viernes, 30 de septiembre de 2011

El leccionario y su valor de signo

El leccionario es un libro importante dentro de la liturgia, que tiene incluso un sitio propio dentro de la celebración: es el ambón, como si fuera un sagrario para la Palabra.

    El leccionario es la Palabra de Dios puesta por escrito y organizada por la Iglesia para su lectura en la celebración litúrgica. La Iglesia, servidora y depositaria de las Escrituras, abre el Misterio de la Palabra de Dios a sus hijos en cada acción litúrgica.

    Entonces, pues, el leccionario no es un libro cualquiera, como puede ser un Ritual o un libro de cantos o una hoja de moniciones o... sino que es un libro-signo, que, de cara a la asamblea, recuerda que la Palabra de Dios se hace presente en medio de la Iglesia, iluminando, penetrando, fecundando, dando vigor a la Iglesia, y que este hacerse presente en medio de la asamblea la Palabra no es otra cosa sino la presencia del mismo Cristo pues "Cristo está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura es él quien habla" (SC 7).

    Es un libro-signo de la presencia de Cristo hoy en su Palabra dirigida a la Iglesia como Palabra viva. Es signo, así mismo, de que Dios continúa salvando, actuando, revelándose a su Iglesia por la Palabra y que esta Palabra cobra una fuerza especial, nueva y distinta, cuando en la liturgia se lee la Escritura.
Los libros que contienen las lecturas de la palabra de Dios, así como los ministros, las actitudes, los lugares y demás cosas, suscitan en los oyentes el recuerdo de la presencia de Dios que habla a su pueblo. Hay que procurar, pues, que también los libros, que son en la acción litúrgica signos y símbolos de las cosas celestiales, sean realmente dignos, decorosos y bellos (OLM 35).
    De tal forma que, acabada la liturgia de la Palabra, el leccionario no se cierra nunca, sino que se deja abierto sobre el ambón, con respeto, recordando a la asamblea la Palabra proclamada y la presencia eficaz de Cristo.

    

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Humildad en el ser


Somos lo que somos, y en nuestra existencia, herida por el pecado original, se dan conjuntamente la gracia y el pecado. El soberbio, que se cree alguien, que se cree justo, simplemente, no se conoce, no ha entrado en el santuario interior de su conciencia.

    "Nada más enfermo que el corazón humano. ¿Quién lo entenderá?", dice el profeta Jeremías (17,9). Somos pecadores. Hay que ser muy humildes y decir con el corazón -¡qué fácil decirlo con los labios!- "soy pecador", pero no nos lo creemos, porque nadie aguanta que otro le diga sus pecados y defectos. Salta el orgullo, y esa es la manera de conocer la propia humildad, en el momento en que uno acepte con paz que otro lo corrija y lo llame pecador.  
 
En nuestra vida hay pecado, hay debilidades, hay defectos, hay pasiones que ciegan el alma, hay heridas en el alma que no han sido cerradas; hay orgullo, vanidad, pereza, rencor, desconfianzas, amor propio. El soberbio nada de eso reconoce. Anda en la mentira, no en la verdad de Cristo, no reconoce su propia verdad, e incluso justifica y disculpa sus errores y pecados (siempre la culpa la tienen los otros), cayendo implacablemente sobre los errores y defectos ajenos.

    La realidad del corazón humano es bien descrita en el Evangelio:

    Lo que sale del hombre, eso es lo que mancha al hombre. Porque es de dentro, del corazón de los hombres, de donde salen los malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, perversidades, fraudes, libertinaje, envidia, lujuria, soberbia e insensatez. Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre (Mc 7,20-23).

    Ser humilde no es entonces ser apocado ("yo no sirvo para nada") ni tener miedo de todo y de todos; ser humilde es aceptar y entrar en la propia realidad del corazón, conocerse como Dios nos conoce.

    La Tradición espiritual señala el recurso al examen de conciencia como instrumento de trabajo espiritual para el propio conocimiento. "Mi miseria, tu misericordia", adquiriendo una visión ajustada y real de uno mismo. A partir de ahí uno se trabajará, y pedirá perdón de sus pecados. Pero la humildad se adquiere con conocimiento propio.

  

martes, 27 de septiembre de 2011

La forma de presentar el cristianismo hoy

Hay lenguajes que son cansinos, pero que se repiten constantemente. ¿Nadie se da cuenta de lo pesado que es?

Estos lenguajes cansinos, repetidos hasta la saciedad desde hace unos años, todo lo presentan en una clave muy concreta: ven a Jesucristo como "Jesús de Nazaret", que trae una mensaje revolucionario, nuevo, y lo que nos toca es "comprometerse", o el consabido "tomar conciencia de". Es un pelagianismo de nuevo cuño: lenguaje social de hoy, pero absoluta confianza en el hombre que puede comprometerse relegando a Jesús a mero docente-profeta-filósofo... El cristianismo se pervierte entonces convirtiéndose en un modelo de transformación social, de compromiso basado en el esfuerzo del hombre y en su buena voluntad.

¿Qué es lo que pierde de vista este lenguaje? Que el cristianismo ante todo es Don y Gracia, el Amor de Dios que se da y sale al encuentro del hombre, lo redime, lo santifica. Por tanto lo primero no es lo que nosotros hacemos, sino lo que Dios hace.

lunes, 26 de septiembre de 2011

La Iglesia crece desde dentro (Catequesis)

Afirmar, como lo hace Ratzinger, que la Iglesia crece desde dentro supone, ante todo, el cultivo de la comunión con Cristo y no tanto el interés en lo exterior, en las reformas y cambios, o en una pastoral vacía que busque contentar a todos copiando modelos secularizados.

