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Para conocer bien la grandeza de la liturgia, y entenderla con las distintas
dimensiones que se dan en ella, hay que establecer bien los principios
teológicos que dan las claves de comprensión. Muy probablemente, el
desconocimiento de estos principios es lo que ha provocado el “desastre” y la
anarquía en la liturgia, de la que tantos fieles y sacerdotes se quejan y
sufren:
-
entender que es expresión de fe del grupo o asamblea
celebrante y, por tanto, el grupo es dueño de la liturgia y la cambia para
expresarse mejor;
-
entenderla como mero encuentro festivo o sentimental,
por lo que se favorece la emotividad, lo sensible, y el mejor calificativo para
este tipo de liturgia es que “fue muy emotiva”, “unas palabras muy
emocionantes”;
-
o también vivirla con un exceso de antropocentrismo,
poniendo al hombre en el centro, haciéndolo protagonista: el sacerdote parece
más bien un showman, micrófono en mano, que debe divertir y entretener;
multiplicación de personas que suben y bajan del presbiterio (para muchas
moniciones, un lector para cada petición, una larguísima procesión de ofrendas,
un aplauso para no sé quién, etc.);
-
o quienes, como los reformadores luteranos, lo
importante de la liturgia es la predicación, la catequesis y la enseñanza, lo
didáctico, la ilustración moral, no la santificación, el culto a Dios y el
sacrificio espiritual. De ahí se deriva el verbalismo-verborrea: mientras que
las oraciones y textos litúrgicos se rezan como un mero trámite, rápidamente,
sin entonación ni sentido, el tiempo se detiene para la larguísima homilía de
tipo moralista, y para las otras mini-homilías pesadas del sacerdote a lo largo
de la Misa
(antes del Padrenuestro, antes de la bendición final), así como moniciones
amplias al inicio de la Misa,
a cada lectura, etc… Se piensa que la liturgia es, simplemente, catequesis,
formación, para adoctrinar a los fieles y lo demás es mera envoltura sin
importancia;
-
no falta quienes ven en la liturgia un espectáculo
estético, vacío, formal, bellísimo; no incide en sus vidas, ni saben rezar con
la liturgia y en la liturgia, pero la preocupación única en ciertos ambientes
es el número de candelabros de plata, en perfecta simetría, o los exornos
florales aunque estorben el paso o la visión del altar, o se suprima la sede, o
el ambón sea un simple atril discreto para que luzcan otros elementos (como una
imagen presidiendo)…
Todas
estas deformaciones tienen un punto
en común, por muy diferentes que luego sean en sí, y es considerar la liturgia
como algo externo, un culto manipulable de una manera u otra
.
Todos
estos comportamientos, tan erróneos, obedecen a la buena voluntad pero carente
de un conocimiento real de la liturgia, les falta descubrir la naturaleza
teológica de la misma liturgia.