jueves, 31 de enero de 2013

La fe es vigilancia e impulso (y II)

La primera parte de este discurso de Pablo VI nos orientaba a considerar la fe como vigilancia, estudio, atención: habría que estar formados e informados, así se evita estar dormidos o ingenuamente expuestos a cualquier viento de doctrina.


El segundo paso, necesario, es el impulso, el apostolado, el estímulo, la presencia activa en el mundo. La fe es diligente y laboriosa. Cada cual, según su capacidad, multiplica por dos los talentos recibidos. Sale a los caminos y los recorre por mandato del Señor. Es estímulo que lanza a la tarea apostólica siendo ancla para permanecer firmes, fijos en la verdad inmutable, sin adulteraciones ni acomodaciones.


"Sentido critíco ante el mundo en transformación

Otro punto de reflexión nos lo brinda la realidad en que nos encontramos. Se trata de observar atentamente un fenómeno elemental pero de la máxima importancia.

¿No os dais cuenta que estamos en un período de transformación y que las cosas cambian rápidamente? Realmente, nuestro tiempo es sumamente evolutivo. Surgen nuevas costumbres; se desarrollan los medios de bienestar a disposición de la vida; se elevan las clases sociales; aumenta la instrucción del pueblo; se extienden las relaciones entre los pueblos, etc. Con frecuencia se escucha el fácil apelativo de "superados", dado a los ancianos; y por todas partes se difunde una inquietud permanente porque la palabra novedad se considera casi palabra y orientación definitiva de nuestra vida. Queremos vivir a la moda, se oye decir. Anhelamos las cosas del futuro y nos asociamos, incluso inconscientemente, al movimiento que arrastra a nuestra sociedad a no pocas transformaciones. ¿Cómo gobernarnos entonces ante las transformaciones en curso que afectan a nuestras costumbres personales, sociales, domésticas, culturales, etc.?

martes, 29 de enero de 2013

Ser apóstol (II)

El apostolado del cooperador parroquial es una dimensión inherente al mandato misionero que el Señor encargó a su Iglesia: "Id y haced discípulos..."

    Pero este mandato misionero, que origina el apostolado, es un servicio al hombre para que descubra en el Evangelio el camino de la vida, de su salvación, de su plenitud. "¡Ay de mí si no evangelizare!" (1Cor 9,16): el grito de San Pablo bien podría ser el grito de cualquier cristiano que habiendo descubierto la perla escondida (Mt 13,45-46) quiere comunicarlo a los demás, la alegría de la mujer que encuentra el dracma perdido y avisa a sus vecinas (Lc 15,8). El mismo gozo de los enfermos que, curados por la potencia sanadora y curativa del Señor, anuncian y glorifican las obras de Dios. 


Para eso ha nacido la Iglesia, para ser testimonio y testigo; su vida es el apostolado, su felicidad la evangelización:

La Iglesia ha nacido con el fin de que, por la propagación del Reino de Cristo en toda la tierra, para gloria de Dios Padre, todos los hombres sean partícipes de la redención salvadora, y por su medio se ordene realmente todo el mundo hacia Cristo. Toda la actividad del Cuerpo Místico, dirigida a este fin, se llama apostolado, que ejerce la Iglesia por todos sus miembros y de diversas maneras; porque la vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado. Como en la complexión de un cuerpo vivo ningún miembro se comporta de una forma meramente pasiva, sino que participa también en la actividad y en la vida del cuerpo, así en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, "todo el cuerpo crece según la operación propia, de cada uno de sus miembros" (Ef., 4,16).Y por cierto, es tanta la conexión y trabazón de los miembros en este Cuerpo (Cf. Ef., 4,16), que el miembro que no contribuye según su propia capacidad al aumento del cuerpo debe reputarse como inútil para la Iglesia y para sí mismo (Decreto Apostolicam Actuositatem, 2).

El que encuentra a Jesucristo en su vida, descubre el hontanar de su gozo, la fuente refrescante de una alegría serena.

   

domingo, 27 de enero de 2013

Preparándonos para comulgar (Pequeños detalles)




            Terminada la Plegaria eucarística, y cantado el solemne “Amén” a la doxología (“Por Cristo, con él y en él…”), comienzan una serie de ritos distintos para disponernos a recibir la comunión sacramental. Lo que se ha ofrecido sacramentalmente, lo que se ha consagrado, va a ser participado en Comida y Bebida espiritual, Pan de vida eterna y Cáliz de eterna salvación.

            Estos ritos son: el Padrenuestro y su embolismo (“Líbranos, Señor, de todos los males…”), el signo de la paz, la Fracción del Pan consagrado, la invitación a la comunión con las palabras del evangelio (“Éste es el Cordero de Dios…”) y la respuesta tomada de las palabras del centurión (“Señor, no soy digno…”[1]).

            Es tan importante la Comunión sacramental, y a ella tiende la celebración eucarística, que todos debemos percibir ese momento como una recepción espiritual del mismo Cristo. Así dirá la Ordenación general del Misal romano: “Puesto que la celebración eucarística es el banquete pascual, conviene que, según el mandato del Señor, su Cuerpo y su Sangre sean recibidos como alimento espiritual por los fieles debidamente dispuestos. A esto tienden la fracción y los demás ritos preparatorios, con los que los fieles son conducidos inmediatamente a la Comunión” (IGMR 80).