Cuando la Iglesia crece desde dentro, el "nosotros" de la Iglesia se ve robustecido, sin que puedan existir fricciones, o roces, o divisiones, o la clasificación de cristianos de primera y segunda división según pertenezcan o no a tal movimiento o tal comunidad. En ese "crecer desde dentro", aumenta el "nosotros" de la Iglesia, y el otro es considerado como miembro exactamente igual que yo, aunque distinto, diferente, con otra vocación, otro carisma, otro apostolado, tal vez otro estilo espiritual... pero unidos y formando parte de la gran Iglesia.

"La Iglesia crece desde dentro: es esto lo que quiere darnos a entender la expresión "Cuerpo de Cristo"; pero aquí se halla inmediatamente implicado también este otro elemento: Cristo se ha dado a sí mismo un Cuerpo; si quiero encontrarlo y hacerlo mío, estoy llamado a formar parte de él como miembro humilde y, sin embargo, de manera completa, pues yo soy realmente miembro suyo, órgano suyo en este mundo y, por consiguiente, para toda la eternidad. La idea de la teología liberal según la cual Jesús sería interesante, mientras que la Iglesia no pasaría de ser una miserable realidad, se diferencia radicalmente, por sí misma, de esta toma de conciencia. Cristo se da solamente en su Cuerpo, y nunca como mero ideal. Esto significa: se da junto con los otros, en la ininterrumpida comunión que atraviesa los tiempos, la cual no es otra cosa que su Cuerpo. La Iglesia no es una idea, sino un Cuerpo, y el escándalo del hacerse carne en que tropezaron tantos contemporáneos de Jesús se prolonga en el escándalo de la Iglesia; pero también a este propósito resultan válidas las palabras: Bienaventurado el que no se escandaliza de mí.

Este carácter comunitario de la Iglesia comprende necesariamente su carácter de "nosotros": la Iglesia no es algo que está no se sabe dónde; somos nosotros mismos la Iglesia. Es cierto que nadie puede decir: "Yo soy la Iglesia"; pero todos y cada uno podemos y debemos decir: nosotros somos la Iglesia. Y este "nosotros" no es, a su vez, un grupo que se aísla, sino que se mantiene más bien en el interior de la comunidad entera de todos los miembros de Cristo, vivos y difuntos. Siendo esto así, entonces puede un grupo decir de verdad: nosotros somos Iglesia. La Iglesia está aquí, en este "nosotros" abierto, que franquea fronteras (sociales y políticas, pero también las fronteras entre el cielo y la tierra). Nosotros somos la Iglesia: esto incrementa el sentido de corresponsabilidad, pero también la posibilidad de colaborar en primera persona; de aquí se desprende, en consecuencia, el derecho a la crítica, la cual, sin embargo, debe ser siempre y ante todo autocrítica. Porque la Iglesia, insistamos en ello, no es algo extraño, no es una realidad ajena: nosotros mismos la construimos. También estas ideas maduraron hasta ser directamente asumidas por el Concilio. Todo lo que se dijo acerca de la común responsabilidad de los laicos y todo lo que se estableció, en lo que a formas jurídicas se refiere, para su atinada realización, de aquí se deriva".

(Ratzinger, Iglesia, ecumenismo y política, p. 8-9).

sábado, 24 de septiembre de 2011

Jóvenes católicos en la Universidad

Como es comprensible, también la acción pastoral universitaria debe al mismo tiempo expresarse en toda su validez teológica y espiritual, ayudando a los jóvenes de manera que la comunión con Cristo les conduzca a percibir el misterio más profundo del hombre y de la historia. Y, precisamente por su específica acción evangelizadora, la comunidad eclesial comprometida en esa acción misionera, por ejemplo la capellanía universitaria, puede ser el lugar de la formación de creyentes maduros, hombres y mujeres conscientes de ser amados por Dios y llamados, en Cristo, a convertirse en animadores de la pastoral universitaria. En la Universidad, la presencia cristiana se hace cada vez más exigente y al mismo tiempo fascinante, porque la fe está llamada, como en los siglos pasados, a prestar su insustituible servicio al conocimiento que, en la sociedad contemporánea, es el verdadero motor del desarrollo. Del conocimiento, enriquecido con la aportación de la fe, depende la capacidad de un pueblo de saber mirar al futuro con esperanza, superando las tentaciones de una visión puramente materialista de nuestra esencia y de la historia (Benedicto XVI, Audiencia a los participantes del primer Encuentro Europeo de Estudiantes Universitarios promovido por la comisión Catequesis-Escuela-Universidad del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa, 11-julio-2009).

Un joven católico en la Universidad tiene retos por delante para su propia vida; pero estos retos no son los simplemente académicos, sino su propia persona en Cristo.

1. Ante todo, la etapa universitaria debe suponer el descubrimiento del misterio del hombre y de la historia. Una mirada nueva, como la mirada de Cristo sobre el propio hombre, y un conocimiento de la historia y de su proyección, de su sentido. En la Universidad pueden los jóvenes descubrir y valorar este misterio del hombre, creado, redimido y agraciado, con sed de Dios.

2. Puede ser una etapa de comunión mayor con Cristo, reforzada por toda pastoral universitaria. Los jóvenes, en la Universidad, pueden vivir unidos a Cristo cada día más (la oración personal es imprescindible, la visita al Sagrario en la capilla de la Facultad -si la hubiere-, el ofrecimiento de obras, estudiar en presencia de Dios, con un pequeño crucifijo delante). Hay que sumar la participación dentro de las actividades que la pastoral universitaria plantee: ciclos de conferencias, sesiones, etc., o si existe la posibilidad, elegir la asignatura de Teología como asignatura de libre configuración.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Bendición de los catequistas - "Misa de envío"

Es frecuente en estos días de inicios de curso celebrar de alguna manera el “envío de los catequistas”, visibilizando el mandato explícito de enseñar la fe de la Iglesia en nombre de la Iglesia, y suplicar, asimismo, la gracia de Dios para la tarea catequizadora.  
 
