martes, 30 de noviembre de 2021

La místic y lo místico (Palabras sobre la santidad - XCV)



            En la vida cristiana, nada tomar, nada rechazar; no somos nosotros quienes decidimos ni vamos optando. Se trata más bien de recibir disponible y humildemente aquello que la mano generosa del Señor quiera concedernos, lo que quiera entregarnos. Lo nuestro, lo que hicieron los santos, no fue abalanzarse para coger nada, fue esperar la bondad del Señor y acoger lo que Él les daba. Es recepción, acogida, disponibilidad, cuyo prototipo es la Virgen María en la Anunciación.



            Por eso la vida mística, en primer lugar, es recibir lo que el Señor dé, sin exigir, sin desear otra cosa: “Cristo hace con los suyos lo que quiere porque no dicta el camino el siervo al señor sino el señor al siervo. La aceptación y el amoroso seguimiento de su voluntad da la medida de la cristianía, que puede ser vivida en una plétora de sentimientos y afectos, en experiencia o sequedad de sentimientos y afectos, en carencia de visiones y locuciones, a la vez en lúcida disponibilidad” (González de Cardedal, O., Cristianismo y mística, Madrid 2015, 178).

            La vida mística es accesible a todos porque no es sino el pleno desarrollo de la gracia del bautismo y de los dones del Espíritu Santo en el alma. En este sentido, a todos incumbe. Supone una unión cada vez más perfecta con Dios, un desarrollo y florecimiento de la vida teologal (por la fe, la esperanza y la caridad), y una vida de oración sólida, asidua, constante.

domingo, 28 de noviembre de 2021

Mecanismos de la liturgia (VI) y caminos para celebrarla bien...

Al conocer los mecanismos de la liturgia, es decir, estas leyes internas que la conforman, se abre también una nueva perspectiva: ¿cómo vivir mejor estas realidades?


Los caminos para una liturgia renovada no transitan por la salvaje creatividad y la libertad anárquica, sino por el desarrollo ordenado y solemne: amar la liturgia, celebrarla bien.



Visto todo lo anterior, para que la liturgia no sea algo “complicado y extraño”, la Iglesia nos señala algunos caminos.

            a) Celebrar bien, el “ars celebrandi”.

            Cuando se celebra bien, con humildad y devoción, atenta y amorosamente, siguiendo los libros litúrgicos, sin falsas creatividades, ni añadidos, omisiones o cambios[1], entonces la liturgia resplandece con su noble sencillez[2] y es comprensible, entrando en ella por la vía de la celebración misma. Nada mejor que una celebración litúrgica realizada así, dignamente, para que se comprensible situando a todos dentro del Misterio de Cristo[3].

            En esta dirección, el Papa Benedicto XVI marca el camino de la Iglesia. El “ars celebrandi” no puede ser descuidado, informal, improvisado, ni tampoco monótono, cansino, rápido, siempre pensando que los demás son los que se cansan en la liturgia y todo ha de ser breve.

            El cuidado a la hora de celebrar consigue que Cristo aparezca en el centro de todo y el protagonista sea el Espíritu Santo, sin concesiones a los protagonismos humanos que corrompen y adulteran la liturgia.

viernes, 26 de noviembre de 2021

Criterios del Ritual para la adoración eucarística



Éstos son los principios, entonces, tanto teológicos y espirituales como litúrgicos, que orientan cómo organizar la adoración comunitaria en la exposición prolongada.



            -En los signos externos debe expresar su relación con la Misa (Eucharisticum Mysterium, n. 60): número de velas, exorno floral, el altar como lugar habitual de la exposición, etc., por tanto las velas y cirios no tienen que entorpecer ni el paso ni la visión de la custodia...

            -Acomodada a la índole litúrgica de cada tiempo (cf. SC 119), por ejemplo en el canto inicial que el Ritual no determina que sea explícitamente eucarístico sino sugiere más como canto de entrada: “congregado el pueblo, que puede entonar algún canto, si se juzga oportuno, el ministro se acerca al altar” (RCCE, n. 93), en las lecturas que se escojan, etc.