            Sabiendo esta visión global de los ritos de comunión, vamos a detenernos en unos pequeños instantes generalmente desaprovechados y después en el modo de acercarse al altar a comulgar.

            a) El sacerdote reza en silencio

            Una vez que se ha terminado la Fracción del Pan, y se ha depositado un pequeño trozo en el cáliz (se llama la “conmixtio”), el sacerdote reza en silencio para disponerse a comulgar.

            "El sacerdote se prepara para recibir fructuosamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo con una oración en secreto. Los fieles hacen lo mismo orando en silencio.

            Después el sacerdote muestra a los fieles el Pan Eucarístico sobre la patena o sobre el cáliz y los invita al banquete de Cristo; además, juntamente con los fieles, pronuncia un acto de humildad, usando las palabras evangélicas prescritas" (IGMR 84).

sábado, 26 de enero de 2013

Salmo 39: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad...

    Seguimos las explicaciones de los salmos, al menos, para saber poco a poco interpretarlos, descubriendo a Cristo en ellos, o descubriendo a la Iglesia en el salmo. Todos los salmos, ocultan, o de manera escondida, contienen el misterio de Cristo, o de la Iglesia, o de la salvación; por eso hay que superar la letra, quedarnos sólo en lo que oímos, para entrar en el meollo, en el espíritu del salmo.

    El salmo 39 lo interpreta la misma Escritura, en la carta a los Hebreos, en el capítulo 10. Pone el salmo en boca de Cristo, así tal cual. Dice la carta a los Hebreos: “Cuando Cristo entró en el mundo dijo: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. Por tanto, ya la misma Palabra de Dios, los escritos del Nuevo Testamento, están haciendo una lectura cristológica, aplicándolos a Jesucristo. Así pues, este salmo es el mismo Cristo quien lo proclama. 

El sentido de la letra, lo que dice el salmo, es que el Señor no quiere sacrificios de animales, ni de cosas externas a nosotros. El Señor lo que quiere es el ofrecer nuestro corazón haciendo su voluntad, el ofrecimiento de nosotros mismos.

  ¿Qué quiere el Señor? “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. ¿Quién realiza de verdad este salmo? El único sacrificio que ha sido agradable a Dios: el cuerpo de Cristo inmolado en la cruz. “No quieres sacrificio sin ofrendas, y en cambio me abriste el oído. Me has dado un cuerpo”. Es el cuerpo de Cristo lo que queda ofrecido, es el Corazón de Cristo haciendo la voluntad de Dios. Así entendemos este salmo donde es el mismo Cristo el que lo está rezando.  

viernes, 25 de enero de 2013

Empezamos con el apostolado (I)

Desde el bautismo, cada uno de nosotros, como don precioso participado de Cristo, somos profetas. ¿De visiones, sueños, catástrofes? ¿O de los profetas disidentes que generan una Iglesia "nueva", a su gusto, copiando los modelos sociales? Más bien, profetas como Cristo, voceros de Él, que tienen una Palabra que pronunciar al mundo, anunciando y dando testimonio. El profetismo que nace del ser bautizado recibe un hermoso nombre: apostolado.

El cristiano es un apóstol, un enviado: siempre, en todo lugar, sin condiciones. El apostolado dimana del Bautismo y así ninguno estamos exentos de él, aunque las modalidades del apostolado dependerán de la vocación particular: distinto el apostolado de un sacerdote, el de un misionero, el de un padre o madre de familia, el de un catequista, el de una religiosa en un Colegio, el de un contemplativo en la soledad monástica, etc. Pero, en común, un mismo rasgo: el apostolado.

Un solo texto, de la Constitución Dogmática Lumen Gentium, abre el horizonte:

El apostolado de los laicos es participación en la misma misión salvífica de la Iglesia, apostolado al que todos están destinados por el Señor mismo en virtud del bautismo y de la confirmación. Y los sacramentos, especialmente la sagrada Eucaristía, comunican y alimentan aquel amor hacia Dios y hacia los hombres que es el alma de todo apostolado. Los laicos están especialmente llamados a hacer presente y operante a la Iglesia en aquellos lugares y circunstancias en que sólo puede llegar a ser sal de la tierra a través de ellos. Así, todo laico, en virtud de los dones que le han sido otorgados, se convierte en testigo y simultáneamente en vivo instrumento de la misión de la misma Iglesia en la medida del don de Cristo (Ef 4,7).
Además de este apostolado, que incumbe absolutamente a todos los cristianos, los laicos también puede ser llamados de diversos modos a una colaboración más inmediata con el apostolado de la Jerarquía, al igual que aquellos hombres y mujeres que ayudaban al apóstol Pablo en la evangelización, trabajando mucho en el Señor (cf. Flp 4,3; Rm 16,3ss). Por lo demás, poseen aptitud de ser asumidos por la Jerarquía para ciertos cargos eclesiásticos, que habrán de desempeñar con una finalidad espiritual.
Así, pues, incumbe a todos los laicos la preclara empresa de colaborar para que el divino designio de salvación alcance más y más a todos los hombres de todos los tiempos y en todas las partes de la tierra. De consiguiente, ábraseles por doquier el camino para que, conforme a sus posibilidades y según las necesidades de los tiempos, también ellos participen celosamente en la obra salvífica de la Iglesia (LG 33).

jueves, 24 de enero de 2013

La fe es vigilancia e impulso (I)

Vigilancia, lo sabemos: el día se echa encima, la noche está avanzada... ¡despertemos! Porque el Señor insistentemente recomendaba: "Vigilad, velad". Una fe adormecida, aletargada, pierde su cualidad esencial de vigilancia, sin ver ni oír cuándo viene el Señor o cuáles son sus signos concretos que señalan caminos nuevos, que corrige los pasos errados.

