Al estudiar la paciencia, llega san Agustín a definiciones que calibran bien cómo es esta virtud y a qué objetos se refiere para que así la vivamos.
La paciencia de los justos demuestra y señala para nosotros, cristianos, qué es esta virtud, y es necesaria para vivir justa y santamente, como advertimos en sus vidas. Nadie será santo sin la paciencia, nadie será justo sin ser paciente.
Pero siendo un don de Dios, viene por su acción gratuita y generosa en nosotros, ya que por nosotros mismos, guiados sólo por nuestra voluntad, la concupiscencia rápidamente nos arrastrará hacia la impaciencia. Nuestra voluntad está debilitada por el pecado original y sus consecuencias, dramáticas, en nuestro ser personal.
Pidamos el don de la paciencia deseándolo de veras.
"CAPÍTULO XIV. La paciencia de LOS JUSTOS
11. Oigan, pues, los santos los preceptos de paciencia que da la Escritura santa: “Hijo, al entrar al servicio de Dios, mantente en justicia y temor, y prepara tu alma para la tentación. Humilla tu corazón y aguanta, para que, al final, florezca tu vida. Acepta todo lo que te sobrevenga, aguanta en el dolor y sé paciente con humildad. Porque reprueba a fuego el oro y la plata, pero los hombres se hacen aceptables en el camino de la humillación” (Eclo 2,1-5). Y en otro lugar se dice: “Hijo, no decaigas en la disciplina del Señor ni desmayes cuando seas reprendido por Él. Pues al que Dios ama, le castiga; y azota a todo hijo que le es aceptable” (Prov 3,11-12). Aquí se dice “hijo aceptable” como arriba se dijo “hombres aceptables”. Pues es muy justo que los que fuimos expulsados de la felicidad primera del paraíso, por una apetencia contumaz de las delicias, seamos aceptados de nuevo por la paciencia humilde de los trabajos. Hemos sido fugitivos por hacer el mal, pero seremos acogidos por padecer el mal. Porque allí delinquimos contra la justicia, y aquí sufrimos por la justicia.