miércoles, 31 de marzo de 2010

La gran Vigilia pascual: liturgia eucarística

En la noche de la Pascua, la liturgia eucarística hace realmente presente al Resucitado. Cristo está aquí y ahora dándose a sus hermanos, nutriendo a su Esposa, dándose en comunión por primera vez a los neófitos. El Resucitado se hace presente como se apareció (o se hizo visible, que dicen los exégetas) a las mujeres miróforas que iban con ungüentos a embalsamar el cadáver. Cristo está en medio de su Iglesia. Ha roto el círculo del tiempo para convertirlo en tiempo salvífico orientado a su Parusía; ha vencido la muerte y aparece Glorioso; ha encadenado al “más fuerte”, el Maligno, y ha triunfado sobre él; ha llegado a las puertas del infierno y les anuncia la Vida a los justos que aguardaban en tinieblas y en sombras de muerte.

martes, 30 de marzo de 2010

Viernes Santo: acción litúrgica de la Pasión del Señor (Catequesis)

El Viernes Santo, la Iglesia-Esposa nace del costado abierto de Cristo, su Esposo, dormido en la cruz. Es el primer gran Acto de la Pascua, el drama, la lucha entre Cristo y Satanás, entre Jesucristo y la fuerza del pecado. ¡Es Pascua!, la Pascua de nuestro Señor Crucificado. La Iglesia se recoge en silencio, contemplación y amor. No se reviste de luto, con tonos sentimentales, sino se viste de Pascua. El Cordero de Dios se entrega y su Sangre lava nuestros pecados.

lunes, 29 de marzo de 2010

La Misa crismal, su teología y sus textos

La Misa crismal, como anticipo de la gran solemnidad de la Vigilia pascual, es la celebración peculiar y única de cada diócesis, donde el Obispo con sus presbíteros consagran el Crisma, se bendicen los Óleos de catecúmenos y de enfermos y todo el pueblo cristiano es convocado.

"35. La Misa crismal, en la cual el Obispo que concelebra con su presbiterio, consagra el santo Crisma y bendice los demás óleos, es una manifestación de la comunión existente entre el obispo y sus presbíteros en el único y mismo sacerdocio y ministerio de Cristo. Para esta Misa ha de convocarse a los presbíteros de las diversas partes de la diócesis para concelebrar con el obispo; y ser testigos y cooperadores en la consagración del Crisma, del mismo modo que en el ministerio cotidiano son sus colaboradores y consejeros.
Conviene que se invite encarecidamente también a los fieles a participar en esta Misa, y que en ella reciban el sacramento de la eucaristía.
La Misa crismal se celebra, conforme a la tradición, el jueves de la Semana Santa. Sin embargo, si es difícil para el clero y el pueblo reunirse aquel día con el Obispo, esta celebración puede anticiparse a otro día, pero siempre cercano a la Pascua. El nuevo Crisma y el nuevo óleo de los catecúmenos se han de utilizar en la celebración de los sacramentos de la iniciación en la noche pascual. 

domingo, 28 de marzo de 2010

Domingo de Ramos: Entra el Salvador


¡Hosanna al Hijo de David!
¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

Es el grito de alabanza,

de júbilo,
de liberación,

de un pueblo oprimido por muchas esclavitudes
que por sí mismo no podía librarse,
pero que encuentra en Cristo
a su Redentor,

a su Salvador,

a su Justificador.


¡Ya llega!

¡He aquí al Esperado por los siglos!
¡Hosanna al Hijo de David!



¡Cuántos ojos no se llenarían de alegría!

¡Cuántos ojos no se emocionarían!

¡Qué fuerte no saldría aquel grito de júbilo y bienvenida!
¡Cómo latirían apresuradamente los corazones!

Pero... ¡¡si llevaban siglos esperando!!
¿Cómo no recibirlo y aclamarlo y acogerlo?

sábado, 27 de marzo de 2010

Invitaciones para la Misa Crismal

La Iglesia de rito romano cursa invitación convocando a todos sus hijos a la celebración de la Misa crismal, en la mañana del Jueves Santo o en día próximo a él (la mayor parte de las diócesis, en la mañana del Martes Santo);

cursa invitación al ser en el rito romano según la Tradición una celebración de todo el pueblo cristiano presidido por su Obispo y rodeado de sus presbíteros y diáconos y no ser un acto clerical o exclusivamente sacerdotal;


cursa invitación para ser visiblemente una epifanía de la Iglesia local;

cursa invitación porque en esa venerable Misa crismal en la Catedral se bendecirán los óleos de catecúmenos y el óleo de sanación para la Unción de Enfermos, se consagrará solemnemente el Crisma y se renovarán las promesas sacerdotales, con una liturgia que anticipa la gozosa vigilia pascual;
y por el sentido mismo de los óleos, la Iglesia cursa invitación a todos aquellos que se relacionan con estos Óleos:

viernes, 26 de marzo de 2010

Jueves Santo: Misa en la Cena del Señor (catequesis)

El Jueves Santo por la tarde, la Iglesia se reúne en una única Eucaristía en cada iglesia, para conmemorar la institución de la Eucaristía por el Señor en el marco de la Ultima Cena, la Cena pascual, la institución del sacerdocio (en virtud del “haced esto” dicho a los apóstoles) y el mandato del amor fraterno. Esta Misa vespertina del Jueves Santo “en la Cena del Señor” es el oficio de Vísperas que nos permite entrar en el inicio del Triduo pascual, el gran prólogo a todo el Misterio pascual que viviremos el Viernes y Sábado Santos y el Domingo de Pascua. Ésta es la perspectiva justa para vivir espiritualmente la Misa in Coena Domini: una solemne introducción a los días grandes y santos.

jueves, 25 de marzo de 2010

¿Alguien sabe de informática? ¡Necesito ayuda!

Varias veces ya me lo han dicho; y hoy un querido amigo -casi un hermano, o sin el "casi"- que sabe mucho de estas cosas, tomando un café, me ha hablado de la "navegabilidad" del blog.

O sea, se ve todo el artículo en la pagina inicial aunque sea larguísimo.

Ya había intentado por mi cuenta, pero no acierto, que cada artículo en la página inicial se viera un solo párrafo y luego hubiera que pinchar en un icono para leerlo entero. Pero... ¡NO ACIERTO A LOGRARLO!

Ruego pues: ¿hay que sepa cómo va el diseño de blogspot podría indicarme cómo hacerlo, y explicarlo para torpes como yo?

Pediría o que me lo dejara en un comentario o que lo enviase a mi email: javierpbro@hotmail.com

Supongo que todos lo agradecerán.


La Gran Vigilia pascual: la Liturgia bautismal

La Cuaresma vive ante un gran deseo: llegar a los sacramentos pascuales y ser regenerados por el agua y el espíritu; por eso en Cuaresma no es ni mucho menos apropiado bautizar, sino esperar a la Pascua. Antes la fuente bautismal se ha cerrado y sellado (como en el rito hispano-mozárabe) y en la Vigilia pascual la abre el Obispo. Los catecúmenos ansían recibir el don de la Vida; los ya bautizados renovar las promesas bautismales tras las mortificaciones y penitenciales cuaresmales y ser renovados y confirmados en la Gracia.

¡Ha llegado el momento! Del costado de Cristo traspasado brotan el agua y la sangre, el Bautismo y la Eucaristía, ríos de agua viva que fecundan y alegran la Ciudad de Dios, que es la Iglesia.

Tras la homilía comienza la liturgia bautismal en la Vigilia pascual, que se realiza de tres maneras, según convenga:

a) Si hay bautizos de niños o adultos (ojalá): Procesión a la fuente bautismal con el cirio pascual, ministros y catecúmenos mientras se entonan las letanías de los santos, solemnísima plegaria de bendición del agua bautismal, renuncias y profesión de fe de los bautizandos, Bautismo, vestición de la vestidura blanca, entrega del cirio encendido y crismación (Confirmación si son adultos); tras lo cual todos los fieles, con las velas encendidas del cirio pascual en sus manos, renuncian al pecado, renuevan las promesas bautismales, reciben la aspersión con el agua bendecida y finalmente se reza la oración de los fieles en la cual, por primera vez, participan los neófitos.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Viacrucis: La Resurrección de Jesús (XV)

15ª Estación: La santa Resurrección de Jesús

Nada tendría sentido y quedaría la redención inacabada, si el Señor no hubiese resucitado de entre los muertos. ¡Resucitó el Señor!. Lo vieron vivo, el sepulcro vacío, las vendas y el sudario –como si el cadáver se hubiese evaporado dentro de la sábana- estaban en su sitio, comieron los discípulos con él, se les apareció en distintas ocasiones. ¡Resucitó el Señor! Cada año, la noche de Pascua, la Iglesia reúne a sus hijos en vela en la liturgia más solemne y espectacular del año, la santa Vigilia pasc
ual, para asistir gozosa a la Resurrección de su Señor y Esposo. ¡Qué deseo, qué anhelo, qué impaciencia en el corazón de un católico fiel por llegar a asistir, vivir, exultar en la Vigilia pascual!