Mas, junto a la vigilancia, la fe es impulso, o si lo preferimos, estímulo, ardor, fuego. A nadie deja indiferente, ni pasivo, ni  ocioso, sino que lo transforma y lo envía, lo lanza y lo introduce en la realidad para que fermente, para que sale, para que ilumine. La fe es impulso, estímulo de vida y apostolado.


Y si al árbol bueno se le conoce por sus frutos, porque señala una raíz buena, la fe se reconoce como viva y sólida y arraigada cuando está vigilante a los signos de Cristo, a sus constantes llamadas, y se mueve y actúa para multiplicar los talentos, para volver a echar las redes como pescadores de hombres, para regar lo que tal voz otro plantó y será otro quien recoja. La fe es una vida (divina, sobrenatural, eterna) que se comunica y se expande.

Ese dinamismo es el vemos reflejado en los apóstoles a medida en que van conociendo a Cristo; despiertan, viven de esperanza y alientan a otros para que hagan esa misma experiencia: "y lo llevó a Jesús" (Jn 1, 41). Por eso podemos afirmar que la fe es vigilancia e impulso, no un remanso tranquilo de confort para dormitar tranquilos.

Una amplia alocución o discurso de Pablo VI ofrecerá una abundante materia de meditación y formación para nosotros, siempre con deseos de una fe renovada, madura, fiel.

"¿Cuál es la meta última; cuáles son los deberes; dónde descansa la esperanza de los hombres? Las palabras del Papa van precisamente dirigidas a recordar a cada redimido: tú has sido creado por Dios y estás destinado a volver a  Dios. La vida es una vocación; tiene un destino preciso y por tanto una expectativa; cada elemento en el tiempo debe compendiarse por tanto en la realidad de la luz emanada por el Redentor.

De aquí se deduce que la vida cristiana no es un lago tranquilo. Es un ejército de almas vibrantes, que están prontas, que oran, que velan, que trabajan; todas tienen algo que pedir y algo que ofrecer.

miércoles, 23 de enero de 2013

Sueños de una primavera eucarística

El término "primavera eucarística" lo ha acuñado Benedicto XVI.

¿Podríamos soñar con él?

Sería algo hermoso: la vida de nuestras parroquias, y por tanto la vida de cada uno de nosotros, girando en torno a la Eucaristía, con una piedad sólida, cimentada en la Santa Misa diaria, la oración ante el Sagrario y la adoración al Santísimo expuesto.

Es verdad que existe hoy un resurgir en la vida eucarística de muchas parroquias (¿podríamos añadir de muchos colegios católicos, de muchas iglesias conventuales, de muchos fieles?), y el Papa lo ve con esperanza describiendo los tres puntos fundamentales que a todos nos atañen:

"Quiero afirmar con alegría que la Iglesia vive hoy una «primavera eucarística»: ¡Cuántas personas se detienen en silencio ante el Sagrario para entablar una conversación de amor con Jesús! Es consolador saber que no pocos grupos de jóvenes han redescubierto la belleza de orar en adoración delante del Santísimo Sacramento. Pienso, por ejemplo, en nuestra adoración eucarística en Hyde Park, en Londres. Pido para que esta «primavera eucarística» se extienda cada vez más en todas las parroquias... El venerable Juan Pablo II, en la encíclica Ecclesia de Eucharistia, constataba que «en muchos lugares (…) la adoración del Santísimo Sacramento tiene diariamente una importancia destacada y se convierte en fuente inagotable de santidad. La participación fervorosa de los fieles en la procesión eucarística en la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo es una gracia del Señor, que cada año llena de gozo a quienes participan en ella. Y se podrían mencionar otros signos positivos de fe y amor eucarístico» (n. 10).
...Renovemos también nosotros la fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Como nos enseña el Compendio del Catecismo de la Iglesia católica, «Jesucristo está presente en la Eucaristía de modo único e incomparable. Está presente, en efecto, de modo verdadero, real y sustancial: con su Cuerpo y con su Sangre, con su alma y su divinidad. Cristo, todo entero, Dios y hombre, está presente en ella de manera sacramental, es decir, bajo las especies eucarísticas del pan y del vino» (n. 282).
Queridos amigos, la fidelidad al encuentro con Cristo Eucarístico en la santa misa dominical es esencial para el camino de fe, pero también tratemos de ir con frecuencia a visitar al Señor presente en el Sagrario. Mirando en adoración la Hostia consagrada encontramos el don del amor de Dios, encontramos la pasión y la cruz de Jesús, al igual que su resurrección. Precisamente a través de nuestro mirar en adoración, el Señor nos atrae hacia sí, dentro de su misterio, para transformarnos como transforma el pan y el vino. Los santos siempre han encontrado fuerza, consolación y alegría en el encuentro eucarístico. Con las palabras del himno eucarístico Adoro te devote repitamos delante del Señor, presente en el Santísimo Sacramento: «Haz que crea cada vez más en ti, que en ti espere, que te ame»" (Benedicto XVI, Audiencia general, 17-noviembre-2010).