¿Cómo se realiza la bendición de los catequistas y su envío? Ya lo trajimos aquí hace un par de años, pero es bueno recordarlo. La creatividad para estas celebraciones a veces resulta tan alarmante como empobrecedora y sería fácilmente resulta si acudimos al Bendicional, lo consultamos, y vemos la variedad de Bendiciones que ofrece para personas, y en ese marco, para los distintos ministerios y circunstancias de la vida parroquial.
 
El Bendicional ofrece el texto litúrgico para este envío de catequistas. Las preces y la Bendición contienen, por aquello de lex orandi, lex credendi, la descripción de qué es la catequesis y qué es un catequista con conciencia eclesial.

“El rito de bendición de las personas que en una Iglesia local son destinadas a impartir la catequesis puede realizarse o en una adecuada celebración de la palabra o en la celebración de la Eucaristía, como se indica más adelante” (Bend., n. 365).

jueves, 22 de septiembre de 2011

Cristianismo y mundo secular

El cristianismo está en el mundo y es "su alma" según aquella imagen de la Carta a Diogneto.

Está en el mundo sin ser del mundo: esto conlleva un equilibrio difícil de mantener en muchas ocasiones. 

1. A veces, para no ceder al ambiente del mundo, se busca que la Iglesia se repliegue, lo vea todo malo y todo lo condene, y se fabrica una historia de la Iglesia "irreal", donde en el pasado todo era perfecto, y los males han surgido de pronto fruto del Concilio Vaticano II. 

2. Otras veces, por estar en el mundo y dialogar con él, se ha caído en una adaptación tal a los principios secularizados de la modernidad y post-modernidad, que la Iglesia se ha mundanizado. 

Difícil, repito, el equilibrio: ni encerrarse ni anquilosarse ni emplear lenguajes de condena, pero tampoco la asimilación y confusión con las ideas imperantes de la post-modernidad.

Hemos sido quizá demasiado débiles e imprudentes en esta actitud a la que nos invita la escuela del cristianismo moderno: el reconocimiento del mundo profano en sus derechos y en sus valores; la simpatía incluso y la admiración que le son debidas. Hemos andado frecuentemente en la práctica fuera del signo. El contenido llamado permisivo de nuestro juicio moral y de nuestra conducta práctica; la transigencia hacia la experiencia del mal, con el sofisticado pretexto de querer conocerlo para sabernos defender luego de él...; el laicismo que, queriendo señalar los límites de determinadas competencias específicas, se impone como autosuficiente, y pasa a la negación de otros valores y realidades; la renuncia ambigua y quizá hipócrita a los signos exteriores de la propia identidad religiosa, etc., todo esto ha insinuado en muchos la cómoda persuasión de que hoy, incluso el cristiano, tiene que asimilarse a la masa humana, tal y como ésta es, sin preocuparse de marcar por su propia cuenta alguna distinción, y sin pretender, que como cristianos, tengamos algo propio y original que, confrontado con lo de los demas, pueda aportar alguna saludable ventaja.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Inmediato seguimiento

Sorprendente encuentro: la respuesta de san Mateo no puedo ser más rápida ni inmediata. A una simple orden del Señor, "sígueme", se levanta sin titubear, lo deja todo y va tras Jesucristo.

Su vida cambió desde entonces, libre de sí mismo y del peso de sus riquezas. Aquel que era recaudador de impuesto, un liquidador de impuestos para el sistema y que percibía una parte abundante para sus bolsillos por su trabajo, ahora es libre.

¿Qué fue lo que pasó? 

Primero habrá que mirar el corazón de Mateo el publicano. Su corazón, como el de todo hombre, estaba creado para algo más, y sentía la insatisfacción más honda aunque tuviera de todo y estuviera colmado y satisfecho. Pero el corazón buscaba algo a lo que unirse y que respondiese a su estructura más íntima. Entonces vio a Cristo, o fue visto por Cristo, y el corazón reconoció con una certeza irrebatible, que Cristo lo era todo y la respuesta a ese corazón insatisfecho.

Segundo: era Cristo que pasaba. El Señor va pasando, caminando, y mientras llama, predica, enseña. Su paso se convierte en un momento de gracia definitivo y único, fascinante para quien lo reconoce. Hay que aprovechar bien los momentos en que Cristo pasa por la vida con la fuerza de su Presencia.

Tercero: la Persona misma de Cristo. Algo había en Él, tal vez su mirada profunda, o la gravedad de sus palabras y manera de hablar, tal vez un poco todo esto, lo que hacía que su Presencia fuera única y determinante, irresistible. Mateo se sintió impactado por esa Presencia, acogido como nunca antes lo había sido, amado como nadie, comprendido y perdonado. Era lo que Mateo necesitaba.

martes, 20 de septiembre de 2011

El canto litúrgico

    La música y el canto litúrgico son consustanciales a la liturgia de la Iglesia; sin el canto, se empobrece, pierde su capacidad orante, trascendente y mística. El canto litúrgico ha unido los corazones en una unidad orante, han permitido expresar los sentimientos más nobles y puros para Dios, ha creado un ámbito de trascendencia. Con el claro poder evocativo del canto litúrgico, ha movido las almas para un encuentro, en muchos casos, conversivo, con el Dios vivo. Por eso la liturgia no considera el canto como un añadido estético o una forma de solemnizar sus ritos, sino como una expresión del amor y de la fe. Así nacieron hermosas melodías y bellos textos que nacían de la celebración litúrgica y tenían como destino la misma liturgia, con belleza y calidad artística. ¡Cuántas veces y en cuántas ocasiones la liturgia ha servido de inspiración para la música verdadera porque la liturgia misma es la Belleza del Misterio celebrado!

