jueves, 31 de enero de 2013

La fe es vigilancia e impulso (y II)

La primera parte de este discurso de Pablo VI nos orientaba a considerar la fe como vigilancia, estudio, atención: habría que estar formados e informados, así se evita estar dormidos o ingenuamente expuestos a cualquier viento de doctrina.


El segundo paso, necesario, es el impulso, el apostolado, el estímulo, la presencia activa en el mundo. La fe es diligente y laboriosa. Cada cual, según su capacidad, multiplica por dos los talentos recibidos. Sale a los caminos y los recorre por mandato del Señor. Es estímulo que lanza a la tarea apostólica siendo ancla para permanecer firmes, fijos en la verdad inmutable, sin adulteraciones ni acomodaciones.


"Sentido critíco ante el mundo en transformación

Otro punto de reflexión nos lo brinda la realidad en que nos encontramos. Se trata de observar atentamente un fenómeno elemental pero de la máxima importancia.

¿No os dais cuenta que estamos en un período de transformación y que las cosas cambian rápidamente? Realmente, nuestro tiempo es sumamente evolutivo. Surgen nuevas costumbres; se desarrollan los medios de bienestar a disposición de la vida; se elevan las clases sociales; aumenta la instrucción del pueblo; se extienden las relaciones entre los pueblos, etc. Con frecuencia se escucha el fácil apelativo de "superados", dado a los ancianos; y por todas partes se difunde una inquietud permanente porque la palabra novedad se considera casi palabra y orientación definitiva de nuestra vida. Queremos vivir a la moda, se oye decir. Anhelamos las cosas del futuro y nos asociamos, incluso inconscientemente, al movimiento que arrastra a nuestra sociedad a no pocas transformaciones. ¿Cómo gobernarnos entonces ante las transformaciones en curso que afectan a nuestras costumbres personales, sociales, domésticas, culturales, etc.?

Siempre hay, es verdad, un tipo de personas que permanece impertérrita ante el vasto fenómeno y dicen: yo me quedo con el pasado. ¡Qué bien se estaba entonces! Yo nunca cambiaré... Esto es estancamiento, inmovilismo, deseo de no hacer nada, de seguir siendo el de ayer más que de unirse a los de hoy.

Por otra parte, hay quienes aceleran las transformaciones, dando paso a un programa radical. Dicen: quitémonos de encima todo lo de ayer, lo del año pasado y hagámoslo todo completamente nuevo. Postura contraria, que es como decir postura de precariedad, propia de las cosas que se cambian inconsideradamente.

¿Qué hacer? La cosa es de particular importancia. Primeramente tenemos que hacer un análisis de las ideas, de las teorías que hemos recibido y se nos han encomendado. Por ejemplo, en la generación pasada, en el siglo anterior al nuestro ha habido formas sociales y espirituales que han permanecido impresas en nuestras almas, dando una configuración a nuestro pueblo. Recordemos las diferentes corrientes anticlericales, marxistas, etc. ¿Estas formas son válidas o no? El solo enunciado de la pregunta indica que debemos tener, además de un espíritu vigilante, un espíritu crítico. Saber escoger, saber juzgar, saber ver dónde están -como se dice ahora- los valores que merecen ser conservados y dónde, en cambio, los pseudovalores, las cosas que se conservan exclusivamente por formalismo, por rutina, por tradicionalismo y por pereza. ¡Cuánta pereza haya también en nuestra sociedad! Está -lo hemos visto- en una evidente y fermentante evolución; pues bien, mirad cómo se aferra a muchas de sus fórmulas que hoy ya son viejas y superadas, y que no tienen validez para ser conservadas y desarrolladas hoy.

La necesidad de ponerse al día atañe también a teorías y movimientos, que ayer parecían, dentro del ambiente propio, intocables. Baste un ejemplo, recordemos una fórmula que gozó de fortuna en tiempos pasados, y bajo ciertos aspectos, hoy la sigue teniendo: la lucha de clases. Pues bien, ¿qué vemos nosotros mirando con perspicacia y guiados de un espíritu científico? Que esa lucha no tiene razón de ser, no es una buena fórmula; está superada y hay que expresarla en otras enunciaciones más inteligentes y más reales. Precisamente en estos días la oficina Internacional de Ginebra ha confirmado la nueva realidad. Por tanto, es necesario modificar la forma con que hemos venido estudiando la cuestión social desde hace veinte, treinta e incluso cuarenta años. No está eliminada, pero ha de adaptarse a nuevas realidades, a otros deseos, a otras aspiraciones y posibilidad. La vocación y los derechos de todos los hombres a la igualdad, al complejo orgánico de una sociedad que colabora consigo misma y se siente unida por una comunión constitucional y fundamental de entendimientos y voluntades, es el sistema más consistente de cualquier teoría de ayer.