¡Resucitó el Señor!

Resucitó: todo cambia, la creación se renueva.

Resucitó: su luz disipa las tinieblas del corazón y del
espíritu.
Resucitó: triunfa el amor de Cristo sobre el odio del pecado.

Resucitó: venció sobre la muerte, comienza la vida nueva
.

Y porque Cristo ha resucitado es posible la esperanza, la caridad, la vida, la gracia, la misericordia, la luz, la razón. Y porque Cristo ha resucitado, el hombre no está solo, pues el Señor se hace Compañero de camino, Presencia, Palabra cálida y reconfortante. Y porque Cristo ha resucitado la vida no queda confinada a los límites del tiempo y aniquilada por la muerte, sino que la vida se proyecta a la eternidad del cielo, al Amor de Dios y la Compañía de los Santos, como explicaba Pablo VI: “Quien ha muerto en Cristo, en Cristo resucitará. La muerte corporal no es el inexorable fin de nuestra existencia: es el sueño que precede a una nueva jornada sin ocaso. ¡Maravilloso, maravilloso! Sí, así es, ciertamente. ¿No cambia entonces la valoración de todo lo presente? Si esta breve, precaria, sufrida existencia, juzgada según la ley del reloj universal, el tiempo, está en coordinación con otra sucesiva y sin fin, ¿no cambia entonces la clasificación de los valores presentes? ¿No deben ser juzgados en función de los futuros? Y si estos bienes futuros quedan determinados según los presentes: ¡qué responsabilidad, qué precio adquieren precisamente estos valores de nuestra cotidiana existencia!” (Pablo VI, Mensaje Pascual, 10-abril-1977).

Resucitó el Señor.
El Cordero pascual ha sido inmolado.
Brilla la luz de Cristo sobre el mundo.
Cristo, nuestra Pascua, ha resucitado.

(n.b. ¿Cómo es posible, así pues, que los católicos no acudan en masa a sus parroquias para celebrar la Vigilia pascual? ¿Cómo para esto muchos se sienten con libertad para ignorar la Tradición de la Iglesia (y para algunas minucias se les llena la boca con la Tradición)? ¿Tal vez porque no hay costumbre de asistir? ¿Celebramos su muerte acudiendo a la iglesia, abandonamos su resurrección en la Vigilia? ¡Santa Pascua, te ansiamos, te saludamos ya!)

martes, 23 de marzo de 2010

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor (Catequesis)

Sin lugar a dudas, la celebración más popular y populosa (en el número de asistentes) es el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, pero ésta, que rememora la entrada de Jesús en Jerusalén en la primera parte de la liturgia, se convierte luego en una gran contemplación de la Pasión del Señor que disponga el espíritu de los fieles para participar plena, consciente y activamente, en las grandes celebraciones del Triduo pascual: la Misa in Coena Domini el Jueves santo, la Acción litúrgica del Viernes Santo, la solemnísima e imprescindible Vigilia pascual y la Misa del día santo de Pascua.

Estos días siguen un proceso de mímesis o imitación cronológica, repitiendo, incluso en coincidencia de horario, los misterios últimos de la vida de Jesucristo. Y el primer momento es su entrada en Jerusalén para sufrir la Pasión. Entra aclamado hoy quien luego será condenado a gritos.


La entrada de Jesús en Jerusalén se conmemora en la primera parte de la liturgia con la lectura del Evangelio, la bendición de los ramos y palmas (que todos tienen ya en sus manos) y la procesión alegre y festiva hasta el templo (por cierto, sin ningún canto con “Aleluya”).

La carta de la Congregación para el Culto divino sobre las fiestas pascuales recuerda el modo de realizar esta parte y su sentido:


“La Semana Santa comienza con el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, que comprende a la vez el presagio del triunfo real de Cristo y el anuncio de la Pasión. La relación entre los dos aspectos del misterio pascual se ha de evidenciar en la celebración y en la catequesis del día. La entrada del Señor en Jerusalén, ya desde antiguo, se conmemora con una procesión, en la cual los cristianos celebran el acontecimiento, imitando las aclamaciones y gestos que hicieron los niños hebreos cuando salieron al encuentro del Señor, cantando el fervoroso “Hosanna”.


lunes, 22 de marzo de 2010

Viacrucis: Jesús es sepultado (XIV)

14ª Estación: Jesús es sepultado

Comentaba san Juan Crisóstomo: “La providencia de Dios dispuso que fuera depositado en una tumba nueva donde nadie había sido enterrado aún, a fin de que no se pensara que la resurrección lo había sido de alguna otra persona que yaciera allí con él, y para que los discípulos pudieran ir fácilmente y así convertirse en testigos oculares de lo que aconteciera, ya que el lugar era accesible. Y a fin de que no sólo ellos fueran testigos del enterramiento, sino también los enemigos de Cristo. Pues la colocación de los sellos de la tumba y el hecho de apostar soldados como guardas atestiguaban el enterramiento. Cristo se esforzó para que esto fuera reconocido no menos claramente que la resurrección. Los discípulos, por tanto, se esmeraron mucho en el enterramiento para probar que realmente había muerto” (In Ioan., hom. 85,4).

La solidaridad de Cristo nos redime. Esta solidaridad de su amor para con los pecadores sobrepasa todo lo que podamos imaginar o pensar. En Él está el dolor de los pecadores. Cristo ha bajado a lo más profundo de la tierra cuando bajó a los infiernos, para buscar las almas de los escogidos. Dios transformó este abismo en camino.

Es real su descenso a la región de tinieblas y muerte y así se introducen el amor, la luz y la vida donde nada había. “El que acaba de morir es distinto de todos los demás muertos. Murió puramente de amor; murió de amor humano-divino; más aún, su muerte fue el acto supremo de ese amor, y el amor es lo más vital que existe. Y así su verdadera condición de muerto –y esto significa la pérdida de cualquier contacto con Dios y con los demás hombres...- es también un acto de su amor más vital. Allí, en la extrema soledad, ese amor se predica a los muertos, más aún: se comunica a los muertos” (Von Balthasar, Meditaciones sobre el Credo apostólico).

El amor de Cristo penetra en la angustia, la oscuridad y el sinsentido. Entonces la esperanza es posible, porque asumiéndolo todo, todo lo redime. Más aún: resulta sorprendente meditar cómo la angustia del mundo, experimentada por cada hombre, queda asumida y redimida por la angustia de Jesús, el abandono y el silencio del Padre, hasta el extremo, hasta la muerte, hasta la soledad del reino de las tinieblas. Así cualquier hombre –nosotros, tú, yo- es comprendido por Cristo y Cristo conoce tu angustia y dolor porque antes Él los ha padecido para transformarlos: las tinieblas serán iluminadas por la luz de la Pascua, y la esperanza vencerá todo abatimiento, desconsuelo y noche oscura. Y es que nada de lo humano le es ajeno a Cristo. La esperanza es posible porque Cristo la ha conquistado para el hombre. En la encíclica Spe Salvi, Benedicto XVI ofrecía una contemplación del descenso a los infiernos de Cristo: “Cristo ha descendido al “infierno” y así está cerca de quien ha sido arrojado allí, transformando por medio de él las tinieblas en luz. El sufrimiento y los tormentos son terribles y casi insoportables. Sin embargo, ha surgido la estrella de la esperanza, el ancla del corazón llega hasta el trono de Dios. No se desata el mal en el hombre, sino que vence la luz: el sufrimiento –sin dejar de ser sufrimiento- se convierte a pesar de todo en canto de alabanza” (n. 37).

Nace la esperanza; nace para ti, siempre hay esperanza ya que Cristo baja a los infiernos de tus problemas, de tu soledad, de tu angustia; baja a las tinieblas de tu oscuridad interior, de tu desolación. Te comprende, te ama y te conforta... porque ya se empieza a vislumbrar la luz pascual. Sé fuerte, ten ánimo: nace la esperanza para ti.

domingo, 21 de marzo de 2010

La Gran Vigilia pascual: la Liturgia de la Palabra

Una vigilia es una amplio espacio de tiempo nocturno para orar y escuchar las lecturas bíblicas que se proclaman y por las cuales "Dios sigue hablando a su pueblo" (SC 33).

