De lo que vemos en el Evangelio, de cómo ama Cristo, y de las enseñanzas de las cartas paulinas, se deduce cómo es un amor verdaderamente humano porque está informado -es decir, lleno, con la forma de- la caridad de Dios.
Amar así no es un impulso natural, ni un instinto ciego, ni mucho menos una pasión, o la afectividad adolescente para la cual el mundo gira en torno a sí, y la grandilocuencia de muchas frases resulta luego vacía de realidad... ¡porque le falta madurez! El amor hay que ponerlo más en las obras que en las palabras, dirá san Ignacio en la Contemplación para alcanzar amor de los Ejercicios.
3. Para amar,
respetar la libertad
El
amor, si es verdadero, busca el crecimiento integral del otro, busca su bien
completo y verdadero, en todas las facetas y aspectos.
Pero
todo lo que impide el crecimiento del otro es un atentado contra la libertad.
Donde no hay respeto –incluso admiración y legítimo orgullo por el otro-, no
puede haber libertad, y estaríamos atropellando al otro. Hay que tener sumo
respeto evitando cualquier clase de “dominación” o de “control” de la otra
persona. Amar es que el otro sea él mismo, no plasmarlo a imagen y semejanza de
uno mismo, o dominar y controlar quitándole espacio vital, casi como si fuera
una competición y ver quién es más fuerte y controla y domina (en el
matrimonio, siempre es un riesgo que hay que vigilar).
La
dominación que crea dependencias malsanas falsifican el amor. Una persona
dominadora va sutilmente creando lazos que se estrechan, minando el ánimo del
otro, incluso creándole ciertos complejos de inferioridad. ¿Dónde queda la
libertad? ¿Cómo es el amor?
·
El amor genuino no domina, sino que ayuda siempre con perseverancia a
que el otro se desarrolle plenamente. Dice lo que tenga que decir, por amor y
con delicadeza; calla cuando puede provocar daño en vez de crecimiento y espera el momento oportuno para que la otra persona lo puede recibir y asimilar.
·
El amor genuino preserva la distancia entre uno y otro, para no cargar
ni agobiar; y ese margen de libertad sólo puede cimentarse en la confianza mutua.
En la medida en que hay ese margen (hay absoluta confianza mutua), el amor
madura.
·
Amar no es estar juntos a todas horas... absorbiendo y excluyendo a los
demás. Ciertos momentos de soledad, de ausencia son muy beneficiosos (especialmente
en el noviazgo y el matrimonio).
·
El amor, basado en la libertad, es un intercambio; no que uno necesite
admiración y poder y el otro seguridad. Se intercambian los dones y talentos porque
el amor hace semejantes –parecidos- a los que se quieren, al compartir, al enriquecerse
mutuamente. Las virtudes aquí se van comunicando...
·
El amor, en libertad y respeto, es lo único que sana al otro. Sólo el
amor redime –como el sacrificio de Cristo es amor oblativo y redentor-. Sólo
amando, muchas carencias, limitaciones, defectos, lagunas de la persona, se pueden
curar. Sólo el verdadero amor que con respeto, delicadeza y perseverancia,
acepta al otro tal y como es, puede redimir sin forzar; curar con paciencia;
perseverar con esperanza.
4. Para amar,
no buscar ser amado
El
amor siempre es un continuo darse.
Amar
no es buscar ser amado, querido, admirado, aplaudido: eso es egoísmo camuflado.
El
amor es darse. Simplemente, aunque sobrevengan rechazos o falta de correspondencia,
aunque incluya sacrificio, o dolor, o padecer con los problemas y la cruz del
otro.
Dos
personas se aman cuando son capaces de vivir la una sin la otra (no hay un
vínculo de dependencia y dominación, ni presión exterior, ni compromisos
externos de ningún género), pero libremente optan compartir su vida (amor de
caridad, de amistad, conyugal).
-
Una personalidad infantil necesita apoyo para todo; más que amar busca
sentirse amado, reconocido, pero es incapaz de ningún sacrificio ni de amor
pleno.
-
Una personalidad adulta se siente plena cuando ama y se siente amado
(sigue incluyendo el sacrificio y la entrega).
-
Una personalidad plenamente desarrollada, ama con el amor de Cristo. Es
feliz amando y dándose, con gran capacidad de amar y de sufrir el tiempo que
sea necesario, aun cuando vea y sufra desplantes o rechazos. María al pie de la
cruz está amando... ¡Amor y sacrificio!, esa es la plenitud... y hacer el bien
por amor aun cuando no haya ni el más mínimo signo de agradecimiento, ni de
respuesta; ama aunque uno sepa que la otra persona “está pasando de él”; ama
aun cuando uno se canse de la ingratitud de los demás, o los otros exijan como
si tuvieran derecho a algo cuando no lo hay, sino amor gratuito. El amor busca
su recompensa sólo en amar, en el hecho mismo de amar.
Por el contrario, ¿qué hace
el egoísta?
-
Lo poco que ama, lo hace para ser amado, si no, abandona rápidamente,
cansado, huyendo.
-
Procura caer bien a todos, cuidar su imagen pública, que todos le
aprecien y estimen, le aplaudan y “le rían las gracias”. Cree que tiene “muchos
amigos” (¿mejor tal vez, colegas, camaradas o conocidos?) y vive en una
ilusión, que le distrae y acalla el auténtico problema de fondo.
-
El egoísta no soporta un rechazo o la falta de correspondencia o que no
haya agradecimiento ni reconocimiento. Fácilmente se cansa, sin perseverar,
porque se estaba buscando a sí mismo.
-
El egoísta rehuye todo sacrificio y cruz, todo lo que suponga el más
mínimo esfuerzo por alguien o compromiso, ya que sólo busca ser amado, que se
sacrifiquen por él, que estén pendientes de él... pero él es incapaz de obrar
así... ¡¡hasta que reconozca su egoísmo!!
-
El egoísta es inconstante; no sabe esperar y desconoce la perseverancia.
Sus relaciones personales son rápidas y fugaces. Es capaz de llegar a pisotear
al otro –a lo mejor sin darse cuenta-, a hacer daño moral al otro. Busca llenar
su corazón ya, aquí y ahora, sin tener en cuenta al otro. Sólo busca “ser
amado” aunque no sepa lo que es el amor; llenar de la forma que sea su corazón,
pero sin arriesgase a amar o darse. Sólo
cuando alguien lo ame de verdad, el egoísta se dará cuenta de su situación, de
su pobreza, se sentirá empequeñecido.
Qué buen sheriff del oeste hubiera sido Padre, bien certero su tiro al meollo del amar y del amar-se. Buen ojo también con sus fotos para mostrarnos a nuestro Buen Dios escondido en sus cotidianas obras de amor. Abrazos fraternos.
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