lunes, 31 de agosto de 2009

Venid y veréis: la alegría del primer encuentro con Cristo


Un pasaje paradigmático, que se repite en tantas existencias, es el encuentro primero con el Señor. Juan y Andrés seguían a Cristo de lejos. Primera pregunta: ¿Qué buscáis? ¡Casi nada! ¿Qué busca el corazón? ¡El corazón busca la Verdad, busca aquello para lo que ha sido creado, busca la respuesta a la exigencia más honda de su corazón, la sed! "Venid y veréis". Realizaron la experiencia de estar con Cristo, dejar que Él hablara y que sus corazones empezaran a vislumbrar con estupor que Aquél con quien estaban pronunciaba palabras que correspondía a la verdad de su vida y a la sed de su corazón. Se sintieron amados como nunca antes. Y aquel encuentro les cambió la vida.

"La belleza de este tiempo está en el hecho de que nos invita a vivir nuestra vida ordinaria como un itinerario de santidad, es decir, de fe y de amistad con Jesús, continuamente descubierto y redescubierto como Maestro y Señor, camino, verdad y vida del hombre. Es lo que nos sugiere, en la liturgia de hoy, el evangelio de san Juan, presentándonos el primer encuentro entre Jesús y algunos de los que se convertirían en sus apóstoles. Eran discípulos de Juan Bautista, y fue precisamente él quien los dirigió a Jesús, cuando, después del bautismo en el Jordán, lo señaló como "el Cordero de Dios" (Jn 1, 36). Entonces, dos de sus discípulos siguieron al Mesías, el cual les preguntó: "¿Qué buscáis?". Los dos le preguntaron: "Maestro, ¿dónde vives?". Y Jesús les respondió: "Venid y lo veréis", es decir, los invitó a seguirlo y a estar un poco con él. Quedaron tan impresionados durante las pocas horas transcurridas con Jesús, que inmediatamente uno de ellos, Andrés, habló de él a su hermano Simón, diciéndole: "Hemos encontrado al Mesías". He aquí dos palabras singularmente significativas: "buscar" y "encontrar".

Podemos considerar estos dos verbos de la página evangélica de hoy y sacar una indicación fundamental para el nuevo año, que queremos que sea un tiempo para renovar nuestro camino espiritual con Jesús, con la alegría de buscarlo y encontrarlo incesantemente. En efecto, la alegría más auténtica está en la relación con él, encontrado, seguido, conocido y amado, gracias a una continua tensión de la mente y del corazón. Ser discípulo de Cristo: esto basta al cristiano. La amistad con el Maestro proporciona al alma paz profunda y serenidad incluso en los momentos oscuros y en las pruebas más arduas. Cuando la fe afronta noches oscuras, en las que no se "siente" y no se "ve" la presencia de Dios, la amistad de Jesús garantiza que, en realidad, nada puede separarnos de su amor (cf. Rm 8, 39).

Buscar y encontrar a Cristo, manantial inagotable de verdad y de vida: la palabra de Dios nos invita a reanudar, al inicio de un nuevo año, este camino de fe que nunca concluye. "Maestro, ¿dónde vives?", preguntamos también nosotros a Jesús, y él nos responde: "Venid y lo veréis".
Para el creyente es siempre una búsqueda incesante y un nuevo descubrimiento, porque Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre, pero nosotros, el mundo, la historia, no somos nunca los mismos, y él viene a nuestro encuentro para donarnos su comunión y la plenitud de la vida" (Benedicto XVI, Ángelus, 15-enero-2006).

La gracia de ese encuentro inicial se sigue repitiendo hoy.




domingo, 30 de agosto de 2009

Consejos espirituales (mozárabes)

Unos consejos espirituales, apócrifos atribuidos a san Jorge, mártir mozárabe de Córdoba, son un buen reflejo de la utilidad de las máximas para la vida cristiana; breves pensamientos que grabados en la memoria se van asimilando al corazón y orientan la vida. Los tomamos del blog http://blogs.que.es/mozarabe/posts de mi amigo y profesor Manuel González (blog muy sugerente):

-No importa cómo te sientas:
Levántate, vístete y da la cara.

-Perdona a todos cualquier cosa que hagan contra ti.

-Ponte en paz con tu pasado,
así no arruinará tu presente.

Himno matutino a Cristo

La tradición hispana es muy rica en sus expresiones litúrgicas, literarias, espirituales. Caló muy hondo la fe y ésta se manifestó en su liturgia, en sus peculiares tradiciones. Prudencio es un poeta del s. V-VI, cuya vida transcurre en la provincia romana de Tarraco, entre Zaragoza y Calahorra. Sus himnos son plegarias para distintos momentos del día o de la cotidianeidad de la vida, así como los himnos en honor de diversos santos. Prudencio nos acompañará en este blog para orar con textos de nuestra primitiva tradición hispana.

Hoy, alabemos a Cristo, por su luz nueva, por la gloria de su Resurrección.

Por esto, en ese tiempo de reposo
en el que alegre canta el gallo,
creemos todos con firmeza
que Cristo resucitó de entre los muertos.

Entonces fue abatida la fuerza de la muerte,
entonces fue la ley del tártaro vencida,
entonces la creciente pujanza
del día forzó la retirada de la noche.

Ya desde ahora sosieguen las maldades,
se aduerma ya la culpa oscura;
que el pecado mortal, al cabo padeciendo
su propio sueño, ya sucumba.

Que el espíritu alerta, por su parte,
a pie firme vigile, trabajando
lo que de tiempo resta
mientras la noche tiene puesta su barrera.

Llamemos a Jesús con nuestras voces,
con lágrimas, con ruegos, con ayunos;
la intensa súplica no deja
que el corazón puro adormezca.

Tiempo asaz, arroscado en el lecho nuestro cuerpo,
estrechó, cargó, rindió
hondo letargo nuestro pensamiento,
que erraba en vanos sueños.

Hay, sí, frivolidades y falsías
que, por amor a la mundana gloria,
hicimos como en sueños;
vigilemos; aquí está la verdad.

El oro, el placer, el gozo, la riqueza,
los honores, la prosperidad, males
de tal jaez nos hinchan de soberbia;
arriba la mañana, y nada es todo ello.

¡Tú, Cristo, disipa nuestro sueño,
destruye Tú los lazos de la noche,
perdona Tú el pecado antiguo
y trae a nuestro pecho la luz nueva!

(Prudencio, Himno A la hora en que canta el gallo, vv. 61-100).

sábado, 29 de agosto de 2009

De cómo el Evangelio se cumple: casas, hermanos, tierras...


Las palabras del Evangelio se cumplen siempre –¡Dios es Fiel!- y de un modo u otro, más tarde o más temprano, vemos cómo se realizan. Y nos sorprende Dios, siempre nos sorprende.

Cristo, a aquellos a los que invitaba a seguir, les anunciaba: “Os aseguro que todo aquel que haya dejado casa o hermanos o hermanas o madre o padre o hijos o tierras por mí y por la Buena Noticia, recibirá en el tiempo presente cien veces más en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, aunque junto con persecuciones, y en el mundo futuro la vida eterna” (Mc 10,29-30). Esta promesa sigue vigente, es palpable.

