sábado, 13 de noviembre de 2021

Dinamismo y vida de la comunidad cristiana (y II)

Los dos primeros elementos, ya vistos, eran la predicación de los apóstoles que era asidua y la unión fraterna, como notas bien características de la comunidad cristiana recién nacida.

Faltan dos características por ver, siguiendo el sumario del libro de los Hechos de los apóstoles: la oración y la Eucaristía. Estos cuatro elementos, juntos, unidos, inseparables, marcan el rostro de la comunidad cristiana y siguen delineando hoy la fisonomía de cualquier comunidad que sea cristiana: parroquial, o monástica, etc.





            3. En las oraciones

            No había que demostrar nada: la oración era el aire que había que respirar, la fortaleza del Espíritu para caminar. Sería impensable el cristianismo sin oración. Se rezaba por la mañana y por la noche, cada cual en su casa o reuniéndose a veces en común, leyendo un texto de la Escritura, cantando salmos y rezando con las manos extendidas el Padrenuestro.

            Era una pequeña liturgia doméstica que se hacía muchas veces en familia; otras veces, a horas tempranas, se reunían presididos por el apóstol para la oración litúrgica en común, las Laudes.

            Se reunían para orar, leer la Escritura, cantar los salmos e interceder por las necesidades de los hombres. ¿Les sonaba extraño? ¿Una novedad, una improvisación del cristianismo naciente? Seguían la tradición judía, confirmada por los apóstoles, de la oración tres veces al día, en el Templo y/o en la reunión comunitaria.


            ¿Es que acaso un cristiano puede vivir sin orar diariamente el Señor? ¿Una parroquia puede ser una verdadera y plena comunidad sin reunirse también para orar juntos?

            Hoy tenemos la exposición del Santísimo, la adoración eucarística, retiros, ejercicios espirituales, etc. En esa dirección hay que avanzar para integrar con normalidad los tiempos de oración en la vida de las parroquias y comunidades. Cada cual debe plantear seriamente su vida de oración y trato con Jesucristo, ampliarlos y vivirlos con mayor intensidad, así como disfrutar y participar de la oración común en la propia parroquia (Liturgia de las Horas, Vigilias, retiros, adoración eucarística).


            4. En la fracción del pan

            El domingo era un día especial y santo que se consagraba a Jesucristo por la participación y celebración de la Eucaristía. El domingo en los primeros siglos era día de trabajo y los cristianos se reunían o en la noche del domingo (como la Vigilia pascual) o al amanecer; incluso caminaban largas distancias para la celebración que duraba una o dos horas. Era el gozo de partir el Pan del Señor, vivir el encuentro con Jesucristo en el Memorial de su Cuerpo y de su Sangre.



           La Eucaristía se celebra sin ningún género de prisas, porque se celebraba la Pascua semanal. Presidía el obispo o presbítero; un lector leía las profecías, se cantaban salmos, se leía el Evangelio y se hacía la homilía exhortando a imitar los ejemplos de las Escrituras, terminando por orar juntos. Luego se traían las ofrendas, pan y vino más aquello que en especie o en dinero se aportaba, se recitaba (o se cantilaba) la plegaria eucarística, se partían el Pan (una hostia grande en pequeños fragmentos para todos) y se distribuía la comunión de un solo pan y un solo cáliz. Los diáconos llevaban la Eucaristía a los enfermos y ausentes.

            La Eucaristía era la celebración cristiana principal. Todo el domingo giraba en torno a la liturgia. A nadie le parecía larga, ni se iba por quedar bien ante los demás. Era entrar en la Gloria, disfrutar de un trozo de cielo aquí en la tierra. La liturgia se cuidaba, se realizan los signos con unción y devoción, se oraba. Y bien pronto sintieron la necesidad de celebrar la Eucaristía más frecuentemente, a mitad de semana, y luego cada día. Era fortaleza y alimento en esta vida. Toda la comunidad cristiana asistía respondiendo, cantando, rezando en silencio, poniendo el corazón, ofreciendo.

            Se reunían juntos en un mismo lugar, en principio en casas particulares que se ponían a disposición de la Iglesia, como domus Ecclesiae, y luego en las basílicas donadas al cristianismo. Difícilmente uno dejaría su propia comunidad para ir a la Eucaristía a otro sitio, o cada vez en sitios distintos (buscando sólo satisfacer un precepto dentro de un mercado variado de horarios y servicios religiosos), sino que uno se sentía miembro de una iglesia concreta, de una comunidad con nombres y apellidos, y por esta comunidad concreta y en esta comunidad concreta, era miembro vivo de la Católica. No se trata de poner barreras y levantar murallas, encerrándonos en unos guetos aislados unos de otros, pero tampoco su extremo contrario, estar totalmente desvinculado de cualquier comunidad y parroquia, acudiendo a la Santa Misa en diferentes sitios sin echar raíces en ninguna parte.

            La Iglesia crece y se edifica por la Eucaristía. Esta ley se cumple en cada cristiano que crecerá y se edificará según su vivencia eucarística en la Santa Misa celebrada, así como en la adoración al Señor en la Eucaristía, la visita al Sagrario, la oración personal ante el Santísimo expuesto, la genuflexión ante el Sagrario orante, pausada, amorosa. La vivencia eucarística induce al católico a vivir la Eucaristía con una mayor y más plena participación que sea consciente, interior, activa (rezando, respondiendo, cantando, escuchando, ofreciéndose y comulgando) y fructuosa.

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