lunes, 30 de noviembre de 2009

Contexto cultural en España: anunciar aquí y ahora


Es sugerente conocer el análisis o descripción que nuestros Obispos hicieron en el Plan Pastoral de 2002-2005 para impulsar la vida de la Iglesia en España. Los modos de evangelizar, anunciar, catequizar deben responder a las nuevas situaciones para que sea eficaz, y no pensar que podemos seguir haciendo lo mismo con los mismos métodos que hace años. El mundo hoy se transforma muy rápidamente y a él hemos de dirigirnos de modo inteligible.

Además, ni podemos ser ingenuos ni ignorantes, sino realistas y conscientes del mundo cultural de hoy.

"La cultura pública occidental moderna se aleja consciente y decididamente de la fe cristiana y camina hacia un humanismo inmanentista. Insertos como estamos en Europa, después de la caída del muro de Berlín se ha manifestado con más claridad que el complejo cultural, que podemos llamar globalmente “la cultura moderna”, presenta ante todo un rostro radicalmente arreligioso, en ocasiones anticristiano y con manifestaciones públicas en contra de la Iglesia. Los Medios de comunicación transmiten y en alguna manera generan esta cultura. La misma legislación de los países la favorece. Por ejemplo: la legislación pretendidamente “humanista”, pero sin relación al derecho natural, sobre la vida humana naciente, la eutanasia, la familia, las migraciones; o la marginación de la religión, reducida todo lo más a la esfera de lo privado y ni siquiera mencionada en la Carta de los derechos fundamentales de la Unión Europea. También en España las leyes a menudo se convierten en un factor que genera secularismo y alejamiento de la tradición cristiana. Una atenta lectura de este humanismo inmanentista difuso es fundamental, si se quiere acertar en el planteamiento de propuestas pastorales adecuadas.

Esta cultura inmanentista, que es el contexto actual en el que vive la Iglesia en España, se convierte en causa permanente de dificultades para su vida y misión. Influye directamente en aspectos tan graves como el cuestionamiento de Jesucristo en cuanto único Salvador, la crisis de fe, el debilitamiento de su transmisión, la escasez de vocaciones, o el cansancio de los evangelizadores. Por lo demás, tampoco un cristianismo calificado de “tolerante” o “actualizado” es comprendido ni aceptado en cuanto cristianismo, sino sólo en cuanto “abierto” a los principios de la mencionada cultura pública, es decir, a su disolución como fe religiosa y a su integración en la cosmovisión inmanentista dominante. Se da una situación de nuevo paganismo: El Dios vivo es apartado de la vida diaria, mientras los más diversos ídolos se adueñan de ella.


El humanismo inmanentista se manifiesta en diversas formas mentales o actitudes vitales, que no es necesario describir ahora, porque ya lo hemos hecho en otros documentos. Una mirada puramente sociológica encontraría aquí las dificultades y la opacidad para el anuncio del Evangelio. Pero nuestros ojos de testigos de Jesús han de saber descubrir en los “signos de los tiempos” las llamadas de Dios a su Iglesia y los reclamos de Buena Noticia que esta cultura muestra: “alzad los ojos y ved los campos que blanquean ya para la siega” (Jn 4,35). Como Iglesia, estamos llamados a aportar “alma” al mundo, según la autoconciencia de los primeros cristianos. La fe en Dios y la luz del Evangelio iluminan a la Iglesia y le otorgan capacidad de discernimiento, de anuncio salvífico y denuncia del pecado. Hemos de ofrecer a la sociedad nuestro sentido de la vida y las razones de nuestra esperanza. Es la mejor contribución que podemos hacer a nuestros hermanos los hombres" (CEE, Plan Pastoral 2002, nn. 7-9).

domingo, 29 de noviembre de 2009

Vino, viene y vendrá

Nuestra plegaria dominical sea hoy la oratio admonitionis, la exhortación sacerdotal antes de los dípticos, que el sacerdote dirige al pueblo en nuestro Rito hispano-mozárabe. En este caso, y es la excepción, la Oratio en lugar de dirigirse a los fieles, se dirige al mismo Jesucristo y resume todos los contenidos teológicos y espirituales del Adviento:


Te pedimos, Señor Jesucristo,
que, en tu venida,
se fortalezcan los corazones de tus fieles y que en tu nombre se af
iancen las rodillas vacilantes.
Que con tu visita se curen las heridas de los enfermos,

y con tu contacto se iluminen los ojos de los ciegos.


Que bajo tu dirección se consoliden los pasos de los cojos,
y por tu misericordia se desaten los vínculos de los pecados.
A quienes ves acoger ahora con ardiente devoción

la venida de tu encarnación, un día místicamente realizada,

concédeles llegar con el espíritu lleno de gozo
ante ti
en la segunda venida de tu juicio,

y hazlos entrar a gozar de la felicidad del paraíso.


Que por tu clemencia se vean libres de las penas eternas

y sean llamados a participar de la vida eterna,

para cantar, una vez coronados, el himno de tu gloria
"

(Or. Admonitionis, III de Adv.).

viernes, 27 de noviembre de 2009

La confesión, lo personal y la confusión de la absolución comunitaria


En la Iglesia, todo es personal a la vez que comunitario; se excluye tanto el individualismo que privatiza la salvación y la devoción, como el comunitarismo que diluye lo personal convirtiendo al cristiano en un número dentro de la masa eclesial. Así pues, la persona vive en la Comunión de los Santos como el ámbito de desarrollo y potenciación de su ser personal, tendente a su plenitud en la comunión.

Recordemos algunos datos: Dios llama a cada uno por su nombre y le asigna su propia misión; Él “modeló cada corazón y comprende todas sus acciones” (Sal 32); Cristo llama uno a uno por el propio nombre a los apóstoles y los agrega a la Iglesia; conoce a cada oveja; los encuentros con Cristo son personales y transformadores: Andrés y Juan, Pedro, Nicodemo, la Samaritana, María Magdalena; las curaciones son personales (¡signos de sanación espiritual del pecado!), uno a uno, con gestos y signos concretos para ser luego reintegrado a la comunidad como el leproso, los ciegos, el paralítico; San Pablo realza lo personal cuando exclama lleno de estupor: “Me amó y se entregó por mí” (Gal 2.20) y reconoce que “a cada uno” se le asigna una gracia y una misión para edificación del Cuerpo de Cristo (“en cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común”, 1Co 12,7).


Todo es tan personal, que cada uno recibe el Bautismo uno a uno en el seno de la Iglesia, que cada uno debe profesar la fe común-eclesial personalmente y en singular (“Sí creo”, “Credo”), que cada uno personalmente ha de discernir previamente si puede o no participar de la comunión para no comer y beber su propia condenación (cf. 1Co 10).


Una expresión sublime de lo personal en la Comunión de los Santos es el sacramento de la Penitencia. Personalmente, con la mediación de la Iglesia (desde que Dios se revela en la Encarnación de Cristo, el método divino es la mediación), el cristiano celebra un sacramento en el que sólo ante un sacerdote reconoce y confiesa sus pecados concretos, sin escudarse en el anonimato de la masa, sino asumiendo conscientemente el propio pecado y presentándose ante Cristo que, por medio del ministro, va a sanar, recomendar, aconsejar, imponer una medicina espiritual o penitencia, y absolver.


Parecería más cómodo, y así algunos lo defienden, una absolución comunitaria... ¿pero dónde queda el encuentro personal con Cristo en el Sacramento? ¿Todo queda en una masa anónima, con pecados anónimos y genéricos, que se absuelven sin curar al pecador en lo concreto? Sería, en el fondo, una despersonalización de la salvación, la anulación del encuentro con Cristo (encuentro íntimo, único, irrepetible, en el hoy de ese pecador).

Algunos aducen que esa era la práctica de la Iglesia primitiva, así, tal cual, y que la celebración actual, la confesión con absolución individual, es imposición del concilio de Trento. En realidad, la penitencia en los primeros siglos es mucho más compleja que decir simplistamente que se impartía una absolución comunitaria. El pecador iba al obispo o al presbítero privadamente, reconocía su pecado (adulterio, homicidio, apostasía... ¡los grandes pecados!) y se le admitía en el Orden de los Penitentes. Por tanto, primer paso, verbalizar sus pecados. En el Orden de los Penitentes realizaría prácticas penitenciales durante cierto tiempo establecido por el Obispo (días de ayuno a pan y agua, cierto número de salmos diariamente, vestido penitencial), sería despedido de la Eucaristía dominical tras la homilía junto a los catecúmenos y entonces, en la oración de los fieles (de los bautizados) el diácono lo encomendaba en la plegaria común. Pasado el tiempo prudente, la mañana del Jueves Santo eran introducidos por las puertas de la iglesia hasta el presbiterio entre el canto de los fieles, y recibían la absolución del Obispo para poder celebrar la Pascua. No era camino fácil, ni indiscriminada la absolución, ni tampoco reiterable (una sola vez en la vida). La práctica penitencial con el transcurso de los siglos facilita su celebración, disminuye su rigor, se hace mucho más accesible. Se desvela el aspecto maternal de la Iglesia facilitando la gracia del Sacramento para vivir en santidad.


