sábado, 22 de diciembre de 2018

La epíclesis y la consagración

Desciende el Espíritu Santo, da fuerza y actualidad a las mismas palabras eucarísticas del Señor: "Tomad y comed...", "tomad y bebed..."

Estamos en el núcleo, en el centro de todo: la acción del Espíritu Santo da realidad y vida a los signos y las palabras y ya no son mero recuerdo, sino sacrificio y presencia real.




Epíclesis y consagración

-Comentarios a la plegaria eucarística –IV-


            El rito eucarístico no es una simple ceremonia, ni un recuerdo de algo pasado y confinado al ayer, ni un símbolo de fraternidad. Es el presente de Dios aquí para nosotros. No es memoria, sino memorial; no es ayer, sino hoy; no es recuerdo, sino Presencia.

            Así lo ha entendido siempre la fe de la Iglesia, como ahora lo expresa el Catecismo de la Iglesia Católica:

jueves, 20 de diciembre de 2018

Cristo, luz, pan y vida (El nombre de Jesús - IX)

¿Cómo se define Cristo a sí mismo?
¿Qué nombres, qué títulos se da?
¿Cómo se denomina a sí mismo?


Es la cristología de los nombres por la que penetramos en el Misterio de su Persona según le oímos decir "Yo soy..."

1) “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8,12).

            Invocar el nombre de Jesús es hallar luz, vivir en la luz, caminar en la luz y que la luz verdadera –Jesús- disipe las tinieblas en la desolación, en la noche de los sentidos; también invocar el nombre de Jesús es ser iluminado para discernir y decidir; para conocer el camino de la vida (Sal 15). ¡Por eso es en la Iglesia donde hallamos a Jesús, porque la Iglesia refleja la luz que es Cristo; porque en la Iglesia es predicado Cristo y en Ella le recibimos, y obtenemos la luz, la sabiduría, el camino que conduce al Padre! Así la fe es luz: “Sólo la fe nos alumbra”.

            Lo sigue explicando San Bernardo:

            “¿De dónde crees que llega la luz tan intensa y veloz de la fe a todo el mundo, sino de la predicación del nombre de Jesús? ¿No nos llamó Dios a su maravilloso resplandor por la luz de este nombre? Iluminados por su luz, que nos hace ver la luz, exclamará Pablo con razón: Antes sí, erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor (Ef 5,8)... Y mostraba a todos la luz sobre el candelero, anunciando a Jesús por donde pasaba, y a éste crucificado. ¡Cómo brilló esta luz, hiriendo los ojos de cuantos la miraban, cuando salió de la boca del Padre con el fulgor del relámpago y robusteció las piernas y los tobillos de un paralítico, hasta quedar iluminados muchos espiritualmente ciegos! ¿No despidió fuego cuando dijo: en el nombre de Jesús, el Nazareno, levántate y anda (Hch 3,6)?”[1].

lunes, 10 de diciembre de 2018

Sentencias y pensamientos (IV)

24. Saber lo interior, conocimiento propio, es camino para crecer y progresar en santidad, luchando contra las tendencias que hay en el corazón y que, cuando se despiertan, nos arrastran sin que sepamos cómo.  Es normal. Pero, frente a su nuestra miseria, su Misericordia.



25. Vive enamorado de Jesucristo; ámale apasionadamente. Ten un deseo profundo de Dios; no pares, no te detengas hasta abrazarle, hasta poder decir en verdad: “Mi alma está unida a ti, y tu diestra me sostiene”.



26. La liturgia es el marco sacramental y real a un tiempo, de unión del alma con el Señor, de mística realizada por signos, plegarias y ritos eclesiales; que la liturgia sea un espacio contemplativo para ti, vivido con la serenidad de la contemplación, el reposo del amor que se entrega al Amado en las oraciones, en la escucha de las lecturas, en el silencio de la liturgia, en el canto de los salmos e himnos, en las inclinaciones que adoran, en la signación de la cruz que envuelve la persona, en la comunión con el Cuerpo del Señor, en la oración de los fieles  que intercede ante el Esposo por la humanidad. Goza de la liturgia que es la primera fuente de unión de amor con Cristo.