He estado unos días en mi antigua parroquia, donde fui tremendamente feliz, en la que se hizo, gracias al equipo sacerdotal, una tarea grande en lo material y en lo espiritual –pero lógicamente requiere tiempo para que se consolide: catequesis de adultos, retiros parroquiales, retiros de padres, vigilias de oración, canto de Vísperas dominicales, etc...-, y tampoco faltaron las “persecuciones” de quienes creen que ya lo conocen todo, lo saben todo, con el “siempre se ha hecho así” (anteponen sus costumbres al mandamiento de Dios) y vivían en una versión moderna del “clericalismo” pero en su versión seglar.

Cuando he estado allí, el Señor ha puesto por delante casas, hermanos, familia; un hogar y una familia que recibe, la mesa puesta, la experiencia común de vida cristiana compartida, los momentos de comunión con unos y otros y entre todos, y los pequeños momentos en que visité el Sagrario de la parroquia, donde tantas horas estuve, y la Santa Misa en la parroquia donde se recibe el afecto sincero y cortés a un tiempo, con la conciencia de pertenecer únicamente a Jesucristo y a su Iglesia, no a éste o aquél sacerdote, pero con gratitud a quien ejerció el ministerio con ellos y para ellos La fe genera un sentido de pertenencia a la Iglesia y suscita la familiaridad, es decir, el ser y vivir como familia con unos lazos, los de la fe, que cuántas y cuántas veces son superiores a los lazos de la carne y de la sangre. ¡Qué a gusto se está así, entre ellos! Podían compartir la fe y el afecto personas de distinta formación, edad, espiritualidad, vocación y apostolado, porque nacía una Compañía de la Presencia de Cristo. ¡Y esto es hermoso, vale la pena disfrutarlo! Es una amistad que surge del reconocimiento de Cristo, y no de grupos cerrados, de afectividades inmaduras en torno a un líder, o de dependencias extrañas; era libertad de espíritu, era amistad diáfana, era Cristo en el centro de todo.

¡Qué buenos días he pasado! ¡Qué hermosa es la Iglesia que potencia lo humano, acrecienta la amistad, refuerza los vínculos con el Señor y entre nosotros!

Gracias por los días que he pasado con vosotros. Sed siempre fieles a Cristo, amad a la Iglesia, acrecentad vuestra vocación a la santidad... ¡ah!, y sed fermentos en el mundo.


El sacerdote y su impronta eucarística


El sacerdote, de modo muy especial, está ordenado para la Eucaristía. En la Eucaristía encuentra la razón fundamental de su ministerio, la cumbre, la cima y la fuente al mismo tiempo, de donde brota el ejercicio de la caridad pastoral. ¡Es algo tan personal, incluso en el buen sentido, es tan íntimo! En ese momento, el sacerdote que actúa en nombre de la Iglesia, es de alguna manera "poseído", tomado por completo por el mismo Cristo, que Cristo mismo actúa por su persona. Es Cristo quien toma el pan por medio de las manos del sacerdote; es Cristo mismo quien por la voz del sacerdote vuelve a decir -como si fuera la primera y única vez- las palabras: "Esto es mi Cuerpo", "Esta es mi Sangre". Y el sacerdote, sobrecogido, con espíritu sobrenatural, sabe que deja de ser él para que sea Cristo a través de él, Cristo en él.

En la Eucaristía, el sacerdote reconoce que el Pan eucarístico es lo mejor, lo más grande, lo más sublime, que él puede dar a los fieles que le han encomendado.

En la Eucaristía, el sacerdote ve -con los ojos del alma- que Cristo por su medio está distribuyendo el don de su Espíritu Santo a los fieles, y uniéndolos a Sí en ofrenda de amor al Padre.

En la Eucaristía, el sacerdote, tantas veces cansado y desanimado si ve poca o nula respuesta en los hombres, descansa reclinándose en el Corazón de Cristo.

En la Eucaristía, el sacerdote halla la mejor y más fiel Compañía; va al Sagrario, ora de rodillas, trata de sus asuntos con su Señor, intercede por sus fieles y expía los pecados de los hombres, recibe luz y paz de Cristo.

En la Eucaristía, el sacerdote es educado por el Espíritu Santo en el dinamismo sacrificial del sacramento para que se ofrezca y se entregue como Cristo.

Por eso, un sacerdote en el altar se reviste con ornamentos consciente de que se está revistiendo de Cristo y que el Espíritu Santo va a obrar en su alma. Sube al altar de Dios, pero consciente de su Presencia, no celebra de cualquier manera, o distraídamente, sino con recogimiento, con devoción, con silencio interior.

Recordaba Benedicto XVI en el año de la Eucaristía (2005): "mi pensamiento va hoy a los sacerdotes, para subrayar que precisamente en la Eucaristía radica el secreto de su santificación. En virtud de la ordenación sagrada, el sacerdote recibe el don y el compromiso de repetir sacramentalmente los gestos y las palabras con las que Jesús, en la última Cena, instituyó el memorial de su Pascua. Entre sus manos se renueva este gran milagro de amor, del que él está llamado a ser testigo y anunciador cada vez más fiel (cf. Mane nobiscum Domine, 30). Por eso, el presbítero ante todo debe adorar y contemplar la Eucaristía, desde el momento mismo en que la celebra. Sabemos bien que la validez del sacramento no depende de la santidad del celebrante, pero su eficacia será tanto mayor, para él mismo y para los demás, cuanto más lo viva con fe profunda, amor ardiente y ferviente espíritu de oración" (Ángelus, 18-septiembre-2005).

Un buen sacerdote -un sacerdote santo, según vemos en la tradición- es siempre un sacerdote que cuida dos realidades básicas: la Eucaristía y el sacramento de la Penitencia. A éste le dedica mucho tiempo, y con asiduidad diaria se sienta en el confesionario; y, a la vez, es buen sacerdote por su forma de celebrar la Santa Misa y dedicar sus pequeños ratos -cuando nadie le ve- a rezar ante el Sagrario.


viernes, 28 de agosto de 2009

Maestro de la Gracia, San Agustín

Pocos santos han marcado tanto la fe y la doctrina de la Iglesia como san Agustín; tal vez, como se ha afirmado, lo que hoy es la reflexión de la fe eclesial se la debamos fundamentalmente a tres santos con sus aportaciones específicas: san Ireneo, san Agustín y santo Tomás de Aquino; tiempo y ocasión habrá de volver sobre ello.



De San Agustín parece que todo el mundo conoce y se refieren a él con lugares comunes y anécdotas típicas (el niño con el cubito de agua en la playa para entender la Trinidad, o la frase "quien canta reza dos veces" que no es de él, sino un adagio latino, porque su afirmación es "cantar es propio de los que aman"). San Agustín merece ser conocido y leído.