No, la absolución comunitaria que algunos presentan como más misericordiosa y “pastoral”, ni tiene raigambre en la Tradición de la Iglesia, ni tiene en cuenta lo personal, ni contribuye al crecimiento interior del penitente en el seguimiento de Cristo.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Educar para la liturgia VI: la oración prepara el alma para la misión


"Cristo no necesitaba ofrecer una ofrenda expiatoria por sí mismo, pues Él no tenía pecado; Él no necesitaba esperar la hora indicada por la ley, ni tampoco dirigirse al Santuario en el templo, Él está siempre y en todas partes en la presencia de Dios, su misma alma es el Santuario y ella no es solamente morada de Dios, sino que está inseparable y esencialmente unida al mismo Dios. Él no necesita protegerse del Padre con una nube de incienso, contempla sin ningún velo el rostro del Eterno y no tiene porqué temer, la mirada del Padre no va a producir su muerte. De esa manera desvela Cristo el misterio del sumo sacerdocio; todos los suyos pueden oír cómo habla al Padre en el santuario de su corazón; sus discípulos han de experimentar de qué se trata y han de aprender también a hablar con el Padre en sus corazones (cf. Jn 17,1ss).

La oración sacerdotal de nuestro Salvador nos revela el misterio de la vida interior: la intimidad de las Personas divinas y la morada de Dios en el alma. En esa misteriosa profundidad se preparó y realizó, escondida y en silencio, la grandiosa obra de la salvación, y así se continuará hasta que al final de los tiempos todos alcancen la perfección en la unidad. En el silencio eterno de la vida divina fue concebida la sentencia de la salvación. En la soledad del silencioso aposento de Nazaret descendió la fuerza del Espíritu Santo sobre la Virgen orante, llevando así a plenitud la Encarnación del Salvador. Reunida en torno a la Virgen, silenciosa y orante, esperaba la Iglesia en gestación el nuevo derramamiento del Espíritu Paráclito que habría de vivificarla y conducirla a la claridad interior y a una actividad externa lleno de frutos.

El apóstol Pablo esperaba, en la noche de la ceguera que Dios había derramado sobre sus ojos y en oración solitaria, la respuesta a su pregunta: Señor, ¿qué quieres que haga? (Hechos, 9). En la oración privada se preparó también Pedro a ser enviado a los gentiles (Hechos, 10). Y así permaneció a través de todos los siglos. En el silencioso diálogo de las almas consagradas a Dios con su Señor se prepararon todos los acontecimientos visibles de la historia de la Iglesia y que renovaron la faz de la tierra. La Virgen, que guardaba en su corazón toda palabra salida de la boca de Dios, es el modelo de aquellas almas dispuestas, en las cuales se vivifica siempre de nuevo la oración sacerdotal de Jesús. Y las mujeres, que lo mismo que ella se olvidaron de sí mismas en la entrega total a la vida y pasión de Cristo, fueron elegidas por el Señor con amor preferencial como su instrumento para realizar grandes obras en la Iglesia.

Así, por ejemplo, Santa Brígida o Santa Catalina de Siena. Y cuando Santa Teresa, la gran reformadora de la Orden del Carmen, quiso ir en ayuda de la Iglesia en una época de gran decadencia de la fe, vio que el medio más apropiados para ello era la renovación de la verdadera vida interior. La noticia de la decadencia de la vida religiosa, que se extendía continuamente en torno suyo, la preocupaba de manera especial: “...diome gran fatiga, y como si yo pudiera algo o fuera algo, lloraba con el Señor y le suplicaba remediase tanto mal. Parecíame que mil vidas pusiera yo para remedio de un alma de las muchas que allí se perdían. Y como me vi mujer y ruin, e imposibilitada de aprovechar en lo que yo quisiera en el servicio del Señor, y toda mi ansia era y aún es, que pues tiene tantos enemigos y tan pocos amigos, que esos fuesen buenos, determiné a hacer eso poquito que era en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese y procurar que estas poquitas que están aquí, hiciesen lo mismo, confiada en la gran bondad de Dios que nunca falta de ayudar a quien por él se determina a dejarlo todo; y que siendo tales cuales yo las pintaba en mis deseos, entre sus virtudes no tendrían fuerza mis faltas, y podría yo contentar en algo al Señor, y que todas ocupadas en oración por los que son defensores de la Iglesia y predicadores y letrados que la defienden, ayudásemos en lo que pudiésemos a este Señor mío, que tan apretado le traen aquellos a los que ha hecho tanto bien, que parece le querrían tornar ahora a la cruz, y que no tuviese a donde reclinar la cabeza... ¡Oh hermanas mías en Cristo!, ayudadme a suplicar esto al señor, que para eso os juntó aquí; este es vuestro llamamiento, estos han de ser vuestros negocios, estos han de ser vuestros deseos, aquí vuestras lágrimas, aquí vuestras peticiones” (Camino de Perfección, Cap. 1)".

(Edith Stein, La oración de la Iglesia).

miércoles, 25 de noviembre de 2009

La cultura inmanentista -agnóstica- postmoderna

Nuestro mundo, es evidente, es un mundo triste porque ha perdido la esperanza; intenta apagar esa tristeza aferrándose a lo inmediato y a aquello que la pueda evadir. Pero no lo logra porque se va apartando de la fuente de la esperanza. Con palabras de Juan Pablo II:

"En la raíz de la pérdida de la esperanza está el intento de hacer prevalecer una antropología sin Dios y sin Cristo. Esta forma de pensar ha llevado a considerar al hombre como « el centro absoluto de la realidad, haciéndolo ocupar así falsamente el lugar de Dios y olvidando que no es el hombre el que hace a Dios, sino que es Dios quien hace al hombre. El olvido de Dios condujo al abandono del hombre », por lo que, « no es extraño que en este contexto se haya abierto un amplísimo campo para el libre desarrollo del nihilismo, en la filosofía; del relativismo en la gnoseología y en la moral; y del pragmatismo y hasta del hedonismo cínico en la configuración de la existencia diaria ». La cultura europea da la impresión de ser una apostasía silenciosa por parte del hombre autosuficiente que vive como si Dios no existiera. En esta perspectiva surgen los intentos, repetidos también últimamente, de presentar la cultura europea prescindiendo de la aportación del cristianismo, que ha marcado su desarrollo histórico y su difusión universal. Asistimos al nacimiento de una nueva cultura, influenciada en gran parte por los medios de comunicación social, con características y contenidos que a menudo contrastan con el Evangelio y con la dignidad de la persona humana. De esta cultura forma parte también un agnosticismo religioso cada vez más difuso, vinculado a un relativismo moral y jurídico más profundo, que hunde sus raíces en la pérdida de la verdad del hombre como fundamento de los derechos inalienables de cada uno. Los signos de la falta de esperanza se manifiestan a veces en las formas preocupantes de lo que se puede llamar una « cultura de muerte »" (Ecclesia in Europa, n. 9).

¿Pero esta cultura "tolerante", tan "democrática", libre y abierta, oculta tantas cosas que van contra el propio hombre? ¿Cómo puede ser esto? Además, ¿cómo responder, de qué forma actuar?

"Además, por doquier es necesario un nuevo anuncio incluso a los bautizados. Muchos europeos contemporáneos creen saber qué es el cristianismo, pero realmente no lo conocen. Con frecuencia se ignoran ya hasta los elementos y las nociones fundamentales de la fe. Muchos bautizados viven como si Cristo no existiera: se repiten los gestos y los signos de la fe, especialmente en las prácticas de culto, pero no se corresponden con una acogida real del contenido de la fe y una adhesión a la persona de Jesús. En muchos, un sentimiento religioso vago y poco comprometido ha suplantado a las grandes certezas de la fe; se difunden diversas formas de agnosticismo y ateísmo práctico que contribuyen a agravar la disociación entre fe y vida; algunos se han dejado contagiar por el espíritu de un humanismo inmanentista que ha debilitado su fe, llevándoles frecuentemente, por desgracia, a abandonarla completamente; se observa una especie de interpretación secularista de la fe cristiana que la socava, relacionada también con una profunda crisis de la conciencia y la práctica moral cristiana. Los grandes valores que tanto han inspirado la cultura europea han sido separados del Evangelio, perdiendo así su alma más profunda y dando lugar a no pocas desviaciones. « Pero cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra? » (Lc 18, 8). ¿La encontrará en estas tierras de nuestra Europa de antigua tradición cristiana? Es una pregunta abierta que indica con lucidez la profundidad y el dramatismo de uno de los retos más serios que nuestras Iglesias han de afrontar" (Ecclesia in Europa, n. 47).

La cultura de hoy es ésta: dramático, pero cierto. El momento que toca vivir es tiempo de esperanza y de evangelización. Pero la pregunta que se plantea es la siguiente:
¿responde nuestra acción eclesial a estos retos?
¿La pastoral -¡qué nombre empleado para justificar todo!- está atenta a estos desafíos y los aborda?
¿O no será que a veces las acciones pastorales son débiles en su contenido, plagios de organizaciones empresariales con muchas reuniones y actividades, entretenimiento y simple estar juntos a veces de meriendas y comidas?
¿Es una pastoral valiente, audaz, creativa, sólida en su contenido, acometiendo magnánimamente las grandes empresas evangelizadoras?