    El canto litúrgico, por su texto y por su melodía, ha permitido grabar en la memoria del pueblo cristiano salmos, textos bíblicos y confesiones de fe. Y el canto litúrgico ha expresado adecuadamente la espiritualidad cristiana, orientando la oración y la vivencia de los distintos momentos del ciclo del Señor.
¡Cómo dispone para esperar a Cristo Mesías el canto del “Rorate Caeli” en Adviento; qué ternura adorante cantar el “Adeste fideles” en el ciclo de la Manifestación del Señor; qué larga espera tan deseada poder escuchar por voz del diácono el Pregón pascual, entonar por tres veces el “Aleluya” en la Vigilia pascual, mudo durante la Cuaresma, y cantar durante cincuenta días “Regina Coeli, laetaere”; qué hondura y finura de sentimientos que conmueve a toda la persona el canto solemne del “Veni Creator” en Pentecostés o en la celebración del Sacramento del Orden (durante la Unción de las manos, no antes de la imposición de manos como un canto propio-ritual)! 

Son cantos y melodías reservadas para un tiempo litúrgico que al cantarla evocan multitud de vivencias y orientación para profundizar en lo celebrado. Vuelven cada año y así predispone a entrar mejor en la liturgia. La música en la liturgia orienta la oración, introduce en el Misterio, ejerce una pedagogía superior a las palabras.


domingo, 18 de septiembre de 2011

La Eucaristía crea la unidad de la Iglesia (De Lubac)

    En la Edad Media se empiezan a distinguir tres elementos, tres grados de profundidad de la Eucaristía, y los tres necesarios para su integridad:

1. Sacramentum tantum: el signo exterior (junto a los ritos del sacrificio, las especies de pan y vino)

2. Sacramentum-et-res: lo contenido bajo el signo, el mismo cuerpo de Cristo

3. Res et tantum: el fruto definitivo del sacramento, es decir, la unidad de la Iglesia.

    Así como el pan significaba el Cuerpo de Cristo y el vino su Sangre, así también la Iglesia era significada en el pan consagrado y el vino símbolo de la caridad que aglutina el Cuerpo, “la sangre en donde reside la vida de ese gran Cuerpo” (De Lubac, Catolicismo, p. 71). La comunión eucarística es, por eso mismo, comunión eclesial; recordemos que corpus “mysticum” y corpus “verum” son, en cierto modo, intercambiables, y uno se ordena al otro y viceversa por aquel principio de De Lubac formulado en Meditación sobre la Iglesia: “la Iglesia hace la Eucaristía, y la Eucaristía hace la Iglesia”.

    Esta doctrina es corroborada por los ritos litúrgicos y por la misma eucología. Los autores tanto patrísticos como medievales coinciden, y ya es patrimonio eclesial, al decir que “es el “Sacrificio de la Iglesia”, “de toda la Iglesia”, pastores y fieles, presentes y ausentes en el cuerpo. Y todavía su fin es la unidad, pues es ofrecido para la Iglesia, para una Iglesia más vasta y más una; pro totius mundi salute” (Catolicismo, p. 74).  Las ceremonias litúrgicas lo avalan y son acompañadas, muchas de ellas, por los liturgistas medievales, tan dados a lo simbólico-representativo, como Amalario o Durando de Mende. 

sábado, 17 de septiembre de 2011

Una visión (católica) de la Universidad (JMJ)

La catequesis de hoy debería servir, en primer lugar, a los jóvenes que están en ese fascinante período académico que es la Universidad así como al profesorado; pero también y por extensión a todos nosotros para valorar adecuadamente qué es la Universidad, situarnos ante lo que es su realidad, entender el momento histórico-cultural en que vivimos, subrayar el valor de la razón y su ejercicio iluminado por la fe.

Cuando titulamos una visión "católica" no significa tanto la visión propia de la Iglesia Católica, cuanto la visión más completa e integradora de la Universidad misma en su vocación originaria, aquello que le dio su impulso al nacer en la Edad Media, propiciada por la Iglesia, aquello que constituye su sustancia y su naturaleza y sin lo cual la Universidad se degrada a una mera institución u organismo expendedor de créditos y títulos para incorporarse al mercado laboral competitivo.

No cabe duda de que Ratzinger tuvo como maestro interior a Newman y comparte con él una manera de ver, analizar y considerar. Y Newman es un intelectual de categoría, fundador de la Universidad Católica de Irlanda, en Dublín. En una lección pública, Newman presentó la naturaleza y la vocación de la Universidad:

"Aquí, al mismo tiempo, me siento invitado a explayarme sobre la grandeza de una institución cuya amplitud de miras es suficiente como para permitir un debate sobre un tema como éste. Entre los objetivos del quehacer humano -estoy seguro, caballeros, de que puedo afirmarlo sin exageración- ninguno es más alto ni más noble que el que contempla la fundación de una Universidad.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Combatir las tentaciones y al Maligno (textos isidorianos)

24. Cuando el diablo busca engañar a alguien, primero estudia la naturaleza de cada cual y se apoya allí donde comprueba que el hombre está predispuesto al pecado.

25. El diablo tienta a los hombres por aquella parte por donde considera, teniendo en cuenta la índole que manifiestan, que fácilmente se inclinarán al vicio, de modo que, según la configuración de su carácter, usa de la tentación. Lee la historia de Balaam (cf. Num 22-24), quien, como figura del diablo, manda tender perniciosas asechanzas contra el pueblo de Dios por allí por donde supone que ellos han de sucumbir más fácilmente. Pues tampoco el que conduce el agua a un lugar la hace correr por un sitio distinto de aquel hacia donde conoce que va su impulso.