Su vida es la de un buscador, la de alguien inquieto que necesita ver, conocer, abrazar la Verdad y que esta Verdad inunde su corazón. Con nada que sea menos que Dios-Verdad se puede conformar san Agustín, y lo buscó desesperadamente, leyendo, reflexionando, incluso coqueteando con la secta de los maniqueos. Hasta llegar a Milán como profesor de retórica, empezar a escuchar la predicación de san Ambrosio y ser tocado por la Gracia al oír los himnos que los católicos cantaban melodiosamente. El hombre está hecho para la Verdad. En la Verdad descubre su hogar y su propia identidad, y le exige el esfuerzo de la búsqueda y el análisis, de la lectura, de la reflexión y hasta de la oración. Pero llegó a la Verdad, llegó a Dios... ¡y sintió que había llegado tarde, que había buscado a Dios solamente en sus reflejos, en sus criaturas, cuando todas las cosas del mundo le gritaban: "Ve a Dios"! Hoy esto sigue siendo válido. ¡Cuántos espíritus están adormecidos! Apenas se piensa, apenas se busca. Se vive en el conformismo de lo que nos dan hecho ya, se piensa según los criterios establecidos y públicamente determinados por el sistema ideológico imperante, y se entretiene la mente con programas en televisión que ralentizan la conciencia y la búsqueda al menor esfuerzo posible con tal de no pensar.

Hay otro aspecto en san Agustín que me gustaría poner de relieve: él define al hombre como Mendigo de la Gracia. Ante Dios el hombre no es autosuficiente, ni todo lo puede por sí mismo, ni puede exhibir una lista de derechos y quejas para que Dios se doblegue. Ante Dios el hombre se sitúa como un mendigo que pide y espera confiadamente. De Dios lo recibe todo pero es Gracia todo lo que recibe. Y sin la Gracia, perdemos el horizonte, nos dejamos guiar por las pasiones y la concupiscencia que tira de cada uno hacia donde uno no quiere ni asomarse siquiera. Mendigos de la Gracia recordando que "sin mí no podéis hacer nada", no mucho ni poco, no algo pero con la ayuda del Señor más fácilmente, ¡es que sin Él no podemos hacer nada!, por eso pedimos su Gracia sin la cual no podemos vivir ni amar ni santificarnos. La misma oración para san Agustín es una constante petición de la Gracia.

Muchos aspectos quedan en el tintero. Tal vez con los comentarios se podría enriquecer. Pero con estos rasgos de la personalidad teológica de san Agustín, hemos trazado ya una silueta aproximada del Gran Padre de la Iglesia, el Doctor de la Gracia, el Doctor de la Caridad.

Alabanza a Dios por san Agustín.


La acción de gracias a Dios por la persona de San Agustín, Padre magnífico de la Iglesia:

Darte gracias,
y alabarte en la festividad de nuestro Padre San Agustín,
porque él, enamorado de la verdad,
y herido por el dardo de tu palabra,
vivió continuamente en busca tuya,
para encontrarte más dulcemente deseable
y para seguir buscándote con mayor avidez.

Como buen pastor,
se esforzó constantemente en formar a tu pueblo fiel
a imagen de tu Hijo,
y lo cuidó con saludable diligencia.

Instituyó comunidades religiosas,
cuya forma de vida consistía
en que todas las cosas fueran comunes para todos,
teniendo una sola alma y un solo corazón hacia Dios.

Proclamando incansablemente,
con su predicación y sus escritos,
el mensaje de la salvación eterna,
fomentó la unidad de la paz y la fraternidad de la Iglesia.

(Prefacio Misa San Agustín, Propio de la Orden).

¿Qué pediremos pues? ¡Vivir su búsqueda de Dios, su amor a la Verdad, su deseo siempre acrecentado, su existencia movida en todo por la Gracia!

"Renueva, Señor, en tu Iglesia
el espíritu que infundiste en San Agustín,
para que penetrados de ese mismo espíritu,
tengamos sed de ti, fuente de la sabiduría,
y te busquemos como el único amor verdadero".

jueves, 27 de agosto de 2009

Santa Mónica: el papel de la mujer fuerte en la Iglesia


"Hoy, 27 de agosto, recordamos a santa Mónica y mañana recordaremos a su hijo, san Agustín: sus testimonios pueden ser de gran consuelo y ayuda también para muchas familias de nuestro tiempo.

Mónica, nacida en Tagaste, actual Souk-Aharás, Argelia, en una familia cristiana, vivió de manera ejemplar su misión de esposa y madre, ayudando a su marido Patricio a descubrir la belleza de la fe en Cristo y la fuerza del amor evangélico, capaz de vencer el mal con el bien. Tras la muerte de él, ocurrida precozmente, Mónica se dedicó con valentía al cuidado de sus tres hijos, entre ellos san Agustín, el cual al principio la hizo sufrir con su temperamento más bien rebelde. Como dirá después san Agustín, su madre lo engendró dos veces; la segunda requirió largos dolores espirituales, con oraciones y lágrimas, pero que al final culminaron con la alegría no sólo de verle abrazar la fe y recibir el bautismo, sino también de dedicarse enteramente al servicio de Cristo.

¡Cuántas dificultades existen también hoy en las relaciones familiares y cuántas madres están angustiadas porque sus hijos se encaminan por senderos equivocados! Mónica, mujer sabia y firme en la fe, las invita a no desalentarse, sino a perseverar en la misión de esposas y madres, manteniendo firme la confianza en Dios y aferrándose con perseverancia a la oración" (Benedicto XVI, Ángelus, 27-agosto-2006).


miércoles, 26 de agosto de 2009

Jesucristo, ¡sólo Jesucristo!


La fascinación que ejerce el Corazón de Cristo atrae al hombre. En Cristo, el hombre descubre su propia verdad, su destino, su vocación y su plenitud. ¡Ah!, es que Cristo revela el hombre al hombre.

Es el encuentro personal con Él lo que determina la vida; es la unión cada día más íntima con Él lo que da colorido y verdad a la vida cristiana. Sólo entonces seremos santos; sólo entonces nacerán apostóles convencidos y convincentes en la vida familiar, social, cultural, económica, política... ¡en todo lo que es humano!

Nada puede sustituir a Jesucristo: ni las ideologías teológicas, ni la filantropía, ni la lucha social, ni una forma de pietismo, ni la pastoral con tintes secularizadores, ni el entretenimiento simpático del grupo por sí mismo en sus reuniones...

¡Jesucristo, sólo Jesucristo responde a aquello para lo que el hombre está hecho!
Sólo Jesucristo que se sigue dando en la vida eclesial, a quien encontramos entregándose en los sacramentos, con quien podemos tratar en la oración personal y litúrgica...
Sólo Jesucristo es la clave de interpretación de la realidad.
Sólo Jesucristo responde a las exigencias de infinito del corazón humano.
¡Sólo Jesucristo!

Quitar la mirada de Él para ponerla exclusivamente en el propio hombre es perder el horizonte y volar a ras de tierra.
Apartar el rostro de Él y ponerlo sólo en las realidades temporales, dejándonos influenciar y orientar por la mentalidad de moda, es secularizar la Iglesia.
Cesar de mirarlo es ponerse a hacer meras introspecciones psicológicas en lugar de catequesis y oración, para un encuentro trascendente e impersonal, con resabios de la New Age y una espiritualidad difusa....

Cuando el hombre deja de adorar a Dios se puede poner de rodillas y adorar cualquier cosa, incluso puede hacer de la teología -científica, sí, pero también contemplativa y adornate- una ideología etiquetada, contaminada por las categorías modernas de filosofías y sistemas ateos.

¡Jesucristo, sólo Jesucristo!
¿Descubriremos la centralidad de Jesucristo?
¿Girará la vida de la Iglesia en torno a Él, sólo en torno a Él?