Preguntas, desde luego, para un amplio examen de conciencia y un renovado impulso, saliendo ya de la pastoral "del propio campanario" y de la catequesis como pequeño grupo de amigos hablando de sus propios sentimientos.

martes, 24 de noviembre de 2009

Leer el Evangelio, palpitar con el Corazón


Conocer al Corazón de Jesús por el Evangelio

"No conozco guía más seguro ni más enterado, ni más a nuestro alcance. En cada página, ¿qué digo?, en cada hecho, en cada sentencia, en cada partícula y hasta en cada signo del Evangelio, palpita el Corazón de Jesús. En él no hay letra ni signo que no suene, huela, sepa, a amor. Suprimid el sentido de esa palabra en el Evangelio y lo trocaréis de libro de la Vida, de la Luz y de la Paz, en fábula de absurdos y quimeras.


El Evangelio es la conjugación de los grandes verbos del corazón: amar y entregarse.
San Pablo, que ha expresado en esas dos palabras toda la obra redentora de Jesús: “Me amó y se entregó por mí”, ha definido del modo que puede ser definido con palabras de la tierra, ese Arca de los tesoros de Dios, al Corazón de Jesús: “El que me amó y se entregó a Sí mismo por mí”. ¡Así! ¡Sin adverbios que limiten, condicionen o califiquen la acción inmensa de esos dos verbos! El Evangelio es el relato de una vida y de una doctrina, no sólo de un Jesús que pasó, que hizo, que dijo..., sino de un Jesús que está viviendo en el cielo y en los Sagrarios de la tierra, en su Cuerpo místico, la Iglesia, y en el alma de los justos...

Ese libro, en suma, escrito ayer, cuenta con palabra infalible lo que Jesús hizo y dijo ayer, amándome y entregándose por mí. Lo que hace y dice hoy. Y lo que hará y dirá mañana y eternamente, conjugando los mismos verbos:
amar y entregarse. Este aspecto del Evangelio me regala con esta gratísima noticia: Por él yo puedo sentir las palpitaciones del Corazón de Jesús, no ya durante un período de su acción o de su vida, sino de todos los períodos y de toda su vida mortal, celestial, eucarística, mística y eterna...

Grande, interesante, revelador es siempre el Evangelio como doctrina y como historia. Pero cuando con ojos de fe viva, miro sus páginas y las veo moverse, subir y bajar suavemente, como suavemente baja y sube el pecho a impulso del corazón que guarda adentro; cuando siento que aquel subir y bajar con la sístole y la diástole del Corazón más grande, más generoso, más incansable, más inverosímilmente amante y dadivoso, el libro ya no es libro, sino un pecho vivo. La palabra escrita es una palabra hablada. El ayer es hoy. El mañana la eternidad. El milagro contado es milagro repetido. El misterio de la doctrina no es misterio, sino claridad de mediodía. La fe y la esperanza casi, casi, se van eclipsando, porque por entre letra y letra, renglón y renglón, van saliendo rayos de un sol, el sol del Amor...
¡Jesús descubriendo su Corazón y repitiendo: “Yo soy” con palabra de luz y de fuego!...

Pero también es cierto que así como por la lanzada del soldado quedó
“abierto el costado” de Jesús y por esa abertura podía verse y tocarse su Corazón de carne, por el espíritu de fe y mejor, por el don de su Espíritu Santo, a través de cada palabra del Evangelio de Jesús, puede verse y sentirse su Corazón, y por tanto, que no hay que escribir un libro sobre lo que es Él, sino dedicarse a “buscarlo” en el gran libro, en el libro eterno de su Evangelio.

Ésa, ésa quisiera yo que fuera la ocupación de los ojos y de las inteligencias de los cristianos, leer y contemplar el Evangelio,
“buscando” el Corazón de Jesús sin parar hasta encontrarlo".

Beato D. Manuel González, Así ama Él, en O.C., Vol. I, nn. 240-245.

lunes, 23 de noviembre de 2009

¿Qué es eso de mística? ¿Y además para todos?


Se suele oír en ocasiones que la oración es para los consagrados, que los fieles bastante tienen con intentar santificarse con el trabajo profesional y un poco de apostolado. En otras ocasiones, la excusa es la falta de tiempo, muchas veces irreal, para dejar la oración y limitarse a recitar unas breves oraciones y salir del paso. ¡Pero la oración es para todos! La vida de oración es una gracia que Dios entrega en la vida para vivir en comunión de amor y amistad con Él y que su Gracia sostenga nuestra vida como lo más precioso que en la existencia podremos hallar.

Desechemos, así pues, la errónea idea de que la vida de oración está reservada en exclusiva para sacerdotes y religiosos. ¡El seguimiento de Cristo y la santidad de vida adquieren calidad en la oración!

Este convencimiento es el primer reto que ya tendríamos que haber superado. Juan Pablo II lo señalaba para el inicio de este Milenio: “Pero se equivoca quien piense que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial, incapaz de llenar su vida. Especialmente ante tantos modos en que el mundo de hoy pone a prueba la fe, no sólo serían cristianos mediocres, sino «cristianos con riesgo». En efecto, correrían el riesgo insidioso de que su fe se debilitara progresivamente, y quizás acabarían por ceder a la seducción de los sucedáneos, acogiendo propuestas religiosas alternativas y transigiendo incluso con formas extravagantes de superstición. Hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación pastoral” (Novo Millennio Ineunte, n. 34).

La vida de oración, diaria, ordenada, con sus tiempos en exclusiva para Jesucristo, es un don, una gracia y una exigencia para todo católico, ya que sino seríamos “cristianos con riesgo” de que el mundo nos absorba, el pecado nos devore, el Maligno nos enrede. ¡Cuánto bien hace la oración sosegada de Laudes y Vísperas, un rato de meditación con un buen libro, la visita y adoración en el Sagrario, diariamente!

Más aún, el papa Benedicto en una catequesis hila aún más fino, y explica cómo la vida mística es para todos. Si entendemos mística por los fenómenos extraordinarios que algunos santos experimentaron, la mística estaría muy alejada de nosotros; pero entendiendo la vida mística como la acción plena del Espíritu Santo en nosotros, entendiéndola como una vida de oración que sumerge en el Misterio, entonces la vida mística es para todos, la unión mística con Dios es accesible a todos.

Veamos la catequesis del Papa. Presentando la persona y obra de San Simeón el Nuevo Teólogo, un gran santo del Oriente en el siglo X-XI, resalta que “el verdadero conocimiento de Dios no viene de los libros, sino de la experiencia espiritual, de la vida espiritual. El conocimiento de Dios nace de un camino de purificación interior, que comienza con la conversión del corazón, gracias a la fuerza de la fe y del amor; pasa a través de un profundo arrepentimiento y dolor sincero de los propios pecados, para llegar a la unión con Cristo, fuente de alegría y de paz, invadidos por la luz de su presencia en nosotros. Para Simeón esa experiencia de la gracia divina no constituye un don excepcional para algunos místicos, sino que es fruto del Bautismo en la existencia de todo fiel seriamente comprometido” (Catequesis, 17-septiembre-2009).

La vida mística es la consecuencia última del Bautismo y de cómo el Espíritu habita en nuestra alma y va elevándonos. ¿Consecuencia? “Este es un punto sobre el que conviene reflexionar, queridos hermanos y hermanas. Este santo monje oriental nos invita a todos a prestar atención a la vida espiritual, a la presencia escondida de Dios en nosotros, a la sinceridad de la conciencia y a la purificación, a la conversión del corazón, para que el Espíritu Santo se haga realmente presente en nosotros y nos guíe. En efecto, si con razón nos preocupamos por cuidar nuestro crecimiento físico, humano e intelectual, es mucho más importante no descuidar el crecimiento interior, que consiste en el conocimiento de Dios, en el verdadero conocimiento, no sólo aprendido de los libros, sino interior, y en la comunión con Dios, para experimentar su ayuda en todo momento y en cada circunstancia” (Ibíd.).

Por tanto, el camino hoy es tener vida diaria de oración, crecer en la oración, dejarse santificar y regir por el Espíritu Santo y desear alcanzar esa vida mística que es un conocimiento nuevo, amoroso, con sabor, de Dios mismo. Nadie está excluido; la vida mística es para todos.

Sólo un punto más: una pastoral seria –no secularizada- sabrá educar en la oración y acompañar a todos en el crecimiento de esta vida mística. O, si no, mala pastoral estaríamos ejerciendo.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Educar para la liturgia V: el diálogo personal con Dios


"2. El diálogo personal con Dios como oración de la Iglesia

¡El alma de cada hombre es templo de Dios! Esta frase nos abre horizontes totalmente nuevos. La vida de oración de Jesús es la clave para la comprensión de la oración de la Iglesia. Ya hemos visto que Cristo participó en el Culto Divino público y legalmente establecido de su pueblo (es decir, en lo que llamamos normalmente “liturgia”). Él puso ese culto en íntima comunicación con la ofrenda de su vida, dándole de esa manera su sentido total y propio (el de acción de gracias de la creación al Creador) y de esa manera llevó la liturgia del Antiguo Testamento a su realización y transformación en el Nuevo.

