miércoles, 17 de junio de 2020

Riquezas insondables del Corazón de Cristo (II)

Con la enseñanza de Pablo VI en un documento, avancemos en la consideración del Corazón de Cristo, fuente de vida espiritual riquísima para la Iglesia, como así se ha demostrado durante siglos.

Es la devoción al Corazón de Jesús, con todo lo que ello implica y las consecuencias para la vida cristiana, un método de vida y de identidad cristiana.





Carta “Diserti interpretes”, de Pablo VI, 25-mayo-1965

Hemos mostrado abiertamente nuestro pensamiento, deseando en gran manera que “este culto al Sdo. Corazón florezca cada día con más vigor y sea estimado por todos como una insigne y segura forma de piedad”, nos sirve de extraordinario gozo contemplar los grupos generosos y humildes de vuestros hijos, que fieles a su Instituto, dan preclaro testimonio con su vida a los hombres de nuestro tiempo, de cómo deban también ellos practicar esta excelente devoción, de la que saquen como de su fuente el esfuerzo necesario “para conformar sus vidas al Evangelio, reformar valientemente sus costumbres y ajustarlas cada vez mejor a las normas de la ley divina” (ibíd., n. 5).

Éste creemos que es vuestro deber y vuestro trabajo peculiar: que puesto que libremente habéis seguido esta divina vocación, difundáis cada vez con más ardor este amor al Santísimo Corazón de Jesús y, de palabra y con el ejemplo, mostréis a todos que aquí es donde han de recibir la inspiración y la mayor eficacia, tanto para la deseada renovación interior y moral, como para una mayor virtualidad de las instituciones de la Iglesia, como reclama el Concilio Vaticano II.


            Porque, en efecto, como todos saben, la meta principal del Concilio es la restauración de la disciplina pública y privada en todos los ámbitos y campos de la vida cristiana, de modo que resplandezca con nueva luz el misterio de la Santa Iglesia. El cual no puede dignamente entenderse, si no consideramos atentamente el amor eterno del Verbo Encarnado, cuyo expresivo símbolo es su mismo Corazón traspasado. Porque, como leemos en la Constitución Conciliar, “la Iglesia, o Reino de Cristo, presente ya como misterio, se desarrolla visiblemente en el mundo por la fuerza divina. Este nacimiento y desarrollo se significan por medio de aquella sangre y aquella agua que salieron del costado abierto de Jesús crucificado” (LG 3). Porque en realidad de aquel Corazón herido del Redentor nació la Iglesia y de él se alimenta, ya que Cristo “se entregó a Sí mismo por ella, para santificarla, purificándola por el agua, en virtud de la palabra de Vida” (Ef 5,25).

            Por esta razón es absolutamente necesario que los fieles rindan culto y veneración, ya con afectos de íntima piedad, ya con públicos obsequios, a aquel Corazón “de cuya plenitud todos hemos recibido” y aprendan de él a ordenar su vida, de modo que responda exactamente a las exigencias de nuestro tiempo. En este Smo. Corazón de Jesús se encuentra el origen y manantial de la misma Sgda. Liturgia, puesto que es “el Templo Santo de Dios”, donde se ofrece el sacrificio de propiciación al Eterno Padre, “de modo que puede salvar perfectamente a cuantos por Él se acercan a Dios” (Hb 7,25). De aquí recibe también la Iglesia el impulso para buscar y emplear todos los medios que sirvan para la unión plena con la Sede de Pedro de todos aquellos hermanos que están separados de nosotros; más aún, para que también aquellos que todavía están al margen del nombre cristiano, “conozcan con nosotros al único Dios y al que Él envió, Jesucristo” (Jn 17,3). Porque, en efecto, el ardor pastoral y misionero se inflama principalmente en los sacerdotes y en los fieles, para trabajar por la gloria divina, cuando mirando el ejemplo de aquella divina caridad que nos mostró Cristo, consagran todo su esfuerzo a comunicar a todos los inagotables tesoros de Cristo.
  

          A nadie se le oculta que tales son los principales objetivos que, por divina inspiración, recomienda y alienta en los fieles el Sdo. Concilio; y mientras nos esforzamos por traducir en realidad lo que la esperanza nos propone, hemos de pedir una y otra vez la luz y fuerza necesarias a aquel Salvador Divino, cuyo Corazón traspasado nos inspira tan ardientes deseos de lograrlo.

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