Existe mucha confusión en el orden
moral y en el orden espiritual, y hace falta clarificar las cosas. Sabemos por el Evangelio, leído a la luz de la Tradición, que la
Iglesia se asienta sobre la roca apostólica, sobre Pedro y
los sucesores del ministerio petrino, el Papa. Sabemos que la Iglesia es del Señor, creada por Él, y Ella es la que comunica la vida divina a sus hijos. Es un gran y precioso Misterio que necesitemos reconocer, agradecer y amar.
Pero también, ante ese Misterio, el hombre peca en ocasiones, dañando y desfigurando la Iglesia. Pensemos ese
ámbito de pecados contra la Iglesia, que en ocasiones está en el corazón y que atenta contra la Iglesia, atacándola, debilitándola.
Existe pecado contra la Iglesia cuando
existe un desafecto, una falta de amor hacia la Iglesia. No se suele
amar a la Iglesia,
se la utiliza. Lo cual es triste. No se ama, por ejemplo, a los sacerdotes, se
los utiliza muchas veces, y en tanto en cuanto es muy bueno, “me hizo un favor, porque
conseguí...”, como diga no, o no haga no sé qué, o corrija a alguien... ejerciendo la función ministerial de gobernar o de regir, deja entonces de "ser bueno". A veces el corazón está muy lejos de la Iglesia, y eso es un
pecado, porque somos hijos de la
Iglesia, renacidos en las fuentes bautismales.
Existe
pecado, muy concreto, en la gente de Iglesia, cuando se vive el misterio de la Iglesia en la parroquia -o en un Movimiento, o Comunidad, o Asociación de fieles- y
parece que se aproveche esa plataforma para buscar recompensas de tipo
afectivo, o un reconocimiento que no tiene en ámbitos de la vida social o
pública; cuando esto se produce, no se está al servicio de la Iglesia sino que se cree que la Iglesia está a su
servicio. Se quiere medrar a costa de la Iglesia, adquirir un prestigio subiéndose encima de los hombros de la Iglesia.