Cristo, sin embargo, no participó solamente del culto público. Los Evangelios nos cuentan, quizá con más frecuencia aún, que Cristo oraba solo, en el silencio de la noche, sobre las colinas o en la soledad del desierto. Su vida pública fue precedida por cuarenta días y cuarenta noches de oración en el desierto (Mt 4,1-2). Antes de elegir y enviar a predicar a los doce apóstoles se retiró a la soledad de un monte para orar (Lc 1,12). En el monte de los olivos se preparó para el camino del Gólgota. Lo que Él dijo al Padre en esa hora difícil de su vida nos fue revelado en unas pocas palabras, palabras que nos han sido dadas como guías en nuestras horas de Getsemaní: “Padre, si es posible que pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22,42). Esas palabras son como un rayo de luz, que por un momento nos dejan entrever la vida interior de Jesús, el misterio inconmensurable de su ser divino y humano en diálogo con el Padre. Sin duda alguna que ese diálogo se extendió a lo largo de toda la vida y nunca fue interrumpido.

Cristo oraba interiormente no sólo cuando se alejaba de la multitud, sino también cuando estaba en medio de los hombres. Pero una vez nos dio una larga y profunda visión de ese misterioso diálogo. No fue mucho antes de la hora del monte de los olivos, más precisamente, justo antes de ponerse en camino hacia allí, al acabar la Última Cena, en la hora en que nosotros consideramos que nació la Iglesia. “Y Él, que había amado a los suyos... los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). Cristo sabía muy bien que ese sería su último encuentro y por eso quiso darles aún todo cuanto podía; sabía también, sin embargo, que ellos no podrían soportarlo ni entenderlo. Primero habría de venir el Espíritu de la verdad para abrirles los ojos. Y después de haber dicho y hecho todo lo que Él había de hacer y de decir elevó los ojos al cielo y habló en presencia de ellos con el Padre. Esa oración la llamamos la oración de Cristo Sumo Sacerdote, pues también esa oración tenía su imagen en el Antiguo Testamento.

Una vez al año, en el día más santo y solemne, en el día de la Expiación, entraba el sumo sacerdote en el Santuario y se postraba ante la presencia de Dios para orar por sí mismo, por su casa y por toda la comunidad de Israel, para rociar el trono de la gracia con la sangre del ternero y del macho cabrío que había sacrificado anteriormente, para expiar sus propios pecados y los de su casa y para preservar al Santuario de las impurezas de los hijos de Israel, de sus faltas y transgresiones.

Nadie podía estar en la Tienda (en el ámbito sagrado frente al Santo de los Santos) cuando el sumo sacerdote se postraba en ese santo lugar en presencia de Dios. El sumo sacerdote era el único que tenía acceso a ese recinto y solamente a una hora determinada. En esa ocasión había de ofrecer el incienso “... para que la nube de incienso envuelva el propiciatorio que está encima del Testimonio y no muera” (Lev 16,13). En el más profundo misterio se realizaba entonces ese diálogo. El día de la Expiación es la imagen veterotestamentaria del Viernes Santo. El cordero que era degollado por los pecados del pueblo representaba al Cordero de Dios inmaculado, así como aquel otro que, determinado por la suerte y cargado con los pecados del pueblo, era enviado al desierto. También el sumo sacerdote de la casa de Aarón representa la imagen del Sacerdote eterno, Jesucristo. Así como Cristo en la Última Cena anticipó su sacrificio, de la misma manera anticipaba Él la oración sacerdotal".

(Edith Stein, La oración de la Iglesia).

sábado, 21 de noviembre de 2009

Cristo, Luz de la Vigilia pascual, luz de cada domingo


Allí fluyen los bálsamos destilados de gráciles renuevos y esparcen la canela rara y la flor del nardo su fragancia, que el río se lleva, tras lamerlos, desde s fuente oculta hasta la desembocadura.

Las almas venturosas, en estos verdes prados, entonan dulce canto en armonioso coro, al par que suena la suave melodía de los himnos y van pisando lirios con sus pies resplandecientes.

Marchito queda el infierno con sus blandas penas, y, libre del fuego, salta de gozo el pueblo de las sombras en la soledad de su prisión, ni hierven ya las corrientes de los ríos en el perenne azufre.

En festivas asambleas pasamos nosotros esa noche con piadoso gozo, y aunamos a porfía nuestros votos de prosperidad en la vigilia nocturna, y en el altar bien preparado celebramos el sacrificio (Eucaristía).

Suspendidas en flexibles cuerdas cuelgan las lámparas, que brillan fijas en los artesonados, y la llama, alimentada por el aceite que en ellas suavemente flota, proyecta su luz a través del transparente vidrio.

¡Oh cosa digna de que tu grey te ofrezca, Padre, desde el comienzo de la noche llena de rocío, la luz, la más preciosa de tus dádivas; la luz, por cuya gracia vemos todos tus otros dones!

Tú eres la luz verdadera para nuestros ojos, luz también para nuestros sentidos; Tú espejo interior del alma, espejo Tú por fuera; recibe esta luz que en humilde servicio yo te ofrezco, ungida con el perfume del óleo de la paz,

por medio, Padre altísimo, de tu Hijo Jesucristo, en quien resplandece tu gloria visible, que es Señor nuestro, tu Hijo único, que espira el Espíritu del seno de su Padre,

por quien tu esplendor, tu honor, tu alabanza, tu sabiduría, tu majestad, tu bondad y tu piedad extiende tu reino en Trinidad divina, tejiendo la eternidad en incesantes siglos.


Prudencio, Himno para cuando se enciende la lámpara, vv.117-124. 133-144. 149-163.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Los sentimientos ciegos en una época de vitalismo



El sentimiento suele guiar nuestra vida, y estamos en una época vitalista, que todo lo viste de sentimientos. Éstos, que son gratificantes, al final se adueñan de la persona si no son discernidos y no se actúa inteligentemente. Cuando la razón no guía la voluntad, los sentimientos se convierten en tiranos de la persona, ésta se deja llevar por sus instintos más primarios dejando la voluntad muy debilitada.

Los sentimientos exaltados hoy tienen una nota común: que gratifiquen a la persona y la hagan sentirse bien, y todo se mide en función del sentimiento, por ejemplo, el amor se reduce a sentimientos, pero al ser éstos tan cambiantes, el amor nunca es entrega incondicional sino que se le pone el límite del propio sentimiento. La clave de actuación es si algo apetece o no apetece, si se tienen ganas de realizar algo o no se tienen las ganas. ¿El hombre puede arrinconar la inteligencia y la fe para guiarse por un guía ciego y apasionado como es el sentimiento? ¿O acaso muchas obligaciones de nuestra vida las vamos a efectuar sólo si hay sentimientos gratificantes: trabajo, cuidar un enfermo, atender con delicadeza y educación a alguien, ser puntual, etc., etc.? Es tal y tan grande la exaltación de los sentimientos, y únicamente de los sentimientos, que la hipocresía se define actualmente en el lenguaje cotidiano como hacer algo que no se siente, cuando en realidad es fingir con el fin claro de engañar. Los sentimientos tienen que ser guiados por la inteligencia y la fe para así mover a la voluntad a actuar. Es lo que diferencia a las personas de los animales, que mientras éstos se mueven por instintos, las personas son racionales y el uso adecuado de la razón la ennoblece.

Esta reflexión se deduce incluso de la liturgia de la Iglesia al celebrar (¡ay, si estuviéramos más atentos a los textos litúrgicos cuando se proclaman y los meditáramos luego!).

En la Misa “Por el perdón de los pecados”, hallamos una afirmación muy realista en la oración sobre las ofrendas: “para que perdones nuestros pecados y dirijas nuestros corazones inconstantes”.

El corazón es inconstante: momentos de fervor, de consolación y gozo en los que quisiéramos entregarnos a Dios y hacemos propósitos concretos para la vida cristiana, pero luego en momentos de oscuridad o de tibieza, ni nos movemos ni avanzamos en el seguimiento del Señor. La perseverancia y la fidelidad son dones del Señor que piden una voluntad firme y una determinada determinación para llevarlo todo adelante sin dejarse llevar por un corazón que es inconstante. Ha de ser Dios, con su Gracia, quien dirija nuestra vida.

¿Qué ha de mover nuestra vida? ¿Los sentimientos que varían de un día para otro? En una oración de post-comunión, rezamos: “La acción de este sacramento, Señor, penetre en nuestro cuerpo y en nuestro espíritu, para que sea su fuerza, no nuestro sentimiento, quien mueva nuestra vida” (Dom. XXIV Tiempo Ordinario). Lo que mueve la vida cristiana es la fuerza del sacramento, no el sentimiento; quien se deja guiar por la fuerza y la gracia de Cristo avanzará siempre; los sentimientos ciegos nos pierden y hacen tropezar.

¡Tu gracia, Señor, sostiene nuestra vida: dirige, pues, nuestros pasos!

jueves, 19 de noviembre de 2009

El fraude de la pastoral secularizada


La pastoral secularizada está bastante extendida. Los criterios de la secularización marcan, a veces insensiblemente, el quehacer de la Iglesia. Plagiando un sistema empresarial, la Iglesia se dedica a reuniones, planificaciones, programaciones y revisiones constantemente. Puede que sean necesarias, tal vez haya que hacerlas. Pero la pastoral secularizada parte del planteamiento de considerar el Misterio de la Iglesia de forma reducida, sólo como “la comunidad de seguidores de Jesús”. Los contenidos doctrinales, dogmáticos, morales, se presentan muy menguados, muy discretos, muy apagados, para ser atrayentes y no asustar. Se pretende, de buena fe, llegar a muchos, pero para que estos muchos no se asusten, todo resulta descafeinado. Se busca una síntesis, o una simbiosis, entre lo que se vive socialmente y lo evangélico. Se produce un temor a que se vayan, a que se asusten, a exigirles la vivencia cristiana del seguimiento.