lunes, 21 de enero de 2013

Santa Inés o la pasión por Cristo



"Santa Inés es una de las conocidas adolescentes romanas, que muestran la belleza auténtica de la fe en Cristo y de la amistad con Él. Su doble condición de virgen y mártir recuerda la dimensión total de la santidad. Es una santidad integral que se os pide también a vosotros por vuestra fe cristiana y por la especial vocación sacerdotal con la que el Señor os ha llamado y os une a sí mismo. El martirio -para Santa Inés-, significó la generosa y libre aceptación de gastar la propia joven vida, en su totalidad y sin reservas, a fin de que el Evangelio fuese predicado como verdad y belleza que iluminan la existencia.

En el martirio de Inés, acogido con valor en el estadio de Domiciano, brilla por siempre la belleza de pertenecer a Cristo sin titubeos, confiándose a Él. Aún hoy, para cualquiera que pasa por la plaza Navona, la efigie de la santa ubicada en el frontis de Iglesia de Santa Inés en Agone, recuerda que nuestra Ciudad está fundada también sobre la amistad de muchos de sus hijos e hijas con Cristo, y del testimonio de su Evangelio. Su generosa entrega a Él y al bien de los hermanos, es un componente fundamental de la fisonomía espiritual de Roma.

sábado, 19 de enero de 2013

Grandeza y límite de la ciencia

La ciencia posee la grandeza del conocimiento y por tanto de avanzar, mejorar, progresar, en servicio del hombre; mas posee también su límite, definido por la ética-moral, ya que no todo lo que la ciencia puede hacer es moralmente bueno, y por el objeto mismo de la ciencia, experimentable, verificable, que no puede extrapolarse a otros órdenes (la ciencia no puede verificar, porque no es su campo ni tiene el "instrumental", la existencia o no de Dios, o de la transustanciación o del amor o de la misericordia).

El cientifismo sólo admite, con exclusividad, aquello que la ciencia afirma y puede lograr; la diosa Razón de la Ilustración se emparenta con la ciencia como algo sagrado.

Son temas sobre los que hay que volver una y otra vez. Y aquí un discurso del Papa a la Pontificia Academia de las Ciencias puede forjarnos criterios sólidos.

 "La historia de la ciencia en el siglo XX está marcada por indudables conquistas y grandes progresos. Lamentablemente, por otro lado, la imagen popular de la ciencia del siglo XX a veces se caracteriza por dos elementos extremos. Por una parte, algunos consideran la ciencia como una panacea, demostrada por sus importantes conquistas en el siglo pasado. En efecto, sus innumerables avances han sido tan determinantes y rápidos que, aparentemente, confirman la opinión según la cual la ciencia puede responder a todos los interrogantes relacionados con la existencia del hombre e incluso a sus más altas aspiraciones. Por otra, algunos temen la ciencia y se alejan de ella a causa de ciertos desarrollos que hacen reflexionar, como la construcción y el uso aterrador de armas nucleares.

Ciertamente, la ciencia no queda definida por ninguno de estos dos extremos. Su tarea era y es una investigación paciente pero apasionada de la verdad sobre el cosmos, sobre la naturaleza y sobre la constitución del ser humano. En esta investigación se cuentan numerosos éxitos y numerosos fracasos, triunfos y derrotas. Los avances de la ciencia han sido alentadores, como por ejemplo cuando se descubrieron la complejidad de la naturaleza y sus fenómenos, más allá de nuestras expectativas, pero también humillantes, como cuando quedó demostrado que algunas de las teorías que hubieran debido explicar esos fenómenos de una vez por todas resultaron sólo parciales. Esto no quita que también los resultados provisionales son una contribución real al descubrimiento de la correspondencia entre el intelecto y las realidades naturales, sobre las cuales las generaciones sucesivas podrán basarse para un desarrollo ulterior.

viernes, 18 de enero de 2013

Silencio en el ofertorio... o cuando el sacerdote reza en silencio (y III)



III.


            ¿Qué hacemos mientras, durante ese silencio?


            Aquí entraría algo de piedad eucarística, hasta de íntima devoción me atrevería a afirmar. Ya el beato D. Manuel González señalaba cómo esta parte de la Misa debe servir para "actos de abandono (entrega), de esperanza y de caridad, o el amor que se ofrece, se inmola y se une"[1]. Y para que haya verdadera piedad, añadía que era necesario "la participación de la Misa asidua y consciente y, si vale decirlo así, la compenetración con la Misa haga otros tantos hijos de Dios inmolados para siempre y ofrecidos cada día en la misma patena que la Hostia consagrada"[2]. “Cada cual, en su medida y a su modo, sacerdotes son que ofrecen y se ofrecen”[3].

