miércoles, 30 de octubre de 2019

Sentencias y pensamientos (X)



7. Vives para Cristo en aquello que Cristo te ha puesto en tu vida. Vives en tensión entre el deseo y el cumplimiento, entre el deseo y las promesas de Dios. Te toca vivir minuto a minuto, imposible programar para ti. Al menos vive ese minuto que es el “hoy” de nuestra salvación con plena consagración y pasión a Cristo. La unidad interior de vida, los momentos de reencontrarse con uno mismo y con Jesucristo están en la oración litúrgica y los ratos de Sagrario que puedas. Minuto a minuto. Sí, pero con el corazón lleno de pasión y amor por Jesucristo.



8. Que nadie ni nada te robe la esperanza. Luego que vengan las humanas incoherencias, depresiones, momentos bajos, y todo aquello que conforma tantas veces el tejido de lo humano en nosotros, junto con los momentos de Tabor que estoy convencido el Señor te da de vez en cuando para que no desfallezcas.



9. En este juego de la vida, misterio de Gracia y Providencia, estamos deseando permanecer en pie ante la venida del Hijo.



10. Tu oración, llena de amor, llegará a todos los rincones; tu reparación –que para ti debe ser sólo Sagrario y actos de adoración, y el trabajo diario ofrecido en las Laudes- fecundará la humanidad, tu comunidad, tu parroquia...

lunes, 28 de octubre de 2019

La virtud de la penitencia es reparadora



Con espíritu generoso de ofrenda, vivir en amorosa actitud penitencial todos aquellos momentos que la sabiduría espiritual de la Iglesia señalan.

Es penitencia –siempre con amor que se ofrece- el cumplimiento de las leyes y los deberes del propio estado (matrimonial, religioso, sacerdotal, consagración, oficios y trabajos). 



Muchas veces cuesta hacer aquellas cosas cotidianas que son ineludibles y obligatorias, pero adquieren un valor redentor cuando las hacemos y las realizamos  bien, con la mejor perfección posible y esmero, “henchidos de Dios”[1]

Nos vamos santificando al realizar las pequeñas cosas diarias de nuestro oficio o vocación, y son fuente de redención y santificación si las hacemos con amor oferente.

Una segunda fuente de penitencia es la aceptación de la cruz, abrazarse a la cruz, integrando, con amor reparador, las dificultades y sufrimientos de la propia vida, sirviendo “con generosidad de espíritu”[2], “haz que aceptemos con generosidad las contrariedades de la vida”[3]

En bastantes ocasiones las preces de las Laudes, que son preces de consagración y santificación del día[4], presentan este aspecto reparador de la cruz diaria, de las dificultades y contrariedades; de hacer de la jornada con sus trabajos, desvelos y afanes un sacrificio espiritual agradable al Padre. Algunos ejemplos pueden ser iluminadores:

Concédenos, Señor, que con el corazón puro consagremos el principio de este día en honor de tu resurrección, y que santifiquemos el día entero con trabajos que sean de tu agrado (Miércoles I Salterio). 

Tú que te entregaste como víctima por nuestros pecados, acepta los deseos y proyectos de este día (Jueves I)

 Señor, Sol de justicia, que nos iluminaste en el bautismo, te consagramos este nuevo día (Sábado I) 

Que sepamos bendecirte en cada uno de los momentos de nuestra jornada y glorifiquemos tu nombre con cada una de nuestras acciones (Sábado I).

sábado, 26 de octubre de 2019

Transfigurados por Cristo (santidad)




“Reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen, cada vez más gloriosos, conforme a la acción del Señor, que es Espíritu” (2Co 3,18).

“Dios Padre nos ama como ama Cristo, viendo en nosotros su imagen. Ésta, por decirlo así, es dibujada en nosotros por el Espíritu Santo, que como un artista de iconos la realiza en el tiempo” (JUAN PABLO II, Audiencia general, 13-octubre-1999).