La pastoral secularizada quiere ahorrarse la crisis de Cafarnaúm que Cristo mismo no evitó: “¿También vosotros queréis marcharos?” No temió Cristo ni calculó sus palabras por si se escandalizaban del discurso del pan de vida y de la proclamación de su divinidad y actuar salvífico. Habló claramente.

Cristo no temió en ser “bandera discutida”, “signo de contradicción”, e incluso proclama dichosos a los perseguidos y advierte “¡ay si todo el mundo habla bien de vosotros!”; la pastoral secularizada se asusta de esto y procura contemporizar con todos, amoldarse a los gustos de todos con tal de caer bien a todos aunque haya que traicionar ciertos principios innegociables.

Cristo hablaba claro, con “autoridad”, la pastoral secularizada emplea lenguaje ambiguo, políticamente correcto que no suscita conversión y crecimiento, sino dejar a cada cual tranquilo en sus posturas y planteamientos para que la iglesia siga llena.

La pastoral secularizada presenta la salvación como una ancha autopista de diversos carriles, mientras que Cristo habla de una “puerta estrecha”.

La pastoral secularizada quiere que todo valga por igual, Cristo pide una radicalidad en el seguimiento: “negarse a sí mismo”.

La pastoral secularizada cuando habla de diálogo con el mundo entiende más bien “consenso”, pero Cristo simplemente proclama que Él es “la Verdad” (Jn 14,6).

La pastoral secularizada silencia palabras y conceptos cristianos: pecado, mortificación, ascesis, ofrecimiento, sacrificio, entrega, contemplación, trascendencia, negación, juicio... pero Cristo trata estas realidades con total naturalidad.

La pastoral secularizada le quita importancia a todo, como si nada pasara, pero Cristo le da seriedad al pecado.

Esa pastoral secularizada es la pastoral de malos pastores. En el fondo, se engaña y se oculta la verdad de Jesucristo, y las ovejas quedan a merced de cualquier lobo, de ayer o de hoy. La predicación de san Agustín sobre estos puntos no deja lugar a dudas:

“¿Y cómo definir a los que, por temor de escandalizar a aquellos a los que se dirigen, no sólo no los preparan para las tentaciones inminentes, sino que incluso les prometen la felicidad en este mundo, siendo así que Dios mismo no la prometió? Dios predice al mismo mundo que vendrán sobre él trabajos y más trabajos hasta el final, ¿y quieres tú que el cristiano se vea libre de ellos? Precisamente por ser cristiano tendrá que pasar más trabajos en este mundo.

Lo dice el Apóstol: Todo el que se proponga vivir piadosamente en Cristo será perseguido. Y tú, pastor que tratas de buscar tu interés en vez del de Cristo, por más que aquél diga: Todo el que se proponga vivir piadosamente en Cristo será perseguido, tú insistes en decir: «Si vives piadosamente en Cristo, abundarás en toda clase de bienes. Y, si no tienes hijos, los engendrarás y sacarás adelante a todos, y ninguno se te morirá». ¿Es ésta tu manera de edificar? Mira lo que haces, y dónde construyes. Aquel a quien tú levantas está sobre arena. Cuando vengan las lluvias y los aguaceros, cuando sople el viento, harán fuerza sobre su casa, se derrumbará, y su ruina será total” (Serm. 46,11).

¡Ojo, que Cristo es dulce, pero no dulzón; que Cristo es bondad pero también es exigente por el bien y la salvación del hombre!

Ya lo decía Isaías: “¡Ay, los que llaman al mal bien, y al bien mal; que dan oscuridad por luz, y luz por oscuridad; que dan amargo por dulce, y dulce por amargo!” (5,20). Creo que todos hemos tenido experiencia de la pastoral secularizada y lo decepcionante que es, como encantadores de serpientes. ¿Nos atrevemos a cambiarla ya?

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Neoconversos de hoy. La gracia sigue actuando


Que el Espíritu Santo actúa, es indudable, pero a veces parece que no lo viésemos ni sintiésemos. Su actuación es garantía de la presencia del Señor y de la eterna juventud de la Iglesia, que siempre se renueva, que siempre florece, que periódicamente nuevos tallos vienen a reverdecer. Pero a veces se nos olvida.

Los neoconversos han supuesto un impulso en la vida de la Iglesia; personas que no eran católicas han descubierto a Jesucristo y se han bautizado en la edad adulta; otros, provenientes del protestantismo o del anglicanismo, llegaron a la conclusión razonada y razonable que la Católica era la Iglesia fiel y original, el Tronco del que se desgajaron ramas y volvieron a su seno hallando en la Iglesia Católica su hogar, su Madre, su ámbito vital y salvífico; otros casos se producen por un acontecimiento de gracia siendo bautizados o incluso católicos con cierta vida cristiana, pero llega un momento de conversión tan fuerte que redescubre la vida católica, ¡con tanta alegría!, que viven entusiasmados (en su etimología griega: metidos en Dios).

Hay libros que recogen las grandes conversiones en la historia cristiana hasta nuestros días, y son revulsivos para la propia conciencia. Pero también hay conversiones pequeñas, silenciosas, anónimas, a fecha de hoy. En el confesionario de mi parroquia los he encontrado: son hermanos nuestros que viven apasionadamente la fe católica después de años de frialdad o indiferencia. Soy testigo de estos neoconversos, testigo feliz y siempre emocionado.

En todos los casos de neoconversos hay un dato común: un momento de gracia de Dios en la vida, ya sea una enfermedad o una circunstancia difícil donde recibió un testimonio de fe, ya sea un Cursillo de cristiandad, unos Ejercicios o algún tipo de Curso, convivencia o retiro. Este momento de gracia marca un antes y un después.

Otro punto común es lamentar sinceramente el tiempo perdido en su vida. Ven todo ahora con una nueva luz, van amando paso a paso a Jesucristo y se quieren entregar a Él, pero sienten –incluso lloran- el tiempo perdido porque conocían a Jesucristo muy poquito, lo vivían todo tal vez por rutina, por tradición, pero jamás con una fe personalizada, asumida e integrada en todo lo que eran y vivían. Sienten y de qué forma tan viva, las veces que han confesado rutinariamente en lugar de gozar de la Misericordia divina, las veces que han asistido pasivamente a la Misa, los momentos desperdiciados al escuchar las lecturas bíblicas y no dejarse interpelar por la Palabra, las predicaciones a las que no quisieron prestar atención, el déficit de formación que arrastran. Ahora quieren recuperar el tiempo perdido. Sienten que la experiencia de San Pablo en el camino de Damasco es tan real que ellos lo están viviendo ahora.

Asimismo, estos neoconversos descubren con mucha fuerza la vida interior. ¡Qué lección de entusiasmo ante tantos católicos apagados y “justitos” en todo! Hablan de su oración, del ofrecimiento de obras, de la lectura espiritual, de la visita al Sagrario, de la Misa diaria, del examen de conciencia, disfrutando de esos momentos y conscientes de que esa vida de oración y liturgia les da la vida, no pueden pasar sin ellos. Lo cuentan con sencillez, buscando entregarse del todo a Jesucristo. Se preocupan de la oración, de la vida litúrgica, del testimonio de vida, de amar más a Cristo cada día y también, cómo no, de formarse leyendo o en catequesis de adultos. ¡Qué diferencia con aquellos, tantos, que pudiendo tener todo esto, desaprovechan las ocasiones y se contentan con lo mínimo o con lo superficial!

Algunos en el confesionario incluso expresan que ahora que conocen a Jesucristo, sólo se ofrecen a Él y le preguntan cuál es su voluntad; quieren conocer qué misión les va a asignar el Señor, qué tarea, qué apostolado, porque piensan que si Jesucristo los ha llamado y convertido, será para algo.

Soy testigo de estos neoconversos. Vale la pena pasar tiempo en el confesionario esperando y disponible cuando de pronto llega alguien con una experiencia tan fuerte y que va dando los primeros pasos con entusiasmo y amor. Pero, por encima de los casos particulares, extraemos tres lecciones. La primera lección es que el Espíritu Santo actúa, y por tanto, jamás hemos de perder la esperanza. La segunda lección es que nos toca evangelizar muy en serio, mostrar a Cristo, llevar a los hombres al Corazón de Cristo y al seno de la Iglesia, porque tal vez nosotros, o la catequesis que llevamos adelante, el retiro que predicamos o el cursillo que impartimos, va a ser el instrumento que Dios emplee para tocar el corazón de alguien: por ello siempre habremos de emplearnos a fondo, dar sólidos conocimientos doctrinales, orar por quienes participen. La tercera lección sería aprender de quienes se convierten el entusiasmo y el amor cuando a veces venimos de vuelta del catolicismo y pretendemos ajustar el cristianismo a nuestra medida, con cierta dosis de apatía.

martes, 17 de noviembre de 2009

San Acisco, Santa Victoria... y el inicio del Adviento hispano

Los santos Acisclo y Victoria cuya fiesta hoy se celebra fueron mártires cordobeses de la primera hora del cristianismo, que confesaron la fe bajo la persecución desencadenada por el emperador Diocleciano (en 304). Los testimonios sobre ellos son relativamente tardíos, así como su Passio. De Acisclo nos dirá el poeta Prudencio –de quien tantos himnos hemos leído ya en el blog-: “Córdoba [presentará ante Cristo] a Acisclo, Zoilo y tres Coronas [Fausto, Jenaro y Marcial]”. San Acisclo aparecerá en diversos martirologios de los siglos VII y VIII y entrará en el calendario y en los libros litúrgicos del rito hispano-mozárabe, llegando a tener incluso una basílica dedicada a él en Loja (Granada), Medina Sidonia (Cádiz) en el 630 y una más antigua en Córdoba, según relata san Isidoro, que fue profanada por el rey godo Agila en 545. Santa Victoria aparece por vez primera en el martirologio lionés (finales del s. VIII). Será después de la reconquista de Córdoba, en 1236, cuando queden unidos ambos santos en la fiesta litúrgica, celebrada cada vez con creciente solemnidad.