Sólo volviendo a Él saldremos del marasmo de la secularización interna de la Iglesia.
Sólo centrando la vida eclesial, pastoral y catequética en Él, la Iglesia rejuvenecerá, se embellecerá de santidad y nuevas vocaciones, y se presentará al mundo como la Esposa del Señor.

martes, 25 de agosto de 2009

La oración en la comunidad cristiana


La verdadera pastoral, el ejercicio de la pastoral, pasa sin lugar a dudas por edificar comunidades parroquiales y monásticas que sean orantes y fervorosas. La oración rehuye el intimismo, nada sabe de evasión de la realidad, ni es un refugio sentimental. La oración es encuentro con Cristo, y como todo encuentro con Él, es transformador e impulso de apostolicidad, de obras, de catolicismo.

La pastoral -palabra tan empleada hoy...- debe cimentarse en la oración y debe conducir a la oración, a generar comunidades cristianas con un trato hondo y asiduo con el Señor. Entonces brotarán los verdaderos contemplativos en la acción y los monasterios serán veneros santos que alienten la vida espiritual de todos en la Iglesia. El freno contra la secularización es la vida de oración tanto personal como comunitaria.

"Cuando los creyentes oran, conmueven el corazón de Dios, para el que nada es imposible. Por eso, como escribí en la Novo millennio ineunte, es preciso que se distingan "en el arte de la oración" (n. 32), de modo que todas las comunidades cristianas lleguen a ser "auténticas escuelas de oración" (n. 33).

2. Por desgracia, asistimos con frecuencia a situaciones y hechos dramáticos que siembran en la opinión pública desconcierto y angustia. El hombre moderno se muestra seguro de sí y, sin embargo, especialmente en ocasiones cruciales, debe reconocer su impotencia: experimenta la incapacidad de intervenir y, en consecuencia, vive en la incertidumbre y en el miedo. En la oración, impregnada de fe, reside el secreto para afrontar, no sólo en las emergencias, sino también día a día, los esfuerzos y los problemas personales y sociales. Quien ora no se desanima ni siquiera ante las dificultades más serias, porque siente a Dios a su lado y encuentra refugio, serenidad y paz entre sus brazos paternos. Además, quien se abre con confianza a Dios, se abre con mayor generosidad al prójimo y es capaz de construir la historia según el proyecto divino.

Amadísimos hermanos y hermanas, "que enseñar a orar se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación pastoral" (ib., n. 34). Es muy importante orar cada día, personalmente y en familia. Que orar, y orar juntos, sea el aliento diario de las familias, de las parroquias y de toda comunidad" (Juan Pablo II, Ángelus, 8-septiembre-2002).

lunes, 24 de agosto de 2009

Catequesis papal sobre san Bartolomé


"De Bartolomé no tenemos noticias relevantes; en efecto, su nombre aparece siempre y solamente dentro de las listas de los Doce citadas anteriormente y, por tanto, no se encuentra jamás en el centro de ninguna narración.

Pero tradicionalmente se lo identifica con Natanael: un nombre que significa "Dios ha dado". Este Natanael provenía de Caná (cf. Jn 21, 2) y, por consiguiente, es posible que haya sido testigo del gran "signo" realizado por Jesús en aquel lugar (cf. Jn 2, 1-11). La identificación de los dos personajes probablemente se deba al hecho de que este Natanael, en la escena de vocación narrada por el evangelio de san Juan, está situado al lado de Felipe, es decir, en el lugar que tiene Bartolomé en las listas de los Apóstoles referidas por los otros evangelios.

A este Natanael Felipe le comunicó que había encontrado a "ese del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas: Jesús el hijo de José, el de Nazaret" (Jn 1, 45). Como sabemos, Natanael le manifestó un prejuicio más bien fuerte: "¿De Nazaret puede salir algo bueno?" (Jn 1, 46). Esta especie de contestación es, en cierto modo, importante para nosotros. En efecto, nos permite ver que, según las expectativas judías, el Mesías no podía provenir de una aldea tan oscura como era precisamente Nazaret (véase también Jn 7, 42). Pero, al mismo tiempo, pone de relieve la libertad de Dios, que sorprende nuestras expectativas manifestándose precisamente allí donde no nos lo esperaríamos. Por otra parte, sabemos que en realidad Jesús no era exclusivamente "de Nazaret", sino que había nacido en Belén (cf. Mt 2, 1; Lc 2, 4) y que, en último término, venía del cielo, del Padre que está en los cielos.

La historia de Natanael nos sugiere otra reflexión: en nuestra relación con Jesús no debemos contentarnos sólo con palabras. Felipe, en su réplica, dirige a Natanael una invitación significativa: "Ven y lo verás" (Jn 1, 46).

Nuestro conocimiento de Jesús necesita sobre todo una experiencia viva: el testimonio de los demás ciertamente es importante, puesto que por lo general toda nuestra vida cristiana comienza con el anuncio que nos llega a través de uno o más testigos. Pero después nosotros mismos debemos implicarnos personalmente en una relación íntima y profunda con Jesús. De modo análogo los samaritanos, después de haber oído el testimonio de su conciudadana, a la que Jesús había encontrado junto al pozo de Jacob, quisieron hablar directamente con él y, después de ese coloquio, dijeron a la mujer: "Ya no creemos por tus palabras; que nosotros mismos hemos oído y sabemos que este es verdaderamente el Salvador del mundo" (Jn 4, 42).

Volviendo a la escena de vocación, el evangelista nos refiere que, cuando Jesús ve a Natanael acercarse, exclama: "Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño" (Jn 1, 47). Se trata de un elogio que recuerda el texto de un salmo: "Dichoso el hombre... en cuyo espíritu no hay fraude" (Sal 32, 2), pero que suscita la curiosidad de Natanael, que replica asombrado: "¿De qué me conoces?" (Jn 1, 48). La respuesta de Jesús no es inmediatamente comprensible. Le dice: "Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi" (Jn 1, 48). No sabemos qué había sucedido bajo esa higuera. Es evidente que se trata de un momento decisivo en la vida de Natanael.

Él se siente tocado en el corazón por estas palabras de Jesús, se siente comprendido y llega a la conclusión: este hombre sabe todo sobre mí, sabe y conoce el camino de la vida, de este hombre puedo fiarme realmente. Y así responde con una confesión de fe límpida y hermosa, diciendo: "Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel" (Jn 1, 49). En ella se da un primer e importante paso en el itinerario de adhesión a Jesús. Las palabras de Natanael presentan un doble aspecto complementario de la identidad de Jesús: es reconocido tanto en su relación especial con Dios Padre, de quien es Hijo unigénito, como en su relación con el pueblo de Israel, del que es declarado rey, calificación propia del Mesías esperado. No debemos perder de vista jamás ninguno de estos dos componentes, ya que si proclamamos solamente la dimensión celestial de Jesús, corremos el riesgo de transformarlo en un ser etéreo y evanescente; y si, por el contrario, reconocemos solamente su puesto concreto en la historia, terminamos por descuidar la dimensión divina que propiamente lo distingue".

