éstas unas catequesis que se fueron publicando en los boletines de la Adoración Nocturna, tanto masculina como femenina, de mi diócesis. 





El Prefacio y el Santo

-Comentarios a la plegaria eucarística-


            “En la Plegaria Eucarística se dan gracias a Dios por toda la obra de la salvación y las ofrendas se convierten en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo” (IGMR 72).

            El primer momento de la plegaria eucarística es el prefacio, la alabanza siempre dirigida al Padre, con el que la Iglesia, por Cristo y movida por el Espíritu Santo, da gracias al Padre.

            Deseamos en el principio de la plegaria que Cristo esté con su sacerdote y el Espíritu Santo actúe en su espíritu sacerdotal (“-y con tu espíritu”) para pronunciar santamente esta sagrada plegaria y que el Señor Jesucristo actúe por medio de su sacerdote.