26. Nadie considere culpa lo que sufre por su propio temperamento; pero luche cuanto pueda contra esto que tiene que soportar, ya que, si uno cede a su temperamento, jamás resiste a la tentación o al vicio.


jueves, 15 de septiembre de 2011

El miedo ante el apostolado

¡Cuántas veces el Señor dirá a sus profetas: "No les tengas miedo"! Jesucristo anunciaba que llevarían a los tribunales a sus discípulos pero que el Espíritu hablaría por sus bocas.

    El miedo irracional, tal vez timidez, tal vez pánico frente a algo nuevo, tal vez cobardía, es tentación del Maligno acomodándose a la psicología de cada uno, al punto débil de cada persona. Potencia con la imaginación aquello que en cada cual está débil y enfermo para lograr generar imágenes que nos detengan.

Frente al apostolado, el miedo pretende paralizarnos (todo miedo paraliza como sistema de defensa) y dejarnos en la cómoda instalación, en los brazos cruzados, en los ajos y cebollas de Egipto en vez de la arriesgada libertad del Mar Rojo y del desierto. El miedo hace olvidar que el Señor despliega su brazo poderoso en favor de los elegidos y les da el Espíritu de fortaleza.

El testimonio cotidiano parece fútil e incapaz de mejorar las personas y condiciones que lo rodean. La tentación del desánimo y del cansancio es más fuerte en el testimonio que en la predicación y en las acciones organizadas de caridad y justicia, pues estas últimas suelen recibir crédito y reconocimiento. El testimonio, en cambio, por su misma naturaleza es demasiado poco espectacular y cotidiano como para suscitar -salvo casos particulares- reconocimiento explícito .


miércoles, 14 de septiembre de 2011

La serpiente y la cruz (Ex 3)

    El tercer signo que Dios entrega a Moisés en el Horeb tendrá más importancia simbólica y será una constante en las Escrituras.

    ¡Una serpiente! “La serpiente era para las antiguas tradiciones un ser misterioso. Este carácter sobrenatural puede convertirla en una divinidad o en un demonio” .

    “Llega un momento, en la cultura antigua, en que el bastón se convierte en signo de poder, de autoridad, y cambia de nombre, para llamarse “bastón de mando” o, simplemente, “cetro”, que no es otra cosa que la prolongación del brazo humano. Este es símbolo y sede de poder, de fuerza, de actuación. El brazo humano, que puede levantarse o bajarse, extenderse o descansar, se prolonga en esa pieza vegetal de madera que es el bastón de mando, o cetro, y que sirve igualmente para alargar el poder del brazo en dirección a una persona o un objeto; el cetro se puede empuñar y sostener verticalmente, afirmando con este esto la autoridad; y puede también inclinarse y apoyarse en el hombro. En el cetro puede apoyarse el rey, que es como apoyarse en su propia autoridad; y, si lo levanta, hace patente con este gesto el ejercicio de su autoridad. El bastón de pastor ha llegado a convertirse en símbolo. También el bastón de Moisés va a sufrir transformaciones” (Shökel).

    El simbolismo de un bastón es entonces autoridad, guía y pastoreo. El cayado del pastor Moisés se va a convertir en el bastón de mando para guiar al pueblo que Dios entrega a su elegido invistiéndole de autoridad. “Puede uno montar imaginariamente el tinglado de la escena y observar la sonrisa de Dios que dice: ¡No tengas miedo, agárrala por la cola! Moisés lo hace, animado por la palabra de Dios, y en el momento en que la empuña y sujeta vuelve a ser nuevamente poder subordinado al hombre, no desprendido de él en forma sinuosa y amenazante. Desde ahora, el brazo de Moisés se prolongará en ese bastón de mando, cetro de autoridad, y le obedecerán los hombres y los elementos” (Shökel).

    La serpiente le sirve a Moisés de bastón y báculo, misterioso y con poder; y este bastón se convierte en serpiente que devora las serpientes de los magos del Faraón: es el poder de Dios ante el mal, el poder de Dios en la debilidad de Moisés por lo cual Moisés se apoyará no en sí mismo ni en sus recursos humanos ni en su prestigio si lo hubiese tenido, sólo se puede apoyar en el poder de Dios. Así aparece Moisés en la escena derecha del icono, descendiendo de la montaña, con la serpiente-dragón en la mano.

martes, 13 de septiembre de 2011

El leccionario (origen y evolución)

El libro-signo de la presencia de la Palabra de Dios en la liturgia es el Leccionario, recuperado como libro litúrgico propio por la reforma litúrgica ordenada por el Vaticano II. La Biblia no es el leccionario, porque éste implica orden y selección de las perícopas según determinados criterios.

    El actual leccionario del Rito Romano, muy estudiado y sometido a crítica y revisión, es uno de los mejores de toda la historia de la liturgia, por su riqueza y variedad, siguiendo el mandato de la reforma litúrgica: "Ábranse con mayor amplitud los tesoros de la Biblia" (SC 51).

    Siempre en las celebraciones litúrgicas, desde los tiempos apostólicos, se ha leído la Sagrada Escritura, a la que, poco a poco, se le iban incorporando los escritos cristianos, las memorias de los apóstoles, las cartas, los evangelios que se iban componiendo.

    Al principio, el lector utilizaba el volumen entero de la Biblia y la perícopa -por lo menos su final- era indicada por el celebrante. A medida que se van fijando los usos, aparecen manuscritos que indican en el margen el principio y el final de las perícopas; luego aparecen los índices de perícopas (llamados capitularia) y, finalmente, libros que presentan los extractos bíblicos en el mismo orden de su utilización litúrgica: los Leccionarios y los Evangeliarios.

