De venerable antigüedad, resuena en nuestras iglesias la noche santísima de la Vigilia pascual el Pregón pascual cantado por un diácono o, en su defecto, por un cantor.
Su letra es invariable -no, no son admisibles paráfrasis, ni cantos parecidos-, resume la gran teología de la Pascua, canta la noche de la resurrección, glorifica a Cristo... y eleva las almas de los fieles.
Una vez al año solamente resuena: ¡qué deseo tan gran de volverlo a oír, de que se nos anuncia líricamente el objeto central de nuestra fe y nos introduzca a vivirlo!
La Iglesia aguarda impaciente ese momento tras una Cuaresma rigurosa y penitente. El templo ha sido encendido por completo al tercer "Luz de Cristo - Demos gracias a Dios", los fieles sostienen en sus manos las velas encendidas de la llama del cirio pascual; entonces el diácono, después de pedir la bendición al sacerdote, inciensa en el ambón -sí, el Pregón, excepcionalmente, es en el ambón- el texto del Pregón pascual y lo entona.
Es teología y poesía; es espiritualidad y lírica; es mística y exaltación. ¡¡Por fin resuena el Pregón pascual de la Iglesia!!