Dos veces al año se proclama en la liturgia de la Misa, el Evangelio de la transfiguración, dos veces, pero con distinto sentido, con distinta interpretación. Lo proclamamos, como recordaréis, el segundo domingo de Cuaresma. Es el modo de unirnos al misterio de Cristo; van camino de Jerusalén, y ante el miedo de la cruz, el Señor quiere confirmar la fe de sus discípulos, y alentarlos con la esperanza de la Resurrección mostrándosela anticipadamente; por eso se lee en Cuaresma este Evangelio, para afianzar nuestra fe en el camino cuaresmal y no tener miedo a la cruz que se celebra en el Santo Triduo Pascual.

Sin embargo, desde muy antiguo, comenzando por las Iglesias Orientales, Alejandría, Grecia, y pasando después a nuestra Iglesia occidental, se celebra en agosto la fiesta de la Transfiguración del Señor, contemplando, no tanto el camino de la cruz y la confianza en la Resurrección, sino haciendo una contemplación sosegada, viva, amorosa, del misterio de Cristo. 

Él es Dios y Hombre, y en la Transfiguración manifiesta a todas luces su divinidad. A través de los velos de la carne, se oculta la divinidad de Jesucristo. En Él, dice S. Pablo en la carta a los colosenses, “habita la plenitud de la divinidad, en él están encerrados los tesoros del saber y del conocer”.  

viernes, 25 de octubre de 2019

En vez de solidaridad humana, un gran amor a Cristo (Palabras sobre la santidad - LXXVII)



Arrebatados, poseídos, llenos de un gran amor a Cristo: ¡así vivieron todos los santos!; tuvieron este amor como lo más precioso, más auténtico, más necesario, y se entregaron al amor de Jesucristo sin oponer resistencias. Cada minuto de su vida fue para Cristo, cada pensamiento volaba hacia Cristo, en cada acción buena por el prójimo estaban sirviendo con amor a Cristo.



Hicieron de sus vidas un obsequio a Cristo; oraron cada vez más por tratar de amistad con Cristo; callaron e hicieron silencio interior para escuchar bien, contemplativamente, la voz y la palabra de su amado Jesucristo. Cada sacrificio, cada penitencia, cada mortificación, cada ejercicio de las virtudes cristianas, cada trabajo, era una ofrenda de amor a Cristo. Sus corazones estaban puestos en Cristo, sus vidas eran Cristo (cf. Flp 1,21), lo único que deseaban era estar con Cristo. ¡El amor a Cristo era su consistencia, su fundamento!

De este modo, pues, hemos de entender la santidad: el amor a Cristo y la entrega incondicional a Él. “¿Qué es la santidad? Es perfección humana, amor elevado a su nivel más alto en Cristo, en Dios” (Pablo VI, Hom. en la canonización de S. Juan Nepomuceno Neumann, 19-junio-1977).

Los santos cultivaron con finura su amor a Cristo (¡sabiendo siempre que es Él quien nos amó primero!): la liturgia y los sacramentos centraban sus vidas, participando en ellos con fervor y devoción, nunca fría o rutinariamente, nunca como ceremonias ajenas a ellos, modificables a su gusto o capricho. Muy especialmente la Eucaristía celebrada y el Sagrario, así como la exposición del Santísimo, fueron su refugio: vivían de la Eucaristía, ponían su corazón en el Sagrario, ante el Sagrario se empapaban de Cristo y allí conversaban con Él, les exponían sus trabajos, preocupaciones, afanes apostólicos, intercesión y súplicas por los demás. ¡Qué sería de los santos sin la Santa Misa y sin el Sagrario! ¡Cómo los vivían! Como los ciervos buscando las fuentes de agua (cf. Sal 41), así los santos saciaban la sed de su alma en el Sagrario. Allí amaban a Cristo, crecían en el amor a Él y se dejaban amar y transformar por Él.

martes, 22 de octubre de 2019

Liturgia, belleza y arte (III)



3. El antropocentrismo desolador


            Pero todo lo anterior se resiente y se viene abajo con el antropocentrismo que con tanta fuerza arremetió contra todo en las iglesias a partir de los años 70.