    Normalmente, se hacía una lectura continua de algún libro bíblico, señalando sólo el principio y el final, para retomarlo en la siguiente celebración litúrgica. Cuando empieza a constituirse el año litúrgico y sus diversas fiestas, la lectio continua queda interrumpida, en ciertos días, por la selección de pasajes adaptados a la fiesta celebrada, como, por ejemplo, ocurría en la Semana Santa y la Pascua, que se escogían las lecturas que iluminaban el Misterio que se celebraba, ya en el s. III-IV.

   

lunes, 12 de septiembre de 2011

Universitarios católicos

Más de una vez, jóvenes que están en la Universidad, católicos ellos, que espero que realmente estudien y se abran al conocimiento de la Verdad y no simplemente aprobar asignaturas, se preguntan sobre su existencia católica en la Universidad. Realmente lo tienen duro, difícil: sienten que se les mira como bichos extraños, seres de otro planeta. Piensan que, como la Universidad es cosa de la razón-inteligencia, la fe es una superstición pasada y miran a los jóvenes católicos con cara de extrañeza.

Desde luego, lo primero que hay que desmontar es que la fe se relegue al ámbito del sentimiento, de la privacidad, y que la razón sea autónoma e incompatible con la fe. Al revés, la razón participa del Logos, que es Jesucristo, y la fe empuja a la razón a la búsqueda de la Verdad, la ilumina y sostiene. Por tanto, nada más católico que el estudio, la formación, el amor a la Verdad, el cultivo de la razón con la luz de la fe, el desarrollo de la inteligencia. Los jóvenes católicos en la Universidad deben saberlo y mirar su carrera universitaria desde esa perspectiva.

El papa Benedicto se dirigía a los jóvenes en la Universidad y les decía:
¿Qué espera la Iglesia de vosotros? Es el mismo tema sobre el que estáis reflexionando para sugerir la respuesta oportuna: "Nuevos discípulos de Emaús. Como cristianos en la Universidad"...

Esto puede realizarse si vosotros, como los discípulos de Emaús, encontráis al Señor resucitado en la experiencia eclesial concreta, y particularmente en la celebración eucarística. "En cada Misa, de hecho --recordé a vuestros compañeros hace un año durante la Jornada Mundial de la Juventud en Sydney--, el Espíritu Santo desciende nuevamente, invocado en la solemne oración de la Iglesia, no sólo para transformar nuestros dones del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor, sino también para transformar nuestra vida, para hacer de nosotros, con su fuerza, un solo cuerpo y un solo espíritu en Cristo".

domingo, 11 de septiembre de 2011

Plegaria a Cristo (ternura del alma enamorada)

Me apropio de esta plegaria que compuso una religiosa de vida activa que se dirigió conmigo.

¡Cuánta santidad hay en la Iglesia!

Está escondida, discreta; porque la santidad, perfección de la caridad, no es un metal que resuena ni unos platillos que aturden. Pero cuando se abre el alma y se ve la interioridad sincera, se revela cuánta santidad concreta, conviviendo con nosotros, hay en nuestra Iglesia. ¡Eso la hace grande, bendito Misterio de la Iglesia!

Oremos pues y digamos a Cristo:

"¿Dónde te escondes, Señor,
dónde tienes tu morada?

Te buscan estos mis ojos,
pero no logran ver nada.
Quieren tocarte mis manos,
pero quedan defraudadas.
Mis oídos nunca escuchan
tu voz dulce y delicada.

No puedo poner un ósculo
en tus dos manos llagadas,
ni tampoco de tus pies
puedo besar las pisadas.

¿De qué color son tus ojos?
¡Ay, quién viera tu mirada!
¿Qué timbre tiene tu voz?
¡Si pudiera yo escucharla!
¿Qué forma tienen tus manos?
¡Si pudiera yo tocarlas!
¿Cómo es toda tu persona?
¡Quién pudiera contemplarla!

viernes, 9 de septiembre de 2011

¿Y por qué nos quiere Dios? ¿Ha visto algo en nosotros?

En ocasiones, los esquemas de las religiones se infiltran en nuestra mentalidad casi sin darnos cuenta. Más aún, si lo mezclamos con el moralismo reinante, hablando de "valores". Esto nos influye hasta el punto de vivir muchas veces con una angustia que no sabemos expresar: tenemos que ser buenos para que Dios nos quiera, porque si no nos puede castigar o nos puede rechazar. Se disparan los niveles de exigencia personal, se vive con un cierto terror a Dios.

Pero es que el proceso es, justamente, al contrario. Dios nos ama porque Él es Amor y al amarnos nos va transformando en buenos y virtuosos. Su Amor es transformador, su Amor es absolutamente gratuito. Ya no se trata de que nos ame porque somos buenos (¡que no lo somos!), sino porque Él es Bueno, el único Bueno. Ser amados por Dios responde a la gratuidad de Dios, no a nuestros méritos.

Escribía Ratzinger en "Ser cristiano":

"Él no nos ama porque seamos particularmente buenos, particularmente virtuosos, particularmente meritorios, porque seamos de algún modo útiles o necesarios para él. Nos ama, no porque seamos nosotros buenos, sino porque él es bueno. Nos ama aunque no tengamos nada que ofrecerle; nos ama aunque nuestro vestido sean los harapos del hijo perdido, que no lleva consigo nada digno de ser amado".

¡Cómo cambia todo entonces!

La pregunta moral para el cristiano ya no es qué tengo que hacer, sino quién tengo que ser. Se abre entonces el panorama de la libertad y del amor en respuesta a Jesucristo y a su seguimiento, el conocimiento interno del Señor, mi respuesta de amor a Cristo que va transformando la vida, haciéndola buena, verdadera, bella. 

La vocación es el amor, la respuesta la adhesión a un Amor mayor; la moral, el resultado del Amor de Cristo en mí, un amor que es incondicional.

