“En Cristo están encerrados todos
los tesoros del saber y el conocer” (Col 2,3).
El Corazón de Jesús es un abismo
de sabiduría, ya que Él mismo es la Sabiduría de Dios. Él, el Misterio que estaba
oculto por los siglos y que ahora nos ha sido revelado. La pastoral, el
apostolado y la devoción al Corazón de Jesús también impulsan al conocimiento de Cristo. La formación, la
catequesis de adultos, las clases de teología, el estudio, los retiros, los
círculos de formación son medios imprescindibles y urgentes para conocer la
sabiduría de Cristo, para ser partícipes de su sabiduría. Él nos revela al
Padre, nos ofrece la luz de un conocimiento superior y excelso, ya que Él es la Luz del mundo, la Verdad que nos salva. La
formación cristiana, renovada, actualizada, es parte del apostolado y de la
devoción al Corazón de Jesús. Conocerle para amarle, pues sólo se ama lo que se
conoce.
El ejercicio de la meditación orante, del trato personal con Él, nos
introduce en la intimidad de su Corazón para saber qué hace y qué dice, cómo es
y cómo ama, el corazón de Cristo. Y la mejor fotografía del Corazón de Jesús,
en expresión del Beato D. Manuel González, Obispo de los sagrarios abandonados,
la mejor fotografía del Corazón de Cristo, la más actual y viva, es el
Evangelio, la lectura orante y amorosa de la Palabra de Dios a la luz de la lámpara del
Sagrario. Conocer al Señor, sí, mucho, cada vez más; conocer al Señor para
amarle.
¿Quiénes harán este apostolado?
¿Cómo han de ser los sacerdotes que lleven a acabo esta pastoral? Todo se
encerraría en un solo y único concepto: enamorarse
de Cristo. Aquí está el todo. Dejarse enamorar por Cristo que con lazos de
amor nos atrae hacia Él; dejarse enamorar por el Señor que nos seduce, que nos
busca, que nos lleva a la intimidad de su amor. Dejarse enamorar, no poner
resistencias a su amor, no quedarse fríos e indiferentes ante su amistad.
¡Dejarse enamorar por el Corazón de Jesús!, porque el Señor te sigue buscando y
rodeando con su amor, y quiere conquistarte y ganarte para Él.
Enamorarse.
Desde ese momento, ya sólo se tienen ojos para Cristo; el corazón busca a
Cristo y lo descubre en todas las cosas; ama con fuego y pasión.
Quien se ha
encontrado con Cristo ha quedado fascinado por Él, ha descubierto en Él todo
aquello que el corazón buscaba y, desde entonces, no puede vivir sin Cristo.
Él
lo es todo: Palabra, Presencia, Amor, Amistad, Luz, Perdón, y Misericordia,
Gracia, vida. Quien se ha encontrado con Cristo, vuelca toda su capacidad de
amor en Cristo, le ama apasionadamente, locamente, sin cálculos humanos
egoístas ni midiendo y contando las prácticas de piedad o los escasos minutos
que se le dedican al Señor. El amor inunda su alma. ¡¡Enamorados de Cristo!!
Éstos serán los verdaderos apóstoles, los auténticos evangelizadores, los
amigos fuertes de Cristo. Enamorarse de Cristo, mejor que el cual nada existe,
hasta poder decir de verdad: “Para mí la vida es Cristo” (Flp 1,21).
Hay un diálogo en el evangelio muy
revelador: Jesús con Pedro a orillas del mar de Tiberíades. Él, ya resucitado;
Pedro, aún confuso… “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” ¡Qué pregunta más
incómoda! Pedro pensaría que a qué iba esto. Estaba dispuesto a ser la roca de la Iglesia, estaba dispuesto
a todo aquello que el Señor le había anunciado y encargado. ¿A qué venía ahora
preguntarle?
Pero el Señor insistía: “Simón, hijo
de Juan, ¿me amas?” ¿Qué más quería Cristo? Había dejado a su mujer, sus redes,
su negocio de pesca. Había caminado tres años con Él, predicado y dejándose
instruir. Lo había dejado todo, había abandonado todo lo suyo. ¿Por qué
pregunta estas cosas el Señor?
Pero el Resucitado vuelve a
insistir: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” Parece comprender
finalmente la pregunta. No se trata de que haga muchas cosas por el Señor,
muchos propósitos o compromisos. Eso en todo caso vendría después. Lo primero
era querer al Señor y decírselo. Lo primero era, y sigue siendo para nosotros,
amar al Señor, quererle apasionadamente, volcar el corazón en Él en una
relación personal, única y plenificante. Sólo amor. O lo que es lo mismo,
enamorarse del Señor. ¡Qué fuerza tiene, qué impulso interior, qué santidad de
vida, qué verdadero apóstol, aquel que está enamorado de Cristo!
¡Corazón de
Jesús,
Lleno de bondad y de amor,
Rey y centro de todos los corazones,
en quien están todos los tesoros de
la sabiduría y de la ciencia,
en quien habita toda la plenitud de
la divinidad, ten misericordia de nosotros!
¡Corazón de
Jesús,
de cuya plenitud todos hemos
recibido,
fuente de vida y de santidad
paciente y de mucha misericordia,
magnánimo con todos los que te
invocan,
fuente de todo consuelo,
salvación de los que en ti esperan,
esperanza de los que en ti mueren,
ten misericordia de nosotros!
¡Corazón de
Jesús, felicidad de los santos, ten misericordia de nosotros!
Jesús, manso y
humilde de Corazón. ¡Haz nuestro corazón semejante al tuyo! Amén.
Enamorarse de Cristo. Aquí está el todo. Dejarse enamorar por Cristo que con lazos de amor nos atrae hacia Él...
ResponderEliminarAquí está el secreto Gracias D. Javier! Magnifica Catequesis.
¡Felicidades en este gran día del Corazón de Jesús!
Pido por su salud. Saludos cordiales.
el primer año que no sigo al corazón de jesús en su procesión por las calles por enfermedad-sólo funcionan las minúsculas en mi ordenador- ,le he seguido en mi alma.
ResponderEliminarqué él nos bendiga siempre