(Benedicto XVI, Audiencia general, 4-octubre-2006)

Comenzó hoy la reforma teresiana


Santa Teresa de Jesús comienza la Reforma el 24 de agosto de 1562. Se inaugura su palomarcico de San José de Ávila, después de muchas oposiciones, muchas consultas, mucho discernimiento. Hay que encuadrar la obra de Nuestra Madre en su contexto histórico. Se ha celebrado el Concilio de Trento que es un Concilio de Reforma para la Iglesia Católica. Se quiere volver, una vez más, a las fuentes.

El Espíritu Santo ha suscitado movimientos de reforma y Órdenes religiosas con ímpetu evangelizador, espíritu penitente, instituciones formativas, para renovar la Iglesia: El Oratorio de San Felipe Neri, la Compañía de Jesús de San Ignacio de Loyola, los frailes alcantarinos de San Pedro de Alcántara, los Teatinos con San Cayetano, y un largo etcétera.

Recibe Santa Teresa una inspiración clara del Señor, una moción a la que no podrá resistirse: “Haviendo un día comulgado, mandóme mucho Su Majestad lo procurase con todas mis fuerzas, haciéndome grandes promesas de que no se dejaría de hacer el monesterio, y que se serviría mucho en él, y que se llamase San Josef… y que sería una estrella que diese de sí gran resplandor, y que, aunque las relisiones estavan relajadas, que no pensase se servía poco en ellas; que qué sería de el mundo si no fuese por los relisiosos” (V 32,11). Volver a la Regla primitiva, vivir sin renta, en estricta clausura según los decretos de Trento, contemplación y penitencia, y que fuere convento y no monasterio grande, cuidando mucho la oración mental, sirviendo a Dios en esos “tiempos recios” que le tocó vivir, con gran sed por la redención de las almas, por la inmolación, llamémosla “misionera”, del Carmelo descalzo, como se despertó en Santa Teresa después de escuchar al franciscano Fray Alonso Maldonado la situación evangelizadora en las Américas.

El deseo de Teresa de Ávila, su ímpetu ardiente, debe ser modelo a seguir: “Determiné… seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese, y procurar que estas poquitas, que están aquí, hiciesen lo mismo” (C 1,2). Marca un estilo de vida: “Procuremos ser tales que valgan nuestras oraciones para ayudar a estos siervos de Dios” (C 3,2); “estando encerradas peleamos por Él” (C 3,5); “Pedir a Su Majestad mercedes, y rogarle por la Iglesia” (V 15,7).

Muchos frutos de la Reforma teresiana son palpables; pero los más abundantes, son invisibles: el bien de las almas, la inmolación y la cruz, la penitencia que se vuelve fecunda por la Comunión de los Santos. Y todo comenzó un 24 de agosto de 1562, con un pequeño convento de San José, en la mística ciudad de Ávila.

domingo, 23 de agosto de 2009

La soberbia: Yo y sólo Yo en mi mismidad

La soberbia espiritual sólo se fía de sí misma, nunca del Señor ni de sus mediaciones.
La soberbia espiritual necesita conocerlo todo y no se deja conducir exigiendo mucho al Señor, incluso murmurando del Señor, rebelándose contra Él.
La soberbia se cree siempre mejor que los demás, llevando siempre la razón, constituyéndose en un absoluto; por eso es incapaz de amar, porque el amor es donación y entrega recíprocas.
La soberbia cree poder educar siempre a los demás, incluso propiciándoles humillaciones “por su bien”.
La soberbia no sabe escuchar para aprender, compartir o buscar, sino que sólo habla, cree que sabe y es incapaz de experimentar la misericordia.
La soberbia apenas reconoce los propios pecados y cuando le duelen éstos, no es por amor de Dios, sino por el orgullo de ver herida su propia imagen, escandalizándose de sí mismo (“¡Cómo he podido yo caer en esto...!”).
La soberbia imagina que regiría su propia vida, la historia de los demás y el devenir del mundo mejor y más acertadamente que Dios. ¡Cree, en el fondo, que lo haría mejor que Dios!
La soberbia cree merecérselo todo, por tanto, desconoce la gratitud, la cortesía, la delicadeza, la amabilidad, la caballerosidad.
La soberbia, que se tiene por la más importante, es exigente con los demás, impaciente, impone sus derechos con maneras groseras (¡jamás tiene deberes!): piensa que todos los demás están a su servicio e intenta doblegar con esos malos modos a todo el mundo.
La soberbia posee una mirada turbia y deduce siempre dobles intenciones o intenciones ocultas y enrevesadas en las acciones de los demás, por más puras y rectas que sean.
La soberbia es mezquina y juega con los demás pensando que los demás son iguales que ella, intentando mover las ambiciones de los demás, en un perpetuo juego de iniquidad.
La soberbia se cree una princesa, pero es una desterrada del Paraíso (Adán y Eva, claros exponentes).
La soberbia requiere tal protagonismo que siempre será la guinda del pastel, nunca la humilde levadura que fermente la masa desde la sencillez y una vida escondida con Cristo en Dios.
La soberbia edifica murallas protegiéndose de los demás, así no le molestarán nunca porque los otros siempre son inferiores; nunca saboreará la amistad, ni la confianza, ni la transparencia, ni la sencillez. No tiene amigos ni hermanos, ¡exige aduladores, una corte de los milagros detrás!
La soberbia no necesita un Médico, ni un Salvador, ni un Redentor; la soberbia jamás –en el fondo- reconocerá a Cristo y se entregará a Él porque lo verá como alguien superfluo (“¿Qué tienes que ver con nosotros, Jesús Nazareno?”, Mc 1,24) o como un adversario (Herodes no quería competir con el Rey de Israel y lo busca para matarlo; Mt 2,3ss).

La espiritualidad que brota del Corazón de Cristo, la Presencia de Cristo que se hace Compañía, va desmontando la propia soberbia para adquirir la mansedumbre y humildad del Corazón de Jesús. Ante la Presencia de Cristo se disipan las propias tinieblas, uno se va viendo tal cual es, se desmonta el escenario teatral de la soberbia... y sale la verdad de uno mismo, verdad que puede ser redimida por Jesucristo. El camino entonces es la humildad franciscana, la auténtica y recia, que tanto dominio exige de sí, y que no sabe de populismo ni de feria de vanidades. El camino entonces es ponerse delante de Cristo y suplicarle: “Que me conozca, que te conozca” (S. Agustín, Soliloquios, 1,1).


sábado, 22 de agosto de 2009

Edith Stein, Educar eucarísticamente (IV)


Última parte del escrito: el apostolado eucarístico es una educación de las almas a partir de la Eucaristía misma. Ésta influye decisivamente tanto en el educador como en el educando. ¡Cuántas transformaciones logra el Sagrario! ¡Cuántas conversiones provoca! ¡Qué proceso transformador se desencadena en el Sagrario cuando va saliendo nuestra verdad ante Él, y no podemos disimular ni oscurecer lo que hay dentro de nuestro corazón, y Cristo lo va iluminando todo! ¡Cuántas mociones se reciben en el Sagrario, qué torrente de luz, impulsos de vida, amor, fecundidad, ofrecimiento, apostolado!

Educación eucarística

“La vida que nosotros conducimos y tenemos, debemos comunicarla a los otros. Esto lo podemos hacer a través del
ejemplo, la enseñanza y la costumbre.