Porque Él es Bueno me ama, no porque yo sea Bueno y tenga miedo de Dios.

jueves, 8 de septiembre de 2011

El canto litúrgico, escuela de empatía (un solo corazón)


        Un ulterior paso será vivir y cantar de un modo nuevo, el modo fraterno que nace de la Comunión en Cristo. Cada uno está llamado a cantar un cántico nuevo al Señor y cada cual puede ser una letanía, un himno, una acción de gracias... pero en la asamblea común de la Iglesia todos cantan en común algo que, tal vez no corresponde a lo que uno siente y vive y experimenta. De esta forma el canto nuevo de la Iglesia educa en la empatía, en ponerme en la piel del otro, el cantar el canto nuevo del hermano que tal vez no es el mismo estilo de canto, melodía y texto que se interpreta en mi existencia. Pero, al cantarlo, el corazón se educa en la empatía de sentir como mío lo que es del hermano. En la Liturgia de las Horas ocurre este fenómeno de empatía con los salmos, que según su orden y distribución, no siempre van a coincidir con los sentimientos particulares de quien canta el salmo:

“Quien recita los salmos en la Liturgia de las Horas no lo hace tanto en nombre Ppopio como en nombre de todo el Cuerpo de Cristo, e incluso en nombre de la persona de] mismo Cristo. Teniendo esto presente se desvanecen las dificultades que surgen cuando alguien, al recitar el salmo advierte tal vez que los sentimientos de su corazón difieren de los expresados en el mismo, así, por ejemplo, si el que está triste y afligido se encuentra con un salmo de júbilo o, por el contrario, sí sintiéndose alegre se encuentra con un salmo de lamentación. Esto se evita fácilmente cuando se trata simplemente de la oración privada en la que se da la posibilidad de elegir el salmo más adaptado al propio estado de ánimo. Pero en el Oficio divino se recorre toda la cadena de los salmos, no a título privado, sino en nombre de la Iglesia, incluso cuando alguien hubiere de recitar las Horas individualmente. Pero quien recitare los salmos en nombre de la Iglesia, siempre puede encontrar un motivo de alegría y tristeza, porque también aquí tiene su aplicación aquel dicho del Apóstol: "Alegrarse con los que se alegran y llorar con los que lloran" (Rom 12, 1) y así la fragilidad humana, indispuesta por el amor propio, se sana por la caridad, que hace que concuerden el corazón y la voz del que recita el salmo” (IGLH 108).

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Un programa de vida

Algo que hay que repetir una y otra vez, aunque nunca constituya una novedad: necesitamos un programa de vida, pero este programa no puede ser otro que un programa eucarístico de vida. ¡Nada más importante, nada más necesario, nada más central y prioritario!


Lo eucarístico en nuestra vida debe ser siempre el centro de todo, aquello -¡¡Cristo mismo!!- que da unidad a lo que somos y vivimos, aprendiendo con Él a ofrecernos, alimentándonos con Él, conversando con Él.

Tendremos muchas cosas que hacer, muchas ocupaciones, muchas tareas... y muchos horarios que se descompensan y arrastran de nosotros; pero sólo descubriendo la Eucaristía encajarán las demás piezas de nuestra vida y habrá tiempo para todo, todo encajará bien. Pero, lo primero, la Eucaristía.


martes, 6 de septiembre de 2011

La Eucaristía, sacramento "social" (De Lubac)

El tercer sacramento "social" que señala De Lubac (siguiendo el hilo de anteriores artículos) es el Gran Sacramento, el que los contiene a todos y todos conducen a él: el sacramento de la Eucaristía, donde De Lubac anticipa y resume, con suma claridad, lo que expondrá unos años después en “Corpus mysticum. La Eucaristía y la Iglesia en la edad media”.

La Eucaristía es el gran sacramento de la unidad. Es el Sacramento del Cuerpo de Cristo que se da a aquellos que forman su Cuerpo; es el Cuerpo de Cristo sacramental que se ofrece a su Cuerpo místico. ¡Recibimos lo que somos! Recibimos el Cuerpo de Cristo porque somos el Cuerpo de Cristo. Muy evocadora la cita que trae de Lubac de San Agustín -entre otras citas patrísticas- cuando el gran Doctor predicaba a los neófitos en la Vigilia pascual y su Octava: 
Se os dice: el cuerpo de Cristo. Y vosotros respondéis: Amén. Sed pues miembros del Cuerpo de Cristo, para que sea verdadero vuestro Amén. ¿Y por qué este misterio está hecho con pan? No digamos nada de nuestra propia cosecha. Escuchemos al Apóstol que, hablando del sacramento, dice: "Todos nosotros, con nuestro gran número, somos un solo cuero, un solo pan". Comprended y regocijaos. ¡Unidad, piedad, caridad! Un solo pan: ¿y qué es este pan único? Un solo cuerpo, hecho de muchos. Notad que el pan no se hace con un solo grano, sino con un gran número. Durante los exorcismos, estabais en alguna manera bajo la muela. En el bautismo, habéis quedado empapados de agua. El Espíritu Santo ha venido entonces a vosotros, como el fuego que cuece la masa: Sed pues lo que veis y recibid lo que sois...

En cuanto al cáliz, hermanos míos, acordaos cómo se hace el vino. Muchos granos penden del racimo, pero el licor que mana de todos se confunde en la unidad. Así ha querido el Señor que le pertenezcamos, y ha consagrado sobre su altar el misterio de nuestra paz y de nuestra unidad” (Sermón 272 y 234).

lunes, 5 de septiembre de 2011

J.A.S.P., preparados, formados (JMJ)

Hará algunos años, una campaña de publicidad -¿de qué era? ¿tal vez de un coche?- acuñaron el término J.A.S.P., como un concepto atractivo y elitista, que era el acróstico de "Jóvenes Aunque Sobradamente Preparados". Las imágenes asociaban el producto a jóvenes ya con su primer puesto de trabajo conseguido, bien remunerado, que, pese a su juventud, mostraban una alta cualificación intelectual y acádemica.