La Misa propia de estos santos en el rito hispano-mozárabe marcaba el inicio del Adviento al domingo anterior al 17 de noviembre ya que el Adviento mozárabe como el ambrosiano consta de 6 semanas.

La oratio admonitionis de esta Misa enlaza el martirio de estos santos con la espera del Señor en su venida. Como toda oratio admonitionis de este rito, es una catequesis o introducción espiritual para que los fieles poco a poco recibieran una instrucción a la oración, a la pureza de corazón, a la conversión de las costumbres y la disposición interior conveniente para ofrecer el Sacrificio eucarístico.

“Celebrando, hermanos queridos,
la gran solemnidad de los beatísimos Acisclo y Victoria,
tributemos a la divina omnipotencia las mayores alabanzas y gracias
por el triunfo de sus mártires, y al mismo tiempo y con igual afecto,
oremos con la mayor humildad,

para que podamos consumar felizmente nuestra propia lucha.

Supliquemos también con insistencia a su generosa bondad,
para que lo mismo que a nuestros mártires les concedió

no sólo el mérito y la dignidad de su martirio,

sino también el amor ardiente para arrostrarlo, también a nosotros,
como nos ha dignificado con la gracia de su adopción,
nos revista de santidad,
para que alcancemos su mismo dignidad, y, acabada la lucha de este mundo,
nos conceda por el beneficio de su indulgencia,
alcanzar el brillo del amor inextinguible.


Y como según el don concedido,

ellos rechazaron los premios de esta vida,
para dedicarse a la gloria perenne de la futura,

así por su gracia,
para que nosotros despreciemos con firme decisión
los atractivos de este mundo,
y esperemos con felicidad los gozos sempiternos,
nos preste fortaleza la intercesión ante Dios de estos mártires,
desde cuya festividad empezamos a celebrar

el glorioso adviento del Dios humanado
.

R/
Amén.


Porque es infinita la misericordia del mismo Dios nuestro,
que vive y todo lo gobierna, por los siglos de los siglos.
R/
Amén”.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Educar para la liturgia IV: alabanza celestial y Comunión sacramental


"La expresión más fuerte de la unidad litúrgica entre la Iglesia celestial y la terrena –ambas dan gracias al Padre “por Cristo”- se encuentra en el Prefacio y en el Sanctus de la Santa Misa. La liturgia no deja, sin embargo, ninguna duda de que todavía no somos ciudadanos perfectos de la Jerusalén celestial, sino peregrinos en camino hacia la patria eterna. Antes de atrevernos a elevar los ojos a lo alto, para entonar con los coros celestiales el “Santo, Santo, Santo”, necesitamos prepararnos debidamente. Todo lo creado que es utilizado en el servicio divino tiene que ser apartado de su uso y sentido profano, tiene que ser consagrado y santificado. El sacerdote ha de purificarse a través del reconocimiento de sus pecados antes de subir las gradas del altar y, junto con él, también todos los creyentes. Antes de cada nuevo paso en el sacrificio de la ofrenda tiene que repetir la súplica del perdón de los pecados, por él mismo, por los allí presentes y por todos aquellos a quienes habrán de alcanzar los frutos de la ofrenda santa. La ofrenda del altar es un sacrificio que junto con los dones presentados transforma también a los creyentes, les abre el Reino de los Cielos y les hace aptos para una acción de gracias agradable a Dios.

Todo lo que nosotros necesitamos para ser acogidos en la comunidad de los espíritus celestiales está resumido en las siete peticiones del Padrenuestro, que Cristo no rezó en nombre propio, sino para que aprendiéramos de Él. Nosotros rezamos el Padrenuestro antes de comulgar y si lo hacemos sinceramente y de corazón y luego recibimos la comunión con espíritu recto, entonces nos proporciona ella el cumplimiento de las peticiones: ella nos libra de todo mal porque nos limpia de toda culpa y nos da la paz del corazón, que nos libera, a su vez, del aguijón de todos los otros males; ella nos proporciona el perdón de los pecados y nos da fuerzas contra la tentación. La comunión es el pan de la vida que necesitamos diariamente para ir acercándonos a la vida eterna; ella hace de nuestra voluntad un instrumento dócil de la voluntad de Dios, ella es el fundamento del Reino de Dios en nosotros y nos da un corazón y unos labios puros para glorificar el santo nombre de Dios. De esa manera se manifiesta cuán íntimamente unidos están el sacrificio, el banquete de la ofrenda y la alabanza divina.

La participación en el sacrificio y en el banquete de la ofrenda transforman el alma en una piedra viva de la ciudad de Dios, y a cada una de ellas en particular en un templo divino".

(Edith Stein, La oración de la Iglesia).

domingo, 15 de noviembre de 2009

Horas de Sagrario lanzan a la santidad


El convencimiento absoluto y claro que hemos de alcanzar es que las horas de Sagrario nos lanzarán a la santidad. Seguiremos siendo falibles y pecadores, débiles, pero poco a poco iremos siendo transformados, porque la Presencia de Cristo y su Amor redentor nos irán tocando hasta moldearnos. La santidad la da Él. El anhelo a la santidad lo va despertando Él, suscitando el deseo, para luego colmarlo gratis y por amor.

"Todo debe converger en el Sagrario, nueva "tienda del encuentro" y lugar privilegiado para contemplar, "hasta el arrebato del corazón" (Novo Millennio Ineunte, 33), el rostro del Señor: rostro doliente de Cristo crucificado, "en el que se esconde la vida de Dios y se ofrece la salvación del mundo" (ib., 28); rostro glorioso de Cristo resucitado, en el que la Iglesia, "su Esposa, contempla su tesoro y su alegría" (ib.).

Hoy deseo repetiros a vosotros cuanto dije ya al inicio de mi pontificado: "¡Cristo es el Redentor del hombre!". Él, el mismo a lo largo de los siglos (cf. Hb 13, 8), es verdaderamente el único Salvador del hombre, porque "no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch 4, 12). Así pues, la vida cristiana no puede por menos de desarrollarse a partir de él. Debemos "recomenzar desde Cristo" cada día, buscando un "alto grado" de vida evangélica y poniendo por obra una "auténtica pedagogía de la santidad" (Novo millennio ineunte, 31)" (Juan Pablo II, Mensaje al Arzobispo de Benevento con ocasión del Congreso Eucarístico de la Archidiócesis, 1-junio-2002).

Éste debe ser el centro de toda pastoral; éste el camino parroquial; éste el dinamismo de todo Monasterio... porque aquí se labrarán santos, nunca en los papeles de los proyectos y programas.

sábado, 14 de noviembre de 2009

Cristo luz guió a Israel en su Pascua


Así es, Padre, como resplandecen nuestras casas con tus dádivas, es decir, con las nobles llamas, y emuladora reproduce esta luz el día ausente; huye ante ella vencida la noche con su manto desgarrado.

Pero ¿quién no verá en Dios la alta y viva fuente de la inquieta llama? Moisés, sin duda, vio a Dios ardiendo en llama esplendorosa en medio de la espinosa zarza.

Feliz quien mereció ver al Príncipe del celeste reino en la sagrada zarza, recibiendo el mandato de desatar el calzado de sus pies para no profanar aquel lugar santo con sus sandalias.

Un pueblo de ínclita sangre, amparado en los méritos de sus mayores y débil, acostumbrado a vivir bajo señores bárbaros, sigue, libre ya, este fuego a través de los vastos desiertos.

Por donde caminaban y habían levantado los rápidos campamentos en medio de la oscura noche azul, un rayo de luz más brillante que el sol guiaba al pueblo vigilante con precursora lumbre.

¿Qué lengua, pues, podrá tejer tus alabanzas, ¡oh Cristo!, que obligas a Egipto, domado con diversas plagas, a ceder ante tu caudillo, por fuerza de tu mano, vengadora de la justicia;

que prohíbes a la mar sin caminos saltar en furiosos oleajes para que en su suelo, ya de corrientes descubierto, se abriese, bajo tu imperio, un tránsito seguro y al punto la ola hambrienta devorase a los impíos;

para quien las estériles rocas del desierto hacen brotar cascadas rumorosas y la peña golpeada suelta en abundancia manantiales nuevos, que dan bebida a los pueblos sedientos bajo el abrasado cielo?

Prudencio, Himno para cuando se enciende la lámpara, vv. 25-44. 81-92

viernes, 13 de noviembre de 2009

El Pastor de la unidad y la paz, San Leandro de Sevilla

13 de noviembre, memoria de San Leandro (en el calendario del rito hispano-mozárabe tiene rango de fiesta y se celebra 13 de marzo): ¡el gran Padre hispano!, nacido hacia el 534 y fallecido en el 600-601 (?).