            -El silencio es un elemento fundamental (cf. Eucharisticum Mysterium, n. 62) para orar, interiorizar y adorar personalmente en común, superando el verbalismo pseudo-catequético con el que se reviste la liturgia habitualmente. Tan importante es este silencio que se le llama “silencio sagrado” (ibíd.). No se concibe exponer el Santísimo, rezar preces, oraciones y demás, e inmediatamente dar la Bendición sin haber dejado un amplio espacio de silencio para orar personalmente ante Cristo Eucaristía.

          -La adoración eucarística está centrada sólo en Jesucristo y no como tiempo para practicar ejercicios piadosos en honor de la Virgen María o de los santos. La normativa litúrgica es clara: “Durante la exposición todo debe organizarse de manera que los fieles, atentos a la oración, se dediquen a Cristo, el Señor” (Eucharisticum Mysterium, n. 62). El Directorio sobre la piedad popular y la liturgia dice: “En estos momentos de adoración se debe ayudar a los fieles para que empleen la Sagrada Escritura como incomparable libro de oración, para que empleen cantos y oraciones adecuadas, para que se familiaricen con algunos modelos sencillos de la Liturgia de las Horas, para que sigan el ritmo del año litúrgico, para que permanezcan en oración silenciosa. De este modo comprenderán progresivamente que durante la adoración del santísimo Sacramento no se deben realizar otras prácticas devocionales en honor de la Virgen María y de los santos” (n. 165). Por ello, exponer el Santísimo y realizar ejercicios de piedad en honor de la Santísima Virgen o de un Santo es una contradicción en ese momento, porque toda la atención debe centrarse en Cristo; estos laudables ejercicios de devoción deberían situarse después de la Bendición y reserva.

jueves, 25 de noviembre de 2021

La Iglesia comunica la salvación (SC - VI)



La historia de la salvación realizada por Dios se hace definitiva y de una vez para siempre en el Misterio pascual de su Hijo. Él es nuestra salvación, Él es el Salvador del mundo, bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos (cf. 1Jn 4,15; Hch 4,12).


           El mismo Cristo ha asociado a la Iglesia a su obra salvadora. Ella es su Cuerpo, su Esposa. Todo el tesoro de la salvación se lo ha confiado a la Iglesia que lo distribuye a los hombres a manos llenas. Se convierte así en dispensadora de la salvación, administradora de los misterios de Dios (cf. 1Co 4,1) que Cristo le ha confiado para la salvación de los hombres. Por eso, la constitución Sacrosanctum Concilium, recogiendo un pensamiento común a varios Padres de la Iglesia, como S. Ambrosio, S. Juan Crisóstomo o S. Agustín, plantean el paralelismo (el tipo) de Adán y Eva con el de Cristo y la Iglesia: “Del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de la Iglesia entera” (SC 5). La Iglesia, nacida del costado abierto de Cristo, prolongará la salvación de su Señor.

            Esta bellísima imagen ofrece una preciosa contemplación del Misterio mismo de la Iglesia y de la liturgia en su vida y misión. Los sacramentos originan la Iglesia, la constituyen, por ellos nace la Iglesia…, y, naciendo, la Iglesia recibe como vocación prolongar, entregar, distribuir, la salvación de Cristo a los hombres:

“Pero la Iglesia ha nacido principalmente del don total de Cristo por nuestra salvación, anticipado en la institución de la Eucaristía y realizado en la cruz. "El agua y la sangre que brotan del costado abierto de Jesús crucificado son signo de este comienzo y crecimiento" (LG 3). "Pues del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de toda la Iglesia" (SC 5). Del mismo modo que Eva fue formada del costado de Adán adormecido, así la Iglesia nació del corazón traspasado de Cristo muerto en la cruz (cf. San Ambrosio, Expositio evangelii secundum Lucam, 2, 85-89)” (CAT 766).