            Es la doctrina de la Iglesia misma:

            "En la Eucaristía, el sacrificio de Cristo se hace también el sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un valor nuevo. El sacrificio de Cristo presente sobre el altar da a todas alas generaciones de cristianos la posibilidad de unirse a su ofrenda" (CAT 1368).

            Este sentido es subrayado por uno de los formularios con los que el sacerdote se dirige a los fieles: "Orad, hermanos, para que llevando al altar los gozos y las fatigas de cada día, ofrezcamos el sacrificio agradable a Dios, Padre todopoderoso".

jueves, 17 de enero de 2013

El pacífico y el envidioso (Exht. a un hijo espiritual - V)

"Pero tú aleja de ti todo fingimiento, y no desees zancadillear a tu prójimo, ni morder ni desgarrar un miembro tuyo. Que aunque, como ser humano que eres, alguna vez llegues a estar airado, no debes llevar tu ira más allá de los confines del sol, sino reconcíliate en paz y reprime toda la furia que sale de tu alma: pues quien abraza la paz y la alberga en su interior, está preparándole una estancia a Cristo, porque Cristo es la paz y en la paz desea descansar. Y maldito es el hombre envidioso en cualquier caso.

Un hombre pacífico siempre tiene sereno su corazón; el envidioso, por el contrario, se asemeja a una nave sacudida por las olas del mar. Un hombre pacífico siempre tiene sereno su corazón; el envidioso, por el contrario, se asemeja a una nave sacudida por las olas del mar. Un hombre pacífico posee un espíritu tranquilo; el envidioso, por el contrario, siempre está en zozobra; pero el que persigue la paz, está siempre, por todas partes, seguro y protegido. El envidioso, en efecto, cual lobo voraz, anda como loco para nada. 

El pacífico es como viña selecta que rebosa de abundante fruto; pero las obras del envidioso se ven impedidas por la penuria y la miseria: y en la misma medida en que el pacífico disfruta gozoso en el Señor, el envidioso, seco de la propia envidia, queda reducido a la nada. Por su alegría desbordante se reconoce a un hombre pacífico, al envidioso lo delata su rostro marchito y lleno de furia.

El pacífico merecerá la misma suerte que los ángeles, al envidioso se le hará partícipe de los demonios; y tal como la paz ilumina lo más recóndito del espíritu, así la envidia oscurece los secretos del corazón. Sí, la paz ahuyenta y deshace toda discordia; la envidia, por el contrario, va amontonando la ira. Y con el resplandor de la paz se ahuyentan todas las sombras, pero donde la envidia ha montado el sitio, allí no hay más que oscuridad y tinieblas exendidas. Persigue, pues, hijo mío, el deseable nombre de la paz, para que puedas obtener su fruto; y detesta la envidia para que no te veas cubierto por los frutos delmal. Pues animal racional te creó Dios, para que pudieras discernir entre lo bueno y lo malo, para que elijas lo mejor, rechaces lo inútil, lo examines todo, te quedes con lo bueno y te abstengas de todo lo que se muestre como malo"

(S. Basilio Magno, Exh. a un hijo espiritual, n. 5).

martes, 15 de enero de 2013

Salmo de misericordia, Pascua y libertad

Los salmos fueron los cantos de alabanza que el pueblo de Israel cantaba al Señor como oración confiada y esperanzada en el poder del Señor. Estos mismos salmos, leídos desde la fe del Nuevo Testamento, fueron pronto el alimento cotidiano de la primitiva Iglesia y hoy seguimos esa misma tradición. La mejor oración posible es la oración sálmica, rezada con el espíritu de la Iglesia como báculo, bastón de apoyo, para el cristiano, hombre caminante y peregrino, hacia la patria celestial.


Todo hombre tiene una historia, un recorrido en su vida donde ha experimentado muchas cosas y multitud de sucesos le han ocurrido. Amar la propia historia, reconocer que todo lo ocurrido en ella es amable (: digno, posible, de ser amado), asumir el pasado como obra de Dios, no es fácil. Todo hombre quisiera haber sido el artífice único, el constructor absoluto de su historia creyendo, equivocadamente, que todo le habría ido mejor, corrigiendo, en definitiva, los planes de Dios. Sin embargo, todo lo ha hecho bien; el Señor poderoso actúa en la historia, también en tu historia personal, aunque a veces no se entienda ni se le vea sentido, pero el Señor dará luz en tiempo oportuno para entender, abrirá los sentidos de nuestra inteligencia espiritual tan embotada.

¿Cómo actúa Dios? Con misericordia. Una misericordia que es eterna y total. Está bien, porque Dios lo ha hecho bien, porque Él es bueno y misericordioso. 