            Este antropocentrismo sitúa al hombre el centro de todo, expulsando a Dios, lo sagrado, lo ritual, el Misterio en definitiva. Dice valorar al hombre por el hombre, pero es que el hombre sin Dios está fracasado sin otra opción posible: es el absurdo, es la nada. Es lo contrario del más sano humanismo cristiano, ya que éste valora al hombre en cuanto ve su referencia en Cristo, el Hombre nuevo, y su vocación y destino eternos y sobrenaturales. El antropocentrismo está agotado y encerrado en sí mismo.

            La aparición del antropocentrismo en la liturgia fue desoladora. Sustituyó a Dios para ponerse el hombre, y la liturgia dejó de ser la glorificación de Dios y la santificación del hombre, para convertirse en algo autorreferencial, una comunidad que se celebraba a sí misma en todo caso. 

          La liturgia se manipuló a gusto de cada uno como mera “fiesta de la comunidad”. Se perdió la sacralidad del lugar y de la acción litúrgica, se banalizó como si fuera una sala de reuniones más, desterrando la atmósfera sagrada de la liturgia (el silencio, el canto litúrgico, el incienso, etc). La belleza de los textos litúrgicos –que necesitan una iniciación, ciertamente- se trocó en textos improvisados, de dudosísima calidad y ortodoxia pero contemporáneos. La participación litúrgica promovida por la Iglesia, una participación activa, consciente, piadosa, interior, fructuosa, se cambió por una continua intervención de todos, de manera que participar era intervenir ejerciendo algún servicio en la liturgia para que se sintieran protagonistas: que fueran muchos los que subieran y bajaran al altar, que muchos hicieran algo.

domingo, 20 de octubre de 2019

Oración es Comunión vital con Cristo

                El proceso orante es un proceso cristológico. La oración es una cristología viva, existencial. Yo voy saliendo de mí mismo, de mi pecado y egoísmo, para llegar cada vez más a Cristo y, al final, “vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,19). Uno se va vaciando de uno mismo, de sus pecados y mediocridades... o de su propio yo, su propio ser, como el mismo Cristo Jesús que se despojó de su rango (Cf. Flp 2,5-11), que siendo rico se hizo pobre (Cf. 2Co 8,9) para que nos enriqueciéramos con su pobreza. Entonces uno se vacía de su yo (de su egoísmo) para llenarse de un Tú, que plenifica ese “yo rebajado”, y el alma empieza a participar de la vida divina.




                * El grito: ¡Señor!

                Cuando uno comienza a vivir la oración, viene cargado de muchas cosas, principalmente preocupaciones, agobios, problemas, dudas, preguntas, más una carga abundante de tibieza, de mediocridades y también -¡somos hijos de Adán!- de pecado. El hombre comienza la oración centrado en él mismo y su oración es un grito, un clamor de todas sus cargas, una lamentación continua y una constante petición. Quiere que Dios lo alivie de todo, le quite todas las cargas. El orante se está buscando más a sí mismo que buscando a Dios; quiere seguir igual interiormente, pero mejor, sin tantos condicionamientos y pesos. Es el grito. Pero sólo grito. El orante no se ha vaciado. Está igual. Sí. Pero está ante Dios.

                * La petición discursiva

                Comienza a razonar con Dios, a intentar convencerle. No es un grito, es un discurso. “Usan muchas palabras” (Mt 6,7) decía Jesús de los fariseos. No exige a Dios como al principio, quiere convencerle, piensa que su oración sosegada poniendo sus necesidades ante Dios es una oración mejorada. Ya sí le deja un mínimo espacio a Dios, sabe que puede convencerle, o a lo mejor no. Se siente el orante más pequeño. Sabe que Dios es mayor que todo, siente el peso del Misterio. Él le deja un diminuto espacio a Dios, pero el “yo” del orante es muy fuerte.

viernes, 18 de octubre de 2019

Los santos conocieron y trataron a Cristo




“Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro” (Sal 26).