            Así, la constitución Sacrosanctum Concilium da un paso más en los principios fundamentales de la naturaleza teológica de la liturgia, tan indispensable para conocerla, valorarla y celebrarla correctamente: la obra de la salvación continuada por la Iglesia se realiza en la liturgia. Es el modo sacramental en que la Iglesia obedece a Cristo continuando el plan de salvación.

martes, 23 de noviembre de 2021

La virtud de la prudencia (I)

1. Tras las virtudes teologales, dadas gratuitamente por Dios, infundidas por Él mediante su Santo Espíritu, nos encontramos con las virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Se llaman cardinales porque son el quicio en torno al cual giran otras virtudes; son cardinales porque vertebran, como cuatro columnas, el ser moral del cristiano. 


Si bien hay una parte en estas virtudes cardinales que son infusas, sobrenaturales, y por tanto, provienen del Señor, estas virtudes corresponden muy bien a la naturaleza humana, que la guía y orienta, y pueden ir siendo adquiridas por el hombre mediante actos repetidos, con perseverancia y movidos y auxiliados por la gracia, hasta que formen parte habitual y orientativa de nuestro existir.

Una rápida descripción de cada una de estas virtudes cardinales puede servir de referencia ya para su comprensión, para luego meditar en silencio y comenzar a desearlas intensamente:


  • La prudencia dirige el entendimiento práctico, la inteligencia qué piensa cómo obrar, y la orienta en sus decisiones y el modo de realizarlas;
  • La justicia perfecciona la voluntad para dar a cada uno lo que le corresponde;
  • La fortaleza refuerza la voluntad para tolerar lo desagradable y acometer aquello que deba hacerse a pesar de las dificultades o inconvenientes y molestias;
  • La templanza pone orden en el recto uso y disfrute de las cosas placenteros y agradables.
  

lunes, 22 de noviembre de 2021

"Santo, Santo, Santo es el Señor..." (Respuestas - XXX)



1. El canto del Sanctus es una de las intervenciones de los fieles en la plegaria eucarística, aclamando a Dios y adorándolo. Su naturaleza exige el canto. A la acción de gracias que el sacerdote ha entonado solemnemente en el prefacio, los fieles prorrumpen alabando a Dios.

            Posee una característica peculiar ya que explícitamente se afirma cómo en este canto el cielo y la tierra se unen; la Iglesia peregrina, los fieles presentes, comparten el himno con los ángeles, los arcángeles y todos los santos, es decir, la Iglesia peregrina se une al himno incesante de la Iglesia del cielo: ¡la comunión de los santos! “Toda la asamblea se une a la alabanza incesante que la Iglesia celestial, los ángeles y todos los santos, cantan al Dios tres veces santo” (CAT 1360).



            ¿Cómo concluyen los prefacios? ¡Destacando esa unión!:

Por eso, con los ángeles y arcángeles y con todos los coros celestiales, cantamos sin cesar el himno de tu gloria (Pf Común I)

Por él, los ángeles y los arcángeles y todos los coros celestiales celebran tu gloria, unidos en común alegría. Permítenos asociarnos a sus voces cantando humildemente tu alabanza (Pf Común II)

Por él, los ángeles te cantan con júbilo eterno, y nosotros nos unimos a sus voces cantando humildemente tu alabanza (Pf Dominical III)

Por eso, unidos a los coros angélicos, te aclamamos llenos de alegría (Pf Dominical VIII).