La Vigilia pascual se configura con una amplia liturgia de la Palabra, con lecturas a cuál más hermosa para llegar al canto (sí, al canto, es noche para cantarlo) del Evangelio de la Resurrección del Señor. Esta amplia liturgia de la Palabra (9 lecturas hoy, en la tradición romana antigua incluso 12) era la última instrucción a los electi (los que iban a ser bautizados) y, a la par, la proclamación en síntesis de la historia de la salvación para todos los fieles que van a ver que el Resucitado sigue presente y actuante porque comunica su vida por medio de los sacramentos pascuales. De tal importancia y antigüedad esta liturgia de la Palabra, que la mayor parte de las lecturas escogidas coinciden en todos los ritos y familias litúrgicas.




sábado, 20 de marzo de 2010

Viacrucis: El descendimiento de Jesús de la cruz (XIII)

13ª Estación: El descendimiento de Jesús de la cruz

Ha muerto pronto, más lo que era usual para un crucificado que tardaba en morir ahogándose por asfixia y cansancio algunos días. Los pocos que le eran fieles estaban al pie de la cruz y bajan –solicitado y obtenido el permiso de Pilato- el cuerpo muerto de Jesús. Contemplad los rostros, mirad la tristeza y la impotencia que sienten viendo la injusticia que se ha cometido con Cristo y cómo ha quedado su cadáver. Lo depositan en el regazo de su Madre. La Virgen María recibe el
Cuerpo de Cristo. Lo recibe con la misma obediencia con que lo concibió por obra del Espíritu en su seno. Antes, todo fue luz; ahora, las tinieblas se ciernen sobre la tierra.

Para recibir el cuerpo de Jesús sólo hay una actitud espiritual posible, el amor, la reverencia, la adoración, pues ese Cuerpo bendito es el Cuerpo del Hijo de Dios hecho hombre. María recibe el Cuerpo de Cristo inmolado. Nos conmueve la piedad y ternura del momento. Pero también hoy es real la posibilidad de recibir el cuerpo del mismo Cristo, y lo recibimos y acogemos en cada comunión, en el acto mismo de comulgar. El pan consagrado ya es el mismo Jesucristo pero ahora Glorioso, Vivo, Fuerte.


¡Qué poder más eficaz y santificador tiene la comunión cuando se comulga con devoción, recogimiento, fervor, hambre de Cristo y en gracia de Dios! ¡Qué terrible y triste, por el contrario, tantas comuniones rutinarias, sin amor, sin examinar, sin prepararse ni dar gracias después! Las almas progresarían mucho en santidad si sus comuniones fueran fervorosas, con unción, piedad y amor.


Cuerpo de Cristo místico es la Iglesia, cuya Cabeza es el Señor y nosotros miembros suyos; Cuerpo de Cristo es la Iglesia y recibimos este Cuerpo eclesial, significado en el Sacramento, con amor. ¿Acaso habría otra forma de recibir a la Iglesia, más que con amor?, ¿otra manera que no sea “sentir con la Iglesia”, obedecer a sus pastores, profesar la fe ortodoxa, celebrar fielmente la liturgia según sus normas, vivir la vida moral que brota del Bautismo? ¿Acaso se puede recibir a la Iglesia si no es amándola apasionadamente, con obediencia y aportándole lo nuestro y a nosotros mismos? Es verdad que tiene arrugas y heridas pero éstas son las debilidades, los defectos, los pecados, el orgullo, el protagonismo, la ambición, de quienes la formamos y que ensombrecen y afean su belleza sin igual.


¡Santa Iglesia, Cuerpo de Cristo que recibimos de la Virgen! “Alabada sea también esta gran Madre por el Misterio divino que nos comunica, introduciéndonos en él por la doble puerta que constantemente está abierta de su Doctrina y de su Liturgia. Alabada sea por el perdón que nos garantiza. Alabada sea por los hogares de vida religiosa que suscita y protege, y cuya llama sostiene. Alabada sea por el mundo interior que nos descubre y en cuya explotación nos lleva de su mano. Alabada sea por el deseo y la esperanza que fomenta en nosotros. Alabada sea también por todas las ilusiones que desenmascara y disipa en nosotros, a fin de que nuestra adoración sea pura. ¡Alabada sea esta gran Madre! Madre casta, ella nos infunde y nos conserva una fe siempre íntegra, que ningún decaimiento humano ni abatimiento espiritual, por profundo que sea, es capaz de afectar. Madre fecunda, no cesa de darnos por el Espíritu Santo nuevos hermanos... Madre venerable, ella nos garantiza la herencia de los siglos” (Henri de Lubac).

jueves, 18 de marzo de 2010

Viacrucis: Jesús muere en la cruz (XII)

12ª Estación: Jesús muere en la cruz

El Señor está muerto en la cruz, muerto como una gran ofrenda que expía los pecados del mundo, de la humanidad y de cada hombre; el Cordero inocente ha sido sacrificado, su sangre derramada, el cáliz de la pasión apurado, la redención lograda, la reconciliación alcanzada, las profecías cumplidas, la pasión culminada, el Verbo enmudecido, los brazos extendidos para abrazar y acoger a todo hombre herido y pecador... y el amor manifestado. Sí: el amor manifestado, concreto, tangible. Y desde entonces, cada cual puede llegar a decir con verdad: “me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20).


¡Brote del corazón una alabanza al amor de Cristo crucificado! Los Padres de la Iglesia y los místicos nunca cesaron de cantar el amor del Crucificado:

“Visitando la tierra embriagaste los corazones terrenos. ¡Oh amantísimo Señor, suavísimo, benignísimo, hermosísimo, clementísimo! Embriaga nuestros corazones con ese vino, abrásalos con ese fuego, hiérelos con esa saeta de tu amor...


No solamente la cruz, mas la misma figura que en ella tienes nos llama dulcemente a amor. La cabeza tienes reclinada para oírnos y darnos besos de paz, con la cual convidas a los culpados. Los brazos tienes tendidos para abrazarnos. Las manos agujereadas para darnos tus bienes, el costado abierto para recibirnos en tus entrañas, los pies enclavados para esperarnos y para nunca poderte apartar de nosotros.


De manera que, mirándote, Señor, en la cruz, todo cuanto vieren mis ojos, todo convida a amor: el madero, la figura y el misterio, las heridas de tu cuerpo. Y, sobre todo, el amor interior me da voces que te ame y nunca te olvide mi corazón” (S. Juan de Ávila, Trat. del amor de Dios, n. 14).


Y tras el momento contemplativo, siempre embriagador, se impone reflexionar y ser prácticos, realistas, para que la vida diaria se transforme. Así, ahora, aquí, estando ante el Señor crucificado, habremos de plantearnos seriamente: ¿qué he hecho por Cristo? ¿Qué hago por Cristo? ¿Qué debo hacer por Cristo? (cf. San Ignacio, EE.EE, 53), empezando un coloquio con Jesús.


Si miro atrás, y recorro mi vida, ¿qué obras, trabajos, apostolado, he hecho por Cristo?


Miro a mi presente, al hoy en que vivo, ¿y qué estoy haciendo por Cristo?

Si no me engaño, ¿mi vida hoy es un regalo para el Señor? ¿Hago todo lo que Él me pide y espera de mí o vivo mi catolicismo torpemente, con mediocridad, con tibieza?


Y un último momento; después del Viacrucis, de acompañar a Cristo en su pasión, ¿qué debo hacer por Cristo? ¿Qué me está pidiendo? ¿Qué compromiso concreto con la Iglesia, con mi parroquia, qué acción apostólica, qué tarea? Pues el Señor te está esperando; es más, el Señor espera mucho de ti: ¿qué respuesta de amor y de vida le vas a dar hoy, no mañana, hoy, ahora y aquí?

miércoles, 17 de marzo de 2010

La Gran Vigilia pascual: El Lucernario

Doy por sentado que no hay excusas válidas para faltar a la Vigilia pascual. El horario nocturno, propio de la Tradición, no puede impedirnos participar (en Navidad, con más frío, las familias acuden a la Misa de medianoche); cuánto le debemos a Pío XII que en 1955 restauró el horario nocturno y revisó la celebración pascual aun cuando no acaba de penetrar en la vida parroquial y pastoral, en la espiritualidad y fervor de los fieles. ¡Es la gran noche, es la Pascua de Jesucristo!