“Los santos son especialmente los que han tenido un conocimiento global más exacto de Dios, y lo han adquirido a través de una fe vivísima, nutrida en la contemplación y sostenida por el don de sabiduría” (JUAN PABLO II, Discurso a los obispos chilenos en visita “ad limina”, 28-agosto-1989).




A la sorpresa de aquellos que conocían a Jesús “de toda la vida”, corresponde también nuestra propia admiración por la persona de Jesucristo. Aquellos conocían quién era desde pequeño, era el hijo de carpintero, en una aldea pequeña de 200 habitantes es fácil conocer e identificar a todos los habitantes y sus entresijos: es el hijo del carpintero; su padre José y su madre María; sus hermanos, sus familiares más próximos, Santiago, María...: “¿de dónde saca la sabiduría con la que habla?” 

Para aquellos mismos que le conocían resultaba un misterio. No llegaban a atisbar siquiera que aquel paisano, era el Hijo de Dios, la Sabiduría de Dios, el que hablaba con palabras de vida eterna.

Pero también así andamos nosotros. Conocemos al Señor de oídas,  de toda la vida; nos han hablando del Señor, de la Virgen y de los santos desde que éramos pequeñitos, pero, a veces, nos ha faltado esa asimilación personal, ese tratar con el Señor de verdad para descubrir quién es Jesucristo. Nos hemos quedado en la periferia de la persona, pero no hemos entrado en el Misterio del Señor. Sabemos de sus milagros, de sus obras, sabemos de memoria tres o cuatro frases del Evangelio, pero no nos hemos parado todo lo que necesitábamos, a tratar de verdad con el Señor.



miércoles, 16 de octubre de 2019

"Señor, ten piedad" (I) (Respuestas - V)



Como aclamación a Cristo, petición de la Iglesia, se introdujo esta expresión en la liturgia, respetando la forma griega: Kyrie eleison, como respetó otras palabras en su lengua original: Aleluya, amén, hosanna.

            ¿Qué piedad es ésta? La ternura y la misericordia entrañable que, en Jesucristo, se ha volcado por completo sobre la humanidad, ya que Cristo es el rostro visible de la piedad del Padre.



            ¡Ten piedad! Los salmos, y el Antiguo Testamento en general, están plagados de súplicas a Dios despertando su piedad o de acción de gracias porque Dios ha manifestado su piedad y su misericordia.

            El salmo 85, la oración de un pobre ante las adversidades, invoca la ternura de Dios que no se queda indiferente ante el sufrimiento: “Tú eres mi Dios, piedad de mí, Señor, que a ti te estoy llamando todo el día; alegra el alma de tu siervo, pues levanto mi alma hacia ti; porque tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan”. El orante, el pobre, el afligido, reconoce que Dios es “lento a la cólera y rico en piedad” (cf. Sal 85; 102; 144).

viernes, 11 de octubre de 2019

Liturgia, belleza, y arte (II)



2. ¿Una liturgia bella?


            Si avanzamos un poco más en la reflexión, habremos de ir a lo nuclear de la liturgia. ¿Qué es la liturgia? ¿Meras ceremonias? ¿Unos ritos obligatorios que apenas dicen nada? ¿Un código ininteligible, y hasta aburrido, de acciones que desarrollan unos pocos mientras todos los demás asisten como espectadores?

            ¿Qué es la liturgia? ¡Es acción de Dios!, el gran protagonista de la liturgia es Dios mismo, que se revela en su Palabra y en sus sacramentos, que actúa, que salva, que santifica, que redime. La liturgia es el lugar especialísimo de la epifanía de Dios, de su manifestación, donde se da. Así se comprende, en primer lugar, que es su Belleza inefable la que entra de lleno en el misterio de la liturgia y que la liturgia sea el lugar primero de la Belleza divina, palpable, accesible a todos.