            El canto del Santo en la liturgia permite paladear la liturgia celestial y estar, adorantes, ante el Misterio. Es un “asomarse el cielo sobre la tierra” (cf. Benedicto XVI, Sacramentum caritatis, 35). Con palabras del Concilio Vaticano II en la constitución Sacrosanctum Concilium:

“En la Liturgia terrena preguntamos y tomamos parte en aquella Liturgia celestial, que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, y donde Cristo está sentado a la diestra de Dios como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero, cantamos al Señor el himno de gloria con todo el ejército celestial; venerando la memoria de los santos esperamos tener parte con ellos y gozar de su compañía; aguardamos al Salvador, Nuestro Señor Jesucristo, hasta que se manifieste El, nuestra vida, y nosotros nos manifestamos también gloriosos con El” (n. 8).

domingo, 21 de noviembre de 2021

La nube en Ex 40 (análisis - I)



ANÁLISIS DEL TEXTO: Ex 40,34-38


         Este pasaje encierra una serie de notas muy características de toda esta teología de la nube que estamos desarrollando. Esto no resta para que, completando el sentido de lo que vayamos exponiendo con referencia a este pasaje concreto, no acudamos a otros textos de P que puedan iluminar o reafirmar alguna idea.




         Ex 40,34-38, no es un apéndice, como algo que se presente apartado de todo el material anterior, sino que es presentado como el culmen y finalización; "entonces la nube..." es el enlace que el redactor pone para que captemos desde el principio el nexo de unión entre lo que se va a narrar ahora y las prescripciones litúrgicas anteriores. Esto de por sí, ya es significativo: la presencia del Señor en la nube confirma que todo el aparato ritual-cultual descrito con anterioridad en los capítulos precedentes, no son mera invención humana, sino que tiene un carácter divino: es el mismo Señor el que rubrica todo lo anterior, manifestándose.


                        "Entonces la nube cubrió...": cubrir hace alusión a la sombra que proyecta la nube sobre todo aquello que se encuentra por debajo de ella (idéntica expresión encontraremos en Lc 1,35, cuando el ángel anuncie a María la encarnación del Hijo de Dios). Recordemos que la nube por el día producía sombra -de ahí el cubrir- y por la noche se convertía en una columna de fuego, según la plástica descripción que encontramos en Ex 13,21-22; 16,10; 19,9... y también en el capítulo que estamos analizando (40,38). Nube, en hebreo, viene expresado por el término anan, y se relaciona con la sombra proyectada porque de ahí se deriva el verbo anan que significa cubrir[1]. El concepto de la nube se confunde muchas veces con el término de Gloria del Señor siendo sustituidos metafóricamente por el redactor, ya que ambos conceptos están estrechamente relacionados, desde el punto de vista de la teología de P. Así dice, de nuevo, Auzou: "en lenguaje sacerdotal tal manifestación [venida, presencia] se llama kabod. Esta palabra juntamente con la de nube la encontramos en los textos de P: Ex 16,10; 24,15-18; 40,34-38; Nm 9,15-23;... en los cuales hay que añadir los textos que mencionan el kabod, pero sobrentendiendo la nube: Nm 14,10; 16,19; Lv 9,6.23"[2].


viernes, 19 de noviembre de 2021

Secularización en la liturgia - (4)




            Pudiera parecer sorprendente que lo más santo y sagrado, con tanta carga de sacralidad, devoción y espiritualidad como es la liturgia, pudiera secularizarse, pero así ha ido sucediendo.

            El proceso de secularización ha sido tan persistente que ha penetrado por las ventanas de la Iglesia y ha alcanzado a la misma liturgia pervirtiéndola. Un grave mal que hoy se padece es la secularización interna de la Iglesia, y como la liturgia es epifanía de la Iglesia, su manifestación visible, una Iglesia secularizada se reflejará en su liturgia igualmente secularizada.



            Detengámonos en ver los rasgos e intenciones de esta secularización y comprenderemos mejor el alcance que tiene en la liturgia.

            1) La secularización detesta lo religioso y sus expresiones, y quiere en todo caso reducirlo a la conciencia privada de cada cual.

            2) La secularización, de la mano del relativismo, piensa que no existe la Verdad y por ello todo son opiniones igualmente válidas. Es la dictadura del relativismo que denunció Benedicto XVI.