27. Canta la liturgia, rézala, vívela lo mejor posible, porque el primer y más importante acto de oración y alimento del espíritu cristiano es la liturgia. Tenle amor a la liturgia. Canta con gozo la Liturgia de las Horas. Mira a Cristo en el Oficio cantando los salmos por tu voz. Gózate en Él.

 

jueves, 6 de diciembre de 2018

"Santo eres en verdad, fuente de toda santidad"

¿Cuántas veces no habremos oído, en la plegaria eucarística II, afirmar y rezar diciendo: "Santo eres en verdad, Señor, fuente de toda santidad"?

¿Tal vez apresuradamente, sin captar ni oír bien?

¿Tal vez sin pararnos a reflexionar en esa tremenda y gran afirmación?


Se afirma que Dios es santo y se afirma, igualmente, que la fuente de la santidad, de toda santidad, es Él. ¿No era el hombre bueno ya de por sí un santo? ¿No es la santidad un esfuerzo moral del católico comprometido? ¿No es la santidad la coronación de nuestros méritos porque ya somos buenos?




“Santo eres, fuente de toda santidad”

-Comentario a la plegaria eucarística – II-



            “¡Santo es el Señor!” Su santidad todo lo llena, la santidad es el adorno de su casa por días sin término (cf. Sal 92), agraciando al hombre con sus bienes, invitándolo a entrar en el ámbito de su santidad.

            “¡Santo es el Señor!” Su gloria llena la tierra y envuelve con ella a toda la liturgia, que es el lugar más claro donde vemos la manifestación, la epifanía, de su santidad y su gloria.

            La liturgia canta la santidad de Dios, y al cantarla, invita al hombre a vivir santamente, santificándose, consagrándose a Dios, permitiendo que la gracia de Dios lo eleve, transforme, transfigure. La santidad de Dios se desborda en la liturgia.

            A Dios se le llama santo en la liturgia, el Tres veces Santo, Santísimo. Asimismo, a cada una de las Personas divinas también se las califica de “santas”: “Padre santo, Dios todopoderoso y eterno”; a Jesucristo, en el himno del “Gloria”, lo reconocemos como el solo Santo, el que de verdad es Santo: “sólo Tú eres santo, sólo Tú, Señor; sólo Tú, altísimo Jesucristo”. El Espíritu, que procede de ambos, recibe igualmente la calificación de “santo”: “Espíritu Santo”, “tu santo Espíritu”.

lunes, 3 de diciembre de 2018

Aprender a amar (3)

De lo que vemos en el Evangelio, de cómo ama Cristo, y de las enseñanzas de las cartas paulinas, se deduce cómo es un amor verdaderamente humano porque está informado -es decir, lleno, con la forma de- la caridad de Dios.

Amar así no es un impulso natural, ni un instinto ciego, ni mucho menos una pasión, o la afectividad adolescente para la cual el mundo gira en torno a sí, y la grandilocuencia de muchas frases resulta luego vacía de realidad... ¡porque le falta madurez! El amor hay que ponerlo más en las obras que en las palabras, dirá san Ignacio en la Contemplación para alcanzar amor de los Ejercicios.




3. Para amar, respetar la libertad

            El amor, si es verdadero, busca el crecimiento integral del otro, busca su bien completo y verdadero, en todas las facetas y aspectos.

            Pero todo lo que impide el crecimiento del otro es un atentado contra la libertad. Donde no hay respeto –incluso admiración y legítimo orgullo por el otro-, no puede haber libertad, y estaríamos atropellando al otro. Hay que tener sumo respeto evitando cualquier clase de “dominación” o de “control” de la otra persona. Amar es que el otro sea él mismo, no plasmarlo a imagen y semejanza de uno mismo, o dominar y controlar quitándole espacio vital, casi como si fuera una competición y ver quién es más fuerte y controla y domina (en el matrimonio, siempre es un riesgo que hay que vigilar).

            La dominación que crea dependencias malsanas falsifican el amor. Una persona dominadora va sutilmente creando lazos que se estrechan, minando el ánimo del otro, incluso creándole ciertos complejos de inferioridad. ¿Dónde queda la libertad? ¿Cómo es el amor?