A través del ejemplo: Si la vida eucarística es efectiva en nosotros y se hace perceptible como fuerza, paz, alegría, amor y disposición de servicio –es decir, si claramente la Eucaristía es el centro de nuestra vida y la fuente de donde manan todos estos efectos-, entonces desarrollará fuerza de atracción.

A través de la enseñanza
: Una introducción en las verdades eucarísticas es necesaria. La instrucción escolar se apoya eficazmente en la palabra continua y la correspondiente práctica de la madre y del ambiente circundante del niño. El niño se muestra especialmente receptivo a estas verdades y a su realización práctica. Entre jóvenes y adultos hay que ser parcos en palabras y esperar su deseo de saber, estando siempre dispuestos y preparados para ello.

A través de la costumbre
: Cuerpo y alma tienen que ser formados para una vida eucarística; cuanto antes se realice esta labor mejor estará predispuesto el material y más fácilmente se podrá dar la forma: por eso comunión temprana. Cuanto más a menudo, más fuerza tendrá la obra formativa: por eso si es posible comunión diaria. Ello exige mucho del cuerpo e influye fuertemente en el orden de la vida cotidiana; igualmente proporciona protección al alma: deshabituarse del pecado, lo que supone un considerable sacrificio para el hombre natural. Esto no es posible de otro modo puesto que el Salvador eucarístico es el Salvador crucificado, y vivir en Él implica participación en su pasión. Él reveló a Santa Margarita María de Alacoque cuánto Él ama los sacrificios expiatorios de sus fieles. Pero la perfecta consagración al corazón divino es sólo alcanzable si tenemos en Él nuestro hogar, nuestra estancia diaria y el punto central de nuestra vida, y si su vida es nuestra vida”.

La lectio divina


En los caminos de renovación de la Iglesia, los caminos de verdad y no las ilusiones y fantasías secularizadoras de quienes quieren renovar arrasando y arrancando, la escucha de la Palabra de Dios es uno de los pilares. La espiritualidad siempre es bíblica, porque el hombre es oyente de la Palabra que recibe la revelación de Dios, la acepta por fe (asentimiento racional), la pone en práctica. A Dios escuchamos cuando leemos la Palabra, a Dios hablamos cuando oramos.

La Palabra es elemento fundamental de la liturgia: unas veces en la forma de textos bíblicos que se proclaman en el ambón –lugar santo, reservado sólo para la Palabra-, otras veces en la forma de textos litúrgicos, que son composiciones de la Iglesia al hilo de la Palabra revelada (es la Palabra hecha oración). Las lecturas se proclamaron en la lengua popular para que fuesen entendibles, pero faltó y sigue faltando la degustación de la Palabra en la oración personal de tal manera que adquiramos una comprensión sapiencial, del corazón y de la mente, de los tesoros bíblicos. Una forma elástica, adaptable a tiempo y circunstancias de cada uno, es la antigua lectio divina, método patrístico que el monacato sistematizó y que se empieza lentamente a extender hoy para todos. ¡Qué buena práctica realizar la lectio divina en la capilla del Sagrario o ante el Santísimo expuesto! ¡Qué recomendable conocer el Corazón de Cristo y sentirlo palpitar al leer, meditar, contemplar y orar su Palabra!

“La Iglesia no vive de sí misma, sino del Evangelio; y en su camino se orienta siempre según el Evangelio. La constitución conciliar Dei Verbum ha dado un fuerte impulso a la valoración de la palabra de Dios; de allí ha derivado una profunda renovación de la vida de la comunidad eclesial, sobre todo en la predicación, en la catequesis, en la teología, en la espiritualidad y en las relaciones ecuménicas. En efecto, la palabra de Dios, por la acción del Espíritu Santo, guía a los creyentes hacia la plenitud de la verdad (cf. Jn 16, 13).

Entre los múltiples frutos de esta primavera bíblica me complace mencionar la difusión de la antigua práctica de la lectio divina, o "lectura espiritual" de la sagrada Escritura. Consiste en reflexionar largo tiempo sobre un texto bíblico, leyéndolo y releyéndolo, casi "rumiándolo", como dicen los Padres, y exprimiendo, por decirlo así, todo su "jugo", para que alimente la meditación y la contemplación y llegue a regar como linfa la vida concreta. Para la lectio divina es necesario que la mente y el corazón estén iluminados por el Espíritu Santo, es decir, por el mismo que inspiró las Escrituras; por eso, es preciso ponerse en actitud de "escucha devota"” (Benedicto XVI, Ángelus, 6-noviembre-2005).


Nos libraríamos de muchos problemas de la falsa exégesis de hoy, desacralizadora, imaginativa y sólo alegórica, si tomásemos la Palabra en el contexto de la Tradición y la orásemos lenta y amablemente en el Sagrario. Otra teología se produciría, otra catequesis más honda se impartiría, otro alimento más sólido recibiríamos en la oración.

viernes, 21 de agosto de 2009

Quedarse sólo en ceremonias: un peligro


La liturgia tiene dos realidades intrínsecamente unidas, forma y fondo, lo grande y lo pequeño, el rito y el Misterio. El Misterio pascual del Señor, el Acontecimiento de la Redención se realiza presente y actual por las celebraciones litúrgicas, pero éstas se desarrollan según los libros litúrgicos, con sus rúbricas, sus leyes litúrgicas, sus normas. Es la liturgia un acontecimiento espiritual pero necesita los textos litúrgicos, que son norma de la fe, y la forma digna, reverente y con unción, de realizar las acciones litúrgicas.

Ciertas corrientes secularizantes prefieren reinventar constantemente la liturgia, sus textos y sus rúbricas, haciendo cada cual lo que más le apetece o cree más “pastoral”; se cae en el subjetivismo. Creen privilegiar el espíritu y la vivencia, y convierten la liturgia en una fiesta antropocéntrica, o en una sesión de catequesis. Entonces cada cual introduce en la liturgia sus ocurrencias. Los abusos deben ser erradicados: “Si no se respetan las normas litúrgicas, a veces se cae en abusos incluso graves, que oscurecen la verdad del misterio y crean desconcierto y tensiones en el pueblo de Dios. Esos abusos no tienen nada que ver con el auténtico espíritu del Concilio y deben ser corregidos por los pastores con una actitud de prudente firmeza” (Juan Pablo II, Carta Spiritus et Sponsa, n. 15).


Pero otro peligro, nuevo hoy, parece crecer.
Es considerar la liturgia como un hermoso aparato de ceremonias, exacto y preciso, con preocupaciones no estéticas sino esteticistas, donde poco parece importar el espíritu interior, la devoción, el recogimiento, la oración, el estudio de las fuentes y de los Padres, la meditación sosegada sobre la eucología y la acogida de la Palabra proclamada. No. Se busca exclusivamente la formalidad, la corrección, la preocupación por protocolos y preferencias, un regusto de lo antiguo por lo antiguo en sí mismo (¿pero qué es lo antiguo? Para éstos las costumbres del Barroco). Le falta espíritu, le falta vida, le falta unción, le falta amor al Señor. Todo lo centran exclusivamente en lo externo, en la corrección de las formas (o de pretendidas formas externas). Luego, muchos de ellos, por lo que se ve, son capaces al mismo tiempo, de participar de la secularización de la sociedad, viendo como normal divorcio, aborto y eutanasia; otros, con frivolidad, ni antes ni después de la liturgia se recogerán en oración interior, porque viven la liturgia como un apartado escénico: todo lo plantean con frivolidad, sin amor a Jesucristo.