  
          Por la liturgia “se ejerce la obra de nuestra Redención” (SC 2), actuando la fuerza y belleza del Misterio pascual de Cristo. Cristo es el centro de la acción litúrgica y todo es posible porque el Espíritu Santo, el divino Artista, santifica, consagra: “El deseo y la obra del Espíritu en el corazón de la Iglesia es que vivamos de la vida de Cristo resucitado. Cuando encuentra en nosotros la respuesta de fe que él ha suscitado, entonces se realiza una verdadera cooperación. Por ella, la liturgia viene a ser la obra común del Espíritu Santo y de la Iglesia” (Catecismo, 1091).

            Es una acción divina en primer término. La Iglesia celebra la liturgia y la recibe como un tesoro, algo que le es dado, siendo administradora, sierva, y no dueña para manipular la liturgia a su gusto. El mismo Concilio Vaticano II define la liturgia como una “obra tan grande por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados” (SC 7), de forma que la liturgia es la glorificación de Dios ante todo, donde se glorifica a Dios y de Dios se recibe la santificación.

miércoles, 9 de octubre de 2019

Santidad y cruz (Palabras sobre la santidad - LXXVI)



A distancia de años, e incluso de siglos, se cae en una impresión falsa y superficial sobre los santos. Los miramos tan de lejos y se tiene una imagen tan idílica de la santidad, que parece que vivieron siempre entre ángeles, con una vida más fácil, sencilla y gozosa que la nuestra y que por eso son santos, mientras que nosotros lo tenemos sumamente difícil y ni vemos ni oímos ángeles, ni palpamos el Misterio como ellos.



Se crea una ficción imaginaria sobre los santos, como si todo les resultase agradable y rápido, sin luchas ni debilidades ni tentaciones porque ya eran santos desde la cuna… y lo contrastamos con nuestra realidad humana, cristiana, de cada día, y nos parece imposible que alcancemos nosotros la santidad alguna vez. ¡Son demasiados frentes los que tenemos abiertos, demasiadas tentaciones, debilidades y pecados! ¡Son muchas las luchas que arrastramos, el estrés del trabajo y ritmo de vida, el ambiente secularizado, las persecuciones abiertas o solapadas contra el catolicismo y la fe! Entonces desistimos de la santidad y nos conformamos con los mínimos de la vida cristiana, con un poco de bondad y amor para aquellos que son buenos o que nos quieren. Pero, entonces, ¿qué mérito tenemos (cf. Mt 5,46)?

Una mala lectura de los santos, una ficción de nuestra imaginación, más las leyendas hagiográficas de tiempos ya muy remotos, han sido los presupuestos para desalentarnos y apartarnos del camino de la santidad.

Sin embargo, si se sabe leer bien, las vidas de los santos, de todos ellos sin excepción, nos hacen descubrir que ellos son verdaderos conocedores del misterio de la Cruz de Jesucristo, que esa Cruz no les fue ahorrada sino que se puso sobre sus hombros, y que no les fue nada fácil vivir en santidad como ahora creemos y soñamos.

lunes, 7 de octubre de 2019

Reparando con amor sobrenatural



Hemos de reparar con Cristo, con lo cual “la vida y la muerte se santifican y adquieren un nuevo sentido” (GS 22). 

Es toda la Iglesia, sacramento universal de salvación, presencia de Cristo en la historia de la humanidad, Corazón de Cristo para el mundo, la que está llamada –toda ella, y en ella, cada uno de sus miembros- a recorrer el camino de redención de Cristo (LG 8).



Por eso, a todos los fieles, la Iglesia invita a que “participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida cristiana, ofrecen a Dios la víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella” (LG 11).

A los enfermos, “exhorta a que asociándose voluntariamente a la pasión y muerte de Cristo contribuyan así al bien del pueblo de Dios” (LG 11).

Asimismo, como remedio a la increencia y a la secularización, “la Iglesia ha de hacer presente a Dios y a Cristo con la continua renovación y purificación propias” (GS 21).

Y también, en virtud de la reparación, señala el Vaticano II que para la obra de la evangelización “se han de ofrecer oraciones y obras de penitencia” (AG 36).

sábado, 5 de octubre de 2019

La santidad es vigilancia




“¡Que llega el Esposo, salid a recibirlo!” (Mt 25,6).
“Estad atentos y vigilad, porque no sabéis cuándo será el momento” (Mc 13,33).

