Cuando el egoísmo, el amor de sí mismo por encima de todos, es vencido y purificado por el amor de Dios -la cáritas, el ágape-, se produce una transformación absoluta de la persona. Aprende a amar con un amor nuevo, el amor de Dios, libre de impurezas y egoísmos, y comienza a servir a sus hermanos, a ponerse a sus pies en un continuo lavatorio servicial.
El amor, que busca siempre correspondencia en su movimiento íntimo, no es ya un amor acaparador, absorbente, interesado, sino un impulso de salida de sí mismo para donarse al otro, entregándose sin límites. El amor de Dios es su apoyo firme, su alimento, su sostén contínuo. Ha dominado sus pasiones, vencido su egoísmo y el amor de Dios ha empezado a triunfar en todo.
Así surge la experiencia de los santos, como aquellos que, llenos del amor de Dios, y habiendo sido purificados por el amor de Dios, han aprendido amar, saben lo que es amar de verdad. Los santos son los mejores exponentes del insondable amor de Dios, sus testigos vivos. Son los hombres nuevos, los ejemplares más acabados de la humanidad nueva que Cristo ha generado, los modelos del verdadero humanismo cristiano.
"Algo formidable, hijos carísimos, que hace un problema de todo y con urgencia: ser cristiano es una inefable fortuna, misterioso para nosotros mismos, dignidad incomparable, exigencia implacable, consuelo inextinguible, estilo inconfundible, nobleza peligrosa, humanismo original, humanismo, sí, auténtico, sencillo, feliz; vida verdadera, personal y social. Dar a este título de cristianos su verdadero significado, aceptar la exaltación que lleva consigo: “Reconoce, cristiano, tu dignidad”, exclama San León Magno; buscar su potencialidad interior y traducirla en conciencia, la conciencia cristiana; afrontar el riesgo, la elección que de ello se deriva; componer en su derredor su equilibrio espiritual, su personalidad; profesar externamente la coherencia, el testimonio que esto supone; he ahí el deber común de los fieles, siempre, pero especialmente en la hora presente, y mucho más por parte de los católicos que quieren vivir con sinceridad y sencillez su fe" (Pablo VI, Alocución a los graduados católicos italianos, 3-enero-1965).