            3) La secularización sustituye a Dios o por el hombre o por el progreso social o por los valores de moda (ecología, solidaridad, paz…)

            4) La secularización sólo respeta de la religión aquello que puede servir a su proyecto: las obras asistenciales y de caridad y la enseñanza que se acomoda a sus postulados de sólo valores, sólo lo “políticamente correcto”.

            5) La secularización ignora la trascendencia y lo superior, y quiere volcarlo todo en lo terreno, en lo temporal, en el aquí y ahora.

miércoles, 17 de noviembre de 2021

La fe es un camino



“¿Cuál es la ruta que la fe nos descubre? ¿De dónde procede su luz poderosa que permite iluminar el camino de una vida lograda y fecunda, llena de fruto?” (Lumen fidei, 7).


            La fe nos pone en camino, nos traza una ruta. ¿Adónde nos lleva? ¿Cómo es que la fe es un camino? 



¿Hay que avanzar y progresar? 

¿No se tiene de una vez para siempre y ya podemos despreocuparnos? 

¿La fe no es quedarse quietecitos, estancados? 

¡La fe es camino! Siempre caminantes: así son los creyentes; siempre adelante, avanzando, progresando; nunca inmóviles, aletargados, pasivos, inertes.

 Para ese camino, la fe ofrece su luz y nos va llevando y guiando. No caminamos a tientas, vemos por dónde vamos paso a paso –no más allá, pero sí paso a paso- y conocemos la meta. Eso nos basta. 

El recorrido del camino entero sólo lo conoce el Señor y a cada uno lo va llevando por diferentes caminos y formas. Para entender mejor esto, hay que hacer una incursión en el pasado, ver “el camino de los hombres creyentes” (Lumen fidei, 8), comenzando por Abrahán y siguiendo por la fe de Israel, hasta llegar a la plenitud de la fe cristiana.

lunes, 15 de noviembre de 2021

Valores espirituales de la adoración eucarística




 A la par que el aspecto pastoral, el aspecto espiritual de la adoración eucarística, una veta de espiritualidad como lo atestiguan tantos santos y almas eucarísticas. La adoración eucarística lleva a reconocer la presencia maravillosa de Cristo que cumple realmente su palabra cuando dice: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,29); en cierto modo a la petición de los discípulos de Emaús, “quédate con nosotros, Señor” (cf. Lc 24,29), Cristo responde con el don de la Eucaristía. 


La fe lo reconoce presente y los mismos signos litúrgicos, el trato, la reverencia, la delicadeza con el Sacramento revelan esa Presencia que se hace Compañía: se está ante el Señor y esos signos sensibles significan la Presencia real que quien los ve puede percibir  la grandeza del Misterio y adorar.

            La adoración eucarística invita a los fieles a la comunión de corazón con Jesucristo: “permaneced en mí y yo en vosotros” (Jn 15,4). La adoración eucarística permite establecer una corriente dinámica de amor entre el Señor y el fiel; es una Presencia de amor que espera, suscita y pide una correspondencia en el amor, una entrega personal a Aquel que se entrega para que se llegue a la plenitud bautismal, “ser uno con Cristo” y poder afirmar como el Apóstol: “vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20). La comunión es una realidad vital fundada en el amor donde hay una donación recíproca en libertad.

La instrucción Eucharisticum Mysterium, en el n. 50, ofrece unas preciosas indicaciones espirituales, de alto valor pedagógico y catequético, incluso mistagógico, que educan en la oración ante el Santísimo Sacramento, marcando los fines y el sentido de esta oración, y por tanto orientando tanto el espíritu de la oración privada como el tono de la oración comunitaria en forma de Hora Santa o celebración ante el Santísimo Sacramento –como puede ser alguna Hora del Oficio divino: Laudes o Vísperas-.

sábado, 13 de noviembre de 2021

Dinamismo y vida de la comunidad cristiana (y II)

Los dos primeros elementos, ya vistos, eran la predicación de los apóstoles que era asidua y la unión fraterna, como notas bien características de la comunidad cristiana recién nacida.