Vayamos a la doctrina de la Iglesia.

Pío XII en la Mediator Dei señalaba:
“38. No tienen por esto una exacta noción de la Sagrada Liturgia aquellos que la consideran como una parte exclusivamente externa y sensible del culto divino o como un ceremonial decorativo; ni yerran menos aquellos que la consideran como una mera suma de leyes y de preceptos, con los cuales la Jerarquía eclesiástica ordena al cumplimiento de los ritos. 39. Por tanto, deben todos tener bien sabido que no se puede honrar dignamente a Dios si el alma no se dirige al logro de la perfección de la vida, y que el culto rendido a Dios por la Iglesia, en unión con su Cabeza divina, tiene la máxima eficacia de santificación”.

Juan Pablo II presenta la unión de los dos elementos (interior y exterior) con visión teológica de la liturgia:
“Ya que la muerte de Cristo en la Cruz y su resurrección constituyen el centro de la vida diaria de la Iglesia. Y la prenda de su Pascua eterna, la Liturgia tiene como primera función conducirnos constantemente a través del camino pascual inaugurado por Cristo, en el cual se acepta morir para entrar en la vida. 7. Para actualizar su misterio pascual, Cristo esta siempre presente en su Iglesia, sobre todo en las acciones litúrgicas. La Liturgia es, por consiguiente, el «lugar» privilegiado del encuentro de los cristianos con Dios y con quien El envió, Jesucristo (cf. Jn 17,3). Cristo está presente en la Iglesia orante reunida en su nombre. Precisamente este hecho es el que fundamenta la grandeza de la asamblea cristiana con las consiguientes exigencias de acogida fraterna —que llega hasta el perdón (cf. Mt 5, 23-24)— y de decoro en las actitudes, en los gestos y en los cantos. El mismo Cristo está presente y actúa en la persona del ministro ordenado que celebra. Este no está investido solamente de una función, sino que, en virtud de la Ordenación recibida, ha sido consagrado para actuar «in persona Christi». A todo esto debe corresponder una actitud interior y exterior, incluso en los ornamentos litúrgicos, en el puesto que ocupa y en las palabras que pronuncia” (Carta apostólica Vicesimus Quintus annus, nn. 6-7).

Veamos siempre en la liturgia su naturaleza espiritual y teológica, celebrémosla dignamente, con fidelidad a los libros litúrgicos, con unción y amor, pero sin esteticismos ni frivolidad.

jueves, 20 de agosto de 2009

San Bernardo: ¡Otra lectura teológica más!


De casualidad, llego a un Ángelus que Benedicto XVI le dedica a San Bernardo, y no me resisto a ofrecerlo. "El calendario cita hoy, entre los santos del día, a san Bernardo de Claraval, gran doctor de la Iglesia, que vivió entre los siglos XI y XII (1091-1153). Su ejemplo y sus enseñanzas resultan muy útiles también en nuestro tiempo. Habiéndose retirado del mundo tras un período de intensa agitación interior, fue elegido abad del monasterio cisterciense de Claraval a la edad de 25 años, y lo dirigió durante 38 años, hasta su muerte.

La vida de silencio y contemplación no le impidió realizar una intensa actividad apostólica. También fue ejemplar por el gran empeño con que luchó por dominar su temperamento impetuoso, así como por la humildad con la que supo reconocer sus límites y sus fallos.

La riqueza y el valor de su teología no se deben tanto al hecho de que abrió nuevos caminos, sino más bien a que logró presentar las verdades de la fe con un estilo tan claro e incisivo que fascinaba a quienes lo escuchaban y disponía el espíritu al recogimiento y a la oración. En cada uno de sus escritos se percibe el eco de una rica experiencia interior, que lograba comunicar a los demás con una sorprendente capacidad de persuasión.

Para él la fuerza más grande de la vida espiritual es el amor. Dios, que es Amor, crea al hombre por amor y por amor lo rescata; la salvación de todos los seres humanos, heridos mortalmente por la culpa original y abrumados por los pecados personales, consiste en adherirse firmemente a la caridad divina, que se nos reveló plenamente en Cristo crucificado y resucitado. En su amor Dios sana nuestra voluntad y nuestra inteligencia enfermas, elevándolas al grado más alto de unión con él, es decir, a la santidad y a la unión mística. San Bernardo habla de esto, entre otras cosas, en su breve pero denso "Liber de diligendo Deo". Tiene también otro escrito que quisiera señalar, el "De consideratione", dirigido al Papa Eugenio III. El tema dominante de este libro, muy personal, es la importancia del recogimiento interior -y lo dice al Papa-, elemento esencial de la piedad. El santo afirma que es necesario evitar los peligros de una actividad excesiva, independientemente de la condición y el oficio que se desempeña, pues -así dice al Papa de ese tiempo, a todos los Papas, y a todos nosotros- las muchas ocupaciones llevan con frecuencia a la "dureza del corazón", "no son más que sufrimiento para el espíritu, pérdida de la inteligencia, dispersión de la gracia" (II, 3).

Esta advertencia vale para todo tipo de ocupaciones, incluidas las inherentes al gobierno de la Iglesia. El mensaje que, en este sentido, san Bernardo dirige al Pontífice, que había sido su discípulo en Claraval, es provocador: "Mira -escribe- a dónde te pueden arrastrar estas malditas ocupaciones, si sigues perdiéndote en ellas..., sin dejar nada de ti para ti mismo" (ib.). ¡Cuán útil es también para nosotros esta advertencia sobre la primacía de la oración y de la contemplación! Que san Bernardo, quien supo armonizar la aspiración del monje a la soledad y a la tranquilidad del claustro con la urgencia de misiones importantes y complejas al servicio de la Iglesia, nos ayude a hacerla realidad en nuestra existencia.

Encomendemos este difícil deseo de encontrar el equilibrio entre la interioridad y el trabajo necesario a la intercesión de la Virgen, a quien desde niño amó con tierna y filial devoción, hasta el punto de que mereció el título de "doctor mariano". Invoquémosla para que alcance el don de la paz auténtica y duradera para el mundo entero. San Bernardo, en un famoso discurso, compara a María con la estrella a la que los navegantes miran para no perder la ruta: "En el oleaje de las vicisitudes de este mundo, cuando en vez de caminar por tierra tienes la impresión de ser zarandeado entre las marolas y las tempestades, no quites los ojos del resplandor de esta estrella, si no quieres que te traguen las olas... Mira a la estrella, invoca a María... Si la sigues a ella, no te equivocarás de camino. Si ella te protege, no tendrás miedo; si ella te guía, no te cansarás; si ella te es propicia, llegarás a la meta" (Homilia super Missus est, II, 17)" (Benedicto XVI, Ángelus, 20-agosto-2006).

San Bernardo: algunos textos sabrosos


San Bernardo es para mí un doctor muy querido; la lectura de sus escritos, desde ya hace bastantes años, han sido una ayuda para la meditación, mejor, para la contemplación sosegada. Algunos de sus textos pueden acompañarnos hoy y saborearlos ante el Sagrario disfrutando de la contemplación del Corazón de Cristo.

