La participación interior en la liturgia es un ejercicio constante de la vida teologal en nosotros. Infundidas gratuitamente en el bautismo, las virtudes teologales nos capacitan para la vida sobrenatural y ejercen en nosotros una dirección clara: sólo Dios.
En la liturgia, la participación sólo puede tener como motores internos la fe, la esperanza y la caridad. Así participar es vivir un profundo espíritu de fe en la liturgia y amar intensamente a Dios acogiendo su amor que se derrama en nosotros.
El espíritu mundano -espíritu que viene del padre de la mentira- fácilmente se puede introducir y desvirtuar esta participación en la liturgia trocándola por sus contrarios: arrogancia, protagonismo, soberbia, orgullo... como también rutina, cumplimiento, distracción...
Si lo teologal es desarrollado, la participación interior de los fieles se ve acrecentada y se vivirá la liturgia como una realidad profundamente espiritual y santa.
Para
participar realmente en la liturgia, el corazón del cristiano debe vivir según
las virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad. Ni asistimos a un
ceremonial de obligado cumplimiento, una función religiosa para deleite de los
sentidos, ni a un recuerdo subjetivo (psicológico) de algo del pasado que nos
mueve al compromiso ético. Somos participantes de la actualidad del Misterio de
Cristo, siempre presente en la liturgia. Sólo la fe intensa y viva conduce a
participar; la fe rebosante de amor a Dios, de caridad sobrenatural.