La plegaria eucarística es central en la celebración de la Misa. Sus textos son teológicos expresando la fe de la Iglesia. Cada rito y familia litúrgica compuso -en largo proceso- sus propias plegarias de acción de gracias y consagración según su peculiar sensibilidad litúrgica, su carácter, su visión del Misterio.
Acostumbrados como estamos, desgraciadamente, a escuchar solo
a toda carrera:
"En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación... Santo eres en verdad, Señor, fuente de toda santidad...", apenas tendremos el hábito de saborear y unirnos espiritualmente a la plegaria eucarística, y mucho menos de meditarlas en oración personal.
Traigo aquí un ejemplo, en este caso del rito hispano-mozárabe, para saborear nuestra peculiar tradición hispana. Existen unas partes fijas (la consagración y la conclusión final doxológica -de alabanza-) y unas piezas que varían en cada Misa (Illatio, post-sanctus y post-pridie). Así se obtiene una gran variedad y belleza.
El lenguaje es rico en imágenes, poético, amplio, muy diferente de la concisión del rito romano. Olvidémonos de los gestos litúrgicos típicos del rito romano: genuflexión, arrodillarse, mostrar el pan consagrado y el cáliz, o elevar conjuntamente la patena y el cáliz al final; es otro rito, otra forma, simplemente distinta. Y obsérvese cómo los fieles intervienen ratificando cada parte, incluso las palabras de la consagración, con el "Amén".
Traigo aquí la plegaría eucarística del VI domingo de Pascua, respetando las rúbricas. Disfrutadla y rezadla.
PLEGARIA EUCARÍSTICA
La quinta oración se pone consiguientemente para la santificación
de la oblación, en la cual se incita también a la alabanza de Dios
a todo el conjunto de criaturas terrestres y virtudes celestiales,
y se canta el Hosanna in excelsis, porque naciendo el Salvador
del linaje de David, hasta lo más excelso ha llegado la salvación
al mundo (S. Isidoro, De Ecl. Of., 1,15,2).
Durante toda la plegaria eucarística, cerca del altar, los acólitos con dos incensarios en la Misa episcopal, esparcen el humo del incienso.
El Obispo se acerca al altar y dice: Me acercaré al altar de Dios.
Todos responden: A Dios que es nuestra alegría.
El diácono dice: Oídos atentos al Señor.
Todos responden: Toda nuestra atención hacia el Señor.
El Obispo, extendiendo las manos, prosigue: Levantemos el corazón.
Todos responden: Lo tenemos levantado hacia el Señor.
El Obispo, juntando las manos, dice:
A Dios y a nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios,
que está en el cielo,
demos debidas gracias y alabanzas.
Todos responden: Es justo y necesario.
El Obispo, con las manos extendidas, dice (en tono de prefacio):