domingo, 9 de junio de 2019

Pentecostés es plenitud



El Misterio pascual del Señor es celebrado durante cincuenta días. Su culmen, su cenit, la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia naciente. La glorificación del Hijo y su desaparición visible de la escena terrestre da paso a la actuación universal e invisible, pero real y eficaz, del Espíritu Santo. 

 
La Pascua del Señor conduce a esta efusión magnífica que comunica la vida del Señor, santifica las almas, congrega en la Iglesia a todos los hombres y la impulsa a la tarea evangelizadora. Por tanto, un mismo Misterio es celebrado durante los cincuenta días: la Pascua del Señor, su glorificación, conduce a la efusión del Espíritu Santo. 

Esa es su plenitud: “para llevar a plenitud el misterio pascual”[1] y para eso “has querido que celebráramos el misterio pascual durante cincuenta días, renueva entre nosotros el prodigio de Pentecostés”[2], “al llegar a su término en Pentecostés los cincuenta días de Pascua, llenó a los apóstoles del Espíritu Santo”[3].

Con esto se subraya la unidad intrínseca de todo el tiempo pascual que se cierra con la fiesta de Pentecostés, despedida con doble “Aleluya”, el cirio pascual se apaga y se retira al baptisterio y, al día siguiente, se retoma el tiempo ordinario. 



El devocionalismo podría centrar esta solemnidad de Pentecostés en una fiesta dedicada a la Tercera Persona de la Trinidad, y de hecho así ocurrió prolongando Pentecostés con una Octava (a semejanza de la Octava de Navidad y de Pascua), o con el mismo proceso por el que surgieron algunas fiestas en la liturgia de carácter más devocional para inculcar “ideas doctrinales” más que acontecimientos salvadores: Santísima Trinidad o Corpus Christi. Tiempo habrá, pasada la cincuentena, de celebrar la Misa votiva del Espíritu Santo durante el tiempo ordinario. 

Pero, ahora, Pentecostés no es una fiesta devocional centrada en la Persona divina del Espíritu, sino un acontecimiento, un Misterio salvador: la plenitud de la Pascua se alcanza por la venida del Espíritu en Pentecostés.

Todo el tiempo pascual pone en evidencia la unidad del misterio de Jesucristo y del Espíritu Santo a través de las lecturas bíblicas y de las oraciones, por lo que podemos afirmar, en sentido amplio, que todo el tiempo de Pascua es siempre tiempo del Espíritu Santo.

 A llegar ese día santo, corona y cima de la Pascua, pediremos humildemente y desearemos ardientemente: “Acrecienta, Señor, nuestra fe y, con el fuego de tu Espíritu, inflama nuestros corazones. Aleluya”[4].
           



[1] Pf. Misa del día.
[2] OC Misa vespertina.
[3] Preces I Visp. Pentecostés.
[4] Antífona de Sexta, Día de Pentecostés.

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