La liturgia del Domingo de Ramos en la Pasión del Señor conmemora
la entrada festiva y alegre del Señor en Jerusalén para la obra de la Redención y la lectura
de la Pasión
de Cristo como un anticipo de lo que en esos días hemos de meditar y abrazar.
Son dos aspectos de la celebración de este día. Al participar en la procesión
de ramos vamos cantando a Cristo. Le reconocemos como Rey y Señor. Lo aclamamos
como Salvador. Es Cristo, el Mesías, el Redentor anunciado, que asume su
pasión, “voluntariamente aceptada”.
Este
sentido espiritual nos ayuda a participar en la procesión, a ir cantando, con
nuestros ramos de olivo. Estos ramos recuerdan aquella entrada en Jerusalén de
Cristo, y no se pueden considerar como amuletos.
Sirven para la procesión y se
bendicen para que se participe en la procesión. Luego se conservan en casa y
nos traen a la memoria estos días la victoria de Cristo, su entrada como Rey.
Pero no todo es fiesta.
Sube a Jerusalén, ciudad puesta en lo alto de un monte, para sufrir la Pasión. Este es el
relato evangélico que se proclama este día, el punto fuerte y álgido de la liturgia de este día, más que la popular procesión y bendición de ramos. Pensemos, por ejemplo, en el color litúrgico de las vestiduras: rojo, sangre, martirio de Cristo.
Es el misterio de lo que ocurre por
nuestra salvación. ¿Dónde están las multitudes? Las multitudes acuden a lo que
es fiesta, pero huyen de la cruz. En la Pasión dejan al Señor solo. ¿Y los cinco mil de
la multiplicación de los panes y los peces? Allí no estaban. ¿Ni siquiera los
discípulos? Todos huyeron y sólo permanece María y Juan evangelista.
Los
triunfos humanos son humo que arrebata el viento. Duran poco porque son
aparentes. Como Cristo hemos de desconfiar de los aplausos y reconocimientos,
de los homenajes y aclamaciones, del criterio de las multitudes y de la mayoría
que siempre es cambiante.
El verdadero triunfo es la cruz y la Pascua, hacer la voluntad
del Padre. Los ramos de olivo que este año sirven para aclamar a Cristo, el año
que viene se van a convertir en las cenizas que se impondrán en nuestra cabeza
al inaugurar la Cuaresma.
El camino del cristiano es el de Cristo: no los triunfos
humanos y los aplausos, sino la cruz.
He leído que la peregrina Egeria testimonia que la peregrinación de los ramos y palmas ya se celebraba en el año 380, año en el que ella recorrió Tierra Santa.
ResponderEliminarEl Domingo de Ramos abre solemnemente la Semana Santa, con el recuerdo de la celebración alegre y multitudinaria que acoge la entrada de Jesús en Jerusalén, mientras que el Evangelio nos invita a entrar conscientemente en la Semana Santa de la Pasión gloriosa y amorosa de Cristo el Señor.
Con la entrada de Jesús en Jerusalén como rey pacífico, el pueblo revivió la esperanza de tener a aquel que venía en nombre del Señor. Así lo entendió la gente sencilla que extendió sus mantos alfombrando el camino, cantando con palabras que evocan su nacimiento en Belén: ¡Hosanna!, exclamación de triunfo, de alegría y de confianza. Pero tal y como pregunta la entrada: ¿Dónde estaban estas multitudes en el momento de la Cruz? Y más personalmente: ¿Dónde estamos nosotros en el momento de la cruz?
Vemos a Jesús coronado de gloria y de honor por haber padecido la muerte. Así, por amorosa dignación de Dios, gustó la muerte en beneficio de todos (de la Lectura breve de Laudes)