La fe nos ha comunicado una nueva vida, la vida divina, la vida de los hijos de Dios, la adopción filial, una configuración con Cristo, una estrecha relación con el Espíritu Santo.
La fe nos ha recreado -mediante los sacramentos de la redención-, nos ha convertido en un pueblo santo, el pueblo Dios, y a cada uno de nosotros lo ha constituido en profeta en medio del mundo, rey ante la esclavitud del pecado, sacerdote que ofrece en el altar de su corazón los holocaustos de una vida santa y de una plegaria constante y asidua ante Dios.
El cristiano es un creyente, es decir, un hombre que cree, que vive de la fe y que la fe es el sostén de su vida, el todo de su existencia, y que, por tanto, ha sido consagrado a Dios mediante los sacramentos. Ya vive en Dios y para Dios: ¡pertenece a Dios!
Anda por el mundo el cristiano como un consagrado a Dios, con el sello de Dios en su vida y, tal vez, se ha ido olvidando del estilo de vida que como consagrado le pertenece; y, tal vez, no ha descubierto la grandeza y la verdad de esta consagración bautismal.
Redescubrir y considerar la fe -un Año de la fe- es redescubrir y considerar cómo Dios ha situado al cristiano en el mundo como un consagrado. Vive ya de otra manera en el mundo. Vive y obra con conciencia clara de a Quién pertenece y para Quién dedica todas sus obras y sus más íntimos afectos.
Buena tarea sería en este Año recuperar y vivir plenamente nuestra condición de consagrados, su dignidad, su vocación, su misión en el mundo, su plegaria.
"La Iglesia está en un período de renovación. Esta renovación puede consistir en dar nuevas formas a la organización externa y social de la Iglesia y también en brindar nuevas actividades a los miembros de la Iglesia, nuevo fervor, nuevo movimiento, y también puede consistir en despertar en el pueblo de Dios, en el clero y en los fieles, una nueva conciencia: la conciencia de su vocación, de su elevación, de su destino; la conciencia de su carácter mesiánico, de su santidad, de su contribución, en la misión profética de la Iglesia, de su renovación sobrenatural con Dios, de configuración en la unidad y dignidad del Cuerpo Místico de la Iglesia.
Este despertar de la conciencia, en la Iglesia y de la Iglesia, de su ser, de su misterio, que hace de los hombres seguidores de Cristo un pueblo elegido y especial, ha sido particularmente estudiado por el Concilio Ecuménico, celebrado hace poco; ciertamente, fue una de sus principales intenciones ilustrarlo y promoverlo, como uno de los factores principales de la renovación cristiana. Resultado de este esfuerzo de claridad interior y de búsqueda de la raíz renovadora de la vida de la Iglesia ha sido la mejor valoración del carácter sagrado de los que pertenecen a la misma Iglesia, la profundización en el "sacerdocio real", con que están investidos todos los cristianos. De esta suerte, se ha hablado ampliamente del sacerdocio real, es decir, del sacerdocio común a todos los fieles.