Es una
celebración del todo especial y en nada se parece a una Misa vespertina del domingo. Es vigilia, tiempo que se le roba al sueño nocturno para estar como las vírgenes prudentes con las lámparas encendidas esperando que vuelva el Esposo (cf. Mt 25). La comunidad cristiana se reúne: padres con sus hijos, los abuelos, los catequistas de niños, jóvenes y adultos, los miembros de Cáritas, de la Pastoral de Enfermos, Asociaciones, Grupos, Movimientos, Cofradías, Adoración Nocturna, los religiosos y religiosas de vida activa... presididos por el sacerdote con los diferentes ministerios (acólitos, lectores, cantores, salmista): ¡una sola gran Vigilia Pascual, una sola y santa Iglesia Católica!

martes, 16 de marzo de 2010

Viacrucis: Jesús, clavado en la cruz

11ª Estación: Jesús es clavado en la cruz

La lección suprema y difícil sobre la fidelidad la aprendemos en grado supremo en la escuela de la cruz. Allí el Maestro nos imparte una lección, no con palabras, sino con el ejemplo de su vida. Con el ruido ensordecedor del martillo clavando, se vienen a la memoria las palabras de la Escritura, ¡tantas!, que hablan de la fidelidad; recuerdan que Dios es Fiel, no se vuelve atrás ni se retracta de su alianza ni de su promesa de salvación: “así sabrás que el Señor tu Dios es Dios: el Dios fiel que mantiene su alianza y su favor con los que lo aman y guardan sus preceptos” (Dt 7,9). El Nuevo Testamento reclama esa misma fidelidad a los discípulos de Cristo: “mantengamos firme la confesión de la esperanza pues fiel es el autor de la promesa” (Hb 10,23). Sabemos siempre que “si lo negamos, Él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo” (2Tm 2,13). Y consuela oír a san Pablo decirnos: “Él os mantendrá firmes hasta el final... Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo Señor nuestro. ¡Y él es fiel!” (1Co 1,8-9). Pero... no olvidemos que mientras, como sonido de fondo, están clavando al Redentor en la Cruz. ¿Acaso no bastaría mirar esto para conocer que Él es fiel?


La virtud de la fidelidad hoy no está en alza. Como conlleva abnegación y sacrificio, la fidelidad apenas se encuentra y fácilmente se rompen compromisos, se falta a la palabra dada, se abandonan tareas o apostolados, se cambia de opinión y de criterios según las modas o intereses. El hombre se vuelve cambiante, casi sin principios, acomodaticio. Y aquí se juegan las tres fidelidades básicas: ser fiel a Dios, a los demás y a uno mismo. Permanecer, inasequible al desaliento, como Cristo clavado en la cruz.


La virtud de la fidelidad es el mantener el compromiso libremente aceptado y el empeño en terminar cualquier misión en la que uno se ha comprometido. La fidelidad es, como dice santo Tomás de Aquino, “cumplir exactamente lo prometido” (II-IIae, q. 80, a.1), confirmando de este modo las palabras con los hechos, y esto será posible en personas maduras, equilibradas, que nutren su fidelidad en la fidelidad de Dios y alimentan esa fidelidad en la entrega del Señor en la santa Misa.


La fidelidad requiere fortaleza y perseverancia. La fortaleza nos permite asumir riesgos que sean necesarios sin acobardarse ni claudicar y nos permite resistir pacientemente las dificultades o peligros o tentaciones que se presentan tantas veces. Quien es fuerte puede ser fiel, y no desistir ante la primera adversidad.


Pero junto a la fortaleza, la perseverancia, la cual es el esfuerzo de proseguir el compromiso o la tarea sin abandonarla o dejarla inacabada, sino llegar hasta el final, culminándola. La fidelidad a veces no se mantiene por la rutina o por el cansancio. Comenzamos pronto -sin calcular nuestras posibilidades y viviendo de ilusiones- muchas tareas, voluntariados, incluso apostolados (en catequesis, en Cáritas...) pero cuando pasado un tiempo veo que la realidad se impone y que me pide sacrificio, comienzo a faltar, voy poco a poco abandonando, presento torpes excusas; no soy fiel porque vivía en una mentira: mi propio egoísmo que nada conoce de compromiso, entrega y fidelidad.


Sin embargo, Cristo está siendo clavado en la cruz y jamás se desdice de su palabra ni rehuye de su compromiso, ni desiste por cansancio. Cristo está siendo clavado en la cruz: esa es su última lección sobre la fidelidad. Escucha los golpes secos mientras lo clavan en la cruz.

lunes, 15 de marzo de 2010

Ayunamos porque tenemos hambre


El ayuno es una práctica espiritual de primer orden, muy valorada y recomendada por la Tradición de la Iglesia no sólo para los monjes, sino para todo el pueblo cristiano. Bastaría ver los grandes sermones de los Padres en la Cuaresma.

Hoy, con la disciplina actual de la Iglesia, el ayuno está muy mitigado: sólo dos días al año, el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo a lo que hay que sumar la abstinencia de carne para los viernes. Añadamos que era tradicional, aunque no se ha recuperado su obligación, el ayuno no penitencial, sino pascual del Sábado Santo, disponiéndonos para la Vigilia pascual.

Pero, considerando el sentido del ayuno, éste debería ser más practicado, más generosamente ejercitado por todos.

Ayunar -un sola comida al día, y algo muy leve por la mañana y por la noche- nos hace experimentar la debilidad, nos educa en el dominio de uno mismo cuando tantas veces el pecado tiene una fuerza tal que no la sabemos sofocar; asimismo el ayuno es un recordatorio durante toda la jornada de que hay algo más, mayor y más importante, superior y necesario, para sustentar nuestro existir: ¡Jesucristo!

El ayuno y la abstinencia de carne marcan el espíritu penitencial durante la Cuaresma: reducir la cantidad de alimento, evitar los lujos y pequeños placeres, tal vez rehusar comer festivamente con los amigos en un restaurante, etc. Cada uno deberá concretar tanto el ayuno como las penitencias que nos ayuden a un espíritu de moderación, austeridad y penitencia.

Un prefacio de la liturgia cuaresmal canta la grandeza del ayuno por el cual se da gracias a Dios:

"Porque con el ayuno corporal
refrenas nuestras pasiones,
elevas nuestro espíritu,
nos das fuerza y recompensa
por Cristo, Señor nuestro" (IV de Cuaresma).

Éstos son los valores del ayuno corporal: refrenar las pasiones, elevarnos sobre nuestra condición tan terrena y apegada a lo material y adquirir fuerza y recompensa por medio de Cristo.

Ayunamos porque tenemos hambre: "No sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios"; o como decía bellísimamente la postcommunio del I domingo de Cuaresma: "haz que tengamos hambre de Cristo, pan vivo y verdadero".

Eso es: ayunamos porque tenemos hambre de Cristo, hambre de su Presencia, del encuentro con Él, de su misericordia.

Y eso no es todo: lo que nos ahorramos económicamente con el ayuno y con tanta privación no nos pertenece, es para los pobres. Por eso el Jueves Santo deberíamos entregar los ahorros del ayuno a Cáritas en la colecta de la Misa. Todo ayuno implica fraternidad.

domingo, 14 de marzo de 2010

La comida que rompe el ayuno con acción de gracias


¿Qué servicio, Pastor leal, se te podrá dar a cambio por aquestas dádivas? Ningún deseo del que ora puede igualar en su balanza el precio de la salvación.

Aunque, dejando con exceso la comida, adelgacemos voluntariamente nuestros miembros y, aun despreciando los banquetes, pasemos el día y noche en súplicas a Ti,

siempre será superado por Ti el más pequeño amor de los que te rinden obediencia, ni igualará el don del Creador; y la práctica excesiva de la penitencia nuestra rompe el vaso de barro de nuestro cuerpo.

Así pues, para que las fuerzas consumidas no abandonen el lodo fácil y la hidropesía no se haga dueña de nuestras venas blancas (anémicas), enervando el cuerpo enfermo,

se da a todos una medida amplia y libre en la abstinencia, ni nos empuja un terror severo; cada uno está obligado a querer aquello de lo que sea capaz.

Basta que en todo cuanto hagas empieces primero por invocar la aprobación de Dios, ya rechaces la mesa, ya te decidas a tomar el alimento.

Dios nos aprueba bondadoso y favorece con rostro complaciente, al igual que nosotros confiamos ha de sernos saludable tomar los alimentos bendecidos.

¡Que nos sea de provecho, te ruego suplicante, y ofrezca alivio a nuestros miembros, y nutra al alma el alimento esparcido por las venas de los cristianos, que con fervor a Ti lo piden!

Prudencio, Himno para después del ayuno, vv. 49-80.

sábado, 13 de marzo de 2010

Trabajarse por dentro (de cara a la Vigilia pascual)

Un trabajo interior, una puesta al día del dinamismo de nuestra alma e incluso de la psicología personal, un ejercicio espiritual: esto es el tiempo de la Cuaresma. Tiene un objetivo que es llegar a la Vigilia pascual renovados, habiendo crecido algo según la medida y la estatura de Cristo; pretende la Cuaresma que al llegar a la Vigilia pascual todos hayamos arrancado algo en nosotros de lo que se oponía a la acción de la Gracia de Dios, derribar algunas de las resistencias con las que queremos a veces frenar la actuación de Dios en nosotros.

¿Por dónde podríamos afrontar un trabajo interior de este tipo? Pongamos un objetivo concreto: fiarnos más de Dios, mayor confianza en Dios, porque esto nos dará una gran libertad interior. Leemos en el libro de los Proverbios: “Confía en el Señor con toda el alma, no te fíes de tu propia inteligencia” (Prov 3). Si entramos en lo interior, y vamos adquiriendo conocimiento propio, conocernos como Dios nos conoce, veremos los obstáculos y resistencias para esta confianza absoluta en Dios.

-Quien “se fía de su propia inteligencia” es el hombre soberbio que cree que él solo, por sí mismo, por su valía personal y sin necesitar a Dios, puede construir su presente y su futuro, haciendo planes y proyectos queriendo poner a Dios a su servicio en lugar de ponerse él al servicio de Dios. Puede que incluso celebre los sacramentos y sea miembro de la Iglesia, pero Dios es un accesorio en su vida, un algo añadido y, existencialmente, superficial. No lo dirá conscientemente, pero en el fondo vive así, olvidando a Dios. Se fía de su propia inteligencia y como el hombre de la parábola, él echa sus cuentas, derriba sus graneros para construir otros más grandes queriendo controlar su incierto futuro. Se fía de su propia inteligencia el que juzga qué es bueno y qué es malo en su vida olvidando la lógica de Dios ya que muchas cosas concurren para nuestro bien aunque al principio las juzguemos malas o dolorosas según lógica humana.

-A veces son los miedos e inseguridades, difíciles de controlar, que se levantan en el alma y roban la paz. Convendrá serenar el alma, enfrentarse uno a los propios miedos, ponerles nombre, racionalizarlos y obre todo mirar a Jesucristo que, si nos hundimos en el mar como Pedro (asustado, mientras antes estaba andando sobre las aguas), y clamamos a Él, extenderá su mano. Los miedos, la angustia y la ansiedad deben confrontarse con el amor de Cristo, que lo vence todo; recordemos e integremos en nuestra vida el texto paulino: “¿Quién nos separará del amor de Dios? ¿La angustia, la persecución, el hambre...?” (Rm 8,31).


-La desconfianza en el Señor tiene mucho que ver con una mala memoria y falta de visión sobrenatural. Mala memoria cuando se olvida uno de las acciones de Dios, de sus intervenciones salvíficas en nuestro pasado y cómo actuó en nuestra vida, falta de visión sobrenatural si somos incapaces de ver la Providencia de Dios y su Presencia en nuestra vida en cada momento. ¡Hasta los cabellos de nuestra cabeza están contados! Entonces, con una mirada de fe, la realidad se ve de manera muy distinta y clara.


En la Cuaresma trabajemos en la confianza atajando los miedos, creciendo en abandono, viendo la realidad con una mirada distinta y creyente. Pensemos que en la Vigilia pascual al renunciar al pecado, a Satanás y a sus obras, se nos preguntará:


¿Renunciáis a sus obras, que son:

vuestras envidias y odios;

vuestras perezas e indiferencias;

vuestras cobardías y complejos;

vuestras tristezas y desconfianzas...

vuestras faltas de fe, de esperanza y de caridad?

¿Renunciáis a todas sus seducciones, como pueden ser:
el creeros los mejores;

el veros superiores;

el estar muy seguros de vosotros mismos;

el creer que ya estáis convertidos del todo;
el quedaros en las cosas, medios, instituciones, métodos, reglamentos, y no ir a Dios?


El trabajo cuaresmal permitirá que respondamos de verdad en la Vigilia pascual.

viernes, 12 de marzo de 2010

Viacrucis: Jesús despojado de sus vestiduras (X)

10ª Estación: Jesús es despojado de sus vestiduras

Ya no le queda nada y la humillación va alcanzando cotas impensables. Es despojado de sus vestiduras; está desnudo como Adán, pero mientras que éste se acercó al árbol del conocimiento del bien y del mal con soberbia para ser igual a Dios, Cristo desnudo se acerca al árbol de la cruz con humildad para unir al hombre con Dios.


Nada tiene. Es absolutamente libre y se entrega a Dios. Nada le retiene, nada se lo impide. ¿Qué cubre la desnudez de Jesús? El amor de Dios. No existen ataduras para Jesús. Es libre, absoluta y soberanamente libre: “nadie me quita la vida sino que yo la entrego libremente” (Jn 10,17).


La libertad de espíritu es condición para servir a Dios, ya que nadie puede servir a dos señores. “Mirad –dice san Agustín- el amor del hombre; es como la mano del alma: si coge una cosa, no puede asirse a otra. El que ama el siglo no puede amar a Dios; tiene la mano ocupada. Le dice Dios: “Ten lo que te doy”; mas no quiere dejar lo que tenía, y no puede recibir lo que se le ofrece” (Serm. Guelf. 20,2). Libres nos quiere el Señor, libres porque pagó un alto precio por nuestra libertad: su pasión y muerte. Pero el hombre, antes que la desnuda libertad prefiere la túnica de los apegos y afectos desordenados. No domina su corazón, y un corazón inmaduro y débil busca refugios seguros pagando con la libertad.

Y aquí se comienza el capítulo doloroso y difícil de los apegos, o en lenguaje ignaciano, de los afectos desordenados, que nublan la inteligencia para decidir y disminuyen la fuerza de la voluntad. Ya sólo se vive pendiente y volcado en estos afectos desordenados. Parece como si uno no pudiera vivir sin esos afectos, como si se hundiera el mundo y todo se volviera asfixiante.


El afecto desordenado se apega a cualquier cosa, objeto, o persona; se apega al dinero, al prestigio, a un determinado puesto, cargo o responsabilidad; o bien, se apega a una persona a la que consideramos única, maravillosa, a la que idealizamos y de la que dependemos casi con un enamoramiento sólo afectivo y que suple las carencias de amor del matrimonio o de la situación que vivo, evadiéndome de mi realidad, buscando esa compañía, su palabra, su sonrisa, su ánimo. Engañamos a la propia conciencia diciendo que no hay nada malo o buscamos excusas y pretextos argumentando falsamente para justificarnos ante los demás (“es amistad”, “es apostolado”, “es por cuestiones de trabajo”, etc.). Esto no es sano, se oculta, se disimula ante los demás, porque en el fondo sabe que no actúa correctamente.


Sólo despojándose de las vestiduras se es libre; sólo desenmascarando esos apegos y cortándolos, se es libre para en todo amar y servir a Dios. Sólo cuando, de veras, el amor de Dios es el centro del mundo afectivo, se es libre y se ama a cada persona y realidad en su justa medida, teniendo un orden en el amor y no un desorden interno. Y aquí la enseñanza de san Agustín se vuelve luminosa y liberadora: “Vive justa y santamente aquel que sabe dar el justo valor a cada cosa. Tendrá un amor ordenado el que no ame lo que no se debe amar, ni deje de amar lo que se debe amar, ni ame más lo que se debe amar menos, ni ame igualmente lo que se debe amar más o menos, ni ame menos o más lo que se debe amar con igualdad” (De Doct. Christ., 1,25).

jueves, 11 de marzo de 2010

Se acerca la Vigilia pascual


Los ayunos, mortificaciones y penitencias cuaresmales preparan al bautizado a renovar sus promesas bautismales, disponerse interiormente a celebrar la santa Vigilia pascual. ¡Ése es el horizonte deseado, anhelado, profundamente esperado!

La Santa Iglesia, en todos sus ritos y familias litúrgicas, concedió gran honor a la Vigilia pascual convirtiéndose en la Fiesta de las fiestas, en la máxima solemnidad. Las basílicas, parroquias y monasterios se veían llenos de fieles que velaban durante la noche de la Resurrección del Señor. Era una celebración popular y festiva, larga, solemne, espiritual, que culminaba con la celebración eucarística más importante del año litúrgico.


Cielo y tierra se unen en la alegría pascual
. Cielo y tierra gozan en la noche en que Cristo venció la muerte, muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró la vida. San Atanasio destacaba el aspecto cósmico y celestial de la Vigilia pascual para inculcar a la Iglesia de Alejandría el misterio de la Vigilia pascual:

Toda la creación celebra la fiesta, hermanos, y todo ser viviente, según el salmista, alaba al Señor (Sal 150, 6), ya sea por la destrucción de los enemigos ya sea por nuestra salvación. Y además, a este propósito: si efectivamente por un pecador que se convierte hay alegría en el cielo, ¿cuál no habrá por la abolición total del pecado y la resurrección de los muertos? ¿Y cuán grande será la solemnidad, cuánta la alegría del cielo, cuánto se alegrarán y exultarán todas las potencias por nuestras reuniones exultantes y por las vigilias, las que se dan en cualquier tiempo, pero, sobre todo, aquéllas que suceden en Pascua? Ven, en efecto, convertirse a aquéllos que pecan, volver a aquéllos que habían apartado la mirada; los que antes persistían en los placeres y en las crápulas se comportan ahora dignamente en los ayunos y en la humillación; y, finalmente, contemplan al enemigo yaciendo postrado y como si respiro, atado de manos y pies, hasta el punto de que podemos ridiculizarlo diciendo: ¿Dónde está tu victoria, oh muerte? Hades, ¿dónde está tu aguijón? (1Co 5,15) y cantar al Señor una alabanza por la victoria: La luz de tu rostro ha brillado sobre nosotros. Has dado alegría a mi corazón (Sal 4, 7-8)" (San Atanasio, Epístola 6, X, 23).

Ya está cercana la Vigilia pascual. Renovemos el espíritu, no cejemos en la penitencia para llegar a la Pascua y participar (como no podía ser menos, y es indiscutible) a la Vigilia pascual.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Viacrucis: Jesús cae por tercera vez (IX)

9ª Estación: Jesús cae por tercera vez

Agotado, exhausto, no puede más y ha caído por tercera vez al suelo. Tres caídas lleva ya. Ahora apenas se entienden las palabras pronunciadas por Pilato: “Ecce Homo”, “Éste es el Hombre” (Jn 19,15).


Pero, este Jesús caído, este Jesús sin fuerza, sin figura, sin belleza, que está en el suelo, ¿éste es el Hombre, éste es el verdadero Hombre, éste es el prototipo e ideal de Hombre?


La filosofía contemporánea ha exagerado su optimismo hasta los límites más increíbles. Ha exaltado al hombre y lo ha puesto en el lugar de Dios. Ya no existe Dios, sólo existe el hombre, y este hombre es considerado fuerte, autónomo, que marca y determina su propia conciencia moral decidiendo lo
bueno y lo malo, y lo único que tiene que hacer es vivir, disfrutar y gozar del momento. Debe ser grande e importante y no preocuparle nada, pisotear al más débil con tal de engrandecerse. Sentimientos tales como la compasión, el desprendimiento, la misericordia, o virtudes como el sacrificio, la paciencia, la delicadeza, o comportamientos que lleven a la entrega, el compromiso o el apostolado... todo esto parece ajeno a la imagen del superhombre que se nos hace desear y que se nos ofrece hoy como el ideal del hombre post-moderno.

Este falso modelo de superhombre, ¡qué daño está haciendo! Y sin embargo, ¡qué extendido está! Se ve a muchos que son tan pobres que sólo tienen dinero y se creen ya autosuficientes, sin necesidad de nadie, hablan y se comportan con arrogancia, buscando ser admirados y agasajados, pero son pobres en su alma, sin cultura, sin finura de espíritu, les falta humanidad. Se cree tan perfecto que juzga duramente a quienes son, naturalmente, imperfectos. Se experimenta como un triunfador de la vida y mira a los demás como inútiles y fracasados. Éste es el superhombre. ¡Cuántas veces se olvida de que la gloria del mundo pasa; que hoy estás bien alto y mañana los aduladores ni te miran! O se olvidan que hoy tiene salud y mañana se está enfermo. Todo pasa, absolutamente todo. Y si siguiéramos analizando algo más, comprobaríamos que este superhombre prefiere eliminar el sufrimiento, la ancianidad y los estados terminales con la eutanasia; y controlar si quiere hijos o le estorban, y lo regula con el crimen, nefando e inicuo, del aborto ya legalizado. Ésta es la mentira del superhombre.


Pero el hombre de verdad, el Hombre auténtico, creado por Dios en santidad y justicia, es Cristo al que contemplamos caído. El estado del hombre real es su limitación porque no es Dios; está herido por el pecado original, es débil, cae muchas veces y otras tantas vuelve a retomar su camino. El hombre real es humilde porque conoce y acepta sus limitaciones y tiene una mirada de misericordia cuando ve que otro es igualmente débil; el hombre creado sabe que somos peregrinos, que todo pasa, que pasa el mundo con sus pasiones y deseos inmoderados y arrogancia y dinero. Sólo “el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1Jn 2,17).


El verdadero Hombre, el Modelo y Arquetipo de Hombre, es Cristo, Cristo sufriente, débil y misericordioso; es Cristo que cae por tres veces y se levanta para seguir su camino de Cruz. La afirmación de Pilato tenía toda la razón, más de la que el propio Pilato se imaginaba: “Ecce Homo”, “Éste es el Hombre”.

martes, 9 de marzo de 2010

El Aleluya queda mudo en Cuaresma


"Los Laudes, es decir cantar el Alleluia, es cántico de los hebreos, cuya explicación se resuelve con el significado de dos palabras, es a saber: "Alabanza a Dios", de su misterio cuenta Juan en el Apocalipsis que, por revelación del Espíritu, haber visto él y oído la voz del celestial ejército de los ángeles como estrépito de muchas aguas y como estallido de grandes truenos, que decían "alleluia" (Ap 29,6). Por lo que nadie debe dudar que, mientras se celebra este misterio de alabanza, si con fe verdadera y devoción se realiza, estar unido con los ángeles. El alleluia, lo que mismo que el amén, nunca se traduce del hebreo en otras lenguas, no porque no sea posible la traducción, sino que, como enseñan los doctores, se mantienen estos vocablos en su lengua original a causa de su mayor autoridad.

En las regiones del
África, no en todo tiempo, sino únicamente los domingos y cincuenta días después de la resurrección del Señor se canta el alleluia, para significar la futura resurrección y la alegría pascual. Entre nosotros, según una antigua tradición hispana, a excepción de los días de ayuno y de Cuaresma, todo el año se canta el alleluia, porque está escrito: Constantemente permanece su alabanza en mis labios (Sal 33,2).

Que al final del oficio de los salmos y lecciones se concluya con el canto del alleluia,
se hace puesta la mirada en la esperanza futura y con ellos quiere dar a entender la Iglesia que, después del anuncio del reino de los cielos, que en la vida presente se predica al mundo por medio de ambos Testamentos, nuestras acciones no tienen valor de salvación si no se hacen en alabanza de Dios, tal como está escrito: Bienaventurados los que habitan en tu casa; por los siglos de los siglos te alabarán (Sal 83, 5). De aquí que, el Libro de los Salmos se concluya con alabanzas, para mostrar la alabanza eterna, acabado este siglo".
San Isidoro,
De Ecclesiasticis Officiis, I, 13.

lunes, 8 de marzo de 2010

Viacrucis: Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén (VIII)

8ª Estación: Jesús consuela a las hijas de Jerusalén

Dos bienaventuranzas se entrelazan en este momento del Viacrucis; las mujeres piadosas son conmovidas por la misericordia hacia el Señor pues “dichosos los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia”; y por otra parte, llorando por el sufrimiento de Cristo, reciben consuelo de Él, pues “dichosos los que lloran porque ellos serán consolados”.


Misericordia, y bien grande, sienten aquellas
mujeres viendo la injusticia que con Cristo se está cometiendo ¡y ya quisieran paliarle sus sufrimientos! Desfigurado ya no parece hombre y provoca repulsión mirarlo a la cara. La misericordia, el mayor y más excelente atributo de Dios, es sufrir y pasar por el corazón la debilidad del otro, del prójimo. Un corazón misericordioso nunca pasa ajeno ante el sufrimiento de nadie, ni ante su debilidad, ni su dolor, ni su soledad (tan aguda soledad de nuestro mundo que a tantos lacera). El corazón no se vuelve insensible, ni indiferente, ni altanero: la misericordia es un amor eficaz y activo, con obras reales –las obras de misericordia- para el prójimo que sufre. No conoce palabras ni discursos grandilocuentes ni cuotas ni límites para luego no hacer nada, pero siempre quedar bien. El amor más excelente se llama misericordia. “La misericordia –predicaba san Gregorio de Nisa- es afecto lleno de amor hacia aquellos que están afligidos por cosas tristes y molestas... la misericordia nace de alguna forma de amor... Luego la misericordia, como la definición misma la manifiesta, es madre de la benevolencia, la prenda del amor, el vehículo de todo afecto amistoso” (Hom. Bienav., 5).

Las mujeres de Jerusalén lloran; Jesús las consuela. Y se cumple aquí la Bienaventuranza: “Dichosos los que lloran porque ellos serán consolados”. Hay un llanto que merece el consuelo de Dios: el llanto conmovido viendo el egoísmo, la iniquidad, el pecado del mundo; viendo a los hombres que no aman a Cristo, que le rechazan, que siguen hoy rechazándole, apartándose de Él y alejándose de la Iglesia; que sufre viendo que el Redentor no es amado, que la Iglesia es atacada o perseguida a veces por sus propios hijos; un llanto misericordioso cuando se ven tantas vidas rotas, tanta maldad, tantos hombres –incluso católicos- que viven como si Dios no existiera o no tuviera nada que ver con ellos; lloran por tantos católicos que sólo lo son de nombre, de apariencia y aparentar, sin vida de oración, sin participar de la Eucaristía, que nunca se les ve ante el Sagrario, sin apostolado, sin obras de caridad... que usan de la Iglesia para parecer que son algo ante la sociedad. Ese llanto... ese llanto será consolado por el mismo Señor.


San León Magno enseñaba: “Este llanto... no es común con la aflicción de este mundo... Es otra la razón de este llanto, otra la causa de estas lágrimas. La tristeza religiosa o llora el propio pecado o el ajeno” (Serm. 95). Bienaventurados aquellos que “no dejan de llorar por las iniquidades del mundo y los delitos de los que pecan. Estos pues, que tan santamente lloran, les promete el Señor justamente la consolación del júbilo eterno” (Cromacio de Aquileya, Com. Ev. Mat., 17, 3, 2).


La misericordia y las lágrimas... y Cristo cargando con el pecado del mundo. Pero será Él, sólo Él el que triunfará y Resucitado será misericordioso con los que tuvieron misericordia, y ya Glorioso consolará a los que lloraron por el pecado del mundo. Sigue tu camino, Cristo, no te detengas. Te acompañaremos y aguardaremos tu consuelo. No estás solo, contigo estamos, Jesús.

domingo, 7 de marzo de 2010

Frutos del ayuno, alegría del domingo


Cristo, gobierno y guía de tus siervos, que, dirigiéndonos con suaves riendas, mansamente nos frenas y al amparo nos sujetas con tu ley ligera,

cuando Tú mismo, llevando el embarazoso peso del cuerpo, soportaste duras fatigas y, siendo el que mayor ejemplo diste, acaricias a tus siervos con indulgente mandato.


La hora nona hace rodar al sol que baja al horizonte; apenas ya pasadas las tres partes del día, resta la cuarta parte en la bóveda inclinada del cielo.


Tomado el manjar que nuestro corto deseo reclama, rompemos el sagrado ayuno y gozamos de las mesas copiosamente abastecidas, en las que pueda satisfacerse nuestro inclinado apetito.


Es tan grande la bondad del Maestro eterno, de tal forma nos atrae con su amigable insistencia el que condescendiente nos enseña, que la pequeña obediencia a él rendida sosiega nuestros miembros.


Añade también que nadie suciamente desfigure su cara con grosero aliño, sino que el brillo del rostro y el peinado de la cabeza adorne su belleza:


“Limpia tu cuerpo todo cuando ayunes –dijo- y que el color amarillento no tiña vuestro rostro, privado de su sonrosado color, ni se note la palidez en vuestra cara”.


Preferible es esconder con alegre modestia todo lo que hacemos en honor del Padre; Dios ve lo secreto y recompensa al que se oculta".

Prudencio, Himno para después del ayuno, vv. 1-31.

sábado, 6 de marzo de 2010

Viacrucis: Jesús cae por segunda vez (VII)

7ª Estación: Jesús cae por segunda vez

En el sentir actual, en la cultura de hoy, se ha perdido a Dios, se le ha arrinconado, considerándolo insignificante, sin valor real para la vida del hombre y de la sociedad. Lo hemos convertido en prescindible, en innecesario y reducido a la lejanía, confinado a un sentimiento interior y sin repercusión alguna. Se ha oscurecido el sentido de Dios. Y rápida y silenciosamente se le ha sustituido por lo que el escritor inglés Chesterton llamaba los otros dioses: “la Usura, la Lujuria y el Poder”. Dios ha quedado apartado. Su lógica consecuencia, y es un gran drama para el hombre contemporáneo, es la pérdida del sentido y conciencia de pecado. Sin referencia a Dios, que es el Bien
y la Verdad, el hombre no recibe luz en su camino, ni diferencia lo bueno en sí mismo de lo malo, ya no sabe qué es el pecado, todo le es igual y se introduce el relativismo moral donde cada uno decide libremente lo que para él es pecado o no lo es. Ya no existen normas objetivas, sólo existe lo subjetivo, opiniones de cada cual y la conciencia moral de la persona perdida, sin referencia, ni orientación, ni directrices; de ahí la equivocada y perniciosa frase: “allá cada uno con su conciencia”.

O se mira el pecado sin maldad moral, sólo como los defectos de carácter, pequeñas debilidades y normalmente referido sólo –casi como terapia psicológica- a problemas de la convivencia diaria. Incluso muchos llegan a la errónea convicción de que no tienen pecado. ¡Qué poco se conocen! ¿Cómo puede alguien creerse santo, inmaculado, perfecto o sin pecado? Es la gran confusión moral, el relativismo, la oscuridad de unos hombres -¿tal vez tú y yo?- que no sienten necesidad de la redención de Cristo. San Pablo diría que “hemos hecho inútil la cruz de Cristo” (1Co 1,17).


Ya afirmó Pío XII, gran pontífice del siglo XX, que “el pecado del siglo es la pérdida del sentido del pecado” (Radiomensaje al Congreso Catequístico Nacional de los Estados Unidos en Boston, 26-octubre-1946). Y Juan Pablo II afirmó: “La pérdida del sentido del pecado es, por lo tanto, una forma o fruto de la negación de Dios: no sólo de la atea, sino además de la secularista. Si el pecado es la interrupción de la relación filial con Dios para vivir la existencia fuera de la obediencia a Él, entonces pecar no es solamente ne-gar a Dios; pecar es también vivir como si él no existiera, es borrarlo de la propia existencia diaria” (Rec. et Paen., n. 18).


Pero la Palabra de Dios viene en nuestra ayuda y nos enfrenta a nuestros propios pecados, que son concretos y reales. Y así nos dice: “conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias” (Rm 13,13-14). ¿Y quién no se ve aludido en las obras de la carne que enumera san Pablo? “Fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, contiendas, celos, rencores, rivalidades, partidismo, sectarismo, envidias, borracheras, orgías y cosas por el estilo. Y os prevengo, como ya os previne, que los que así obran no heredarán el reino de Dios... No seamos engreídos, provocándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros” (Gal 5,19-21.26).


Preguntaron los fariseos: “¿También nosotros estamos ciegos? Jesús les contestó: -Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís que veis, vuestro pecado persiste” (Jn 9,40-41). ¿Deseas saber si el pecado existe, si es grave? Mira a Cristo, por segunda vez ha caído en tierra. Tus pecados y los míos le pesan tanto que lo han derribado.

viernes, 5 de marzo de 2010

Costado de Cristo: Eucaristía e Iglesia (Textos de los Padres - VIII)


"Si quieres conocer más la fuerza de la sangre de Cristo, acuérdate del primer origen de donde manó; esta sangre corrió de la herida del costado del Señor crucificado... El agua es el símbolo del bautismo, la sangre el símbolo del sacramento santísimo; por eso no se dice: Salió sangre y agua, sino primero salió agua y luego sangre. Porque primero somos lavados por el bautismo y después se nos otorga la gracia del sacramento santísimo. Aquel soldado picó el costado y cavó en la pared del santo templo, y yo encontré el tesoro y tomé la riqueza. Así sucedió también con el cordero. Los judíos inmolaron el cordero, y yo he cogido como fruto el sacrificio. Del costado, sangre y agua. No pases superficialmente por este hecho lleno de sentido, y considera qué otro secreto hay escondido allí. Decía yo que el agua y la sangre son el símbolo del bautismo y del sacramento santísimo; pues la Iglesia está fundada sobre la renovación espiritual por medio del baño de la regeneración y en el sacramento santísimo, los cuales tienen su origen en el costado de Cristo. Por tanto, Cristo edificó de su costado la Iglesia, como hizo del costado de Adán a Eva. Por eso dice Pablo: Somos carne de su carne y de sus huesos (Ef 5,30), insinuando el costado... Ved, pues, qué íntimamente se ha unido Cristo con su esposa, ved con qué comida nos sacia; Él mismo es nuestra comida y alimento, y como una mujer alimenta con su propia sangre y leche a su hijo, así también Cristo a aquellos a quienes Él engendró alimenta constantemente con su propia sangre".

(S. Juan Crisóstomo, Homilía a los bautizados).

jueves, 4 de marzo de 2010

Año sacerdotal. A vueltas con la identidad


Instrucción "El presbítero, pastor y guía de la comunidad parroquial", 5:

La identidad del sacerdote debe meditarse en el contexto de la voluntad divina a favor de la salvación, puesto que es fruto de la acción sacramental del Espíritu Santo, participación de la acción salvífica de Cristo, y puesto que se orienta plenamente al servicio de tal acción en la Iglesia, en su continuo desarrollo a lo largo de la historia. Se trata de una identidad tridimensional: pneumatológica, cristológica y eclesiólogica. No ha de perderse de vista esta arqui-tectura teológica primordial en el misterio del sacerdote, llamado a ser ministro de la salvación, para poder aclarar después, de modo adecuado, el significado de su concreto ministerio pastoral en la parroquia. Él es el siervo de Cristo, para ser, a partir de él, por él y con él, siervo de los hombres. Su ser ontológicamente asimilado a Cristo constituye el fundamento de ser ordenado para servicio de la comunidad. La total pertenencia a Cristo, convenientemente potenciada y hecha visible por el sagrado celibato, hace que el sacerdote esté al servicio de todos. El don admirable del celibato, de hecho, recibe luz y sentido por la asimilación a la donación nupcial del Hijo de Dios, crucificado y resucitado, a una humanidad redimida y renovada.
El ser y el actuar del sacerdote -su persona consagrada y su ministerio- son realidades teológicamente inseparables, y tienen como finalidad servir al desarrollo de la misión de la Iglesia: la salvación eterna de todos los hombres. En el misterio de la Iglesia -revelada como Cuerpo Místico de Cristo y Pueblo de Dios que camina en la historia, y establecida como sacramento universal de salvación-, se encuentra y se descubre la razón profunda del sacerdocio ministerial, «de manera que la comunidad eclesial tiene absoluta necesidad del sacerdocio ministerial para que Cristo, cabeza y pastor, esté presente en ella».

Ya aquí se revelan puntos concretos de la identidad del presbítero y su ministerio.

La identidad sacerdotal es tridimensional al ser:
  1. Pneumatólógica: Es el Espíritu Santo el que configura con Cristo y realiza por nuestras manos la obra de la santificación hoy.
  2. Cristológica: El sacerdote tiene una total pertenencia a Cristo por una vinculación ontológica que lo marca y lo orienta para toda su vida (es ipse Christus), mediante el Sacramento del Orden.
  3. Eclesiológica: El sacerdote está volcado y vive para la Iglesia, Esposa de Cristo, atendiéndola, cuidándola con delicadeza y paciencia. Su relación con la Iglesia es esponsal, y su signo es el celibato sacerdotal que posee un valor teológico-espiritual (y se desfigura completamente si sólo se señala su aspecto ascético-disciplinar y su carácter de “ley eclesiástica”).
El sacerdote es ministro de la salvación, cooperando en la fe y en la verdad, al servicio de vuestra alegría. Si es ministro de la salvación de Dios (no de un proyecto mundano o meramente histórico o inmanente) debe ser hombre de fe (arraigada, confiada, firme, esperanzada), un verdadero hombre de Dios y, por tanto, un hombre de Iglesia, con sentido de Iglesia, con alma eclesial (“vir ecclesiasticus”, que deseaba Orígenes).

El presbítero “presencializa” a Cristo en la comunidad eclesial a través de su vida y coherencia personal, respondiendo a la gracia recibida en el sacramento del Orden, y del ministerio que se le encomienda por parte del Obispo; y presencializa a Cristo como Esposo, Cabeza y Pastor de la Iglesia (no es un simple dirigente, o un responsable, o animador, o líder...).

¿Cómo hace presente a Cristo? De la respuesta a esta pregunta depende todo, y de renovar el propio ser e identidad, la fuente de la espiritualidad sacerdotal. El presbítero hace presente a Cristo porque actúa –por la fuerza del Espíritu- in persona Christi capitis. Aquí los esquemas sociológicos o democraticistas caen para comprender el ministerio sacerdotal; la perspectiva solamente puede ser sobrenatural: la economía de la salvación, el “designio” de Dios sobre su Iglesia y la salvación de los hombres.

Oremos, entonces:

"Tú que, en medio de los fieles, consagraste a los santos pastores, y por tu Espíritu, los dirigiste,
llena del Espíritu Santo a todos los que rigen a tu pueblo" (Preces II Vísp., Común de Pastores).

miércoles, 3 de marzo de 2010

Viacrucis: La Verónica limpia el rostro de Jesús (VI)

6ª Estación: La Verónica limpia el rostro de Jesús

Una mujer se atreve a lo que nadie se arriesgaba; sale de la fila, se expone a las burlas o a los empujones de los soldados, y movida por la compasión y la misericordia, como sólo una mujer sabe hacerlo, le limpia el rostro al Salvador. La piadosa tradición cuenta que ese divino rostro quedó sobreimpresionado en el paño de la mujer. Es el único gesto valiente y decidido, con una recompensa impen
sable: tener grabado su rostro.

“Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro”. Toda la tradición espiritual de la Iglesia insiste en la necesidad de buscar el rostro de Jesús para adquirir la semejanza con Él. La Verónica deviene hoy para nosotros en un icono, en una imagen del verdadero creyente y orante al tiempo que un estímulo para nosotros.

Las cosas son más sencillas de lo que parecen y el catolicismo no es tan co
mplicado. Todo se reduce a un encuentro de verdad, profundo, con el Misterio, con el rostro de Jesús, donde cada uno se encuentra fascinado por Cristo, se siente amado como nunca antes lo había sido; acogido como nadie lo había acogido; escucha palabras de boca de Cristo que responden a su inteligencia y a los deseos más profundos, nobles y puros y se siente feliz con Cristo. Es la gracia del encuentro con el Señor que suscita en el corazón el estupor y la fascinación. Después de ese encuentro todo encaja: la liturgia, la vida moral, la oración, que será santificarse con Cristo, vivir santamente como Cristo, tratar con Cristo. Y todo nace, surge con vigor, de la gracia del encuentro; en palabras de Benedicto XVI: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus caritas est, 1).

Se multiplican actividades, proyectos, reuniones, programas, actos culturales... y pasa a veces a un segundo lugar lo que debería ser siempre lo primero: contemplar el Rostro de Jesús, estar ante Él muchas veces, no vaya a ser que hagamos muchas cosas por Jesús y en su nombre pero apenas estemos con Él y se vaya vaciando o secularizando nuestro espíritu cristiano y enfriando la amistad personal con Jesús. “El nuestro es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo desemboca en el activismo, con el riesgo fácil de ‘hacer por hacer’. Tenemos que resistir a esta tentación, buscando ‘ser’ antes que ‘hacer’” (Juan Pablo II, NMI,15).


No hay tarea más importante ni cometido más urgente que la experiencia personal y eclesial de contemplar el rostro de Cristo en silencio y amor, cada día, en la oración personal, en la adoración eucarística, en la misa diaria, en la lectura del Evangelio. Con la fuerza que le caracterizaba Juan Pablo II explicaba que “a la contemplación plena del rostro del Señor no llegamos sólo con nuestras fuerzas, sino dejándonos guiar por la gracia. Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrecen el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente de aquel misterio” (NMI, 20). Hoy el cristianismo deberá distinguirse por el arte de la oración y cada católico de verdad asumir su compromiso de una vida de oración diaria, de unas normas de vida, para contemplar el rostro de Cristo y que este rostro se imprima en el alma. ¿Católico sin vida diaria de oración personal? ¡No hay católico!


¡Santa mujer Verónica!, que tu ejemplo nos convierta en orantes para que en nuestras almas se grabe el rostro de Cristo.