¿Y no vamos a ser capaces de deslindar  lo justo de lo no justo, lo verdadero de lo falso o de lo mediocremente válido y útil? ¿No vamos a saber escoger lo que es serio y útil para nosotros?


Es preciso tener sentido crítico. Para nosotros los cristianos esta facultad hay que aplicarla también a muchos elementos que se refieren a nuestra misma profesión religiosa. Llegamos a someter a un examen objetivo nuestra misma fe, la ponemos entre nosotros y nos preguntamos, especialmente los jóvenes, con toda sinceridad. ¿Vale, resistir, es verdadera, merece la pena, debo mantenerla o sin miedo alguno puedo abandonarla e incluso combatirla? La respuesta es única, absoluta e irrefutable; hijos míos, que vuestra fe sea sólida; sabed que lo que el cristianismo os enseña como verdadero, es verdadero; que lo que el cristianismo os enseña como vital está vivo, que cuanto el cristianismo os dice que es importante, lo es, y que cuanto el cristianismo os enseña como necesario, es necesario.

No se puede dejar en mal lugar a Cristo

No se puede dejar en mal lugar a Cristo. No se pueden menospreciar los elevados valores que nos ha legado la Revelación de Dios y nos ha encomendado, a través de los siglos la Iglesia. Ha llegado hasta nosotros una herencia, cuya inmensa riqueza desconocemos. Sin embargo sabemos que el cristianismo auténtico es un valor absoluto. Tenemos que ser personas de fe que juegan, por así decirlo, su vida a esta elección y afirmación, solemnemente, irrevocablemente: admito y creo. Estoy seguro de que, fundamentándome en la palabra de Cristo, de la que es garantía y maestra la Iglesia, no me equivoco. Estoy seguro que prestando a Cristo mi adhesión no me entrego a un capitán de aventureros o a uno que se equivoque; la ofrezco a quien ha sido y será siempre vencedor de la vida y de la muerte.

Finalmente, todos están invitados a meditar en otro fenómeno que podemos advertir fácilmente. ¿Cuál es? Advertir que nuestro tiempo es joven; que se renueva. No es una época replegada sobre sí misma; no es un período de decadencia en el que predomina la gente escéptica, que hacen como una profesión el descuido, no importándole nada de nada. Estos son falsos profetas; no pueden guiarnos; no nos dan el entusiasmo y la verdad de las cosas, no nos infunden las energías y la capacidad de gozar del inmenso don de la vida.

La Iglesia en la vanguardia de la renovación

Por tanto, en nuestro tiempo es, con toda seguridad, época de renovación. ¿Qué vemos tras de esto? Que precisamente la Iglesia está en la vanguardia. Se está renovando ampliamente con el propósito de perfeccionar todas sus cosas, su catecismo, sus ritos, su liturgia, sus asociaciones, su patrimonio doctrinal; tratamos de despojarlo de lo caduco y trabajamos en cambio para conservar íntegra la sustancia, toda la semilla fecunda de que es depositaria.

El Concilio nos ha trazado esta renovación. Nos detendremos solamente en un aspecto. ¿No habéis comprendido que una de las características más evidentes e importantes del Concilio es la que invita a la participación intrínseca de las Verdades, de la Gracia, de las costumbres eclesiales, en una palabra, del funcionamiento de la Iglesia a todos y cada uno? El pueblo de Dios en cada una de las personas que lo componen, y colectivamente está invitado a ser más consciente, más operante, más cercano a los puntos focales donde se expresan las verdades esenciales del cristianismo, especialmente en la oración, en torno al altar. Ya veis qué esfuerzo despliega la Iglesia para unir a su excelso mandato al pueblo del Señor; para que cada uno de vosotros no esté en el templo como un número, como un palo que no recibe nada y se cansa y se agota esperando que termine la función. La Iglesia, por el contrario, os enseña a ser un alma viva, un alma elocuente, un corazón palpitante, una conciencia abierta.

Siempre esencial el diálogo con Dios

¿Con qué finalidad? Primeramente para el diálogo con Dios. ¿Es posible todavía para los hombres de nuestro tiempo hablar, diremos en sentido vertical, directamente con el cielo? Sí, sí. La oración que la Iglesia nos pone en los labios, nos dispone especialmente su rito más augusto, la misa, al gran diálogo entre el Cielo y la Tierra, y cada uno de vosotros, niños y muchachos, mujeres, hombres trabajadores también, vosotros, gente que parecéis tener los labios sellados por un mutismo que dura siglos y que ha de interrumpirse por fin, vosotros, estáis invitados a desplegar estos labios, es decir, a abrir vuestra alma y a pronunciar la sublime e invocación con el sacerdote, con Cristo, "Padre nuestro que está en el cielo"... Experimentaremos una energía poderosa, social y espiritual, invador el corazón al saber repetir, con entusiasmo convencido, esta palabra, que podríamos decir mágica, pero que es algo más, Evangélica, divina.

Por tanto, hijos míos, comprended el valor del momento en que vive vuestra sociedad y vuestros destinos. Es un momento de renovación. Renovad, como dice San Pablo, vuestras conciencias; renovad vuestras costumbres -aquí los jóvenes pueden servirnos verdaderamente de testigos de que salimos al paso de una de sus aspiraciones y prerrogativas- tratando de dar a vuestra expresión religiosa el carácter de la autenticidad.

Hay que conocer la verdad, cumplir las obligaciones propias. Es el compendio de toda la perfección, indica con seguridad las necesidades del corazón y sobre todo responde con fidelidad al mensaje de Cristo.

Si sabemos realmente hacer esto, la vida de nuestro derredor, este tumulto de la sociedad moderna, esos agobios y temores que graban nuestras jornadas -la guerra, la bomba atómica que, será de nosotros mañana el fin del mundo- se disiparán pues las palabras triunfantes del Señor vienen a nosotros con el saludo de salvación, que repetimos: No temáis. No os angustiéis. El cristianismo no puede vivirse con temor en el corazón. Actúa difundiendo por todas partes sus tesoros, con amor y caridad; con fe, con esperanza y con caridad".
(Pablo VI, Disc. a los fieles de Albano, 3-septiembre-1967).
 

8 comentarios:

  1. Realmente brillante, y aprovecho para contestarme algunas preguntas: "¿Y no vamos a ser capaces de deslindar lo justo de lo no justo, lo verdadero de lo falso o de lo mediocremente válido y útil? ¿No vamos a saber escoger lo que es serio y útil para nosotros?".
    Veamos llenos de Caridad lo que nos rodea y respondamos.
    Muchas gracias, Padre. Le deseo un muy feliz día. DIOS le bendiga. Abrazos en CRISTO

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    1. Eso es, ¡respondamos a los retos! ¡Lancémonos! Siempre, en el nombre del Señor.

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  2. Buenos días don Javier. "Saber escoger, saber juzgar, saber ver" formándonos aquí con magníficos textos y temas para reflexionar y disfrutar de los mejores pastos, así "conocer la verdad, cumplir las obligaciones propias." creo que es el camino de santidad que Dios quiere en nuestra vida cotidiana. Un abrazo.

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    1. Sí, ya que el camino de santidad se verifica, se realiza, se concreta, en la vida cotidiana.

      Aquí se ofrece formación... y oración; las dos herramientas básicas para todo.

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  3. “El maestro de la ley que se ha hecho discípulo del reino de Dios se parece al dueño de la casa que siempre saca de su tesoro cosas nuevas y viejas”. (Mateo, 13).

    "Examinadlo todo y quedaos con lo bueno. Evitad toda clase de mal”. (1 Tesalonicenses).

    En oración ¡Qué Dios les bendiga!


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  4. Antes que se me olvide, algunas de sus palabras en materia de Liturgia han llegado a Murcia; sí, en serio. Hace unas cuantas entradas le hice una pregunta respecto a la postura correcta. En su respuesta me indicó que, por cortesía litúrgica, la postura correcta era de pie. Mi pregunta no se debía a simple curiosidad, sino a que en esta ciudad en cada templo y, exagerando un poco pero no mucho, casi cada fiel mantiene una postura diferente, por lo que hacía ya mucho tiempo que preguntaba sin obtener respuesta ni encontrar nada en los textos.

    Pues bien, para mi sorpresa, en un templo en el que he recalado en días laborables por razones ajenas a mi voluntad, se empezaron a poner de pie los fieles transcurridos no más de un par de días desde que yo lo empecé a hacer. Para colmo, el murmullo ininteligible ha elevado el volumen y ¡se entiende! Indudablemente no se debe al poder de convicción de mi persona, seguramente los “habituales” ante la sorpresa de una persona nueva que “hace cosas diferentes” han debido de preguntarle al párroco y, al asentir éste, han cambiado parte de sus costumbres.

    Es algo muy pequeño pero prueba lo que sucede cuando los ojos están abiertos para ver y los oídos para oír.

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    1. Largo me lo fiáis, señora.

      ¿Cree vd. que es posible haber desencadenado todo ese proceso y que incluso los fieles hayan preguntado al sacerdote cuándo es el momento de levantarse?

      Ojalá sea así... y me alegraría porque entonces este blog va dando frutos en distintos planos.

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