jueves, 20 de diciembre de 2018

Cristo, luz, pan y vida (El nombre de Jesús - IX)

¿Cómo se define Cristo a sí mismo?
¿Qué nombres, qué títulos se da?
¿Cómo se denomina a sí mismo?


Es la cristología de los nombres por la que penetramos en el Misterio de su Persona según le oímos decir "Yo soy..."

1) “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8,12).

            Invocar el nombre de Jesús es hallar luz, vivir en la luz, caminar en la luz y que la luz verdadera –Jesús- disipe las tinieblas en la desolación, en la noche de los sentidos; también invocar el nombre de Jesús es ser iluminado para discernir y decidir; para conocer el camino de la vida (Sal 15). ¡Por eso es en la Iglesia donde hallamos a Jesús, porque la Iglesia refleja la luz que es Cristo; porque en la Iglesia es predicado Cristo y en Ella le recibimos, y obtenemos la luz, la sabiduría, el camino que conduce al Padre! Así la fe es luz: “Sólo la fe nos alumbra”.

            Lo sigue explicando San Bernardo:

            “¿De dónde crees que llega la luz tan intensa y veloz de la fe a todo el mundo, sino de la predicación del nombre de Jesús? ¿No nos llamó Dios a su maravilloso resplandor por la luz de este nombre? Iluminados por su luz, que nos hace ver la luz, exclamará Pablo con razón: Antes sí, erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor (Ef 5,8)... Y mostraba a todos la luz sobre el candelero, anunciando a Jesús por donde pasaba, y a éste crucificado. ¡Cómo brilló esta luz, hiriendo los ojos de cuantos la miraban, cuando salió de la boca del Padre con el fulgor del relámpago y robusteció las piernas y los tobillos de un paralítico, hasta quedar iluminados muchos espiritualmente ciegos! ¿No despidió fuego cuando dijo: en el nombre de Jesús, el Nazareno, levántate y anda (Hch 3,6)?”[1].


            2) El nombre de Jesús es alimento para el alma: “Yo soy el pan de la vida” (Jn 6,35).

            El alma puede desfallecer en el camino. Necesita recobrar fuerzas. El corazón del hombre sólo halla sabor y un manjar sólido en Jesús. Él mismo se ha hecho Pan, Eucaristía; saborear en la meditación personal su nombre es alimentar el alma inspirando pensamientos santos que se guardan en el corazón –como la Virgen María-. La meditación del nombre de Jesús se constituye en alimento para el alma cuando diariamente oramos, cuando ante el Sagrario saboreamos su Nombre y profundizamos en Él.

            San Bernardo desarrolla este segundo aspecto:

            “Mas el nombre de Jesús no es sólo luz, también es alimento. ¿No te sientes reconfortado siempre que lo recuerdas? ¿Hay algo que sacie tanto el espíritu del que lo medita? ¿O qué puede reparar tanto las fuerzas perdidas, fortalecer las virtudes, incrementar los hábitos buenos y honestos, fomentar los afectos castos? Todo alimento es desabrido si no se condimenta con este aceite; insípido, si no se sazona con esta sal. Lo que escribas me sabrá a nada, si no encuentro el nombre de Jesús. Si en tus controversias y disertaciones no resuena el nombre de Jesús, nada me dicen. Jesús es miel en la boca, melodía en el oído, júbilo en el corazón[2].
 
            3) Jesús es Medicina. “No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos” (Mt 9,12).

            Es evidente, para quien adquiera el conocimiento personal, conocimiento propio, que en el interior están las llagas de los pecados, heridas sin cicatrizar; que muchas veces estamos ciegos, o sordos, o cojos sin poder caminar por el sendero del Evangelio; la lepra de nuestros pecados va rompiendo a trozos nuestra semejanza con Cristo. Somos muchas veces paralíticos por el egoísmo, que nunca movemos ni un dedo por ayudar al prójimo; la fiebre de la soberbia nos impide amar y vivir en la humildad, hinchándonos en vanagloria. Pero el nombre de Jesús es Medicina, porque Él es el Médico que viene a sanar y curar, como tantísimas veces predicó San Agustín. Él es Medicina y Médico al mismo tiempo. Su Nombre nos cura.

            San Bernardo desarrolla este tercer aspecto del nombre de Jesús:

            “Y también es medicina. ¿Sufre alguno de vosotros? Si penetra Jesús en su corazón y de allí pasa a la boca, inmediatamente clareará la luz de su nombre, y disipándose toda oscuridad, volverá la serenidad. ¿Ha cometido alguien algún delito? ¿Corre desesperado tras el lazo de la muerte? Si invoca el nombre de la vida, al punto respirará alientos de vida. ¿Quién se  obstinó ante este nombre de salvación en la dureza de su corazón, en la indolencia de su desidia, en el rencor de su alma, en la molicie de su acedia? Si alguna vez se le agotó a alguien la fuente de sus lágrimas, ¿no se le arrasaron de repente los ojos y corrió mansamente su llanto al invocar a Jesús? ¿Quién temblaba aterrado ante un peligro y no recobró al instante la confianza, venciendo el miedo cuando recurrió al poder de su nombre? Cuando alguien fluctuaba zarandeado en un mar de dudas, ¿no vio brillar la certeza en cuanto invocó la luz de este nombre? Si pronunció este grito de socorro, ¿le faltaron las fuerzas al que, a punto de desaparecer, se desesperaba en la adversidad?

            Éstas son las enfermedades y achaques del alma; pero he aquí su gran remedio... Nada como él reprimirá la violencia de la ira, sosegará la pasión de la soberbia, curará la llaga de la envidia, reducirá el furor de la lujuria, extinguirá el fuego de la sensualidad, apagará la sed de la avaricia, eliminará el prurito de todo apetito vergonzoso.

            Cuando pronuncio el nombre de Jesús evoco el recuerdo de un hombre sencillo y humilde, bueno, sobrio, casto, misericordioso, el primero por su rectitud y santidad. Evoco al mismo Dios todopoderoso, que me convierte con su ejemplo y me da fuerzas con su ayuda. Todo esto revive en mí, cuando escucho el nombre de Jesús. De su humanidad extraigo un testimonio de vida para mí; de su poder, fuerzas. Lo primero es jugo medicinal; lo segundo es como un estímulo al exprimirlo. Y con ambos me preparo una receta que ningún médico puede superarla”[3].


[1] Id., In Cant., Serm. 15,6.
[2] Ibíd.
[3] Ibíd.

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