El centro de la vida de la Iglesia es la Eucaristía.
Nada hay más importante para la Iglesia que la Eucaristía, ya que en ella recibe la Iglesia su propio ser, su propia vida y se configura al modo eucarístico. Cesen los esteticismos en torno a la liturgia, acabe ya la consideración lúdico-catequética de la Misa, acudan a su naturaleza teológica. La Iglesia vive de la Eucaristía.
"La primera fase del redescubrimiento interior de la Iglesia se había centrado, como hemos dicho, en torno al concepto de Cuerpo Místico de Cristo, que se desarrolló a partir de San Pablo y que puso en primer término la idea de la presencia de Cristo y del dinamismo propio de una realidad viviente. Ulteriores investigaciones condujeron a conocimientos nuevos. Henri de Lubac, sobre todo, en una obra grandiosa llena de amplia erudición, ha puesto en claro que el término corpus mysticum designa originariamente la Sagrada Eucaristía y que, tanto para Pablo como para los Padres de la Iglesia, la idea de Iglesia como Cuerpo de Cristo estuvo inseparablemente vinculada a la idea de la Eucaristía, en la que el Señor se halla corporalmente presente y nos entrega su cuerpo como alimento. Surgió así una eclesiología eucarística, llamada también, con frecuencia, eclesiología de la communio. Esta eclesiología de la communio ha llegado a ser el auténtico corazón de la doctrina del Vaticano II sobre la Iglesia, el elemento nuevo y, al mismo tiempo, enteramente ligado a los orígenes que este Concilio ha querido ofrecernos.
Ahora bien: ¿qué debe entenderse por eclesiología eucarística? Trataré de señalar muy brevemente algunos puntos fundamentales. El primero es que la Última Cena de Jesús se reconoce como el auténtico acto de fundación de la Iglesia: Jesús ofrece a los suyos esta liturgia de su muerte y de su resurrección y les entrega así la fiesta de la vida. Repite en la Última Cena el Pacto del Sinaí, o mejor aún: lo que allí había sido solamente un presagio en forma de signo, se hace ahora completamente real: la comunión de sangre y de vida entre Dios y el hombre.
Al decir esto, resulta claro que la Última Cena anticipa la cruz y la resurrección y, al mismo tiempo, las presupone necesariamente, porque de otro modo se quedaría en mero gesto vacío. Por esta razón, los Padres de la Iglesia pudieron decir, con una imagen muy hermosa, que la Iglesia ha brotado del costado atravesado del Señor, del que salió sangre y agua.