“¡Que llega el Esposo, salid a recibirlo!” (Mt 25,6).
“Estad atentos y vigilad, porque no sabéis cuándo
será el momento” (Mc 13,33).
“La fe, la
esperanza, el amor, llevan a acoger existencialmente a Dios como camino seguro
hacia la santidad... Los santos nos enseñan que los verdaderos seguidores y
discípulos de Jesús son aquellos que cumplen la voluntad de Dios y que están
unidos a Él mediante la fe y la gracia” (JUAN PABLO II, Homilía en unas canonizaciones,
21-mayo-2000).
“En los
siervos de Dios... se descubre un rayo de la humanidad nueva, transfigurada por
el Resucitado y preparada para las bodas definitivas del cielo” (JUAN PABLO II, Homilía en la beatificación de 5
siervos de Dios, 23-4-1999).
Cuando menos se espera en nuestra vida se
puede escuchar una voz, un grito: “¡Que
llega el Esposo, salid a recibirlo!” ¿Cuándo será eso? “Velad, porque no sabéis ni el día ni la hora”, cuando el Señor puede visitarnos por medio de
la enfermedad, de la cruz, de la muerte de un ser querido, o de nuestra propia
muerte. “¡Que llega el Esposo, salid a
recibirlo!”, y hay que revisar la lámpara, la lámpara de la humildad, de la
abnegación, la lámpara de la entrega, de la mortificación a este mundo para
vivir con Cristo, de la fe, de la esperanza y de la caridad. Y lo que tú no
tengas nadie te lo puede prestar.
Un
poco tarde, pero las vírgenes necias salieron a comprar el aceite. ¡Si hubieran
salido antes, si hubieran sido más precavidas! ¿Dónde comprar esas cosas que
son las realmente importantes en la vida? En esta tienda que es la Iglesia.
En la Iglesia es donde vamos a
comprar, con la oración, con los sacramentos, y empleando el verbo “comprar” en
el mismo sentido metafórico del evangelio, donde podemos comprar todo aquello
que nos hace falta para que nuestra vida sea luz, para que en medio de la noche
podamos caminar sin tropezar. Es en la Iglesia, es mediante el desprendimiento, mediante
la limosna, mediante el tiempo de oración, donde podemos adquirir en nuestra
vida las cosas que realmente son importantes para la vida. “Velad porque no sabéis el día ni la hora”.
Nuestra
vida está en las manos de Dios. El ayer pasó, no lo puedes modificar; el futuro
no está en tus manos, está en las manos de Dios. Sólo tenemos el presente. “Velad porque no sabéis ni el día ni la
hora”. No te despistes, no te enredes con los afanes de este mundo, con la
preocupación por el dinero, con la preocupación por el quedar bien, por el ser
alguien, por el que te reconozcan, te valoren... “Velad”. Tenemos este tiempo, no tenemos más. Compremos con rapidez
el aceite que nos pueda faltar, para que estemos atentos, despiertos,
vigilantes, en pie, ante la llegada del Hijo del hombre.
En
cada Eucaristía, ¡si la viviéramos de verdad!, el Señor va derramando ese
aceite en nuestras lámparas. Tengamos el corazón vigilante y presuroso,
busquemos sólo el Reino de Dios y su justicia, “y todo lo demás se nos dará por añadidura”.
Cada encuentro con el Señor, sacramental, o en adoración eucarística, es una "compra" de aceite para nuestras lámparas. De ese modo, y sólo de ese modo, estaremos vigilantes para que cuando el Señor llegue. ¡¡Así vigilaron y velaron los santos!!
Ese es nuestro trabajo, estar vigilantes a lo que el Espiritu nos quiera revelar. Somos ciegos, somos sordos, somos torpes, ..., siervos inutiles. Si vemos es porque El nos ilumina, si escuchamos porque nos susurra, si acertamos porque nos guia. Pero, ¡ay sino estamos atentos! no podremos utilizar su luz, ni escudriñar el susurro, ni acertar con el camino.
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