¿Quieres un salmo para rezar y cantar a Dios? Coge el salmo 135 (136). Es una letanía, constantemente se repite el estribillo “porque es eterna su misericordia”, y comienza a re-cordar (a pasar de nuevo por el corazón) todo lo que Dios ha hecho. Así el creyente, da gracias por la creación maravillosa de Dios, por las obras en favor de su pueblo Israel, por la liberación de Egipto, por la tierra prometida... “Dad gracias al Señor porque es bueno: porque es eterna su misericordia. Dad gracias al Dios de los dioses: porque es eterna su misericordia... Él hizo sabiamente los cielos: porque es eterna su misericordia... Él hirió a Egipto en sus primogénitos: porque es eterna su misericordia”

¡Todo lo ha hecho bien! ¡Dios ha actuado en la historia en favor de su pueblo! Por eso este salmo debe ser muy querido: formaba parte de los salmos pascuales, del Gran Hallel (: Aleluya) que se cantaban en la Cena Pascual, el mismo salmo que Jesús cantó (los salmos son cantos) en su última Cena (Cf. Mt 26,30; Mc 14,26).

lunes, 14 de enero de 2013

Silencio en el ofertorio... o cuando el sacerdote reza en silencio (II)



II.

            Ya se han llevado las ofrendas al altar; la patena con el pan está en el altar y se está preparando el cáliz. ¿Qué hace ahora el sacerdote? ¿Cómo debe hacerlo? La explicación pormenorizada de lo que hay que hacer, las rúbricas, explican así:


"141. El sacerdote, en el altar, recibe o toma la patena con el pan, y con ambas manos la tiene un poco elevada sobre el altar, diciendo en secreto: Bendito seas, Señor, Dios. Luego coloca la patena con el pan sobre el corporal.

142. En seguida, el sacerdote de pie a un lado del altar, ayudado por el ministro que le presenta las vinajeras, vierte en el cáliz vino y un poco de agua, diciendo en secreto: Por el misterio de esta agua. Vuelto al medio del altar, toma el cáliz con ambas manos, lo tiene un poco elevado, diciendo en secreto: Bendito seas, Señor, Dios; y después coloca el cáliz sobre el corporal y, según las circunstancias, lo cubre con la palia.

Pero cuando no hay canto al ofertorio ni se toca el órgano, en la presentación del pan y del vino, está permitido al sacerdote decir en voz alta las fórmulas de bendición a las que el pueblo aclama: Bendito seas por siempre, Señor."

domingo, 13 de enero de 2013

Líneas para hacer sana teología

La teología es necesaria a la vida de la Iglesia, porque es el ejercicio de la razón, iluminada por la fe, para comprender los Misterios y traducirlos al hombre de hoy.


El papa Benedicto XVI es un defensor de la vinculación razón-fe y, como buen teólogo, de la función de la teología y sus caminos hoy.

Señalaba como líneas para hacer una sana teología:

1) Las Escrituras como alma de la teología:

"Es importante hacer cada vez más sólido el vínculo entre la teología y el estudio de la Sagrada Escritura, de forma que esta sea realmente su alma y su corazón (cfr Verbum Domini, 31)" (Benedicto XVI, Discurso a la Cong. para la Educación católica, 7-febrero-2011).

jueves, 10 de enero de 2013

Silencio en el ofertorio... o cuando el sacerdote reza en silencio (I)





            Realmente las posibilidades del Misal romano se desconocen o tal vez la rutina, o la costumbre, hacen que se haga todo de una determinada manera siempre igual... y cuando se emplea otra posibilidad de las rúbricas, se genera desconcierto porque nunca antes lo habían visto; tampoco nadie se lo había explicado.

I.

            Y con esto llegamos así al rito de la presentación de los dones en la Misa, el llamado normalmente "ofertorio". Si no hay canto, está la posibilidad, muy aconsejable a mi entender, de que el sacerdote recite en silencio la oración sobre la patena y el cáliz al depositarlas en el altar, sin que sea ni mucho menos obligatorio decir en voz alta "Bendito seas, Señor, Dios del universo..." Es un momento de reposo interior para todos, de silencio que se podría calificar de "oferente".

            Como muy pocas veces se ve realizar este sencillo rito en silencio, algunos fieles se sorprenden cuando lo ven hacer así, e incluso dicen que al no escuchar las oraciones pronunciadas por el sacerdote "participan menos", como si acaso participar fuera estar interviniendo o respondiendo a cada momento. Es también modo de participar unirse en el silencio a la acción litúrgica, y es también participar que el silencio se convierta en oración personal, en breve meditación, en súplica interior. Todo sabiamente combinado, como sabe hacer la liturgia: no todo es silencio, como tampoco todo es cantar, ni todo es intervenir, ni todo es responder... sino que la participación es la armónica distribución de todos esos momentos y acciones.

miércoles, 9 de enero de 2013

Fe: la Iglesia se acerca al mundo

Pudiera sorprender que, en un año de la Fe, Pablo VI dedicara catequesis no hablar de la Fe considerada en sí misma, sino de la Iglesia, su servicio, su misión, su relación con el mundo al que ella va a servir.

¿No va por un lado la fe y por otro la Iglesia? ¿No hay una disyunción, una separación, una distancia entre la fe que es algo privado, y la Iglesia que es una institución pública? ¿La fe no es algo íntimo del sujeto mientras que la Iglesia es un organismo social y jerárquico? ¿Para tener fe hay que estar en la Iglesia? ¿O para entender la fe hay que entender la vida de la Iglesia? ¿La fe no es experiencia, vivencia?


