Para ahondar tanto en la liturgia como en la necesidad de una verdadera evangelización, iremos desglosando la Misa "por la nueva evangelización", aprobada para el Año de la Fe de 2012.
Será así una forma, en primer lugar, de saborear y glosar los textos litúrgicos, siempre la mejor escuela de espíritu cristiano, para acostumbrarnos a entrar en la profundidad de las oraciones y plegarias de la liturgia. ¡Son siempre escuela de vida cristiana! Pero también nos debe servir para refrescar y avanzar en una mejor y renovada comprensión de la evangelización, de la nueva evangelización, y de la fisonomía espiritual y apostólica del evangelizador.
Trataremos, así pues, de los textos de una Misa: antífona de entrada, oración colecta, oración sobre las ofrendas, antífona de comunión y oración de postcomunión.
1. La antífona de entrada
El
evangelio a todos ha de llegar, a todos debe resonar, y el orbe entero es el
campo de misión para que todos conozcan y alaben la salvación y la acepten en
sus vidas, siendo transformados por la gracia e incorporados al Cuerpo vivo de
Cristo que es la Iglesia.
La
dimensión, diríamos casi cósmica, de la evangelización, se pone de relieve en
la antífona de entrada –que debe ser el habitual canto de entrada o, al menos,
inspirar sus letra y contenido- tomada del salmo 104:
“Gloriaos en
su santo nombre,
que se alegren
los que buscan al Señor.
Recurrid al
Señor y a su poder,
recordad las
maravillas que hizo” (vv. 3-4.5).
Lejos
de ser condena, quejido y lamento constante, “profeta de calamidades”, el
evangelizador es un gran narrador, convencido y entusiasta, de lo que Dios ha
realizado en su Hijo por nosotros; un gran narrador, que cuenta entusiasmado
una historia maravillosa, sorprendente, la historia de la salvación.
Se
recupera así el tono kerigmático, central, del anuncio evangélico, rehusando
tonos moralistas y moralizantes, conduciendo más bien al asombro ante las
maravillas del Señor y el encuentro único y personal con el Salvador.
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