Faltan dos características por ver, siguiendo el sumario del libro de los Hechos de los apóstoles: la oración y la Eucaristía. Estos cuatro elementos, juntos, unidos, inseparables, marcan el rostro de la comunidad cristiana y siguen delineando hoy la fisonomía de cualquier comunidad que sea cristiana: parroquial, o monástica, etc.





            3. En las oraciones

            No había que demostrar nada: la oración era el aire que había que respirar, la fortaleza del Espíritu para caminar. Sería impensable el cristianismo sin oración. Se rezaba por la mañana y por la noche, cada cual en su casa o reuniéndose a veces en común, leyendo un texto de la Escritura, cantando salmos y rezando con las manos extendidas el Padrenuestro.

            Era una pequeña liturgia doméstica que se hacía muchas veces en familia; otras veces, a horas tempranas, se reunían presididos por el apóstol para la oración litúrgica en común, las Laudes.

            Se reunían para orar, leer la Escritura, cantar los salmos e interceder por las necesidades de los hombres. ¿Les sonaba extraño? ¿Una novedad, una improvisación del cristianismo naciente? Seguían la tradición judía, confirmada por los apóstoles, de la oración tres veces al día, en el Templo y/o en la reunión comunitaria.

jueves, 11 de noviembre de 2021

¿Cómo nos situamos ante la Iglesia?



A la reflexión sobre el ser y la misión de la Iglesia, sobre su naturaleza y misterio, debe seguir la adhesión cordial y fiel a la Iglesia y un examen de conciencia sincero: ¿Cuáles son nuestras disposiciones de espíritu? ¿Cuál es nuestro sentimiento profundo y personal, al menos el dominante, ante la Iglesia? ¿Cuál es nuestra actitud ante la Iglesia? 



“Ante esa Iglesia a la cual Cristo antes que nadie, como su Fundador, Maestro y Redentor, consagró tantos pensamientos, tantos deseos, tantas preocupaciones y, para decirlo todo con una palabra, tanto amor: “Cristo amó a la Iglesia, escribe san Pablo, y se entregó por ella” (Ef 5,25)” (Pablo VI, Audiencia general, 12-septiembre-1973).


            ¿Cómo nos situamos ante la Iglesia? ¿Y qué lugar ocupa la Iglesia en nuestro corazón?

            Unos se sienten indiferentes ante la Iglesia, la consideran un conjunto de instituciones, normas y ritos que nada serio tienen que ver con ellos. No atacan a la Iglesia, pero tampoco la sienten  como suya. Están dentro de la Iglesia pero como si no estuvieran; se desentienden de la vida y misión de la Iglesia y sólo quieren que la Iglesia esté a su servicio para determinados actos y para poder celebrar algunos sacramentos sin apenas incidencia en sus propias vidas. Su sentido religioso y su relación con Dios está atrofiado. La Iglesia se vuelve para ellos un simple templo, un edificio, una realidad distante de la que se desentienden y que, eso sí, se creen con derecho a exigir cuando algo quieren.

            Otros, en la Iglesia, se sitúan como críticos, que se creen poseedores de una verdad superior y que tienen siempre la solución a todos los retos y problemas pastorales mientras que la Iglesia, para ellos, siempre va con retraso, nunca acierta, necesita modernizarse, adaptarse a los tiempos y las modas. Estos críticos, por encima de la Iglesia, siempre miran con recelo a la Iglesia misma, a su Tradición y Magisterio, a sus pastores, a su liturgia, pretendiendo crear una Iglesia paralela, moderna, atractiva, que sólo existe en su mente. Son críticos destructores, llenos de amargura y resentimiento, que se disfrazan con el traje de “profetas”. Decía Pablo VI:


            “Hoy está bastante extendido este espíritu pesimista, que cuando se trata de la Iglesia sólo tiene ojos para denunciar sus deformidades, tanto las verdaderas como las falsas, y para sacar de aquí un argumento farisaico en alabanza propia y en condenación de ella. A estos críticos tan severos, y a veces influenciados por prejuicios, y carentes de generosidad, querríamos invitarles a una mayor serenidad: a aquella serenidad que hace posible el diálogo y que vuelve a encender el amor en el corazón. ¿Cómo podríamos pretender construir la Iglesia sin amor?” (Ibíd.).


martes, 9 de noviembre de 2021

Mecanismos de la liturgia (V)... ¿o falsas creatividades?



            6. Los añadidos y creatividades sí que hacen complicada la liturgia. Interrumpiendo el ritmo celebrativo, y por encima de las normas del Misal o de los respectivos libros litúrgicos, se introducen en la liturgia elementos extraños que requieren de sus correspondientes palabras (llamadas moniciones) para explicarlos. 




Sólo dos ejemplos pueden ilustrarnos.

            La presentación de las ofrendas siempre, ¡siempre!, ha consistido en una procesión en que los fieles aportaban el pan y vino necesarios para el Sacrificio eucarístico y dones para la iglesia o los pobres. El diácono los recogía y mientras se entonaba un canto que acompañaba la procesión. Pero se introdujeron las ofrendas “simbólicas”, tanto que ya no hay canto sino una monición explicatoria de qué significa lo que se ofrece (un libro, un rosario, una flor, unas sandalias, una guitarra, un balón…), y en lugar de una procesión, van de dos en dos, recorriendo la iglesia mientras está la monición. Terminado este nuevo rito, entonces se introduce un canto. 

¿No es esto complicar la liturgia? 
¿No es más claro realizar una verdadera procesión, uno tras otro mientras suena el canto o el órgano, aportando al altar toda la materia del sacrificio (sean dos, cinco o diez copones más el vino y el agua)? ¿Requiere mucha explicación ver avanzar una procesión que lleva al altar todo el pan y vino necesarios para disponer el sacrificio de la Eucaristía?

domingo, 7 de noviembre de 2021

El concepto de liturgia para S. Isidoro



Si la liturgia es un entramado de estas diversas realidades donde se conjugan cantos e himnos, lecturas y oraciones, fiestas y lugares, ayuno, sacramentos, ministerios eclesiales en la liturgia, etc., ya podemos comprender que en san Isidoro la liturgia es una realidad de servicio divino que realiza la Iglesia desde lo que la Iglesia es en sí misma con diversidad de ministerios, oficios y carismas.



Este servicio divino es armonioso en la variedad de misterios celebrados y de formas rituales, celebrativas y sacramentales a lo largo del ciclo del año cristiano:

·       “debían de orar y la manera de rogar a Dios”, “suplicar a Dios mediante oraciones contra las enfermedades del alma” (I, 8)

·          “mientras se celebra este misterio de alabanza [canto de los Laudes], si con fe verdadera y devoción se realiza, estar unido a los ángeles” (I, 13)

·           “invocar a Dios” (I, 15)

·           “reverenciar la Trinidad” (I, 19)

·           adorar la Trinidad (cf. I, 19)

·    “nos presentemos ante la mirada de Dios y cantemos, dándole el culto de nuestras oraciones, ofreciéndole el sacrificio y, al mismo tiempo, gocemos en sus alabanzas” (I, 20)

·           “Se reza al amanecer para celebrar la resurrección de Cristo” (I, 23)

·      “absteniéndonos durante él [el domingo] de todo trabajo terreno y de los halagos del mundo, únicamente nos dediquemos al culto divino, honrando tal día con honor y reverencia” (I, 24)

viernes, 5 de noviembre de 2021

La fe ilumina, humaniza y eleva la cultura

Si pensamos que la fe es un sentimiento, una emoción, y la relegamos a la esfera privada y a los ratos que estamos en el templo, no entenderemos entonces que pueda guardar una relación con la cultura. Pero si consideramos la fe como un fenómeno complejo y fecundo, que toca a la persona en lo que es y vive, que se expresa y genera una nueva humanidad, entonces sí que tiene que ver con la cultura.