Estos son los interrogantes que, sin duda, más de uno plantearía cuando se ha asumido acríticamente todos los postulados de la secularización y de los profetas del disenso. Éstos han orientado la subjetividad en todos los campos y la fe la han reducido a una vivencia, a una experiencia de trascendencia, a una sublimación del ideal ético ya sin referencia alguna a la Verdad ni a la Revelación. Satisfechos con esta reducción, la Iglesia pierde su sentido original y es mirada sin más como "institución" con una "jerarquía" que en absoluto es necesaria: para vivir esa fe vivencial, experiencial, llena de "valores solidarios" la Iglesia es absolutamente prescindible y hasta un estorbo.

Ahora bien, como la fe es el asentimiento racional a la Palabra, a la revelación, como un don de Dios, sobrenatural, el ámbito donde se vive, se comunica, se fortalece la fe, es la Iglesia, el pueblo de los bautizados, el pueblo de los fieles -los que tienen la fe de Cristo-. La fe se vive en la Iglesia, es sostenida por la Iglesia. Así, por tanto, hablar de fe y de Iglesia no es hablar de términos antagónicos, sino de términos que se relacionan uno con otro por necesidad metafísica, podríamos decir.

martes, 8 de enero de 2013

Pablo VI, Venerable

En Alfa y Omega, el Dr. Vicente Cárcel, que tanto ha publicado e investigado sobre Historia de la Iglesia, ha escrito un artículo sobre Pablo VI muy útil, muy claro... probablemente metiendo el dedo en las llagas.

¿Por qué no es amado Pablo VI? ¿Por qué no fue popular?



Así dice el autor en este artículo de Alfa y Omega:


La aprobación por el Papa del Decreto que abre el camino a la beatificación de Pablo VI, es una gran noticia positiva para la Iglesia universal. Además, se produce cuando estamos celebrando el 50 aniversario de la apertura del Vaticano II, que no sólo fue el Concilio del Papa Juan, sino también del Papa Pablo. Y coincide con el Año de la fe, cuyo precursor fue de alguna manera el Papa Montini, que celebró otro Año de la fe, que concluyó con la proclamación del célebre Credo del Pueblo de Dios.

Pablo VI impulsó la renovación conciliar y promovió su aplicación, procediendo a una renovación estructural de la Iglesia singularmente amplia y profunda. Estas reformas estuvieron acompañadas y sostenidas por una profunda renovación interior. Por ello, Pablo VI insistió en el primado de Dios, de la fe y de la oración contra toda tentación horizontalista y secularista.


lunes, 7 de enero de 2013

Ciegos ante los signos de Dios

Herodes y los sabios, realmente no sabían nada. Podrían citar -Herodes no, evidentemente- versículos y más versículos de las Escrituras, hallar textos paralelos que iluminaran, saber y aplicar cualquir precepto de la Ley, por mínimo que fuera... pero sin embargo no veían. No. Más vale decir que no eran sabios, en todo caso, unos técnicos de saberes religiosos, algo así como una enciclopedia, wikipedia o el mismo Google.

Pero, ¿y ante los signos de Dios?


No ven. No ven, no disciernen, no perciben, que Dios está proporcionando los signos verificables de su actuación: reyes de Tarsis y de las islas, la multitud de dromedarios de Madián y de Efá, la profecía cumplida y la estrella como señal conductora de un camino de búsqueda.

Los signos de Dios se dieron y se dan; pero quien está ciego, no los quiere ver. Se refugian estos ciegos en sus saberes técnicos (lo "de siempre", lo "que siempre se ha hecho así") para escudarse y disculparse. Interpretan la profecía a los magos de Oriente, pero permanecen en palacio. Con ellos no va la cosa. A ellos no les interpela, ni les mueve, ni les seduce la búsqueda de Dios manifestándose.


sábado, 5 de enero de 2013

"Dei Verbum": el concepto de Revelación

Un fruto precioso del Concilio Vaticano II es la Constitución Dogmática "Dei Verbum" sobre la divina Revelación que, sin ser tan amplia como Lumen Gentium o la Gaudium et spes, ofrece una doctrina hermosa. 

Hemos de partir del concepto de Revelación; abarca e integra dos dimensiones: la del conocimiento y la del amor, es decir, la Revelación es el conocimiento sobrenatural por el cual Dios nos a da conocer las verdades que nuestro intelecto, por sí solo, no podría llegar a alcanzar y que no anula, sino que eleva la razón humana, y el amor, porque la Revelación no solamente son ideas, sino Comunicación amorosa, Dios dándose.


"Por una decisión enteramente libre, Dios se revela y se da al hombre" (CAT 50).

No solamente Dios habla, sino que quiere entablar una amistad con el hombre para agraciarlo; no solamente comunica cosas, se da a Sí mismo. Son dos componentes inseparables de la Revelación. La inteligencia del hombre se ve implicada por el conocimiento sobrenatural que proviene de Dios, pero además del plano noético, del conocimiento, se ve implicada la persona entera que ha de responder al amor divino que se le comunica:

"Dios, que "habita una luz inaccesible" (1 Tm 6,16) quiere comunicar su propia vida divina a los hombres libremente creados por él, para hacer de ellos, en su Hijo único, hijos adoptivos (cf. Ef 1,4-5). Al revelarse a sí mismo, Dios quiere hacer a los hombres capaces de responderle, de conocerle y de amarle más allá de lo que ellos serían capaces por sus propias fuerzas" (CAT 52).