Hijo mayor de una familia santa, con origen en Cartagena, que se asientan en Sevilla; será el espejo y modelo de sus hermanos: san Fulgencio obispo de Écija, santa Florentina virgen y san Isidoro, su sucesor en la sede hispalense.


Tras encargarse de la educación de sus hermanos, Leandro pasará un tiempo en Constantinopla, vivirá los ritos orientales que le marcarán mucho, traba amistad con San Gregorio Magno, en aquel momento apocrisario (nuncio) del Papa allí. Se querían como hermanos, y su amistad será ininterrumpida.

De vuelta a su vida monástica, San Leandro será el gran arzobispo de Sevilla, pastor santo y humilde, elegido por clamor popular, que creará una escuela catedralicia, compondrá numerosos textos eucológicos para el rito hispano-visigodo que comienza a al
canzar su época de esplendor, escribirá una Regla monástica para regir el monasterio de su hermana santa Florentina. Siendo arzobispo, logra la conversión del príncipe Hermenegildo (enviado desde Toledo a gobernar la Bética) con la ayuda de la esposa de éste, lo que le valió las iras del rey arriano Leovigildo que lo desterró, pero desde el exilio luchó contra la herejía arriana. Vuelto a su sede presidirá el Concilio III de Toledo, en 589, con la conversión del otro hijo de Leovigildo, Recaredo. Nace la paz y la unión de la Iglesia y del reino en la Verdad de fe, en la ortodoxia. ¡Qué trabajos no le costaron a Leandro!, pero su gran amor fue la Iglesia en la paz. En 590 convoca el I Concilio de Sevilla, impulsando las escuelas y el saber, punto en que destacará después su hermano Isidoro.

¡Alabanza y honor a Dios por san Leandro!

Con los textos eucológicos hispanos consideramos la persona de este Padre hispano:


“Celebremos con las debidas alabanzas, hermanos queridos, este día, que para nosotros es digno de la mayor veneración, en el que nuestro preclaro confesor LEANDRO, tras manifestar con los labios la fe que encerraba en su corazón, fue llamado a la gloria eterna.

Imploremos la clemencia de Dios omnipotente, para que, como hoy llevó a los cielos a su confesor, a nosotros, que creemos en él y lo proclamamos, nos libre de los pecados: y así, los que en este día veneramos la solemnidad de su confesor, podamos llegar a la gloria de la confesión” (Oratio admonitionis).


Por san Leandro, brota la acción de gracias a Dios:


“Es digno y justo que te demos gracias,
Señor Padre santo, Dios todopoderoso y eterno
por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor,
que es la corona de justicia, árbol de vida, palma de victoria.


De quien la recta fe de los confesores, no separada del martirio,
sino bien unida a él, alcanza la misma victoria de los mártires;

porque aunque no hayan alcanzado la muerte martirial derramando su sangre,
no se diferencian de los mártires en su fortaleza.

Pues al mismo enemigo que aquéllos vencen en lucha abierta,
lo derrotan éstos en su interior.

Y al que aquéllos vencen externamente, por sus heridas abiertas,
le dan éstos muerte en su interior, resistiendo espiritualmente,
y luchando contra el príncipe de las tinieblas
y las asechanzas de las potestades del aire:
de manera que, aquilatados en la tribulación temporal,
lo que los mártires merecen por su sangre,

lo alcancen éstos por su confesión.

Como creemos y confesamos que hizo con plena entrega este santo varón,
que te amó toda su vida,

te mantuvo en su conciencia
y te predicó con su doctrina.


Manteniéndose dentro del grado de los confesores,
llegó al triunfo de la confesión, alabando el poder de tu unigénito Hijo,
sin avergonzarse de dar la cara por él ante los hombres” (Illatio).

San Leandro (II), el III Concilio de Toledo: su trascendencia histórica


San Leandro preside el III Concilio de Toledo (589) de indudable importancia. En él Recaredo se convierte, se establece la paz religiosa, cesa el arrianismo en Hispania.

«El III concilio Toledano, además de ser un hito importante para el logro de la concordia y de la unión en la historia hispana, nos ofrece la clave para comprender la comunión de España con la gran tradición de las Iglesias de Oriente.

¿Cómo no recordar las figuras de los santos hermanos Leandro e Isidoro?

Ambos, santos y transmisores del saber, favoreciendo la unión de los pueblos y la superación de las rupturas causadas por la herejía arriana. Con ellos la Iglesia católica se presentaba ante los pueblos como el espacio creador de libertad en que se encontraban contrapuestas las culturas hispano-romana y goda.

Así fue posible inaugurar una nueva época e ir más allá de las diferencias y divisiones que ofrecían aspectos no fácilmente reconciliables. Frutos preciados de aquel acontecimiento eclesial fueron la armonización profunda de perspectivas entre la Iglesia y la sociedad, entre inspiración evangélica y servicio al hombre» (Juan Pablo II, Discurso a su llegada a Santiago de Compostela, 19-agosto-1989).


jueves, 12 de noviembre de 2009

La rebelión de las masas (II): cultura e ir contracorriente

La rebelión de las masas que buscaba la igualdad, la ha degenerado en el igualitarismo. Se iguala por abajo, rebajando el nivel, por tanto, no por elevación sino por degradación. Este igualitarismo pone en crisis cualquier “autoridad”, ya sea la de los padres o la de los maestros, conduciendo al caos. El principio por el que ahora se rige todo es la “tolerancia”. Ésta era una virtud por la que se respeta, ayuda y ama al prójimo aun cuando esté equivocado y se procuraba que superase su equivocación; ahora la tolerancia ya no se dirige a la persona sino a las ideas, que deben ser todas admitidas como igualmente válidas y aceptables e incluso verdaderas (porque no existe la Verdad). Quien pretenda defender simplemente la existencia de la Verdad es calificado de intolerante y no ha lugar en esta sociedad.

La rebelión de las masas no conduce al progreso, sino únicamente al rechazo de todo aquello que es vida noble, del esfuerzo creador, del sacrificio por el deber y de cuanto hace al hombre una criatura superior, puesto que afirma como valores máximos la vulgaridad, la desobediencia –prohibido prohibir, se decía en el mayo del 68 francés- y el disfrute. El hombre-masa no tolera que le hablen de deberes, ¡porque considera que sólo tiene derechos!, derecho a todo, derecho incluso a lo más absurdo e inimaginable, derechos que reclama siempre, derechos sin el más mínimo fundamento racional en ocasiones.

La sociedad masificada reserva su admiración por la técnica, a la que confunde con la ciencia verdadera, porque la técnica es el instrumento hoy para la acumulación de bienes materiales, para ejercer la dominación del mundo y doblegar la naturaleza a los propios caprichos e instintos (el jugar con células embrionarias, la clonación...). En el fondo del alma de las masas se produce una radical violencia que las mueve a despreciar -¡y de qué forma!- todo cuanto es selecto o superior, noble o elevador. De ahí que confunda libertad con independencia absoluta de todo y de todos, obrando siempre al capricho de la propia voluntad guiada por el instinto. Pero progresar no es esto. Progresar no es acumular bienes materiales, o una voluntad que actúe desgajada del bien, la verdad y la razón. Progresar es crecer, es adquirir una mayor calidad para el ser humano, es elevarse y trascenderse, es enriquecer el propio espíritu, es reconocer la propia sed de infinito y beber de la Fuente que es Cristo.

Estamos situados en esta cultura provocada por la rebelión de las masas. Los católicos están en esa masa, pero no pueden ser un ingrediente más de esa masa, colaborando a esa rebelión. Los católicos van contra corriente en esta cultura, y no pueden asimilarla acríticamente, sino con un juicio racional iluminado por la fe. A veces parece tener más fuerza esta rebelión de las masas y sus principios en la mentalidad católica que la propia fe, creyente, convencida, formada, compacta. “Hay que saber tomar decisiones de fondo, estar dispuestos a renuncias radicales, si fuera necesario hasta el martirio. Hoy como ayer, la vida del cristiano exige el coraje de ir contra corriente” (Benedicto XVI, Homilía, Velletri, 23-septiembre-2007).

Contemplando la rebelión de las masas, analizándola, sólo cabe esperar que los católicos tengan una personalidad fuerte y madura, capaz de sostener y vivir según principios válidos y eternos, sin dejarse arrastrar por la corriente; convicciones personales bien arraigadas; juicio sólido e inteligente sobre la realidad a la luz de la fe.

“"¿También vosotros queréis marcharos?" (v. 67).

Esta provocadora pregunta no se dirige sólo a los interlocutores de entonces, sino que llega a los creyentes y a los hombres de toda época. También hoy no pocos se "escandalizan" ante la paradoja de la fe cristiana. La enseñanza de Jesús parece "dura", demasiado difícil de acoger y poner en práctica. Hay entonces quien la rechaza y abandona a Cristo; hay quien intenta "adaptar" su palabra a las modas de los tiempos desnaturalizando su sentido y valor. "¿También vosotros queréis marcharos?". Esta inquietante provocación resuena en nuestro corazón y espera de cada uno una respuesta personal; es una pregunta dirigida a cada uno de nosotros. Jesús no se conforma con una pertenencia superficial y formal, no le basta con una primera adhesión entusiasta; al contrario, es necesario tomar parte durante toda la vida "en su pensar y en su querer". Seguirlo llena el corazón de alegría y da pleno sentido a nuestra existencia, pero implica dificultades y renuncias porque con mucha frecuencia se debe ir a contracorriente” (Benedicto XVI, Ángelus, 23-agosto-2009).

