El rostro del catolicismo ha mostrado una faz gloriosa
durante siglos en el esplendor y hondura espiritual de la Santa Misa y de sus
oficios que impresionaron tanto que incluso lograba conversiones –como la de
Paul Claudel en el Magnificat de unas Vísperas navideñas en Notre-Dame de
París-. Hoy ya no es así, y recuperar la fuerza espiritual y sagrada de la
liturgia es uno de los caminos por donde transita actualmente la Iglesia.
Algunos han pretendido lograr la unión entre la religión
y la vida rebajando y adaptando la religión a las modas del momento, perdiendo
su esencia y su belleza, persiguiendo metas meramente mundanas. Los actos de
culto religioso han de ayudar a trascender lo mundano, y no mundanizarse so
pretexto de integrar, de atraer, de renovar, de participar: lemas tan en boga y
a la vez tan vacíos y fracasados.
Muchos, ya sean clérigos o religiosos y laicos, imbuidos
del secularismo que evita lo sobrenatural e ignora la trascendencia, colaboran
en el proceso de desacralización que caracteriza a nuestro mundo moderno y se
infiltra en el templo y en la liturgia, cual caballo de Troya. Parece que no se
dan cuenta de la importancia básica de lo sagrado en la religión que nos hace
salir de nosotros mismos para estar ante Dios, embotando el sentido sagrado de
la religión y de la liturgia. Al final profanan la liturgia, es decir, la
convierten en algo mundano, profano, corriente.
¿Pero este comportamiento
responde al deseo y a la intención de quien acude a la iglesia?
¿No se
desprecia el sentido religioso inscrito en el corazón del hombre
independientemente de la mayor o menor formación intelectual y académica?
¿Acaso quien entra en la iglesia con corazón puro no lo hace buscando a Dios,
dejándose envolver por el Misterio?
¡Qué diferencia con los santos a lo largo de toda la historia de la Iglesia! Ellos vivían la
liturgia con unción: el espíritu de respeto, la humildad correspondiendo al
oficio de la liturgia; se les notaba que vivían en Dios, que eran de Dios, lo
irradiaban, y es por eso que los santos atraían a las almas sencillas.
La tendencia actual es acercarse al pueblo en la liturgia
careciendo del sello de lo sagrado que es precisamente lo que este pueblo busca
en la liturgia aún sin saberlo expresar. Se hace de la liturgia un espectáculo,
un entretenimiento, que divierte a los sentidos con la mezcla de lo folclórico
y de lo teatral.
¿Cómo saldrá el corazón inquieto del hombre de una liturgia
así?
¿Se habrá encontrado con Dios y su rostro?
¿No se le ha robado a Dios el
protagonismo y sacerdotes y fieles se han convertido en protagonistas y dueños
absolutos de la liturgia?
Podrán tener éxitos momentáneos, alcanzar popularidad,
atraer a más gente al templo fascinada por lo simpático y entretenido de estas
novedades litúrgicas, pero no logran que la gente se acerque más a Cristo, que
oren, se conviertan, se santifiquen, conozcan la doctrina íntegra. Tampoco, con
esa liturgia secularizada, saciarán su sed de Dios y de paz, lleno todo el
templo de ruido igual que el mundo.
Un aspecto más ha influido en la liturgia rompiendo su
sobria elegancia: el democraticismo en el que todos tienen que hacer algo ha
inducido a falsear el bello concepto de participación activa en la liturgia,
presentándola como un intervenir, ejercer un ministerio o servicio,
multiplicando sin necesidad el movimiento en torno al presbiterio. De nuevo es
restarle el protagonismo a Dios para convertir en protagonistas a los
asistentes. Participar no es hacer algo en la liturgia; Benedicto XVI advierte
que “con esta palabra no se quiere hacer referencia a una simple actividad
externa durante la celebración”[1],
“la participación activa no es lo mismo que desempeñar un ministerio
particular”[2]. Una
Misa participada y participativa ha venido a ser sinónimo de una Misa en la que
todos hacen algo. La participación verdadera de los fieles es definida por el
Concilio Vaticano II como “plena, consciente, activa, fructuosa, interior”, y
consiste en unirse a la liturgia con recogimiento, orar en silencio, responder,
cantar, escuchar la Palabra,
ofrecerse con Cristo al Padre y poder comulgar la Víctima santa. Así hemos
de vivir los santos misterios, así hemos de educar a otros para participar, así
habrá de celebrarse siempre y en todas partes.
No se puede pretender nada si al comulgar, el carnicero, pone en la mano de los comulgantes el Santísimo Sacramento, Misterio de nuestra Fe.
ResponderEliminar¡Basta YA!
Enhorabuena por su blog don Javier.
Abrazos fraternos.