Dios se da a conocer y actúa en la historia de los hombres para salvarlos, atrayéndolos a Él; el hombre, por su parte, junto al obsequio de su razón, al asentimiento racional y a la fe, le une el amor ante tanto Amor. La vida del hombre es la visión de Dios, dirá san Ireno; la vida del hombre se cifra en esa comunión con Dios, personal y única.

Recordemos, aplicándolo a este caso particular, el consejo ignaciano: "no el mucho saber satisface el ánima, sino el sentir y gustar las cosas internamente"; no basta saber mucho, sino gustar y sentir con el corazón, internamente, toda la Revelación, incluido el amor salvador de Dios.

Esta es la perspectiva que ofrece la Constitución Dei Verbum:

viernes, 4 de enero de 2013

Algo de teología de la Navidad, sin sentimentalismos

Siempre me ha parecido que el hombre pretende disimular u ocultar la fuerza del Misterio escondiéndolo tras lo banal o lo cultural, a lo mejor no tanto porque no se sepa preguntar al Misterio, cuanto que prefiere la comodidad del quedarse quieto y no indagar, no buscar para no hallar.  


Se amordaza el Misterio tras expresiones humanas o culturales y así se sobrevive con el Misterio sin atreverse a dejarse fascinar por lo bello y verdadero del Misterio.

El ciclo litúrgico de la Navidad es, en verdad, un Misterio, el gran Misterio, el Misterio accesible y palpable del Verbo, de la Presencia del Dios-con-nosotros, que descubre el hombre al hombre, le revela sus inmensas posibilidades, le señala el camino de su sobrenatural vocación a la santidad, el Misterio de la condescendencia divina, del admirable intercambio entre la naturaleza humana y la divina para hacernos a nosotros partícipes de la vida de Dios.

jueves, 3 de enero de 2013

El Logos, la razón, ¡y un Niño!

La razón racionalista -valga la expresión- se encierra al final en sí misma; presumiendo de sabia se hace necia porque sólo admite aquello que llega a comprender y abarcar o medir. La razón racionalista, la razón ilustrada, es tremendamente estrecha, aunque presuma y se vanaglorie de exacta, precisa, conocedora de todo; tan estrecha, que lo que no entiende o no puede llegar a abarcar se cree con derecho a negar su existencia, su valor y arrinconarla en el inmenso cajón-desastre de la "superstición", superchería, o pre-racional.



¡Cuántos choques y cuántos prejuicios! Sólo porque partían del principio de la universalidad de la razón humana y su omnipotencia se encuentran luego con realidades que les es imposible comprender. Han usado mal la razón porque la han cerrado en lugar de abrirla a aquello que la supera. Se dan de bruces con la realidad una y otra vez. Lo que era "científico" ayer, hoy es desechado, saltando de "dogma" en "dogma científico" según pueda avanzar la razón en el orden práctico, científico o filosófico.

Pero hay un salto abismal -y lo han dado, y se han caído en el precipicio- cuando realidades que la superan, de orden trascendente y no por ello menos reales, son subestimadas por el prejuicio y el orgullo intelectual de esa razón ilustrada, de ese racionalismo presuntuoso.

El Logos, la razón de todas las cosas, la Inteligencia ordenadora y creadora de todo, el principio último de cuanto existe, no es el azar ni la casualidad, que se pueda determinar en un laboratorio o en una tribuna cultural. Ya lo sabían los filósofos de la antigüedad. El Logos está en Dios mismo: es el Verbo, la Palabra.

Pero la locura mayor que excede a esa razón empequecida, a ese pensamiento débil de la postmodernidad, es el momento en que la razón creadora de todo entra en la historia, en el tiempo, haciéndose carne en un niño, en un bendito niño, que es el Hijo de Dios. La razón así entendida se choca con el Misterio de la Razón.

miércoles, 2 de enero de 2013

Distribucción del leccionario en Navidad

Si cada año recordamos, en cada tiempo litúrgico, los criterios de selección de las lecturas, su relación entre sí, etc., iremos avanzando en el conocimiento de Cristo y las lecturas de la Palabra de Dios en la celebración eucarística será más plena y provechosa.

No es arbitraria, no es caprichosa dicha selección. Revela un orden interno, destaca algunos aspectos del Misterio.


En la vigilia y en las tres misas de Navidad, las lecturas, tanto las proféticas como las demás, se han tomado de la tradición romana. Las profecías hablan de la salvación y del Mesías; las lecturas de la Aparición o plena Revelación; los Evangelios del Nacimiento o de la Palabra hecha carne... mientras que el salmo aclama: "la victoria de nuestro Dios", "Hoy nos ha nacido un Salvador..."

El domingo dentro de la Octava de Navidad, fiesta de la Sagrada Familia, el Evangelio es de la infancia de Jesús, las demás lecturas hablan de las virtudes de la vida doméstica. Litúrgicamente, es pobre, y parece querer subrayar más la dimensión moral y social de la familia, catequizando desde la liturgia o aprovechando la liturgia para catequizar.