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Nominado en un simpático concurso de blogs católicos!!!!!!!!!

Me encuentro que el blog "La espada de doble filo" de Infocatólica ha convocado un concurso simpático de blogs católicos, sólo para darlos a conocer.

Pero es que además, mi amigo Embajador en el infierno se ha atrevido a proponer este blog en las nominaciones iniciales. Ya le he dado las gracias en su propio blog (blog, por otra parte, políticamente incorrecto, ¡y me encanta que lo sea!).

Este blog está propuesto en tres categorías:

1)
Categoría Doctor Theologicus Para blogs católicos donde sea posible encontrar Teología, argumentos profundos y una comprensión más plena del inagotable Misterio cristiano.

2) Categoría Vita Spiritualis Para blogs que puedan ayudar en la relación con Dios, la oración y la visión cristiana de la vida.

3) Categoría Sacerdos in Aeternum Para sacerdotes y obispos que, entre sus ocupaciones pastorales, encuentran tiempo para evangelizar, catequizar, discutir o, simplemente, charlar en la blogosfera. Por extensión, incluimos también a los seminaristas.

No sé si habrá votaciones después. Pero si las hubiera, los poquitos que estamos en este blog (o pequeña comunidad cristiana virtual) ¿tendremos que votar, no?

Educar para la liturgia III: Cristo ofreciéndose en la Eucaristía


"Cuando Jesús tomó el cáliz, dio gracias; aquí podemos pensar en las palabras de bendición que están contenidas en una acción de gracias al Creador. También sabemos que Cristo acostumbraba a dar gracias cuando, frente a un milagro, elevaba los ojos al cielo. Él daba gracias al Padre porque sabía que le escuchaba. Cristo da gracias por la fuerza divina que lleva en sí mismo y a través de la cual puede presentar a los ojos de los hombres el poder infinito del Creador. Él da gracias por la obra de salvación que ha venido a realizar, y también a través de ella, que en sí misma es glorificación de la divinidad trinitaria, porque por esa obra de salvación se renueva y embellece la imagen y semejanza divina de la creación que había sido deformada por el pecado.

De esta manera podemos interpretar la ofrenda perpetua de Cristo –en la Cruz, en la Eucaristía y en la gloria eterna del cielo- como una única acción de gracias al Creador, como una acción de gracias por la creación, la salvación y la plenificación. Cristo se ofrece a sí mismo en nombre del mundo creado, cuyo modelo es Él mismo y al cual ha descendido para transformarlo desde dentro y para conducirlo a la perfección. Él invita también a toda la creación a unírsele en el ofrecimiento de acción de gracias debido al Creador.

A la Antigua Alianza le había sido dada ya la comprensión del carácter “eucarístico” de la oración: las imágenes milagrosas del tabernáculo y más tarde el templo del rey Salomón, que había sido construido según indicaciones divinas, fueron interpretados como modelos de toda la creación que se reúne en torno a su Señor en actitud de contemplación y de servicio. La tienda, en torno a la cual acampaba el pueblo de Israel durante su peregrinación por el desierto, se llamaba “la morada de la presencia de Dios” (Ex 38,21). Esa era la “morada inferior” en contraposición a la “morada Superior”. El salmista canta: “Yahvé, yo amo la belleza de tu casa, el lugar donde se asienta tu gloria” (Sal 25,8), porque la tienda de la Alianza tiene el mismo valor que la creación del mundo.

Así como en la narración de la creación el cielo fue extendido como una alfombra, de la misma manera estaban prescritas numerosas alfombras como paredes de la tienda, y así como las aguas del cielo fueron separadas de las aguas de la tierra, así estaba separado el Santo de los Santos de los recintos exteriores por un velo. El “mar de bronce” está hecho también según el modelo del mar que fue contenido por las costas. Como símbolo de las estrellas del cielo se encuentra en la tienda el candelabro de los siete brazos. Corderos y aves representan la muchedumbre de seres vivientes que pueblan las aguas, la tierra y el aire. Y de la misma manera que la tierra fue entregada a los hombres, así se encuentra en el santuario el sumo sacerdote, que fue consagrado para servir y obrar en nombre de Dios. La tienda, una vez terminada, fue bendecida, ungida y santificada por Moisés, de la misma manera que Dios bendijo y santificó la obra de sus manos el séptimo día. Así como los cielos y la tierra son testigos de Dios, así habrá de ser su morada un testimonio de la presencia de Dios en la tierra (Dt 30,19).

En lugar del templo salomónico Cristo edificó un templo de piedras vivas, la comunidad de los santos. Cristo se encuentra en el centro mismo de ese templo como sumo y eterno sacerdote, y Él mismo es la ofrenda depositada sobre el altar. Y nuevamente vemos a toda la creación integrada en la “Liturgia”, en la solemne ceremonia divina: los frutos de la tierra como ofrenda misteriosa, las flores y los candelabros con las luces, las alfombras y el velo, el sacerdote consagrado, la unción y bendición de la casa de Dios. Tampoco faltan los querubines que, cincelados por las manos del artista, hacen guardia en formas visibles junto al Santo de los Santos. Semejante a los ángeles y como sus imágenes vivientes rodean los monjes el altar de la ofrenda y se ocupan de que los himnos de alabanza a Dios no enmudezcan, así en la tierra como en el cielo. Las oraciones solemnes que ellos elevan al cielo, en tanto que son los labios orantes de la Iglesia, rodean la ofrenda santa y traspasan y santifican todas las otras obras del día, de tal manera que la oración y el trabajo se convierten en un único “oficio divino”, en una única “Liturgia”.

Las lecturas de las Sagradas Escrituras y de los Padres, de los documentos de la Iglesia y de las proclamaciones doctrinales de sus pastores son un inmenso y constantemente creciente himno de alabanza a la acción de la Providencia Divina y al desarrollo evolutivo del plan eterno de salvación. Las oraciones matinales invitan a la creación entera a reunirse en torno al Salvador: los montes y las colinas, los ríos y las corrientes de agua, el mar, la tierra y todo cuanto habita en ellos, las nubes y los vientos, la lluvia y la nieve, todos los pueblos de la tierra, las razas y naciones y, finalmente, también los habitantes del cielo, los ángeles y los santos: todos, y no sólo sus imágenes hechas por manos humanas, han de participar personalmente de la gran Eucaristía de la creación –o más precisamente, nosotros hemos de unirnos a través de nuestra liturgia a su viva y eterna alabanza divina. Todos nosotros –y eso significa no sólo los religiosos cuya “profesión” es la alabanza de Dios, sino todo el pueblo de Dios- manifestamos nuestra conciencia de haber sido llamados a la alabanza divina cada vez que en las grandes solemnidades nos acercamos a las catedrales y abadías y cada vez que participamos de las grandes corales populares y a través de las nuevas formas litúrgicas nos integramos llenos de alegría a esa alabanza".

(Edith Stein, La oración de la Iglesia).

martes, 10 de noviembre de 2009

¿Estructuras o corazón?


En multitud de ocasiones, la responsabilidad personal se ha disipado proyectándola en lo común. Se habla de las estructuras injustas que son estructuras de pecado intentando siempre salvar la bondad absoluta del hombre y refugiándose en la maldad intrínseca de las estructuras. Todo un lenguaje teológico estaba referido a las estructuras animando a combatir el pecado social -el único que parecía existir- cambiando las estructuras, atacándolas, proyectando una especie de revolución del sistema.

Pero, ¿acaso las estructuras más perfectas, más justas y equitativas, no se pueden volver absolutamente tiránicas si no hay hombres buenos, corazones justos y santos? ¿Tal vez serán las leyes, o las conductas sociales, o los sistemas políticos, los que van a hacer triunfar la verdad, la bondad, la belleza, la justicia? El camino no es otro que el hombre, el hombre mismo. Es el hombre quien debe ser transformado, regenerado, porque sólo así el mundo puede cambiar. La sociedad jamás cambia a golpe de revoluciones: tarde o temprano demuestra su inestabilidad y sus puntos débiles. La sociedad sólo se transforma cuando hay hombres que han sido transformados. El mundo evoluciona a mejor en el momento mismo en que haya hombres que, tocados por la gracia, hayan cambiado el corazón de piedra por un corazón de carne; en el momento en que haya hombres que dejando "las estructuras injustas de su corazón" adopten el corazón nuevo de Cristo.

La predicación de Jesucristo estaba dirigida a la conversión personal porque cuando ésta se logra, el mundo se transforma, el Reino de Dios se va implantando. ¡El Reino de Dios está dentro de vosotros! La espiritualidad del Corazón de Jesús es, así pues, realmente transformadora tanto del hombre como de la sociedad, porque "Sólo el amor de Dios puede renovar el corazón del hombre, y la humanidad paralizada sólo puede levantarse y caminar si sana en el corazón. El amor de Dios es la verdadera fuerza que renueva al mundo" (Benedicto XVI, Ángelus, 19-febrero-2006). Éste camino es más lento que promulgar leyes y alentar revoluciones, cierto, pero a la larga es más eficaz, pacífico y verdadero.