Son
muchos los teólogos y escritores espirituales que han mostrado las ventajas
personales de orar con el nombre de “Jesús”; ciñámonos a uno, Diadoco de
Foticé. Él señala, en primer lugar, el recuerdo de Dios, el hacer constante
memoria de Dios, por tanto, ayuda a vivir en la presencia de Dios y recordar su
inmenso amor por cada uno de nosotros.
“Si empezamos, pues, a practicar con celo ferviente los mandamientos de Dios, en adelante la gracia iluminará todos nuestros sentidos en un sentimiento profundo, como quemando nuestros pensamientos y penetrando nuestro corazón con una cierta paz de inalterable amistad, preparándonos para tener pensamientos espirituales y no más carnales. Esto es lo que sucede continuamente a aquellos que se aproximan bastante a la perfección, a los que tienen incesantemente en el corazón el recuerdo del Señor Jesús”[1].
Además,
un segundo beneficio de la oración
de Jesús es que expulsa los demonios
interiores y las tentaciones que acosan al alma:
“Si el intelecto se encuentra en una memoria muy ferviente, sosteniendo el santo Nombre del Señor Jesús y lo usa como arma contra el engaño, entonces el impostor se aparta de su engaño y se lanza a un combate cuerpo a cuerpo contra el alma. Por eso el intelecto, reconociendo el engaño del maligno, progresa en la experiencia del discernimiento”[2].