La cultura es el ambiente, las tradiciones, el pensamiento de una determinada sociedad, de un conjunto amplio de personas. Genera una cosmovisión. Crea una mentalidad. Incide en las relaciones humanas, en las metas y los deseos, en los logros y avances de la sociedad. Alcanza su cumbre en las obras artísticas, arquitectónicas, en la enseñanza y la investigación.

La fe, vivida en su totalidad, aceptada e interiorizada, influye de manera absoluta en la forma de ver y valorar el mundo, de situarse ante él y por eso se manifiesta en todas las actividades y circunstancias de las personas. La fe vivida crea cultura, modifica las expresiones culturales y la mentalidad deshumanizadora, crea nuevos elementos de cultura, enriqueciéndola. De hecho, bastaría repasar la historia de Occidente para ver las altas cotas que alcanzó gracias a la fe cristiana.

La cultura se empobrece y se deshumaniza cuando los creyentes retroceden y encierran la fe en el ámbito meramente afectivo. El reto hoy es evangelizar la cultura y volver a situar la fe como productora (¡valga la palabra!) de cultura verdadera.

miércoles, 3 de noviembre de 2021

Sentencias y pensamientos (XXVI)

6. Dice Cristo en el Evangelio: "Es necesario que el mundo entienda que amo al Padre y que hago lo que me manda". Hemos de entrar en el Corazón de Cristo y comprender su inmenso amor, hecho no de palabras, sino de obras, de entrega. ¡Ama al Padre! Y nos ama a nosotros hasta dar su vida.



¡Ojalá lo entendiéramos! ¡Ojalá viviéramos un amor así al Padre, a Cristo y a los hermanos! ¡Ojalá amáramos con entrega, con intensidad, con detalles, con desprendimiento, con cariño!


 

 
7. Epifanías o manifestaciones del Señor: en Belén y ante unos pastores; los Magos buscadores de la Verdad, de Dios; en el Jordán, la Trinidad entera; al siguiente domingo, las bodas de Caná, anuncio de las bodas de Cristo con su Iglesia. 

En su Bautismo, Cristo, es solidario con los pecadores y lleva su humanidad a las aguas porque concentra en ella todos los pecados de los hombres. 

Santifica las aguas y así en el bautismo cristiano las aguas ya han sido santificadas por Él (¡¡no hace falta traer una botellita de agua del Jordán!!). Así nos hace hijos adoptivos; hermanos suyos.

lunes, 1 de noviembre de 2021

Coram Deo, ¡ante Dios! (3)




            La liturgia se celebra para Dios, ante Dios, delante de Dios. La liturgia es el actuar de Dios en la Iglesia: sigue hablando-revelándose, sigue comunicando su gracia, sigue entregándose. A Él escuchamos en la liturgia, a Él nos dirigimos y oramos con las oraciones de la liturgia y el canto de los salmos, ante Él estamos en amor y adoración, a Él lo recibimos y acogemos.



            Así la liturgia será sagrada y bella cuando lejos de convertirla en un discurso moralista constante, o en una catequesis didáctica, o en una reunión festiva donde nos celebramos a nosotros mismos, reconocemos la presencia de Dios en la liturgia, el primado de Dios, y somos conscientes de que estamos ante Dios mismo. ¡Es obra de Dios la liturgia!

            Esta primacía de Dios en la liturgia se descubre si miramos bien a Dios en la liturgia en vez de mirarnos unos a otros. Sólo Dios puede ser el protagonista de la liturgia y por ello la liturgia se vuelve sagrada y bella, y se cuida: