viernes, 19 de junio de 2020

Riquezas insondables del Corazón de Cristo (y III)

Hondón de espiritualidad, y día de gozo, es la solemnidad del Corazón de Jesús. En Cristo lo hallamos todo; sin Él nada valemos. Con Él lo podemos todo; sin Él, nada podemos hacer.

Él es nuestra vida, nuestra salud, nuestra redención, nuestro amor.

Él, nuestro Camino; El, la Patria.

¡Jesús, Salvador, Redentor amoroso de la humanidad!



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Carta de Juan Pablo II, al P. Kolvenbach, Prepósito General de la Compañía de Jesús, en Paray-le-Monial (Francia), 5 de mayo de 1986:

            Al reverendísimo padre Peter-Hans Kolvenbach, prepósito general de la Compañía de Jesús:

            Durante mi peregrinación a Paray-le-Monial he querido venir a orar en la capilla en la que es venerada la tumba del bienaventurado Claudio la Colombière, el cual fue “el siervo fiel” que, en su amor providencial, el Señor dio como director espiritual a Santa Margarita María Alacoque. Es así como llegó en primer término a ser el difusor de su mensaje.

            En pocos años de vida religiosa y de ministerio intenso se reveló como un “hijo ejemplar” de la Compañía de Jesús, a la cual, según testimonio de la misma Santa Margarita María, Cristo confió la misión de difundir el culto de su corazón divino.


            Conozco con qué generosidad la Compañía de Jesús ha aceptado esta admirable misión y con qué ardor ha tratado de llevarla a acabo lo mejor posible a lo largo de estos tres últimos siglos; pero yo deseo, en esta solemne ocasión, exhortar a todos los miembros de la Compañía a promover con mayor celo todavía esta devoción que  sintoniza más que nunca con las expectativas de nuestro tiempo.

            En efecto, si el Señor ha querido en su Providencia que en el umbral de los tiempos modernos, en el siglo XVII, partiese de Paray-le-Monial un impulso poderoso en favor de la devoción al Corazón de Cristo, bajo las formas indicadas en las revelaciones recibidas por Santa Margarita María, los elementos esenciales de esta devoción pertenecen también de forma permanente a la espiritualidad de la Iglesia a lo largo de la historia, porque, desde el comienzo, la Iglesia ha dirigido su mirada hacia el Corazón de Cristo traspasado en la cruz del que brotó sangre y agua, símbolos de los sacramentos que constituyen la Iglesia; y, en el Corazón del Verbo encarnado, los Padres de Oriente y de Occidente cristianos han visto al comienzo de toda la obra de nuestra salvación, fruto del amor del Divino Redentor, cuyo Corazón traspasado es un símbolo singularmente expresivo.

El deseo de “conocer íntimamente al Señor” y de “celebrar un coloquio” con Él, de corazón a corazón, es característico, gracias a los ejercicios espirituales, del dinamismo espiritual y apostólico ignaciano, en toda su integridad al servicio del amor del Corazón de Dios.

            El Concilio Vaticano II, al tiempo que nos recuerda que Cristo, el Verbo encarnado, “nos ha amado con corazón de hombre”, nos asegura que “su mensaje, lejos de minimizar al hombre, contribuye a su progreso difundiendo luz, vida y libertad, y fuera de él nada puede satisfacer el corazón humano” (GS, n. 22. 21).


Junto al Corazón de Cristo, el corazón del hombre aprende a conocer el sentido verdadero y único de su vida y de su destino, a comprender el valor de una vida auténticamente cristiana, a precaverse contra ciertas perversiones del corazón humano, a unir el amor filial hacia Dios con el amor al prójimo. De esta forma –y es la verdadera reparación solicitada por el Corazón del Salvador- sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia podrá ser construida la civilización del Corazón de Cristo.

            Por estos motivos deseo ardientemente que continuéis mediante una labor perseverante la difusión del verdadero culto del Corazón de Cristo y que estéis siempre dispuestos a prestar una ayuda eficaz a mis hermanos en el Episcopado a fin de promover este culto por doquiera, cuidando de encontrar los medios más idóneos para presentarlo y practicarlo, a fin de que el hombre de hoy, con su mentalidad y su sensibilidad propias, descubra en dicho culto la verdadera respuesta a sus interrogantes y a sus expectativas.

            De la misma manera que el año pasado, con motivo del Congreso del Apostolado de la Oración, os confié particularmente esta obra, estrechamente vinculada  la devoción al Sagrado Corazón, hoy día, igualmente, duramente mi peregrinación a Paray-le-Monial, os pido que despleguéis todos los esfuerzos posibles para llevar a cabo cada vez mejor la misión que el mismo Cristo os ha confiado, la difusión del culto de Corazón divino.

            Los frutos espirituales abundantes que han producido la devoción al Corazón de Jesús, son reconocidos ampliamente. Teniendo como expresión concretamente la práctica de la hora santa, la confesión y la comunión de los primeros viernes de mes, dicha devoción ha contribuido a incitar a generaciones de cristianos a orar más y a participar con mayor frecuencia en los sacramentos de la penitencia y de la Eucaristía. Éstos son los caminos que es deseable ofrecer a los fieles de hoy también.


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