J.A.S.P., "Jóvenes Aunque Sobradamente Preparados" me ha venido a la cabeza con las palabras del Papa en la JMJ. ¿Qué horizonte marcaba el Santo Padre? Dirigía la mirada de todos a una suficiente formación, cualificación, en la doctrina, en la fe. El Papa quería a los jóvenes que fueran plenamente jóvenes "aunque sobradamente preparados". Lanzaba el reto de la formación.

Para ser exactos, la formación de los jóvenes ya la tuvo presente y se refirió a ella en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Juventud, con fecha 6 de agosto de 2010. Para ser arraigados en Cristo y para que Cristo nos fortalezca en la fe, era necesaria -¡es necesaria!- una formación doctrinal suficiente y razonada:

"Entablad y cultivad un diálogo personal con Jesucristo, en la fe. Conocedle mediante la lectura de los Evangelios y del Catecismo de la Iglesia Católica; hablad con Él en la oración, confiad en Él. Nunca os traicionará. «La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado» (Catecismo de la Iglesia Católica, 150). Así podréis adquirir una fe madura, sólida, que no se funda únicamente en un sentimiento religioso o en un vago recuerdo del catecismo de vuestra infancia. Podréis conocer a Dios y vivir auténticamente de Él, como el apóstol Tomás, cuando profesó abiertamente su fe en Jesús: «¡Señor mío y Dios mío!»" (Mensaje, n. 4).

domingo, 4 de septiembre de 2011

La nueva forma, estructura y realismo de la teología

La teología ha recibido con el Concilio Vaticano II un nuevo impulso y se le ha asignado una especial relevancia a su estatuto y a su método.

Especialmente hermoso y sugerente es el análisis que realiza Ratzinger. Con este análisis:

-podremos aprender qué es la teología

-valoraremos la función y la vocación del teólogo (hoy denostada, porque sólo importa hoy "lo pastoral" inmediato)

-tendremos elementos de criterio para discernir la verdadera teología de otras cosas, libros, artículos, blogs, que realmente son o ideología o mera repetición de lo que Ratzinger llamaba irónicamente "teología de encíclica".

"Con ello hemos llegado a un punto en que podemos ya intentar establecer una tesis fundamental sobre la esctructura de la apertura del concilio al mundo.

En efecto, la apertura dentro de la teología parece ser por de pronto asunto puramente interno  de la Iglesia de su labor teológica, pues quedan inmediatemente incorporados nuevos campos de la tradición.La relación entre las fuentes y el magisterio, entre el carácter normativo de éste y el carácter normativo de la Escritura pasan a ser objetos de nuevo reflexión.


viernes, 2 de septiembre de 2011

La Cruz de Cristo y sus dimensiones

"En realidad, propio de la divinidad es extenderse a través de todo y ser coextensiva de la naturaleza de los seres en todas sus partes, porque nada puede permanecer en el ser, si no permanece en lo que es, y por otro lado, lo que es propia y primariamente es la naturaleza divina, y la permanencia de los seres nos obliga necesariamente a creer que esa naturaleza está en todos los seres. Pues bien, por medio de la cruz, cuya figura se distribuye en cuatro, de suerte que, partiendo del punto medio, hacia el cual todo converge, se pueden contar cuatro prolongaciones, se nos ha enseñado lo siguiente: el que sobre ella fue extendido en el momento oportuno según el plan divino para su muerte es el mismo que conjunta y ajusta todo a sí mismo, reuniendo por sí mismo las diferentes naturalezas de los seres en un solo acuerdo y una sola armonía...
 
Por tanto, puesto que toda la creación mira hacia Él y está alrededor de Él, y por medio de Él mantiene su cohesión, pues gracias a Él se conjuntan las cosas con las de abajo y las de los flancos entre sí, era necesario, no sólo que se nos llevara por el oído al conocimiento de la divinidad, sino también que nuestra vista se convirtiera en maestra de los más altos conceptos. De ahí es de donde parte el gran Pablo cuando inicia en los misterios al pueblo de Éfeso y le da, mediante su enseñanza, la capacidad de conocer cuál es la hondura, la altura, la anchura y la largura.


jueves, 1 de septiembre de 2011

Ofrecernos con Cristo (adoración eucarística)

Un rasgo espiritual de Eucharisticum Mysterium, n. 50, señala otra dimensión sacerdotal, en este caso, la oblación, la ofrenda de uno mismo uniéndose a Cristo: 
“ofreciendo con Cristo toda su vida al Padre en el Espíritu Santo, sacan de este trato admirable un aumento de su fe, su esperanza y su caridad” (n. 50). 
 No son víctimas animales, ni algo exterior al bautizado, sino él mismo, su persona entera, la que en la adoración eucarística se ofrece con Cristo al Padre, “ofreciéndose como hostia viva, santa, agradable a Dios. Éste es vuestro culto racional” (o razonable, Rm 12,1). Con Cristo, en su presencia sacramental, reconocen la voluntad divina y se ofrecen: “Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad” (Hb 10,10) y se ofrecen buscando realizar en todo la voluntad de Dios como san Pablo: “Señor, ¿qué quieres que haga?” (Hch 22,10).

    El dinamismo teologal se pone en juego: la fe, la esperanza y la caridad se ven aumentadas por la unión con Cristo, viviendo la vida espiritual, vida cristificada de los hijos de Dios. La adoración eucarística expone al fiel ante el fuego de la zarza ardiente, el Misterio fascinante de Dios que quema purificando: ¿Cómo no arderá el corazón en fe, esperanza y caridad, ante Aquél que es Fuego, Vida, Luz y Amor?