“La fe, la esperanza, el amor, llevan a acoger existencialmente a Dios como camino seguro hacia la santidad... Los santos nos enseñan que los verdaderos seguidores y discípulos de Jesús son aquellos que cumplen la voluntad de Dios y que están unidos a Él mediante la fe y la gracia” (JUAN PABLO II, Homilía en unas canonizaciones, 21-mayo-2000).

“En los siervos de Dios... se descubre un rayo de la humanidad nueva, transfigurada por el Resucitado y preparada para las bodas definitivas del cielo” (JUAN PABLO II, Homilía en la beatificación de 5 siervos de Dios, 23-4-1999).




Cuando menos se espera en nuestra vida se puede escuchar una voz, un grito: “¡Que llega el Esposo, salid a recibirlo!” ¿Cuándo será eso? “Velad, porque no sabéis ni el día ni la hora”,  cuando el Señor puede visitarnos por medio de la enfermedad, de la cruz, de la muerte de un ser querido, o de nuestra propia muerte. “¡Que llega el Esposo, salid a recibirlo!”, y hay que revisar la lámpara, la lámpara de la humildad, de la abnegación, la lámpara de la entrega, de la mortificación a este mundo para vivir con Cristo, de la fe, de la esperanza y de la caridad. Y lo que tú no tengas nadie te lo puede prestar.

Un poco tarde, pero las vírgenes necias salieron a comprar el aceite. ¡Si hubieran salido antes, si hubieran sido más precavidas! ¿Dónde comprar esas cosas que son las realmente importantes en la vida? En esta tienda que es la Iglesia. 

En la Iglesia es donde vamos a comprar, con la oración, con los sacramentos, y empleando el verbo “comprar” en el mismo sentido metafórico del evangelio, donde podemos comprar todo aquello que nos hace falta para que nuestra vida sea luz, para que en medio de la noche podamos caminar sin tropezar. Es en la Iglesia, es mediante el desprendimiento, mediante la limosna, mediante el tiempo de oración, donde podemos adquirir en nuestra vida las cosas que realmente son importantes para la vida. “Velad porque no sabéis el día ni la hora”.

jueves, 3 de octubre de 2019

Liturgia, belleza y arte (I)



            Es indudable que a lo largo de los siglos, desde su mismo origen, la liturgia ha sido el gran “lugar de la belleza”, donde se han dado cita las diversas artes, tan variadas, para el culto divino.

            Pero esta relación tan natural entre la liturgia y la belleza, parece haberse diluido un tanto por causas distintas; recuperarla puede ser una tarea feliz y apasionante, en la medida en que comprendemos cuán necesaria es la belleza y en la medida en que penetremos en la naturaleza auténtica de la liturgia.



1. La belleza expresa el Misterio de Dios

            Un atributo divino de gran alcance es la belleza, la hermosura. Coincide con el ser de Dios, nada en él existe de fealdad, porque ésta es lo defectuoso, lo que roza la mentira, la falsedad, en última instancia, la fealdad es atributo del pecado que siempre lo deforma todo.

            Dios es la suma e infinita belleza, porque es Verdad y es Amor. Un salmo, el 44, que la Iglesia le canta a Cristo mismo, afirma: “Eres el más bello de los hombres, en tus labios se derrama la gracia”; otro salmo, el 110, cantará de Dios: “esplendor y belleza son su obra”. El mismo libro del Génesis, en el relato de la creación que leemos en la santa Vigilia pascual, cuando afirma “vio Dios todo lo que había hecho y era bueno”, podría igualmente traducirse por “vio Dios todo lo que había hecho y era hermoso”, porque la misma palabra griega “kalós” significa, curiosamente, “bueno” y “bello”.

            Todo lo que es bello proviene de Dios, expresa el Misterio de Dios, hiere con el fulgor de Dios, rompe la vaciedad del mundo elevándonos a la trascendencia, remitiéndonos a Dios.