1. El refugio seguro son las llagas gloriosas del Resucitado; la grieta de la roca –que dice el Cantar de los cantares y algunos salmos- son el costado traspasado de Cristo. Todo descanso se nos ofrece en esas benditas llagas.

¿Dónde podrá encontrar nuestra debilidad un descanso seguro y tranquilo, sino en las llagas del Salvador? En ellas habito con plena seguridad, porque sé que él puede salvarme. Grita el mundo, me oprime el cuerpo, el diablo me tiende asechanzas; pero yo no caigo, porque estoy cimentado sobre roca firme. Si cometo un gran pecado, me remorderá mi conciencia, pero no perderé la paz acordándome de las llagas del Salvador. Él, en efecto, fue traspasado por nuestras rebeliones. ¿Qué hay tan mortífero que no haya sido destruido por la muerte de Cristo? Por esto, si me acuerdo de este remedio tan poderoso y eficaz, ya no me atemoriza ninguna dolencia por maligna que sea.
Por eso se equivocó aquel que dijo: Mi culpa es demasiado grande para merecer el perdón. No podía atribuirse ni llamar suyos los méritos de Cristo, porque no era miembro del cuerpo cuya cabeza es el Señor. Pero yo tomo de las entrañas del Señor lo que me falta, pues sus entrañas rebosan misericordia entre los huecos por los que fluye. Agujerearon sus manos y pies, atravesaron su costado con una lanza. Y a través de esas hendiduras puedo libar miel silvestre y aceite de rocas de pedernal, es decir, puedo gustar y ver qué bueno es el Señor.
Sus designios eran designios de paz y yo lo ignoraba. Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién fue su consejero? Pero el clavo penetrante se ha convertido para mí en llave que me ha descubierto la voluntad del Señor. ¿Por qué no he de mirar a través de esa hendidura? Tanto el clavo como las llagas proclaman que en verdad Dios está en Cristo reconciliando al mundo consigo. Una lanza atravesó su alma hasta cerca del corazón. Ya no es incapaz de compadecerse de mis debilidades. Las heridas que recibió su cuerpo nos descubren los secretos de su corazón; nos permiten contemplar el gran misterio de compasión, la entrañable misericordia de nuestro Dios, por la que nos ha visitado el sol que nace de lo alto. ¿Por qué no hemos de admitir que las llagas nos dejan ver esas entrañas? No tenemos otro medio más claro que tus llagas para comprender, Señor, que tú eres bueno y clemente, rico en misericordia. Porque no hay amor más grande que dar la vida por los consagrados y por los condenados.
Luego mi único mérito es la misericordia del Señor. No puedo ser pobre en méritos si él es rico en misericordia. Y si la misericordia del Señor es grande, muchos serán mis méritos. ¿Pero si soy consciente de mis pecados que son muchos? Donde proliferó el pecado sobreabundó la gracia. Y si la misericordia del Señor dura siempre, yo también cantaré eternamente las misericordias del Señor... Estas son las riquezas que reservas para mí en los huecos de la peña” (In Cant., 61,4-5).

2. El dulce nombre de Jesús es la esperanza del hombre, la certeza de su salvación. Nada podríamos por nosotros mismos, con Él lo podemos todo... y adonde nosotros no llegamos, Cristo suple sobradamente.

“¡Qué maravilla! Nadie ha callado este dulce nombre, pues yo lo necesitaba mucho. De lo contrario, ¿qué haría al saber que viene el Señor? ¿No me escondería como Adán, que en vano evitó el encuentro? ¿No me desesperaría al oír que llega por haber violado sus leyes, abusado de su paciencia, ingrato a sus beneficios? ¿Qué consuelo mayor podía encontrar fuera de esta dulce palabra, de este nombre reconfortante? Por eso, él mismo dice que no viene a condenar al mundo, sino a salvarlo. Ahora me acerco confiadamente a él y le suplico esperanzado. ¿Qué voy a temer cuando el Salvador viene a mi casa? Contra él sólo pequé. Quedará perdonado cuanto él perdone, pues puede hacer lo que quiera. Dios es quien salva; ¿quién puede condenar? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Por eso debemos alegrarnos, porque viene a nuestra casa; ahora será fácil alcanzar el perdón...
Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Lo que me falta a mí, Señor, lo suplo contigo. ¡Oh dulcísima reconciliación! ¡Oh satisfacción suavísima! ¡Oh reconciliación tan fácil como utilísima, satisfacción sencilla pero nada despreciable!” (Serm. 1 en la Epifanía del Señor, nn. 3-4).


3. El nombre de Jesús –la Persona de Cristo- es dulzura y consuelo. Repetir su nombre en la oración infunde valor, esperanza y serenidad, expulsando todos los demonios interiores. ¡Es que en Jesús lo tenemos todo!

“Mas el nombre de Jesús no es sólo luz, también es alimento. ¿No te sientes reconfortado siempre que lo recuerdas? ¿Hay algo que sacie tanto el espíritu del que lo medita? ¿O qué puede reparar tanto las fuerzas perdidas, fortalecer las virtudes, incrementar los hábitos buenos y honestos, fomentar los afectos castos? Todo alimento es desabrido si no se condimenta con este aceite; insípido, si no se sazona con esta sal. Lo que escribas me sabrá a nada, si no encuentro el nombre de Jesús. Si en tus controversias y disertaciones no resuena el nombre de Jesús, nada me dicen. Jesús es miel en la boca, melodía en el oído, júbilo en el corazón” (In Cant., Serm. 15,6).

San Bernardo: la gracia de amar tiernamente a Cristo


San Bernardo podría haber sido en esta vida lo que él hubiera querido. Poseía cualidades humanas sobresalientes, encanto, dulzura, inteligencia, un alma tierna y afectiva. Hubiera sido un grande de este mundo, o un señor feudal, o gran soldado, o... Pero en un determinado momento, habiendo convencido a varios parientes suyos y amigos -¡qué capacidad de persuasión!-, la gracia de Cristo lo condujo al monasterio, acompañado de ellos. No buscó Cluny, la gran y fastuosa abadía benedictina, sino que se encaminó a la rama nueva de los tres monjes rebeldes, el Císter, que pretendía vivir pobre y austeramente, trabajando con sus propias manos, siguiendo la Regla benedictina con total fidelidad.

Pronto despuntó su personalidad. Es enviado a fundar a Claraval y pronto elegido abad, crece el monasterio en virtud y en vocaciones, bajo la doctrina espiritual de Bernardo hasta tal punto que Claraval se convierte en madre de muchísimas abadías nuevas, extendiendo la reforma del Císter por toda Europa 68 monasterios llegó a fundar. De salud delicada, enfermizo y débil, se ve envuelto en la vida eclesiástica como consejero de papas, obispos y sínodos. Su palabra es potente y marca directrices en su época. Le tocará viajar por toda Europa, siempre soñando con volver al claustro de su monasterio, donde orar y meditar. Sus predicaciones son alimento sustancioso para los suyos, donde expone aquello que él ha orado y contemplado: misterios del año litúrgico, la exposición más o menos ordenada y completa del Cantar de los Cantares, diversos tratados (El amor de Dios, La humildad, La consideración...), etc.


El alma de san Bernardo era tiernamente afectiva (no hay que tener miedo a la afectividad, sino centrarla en Cristo) y ama a sus amigos con los que se comunica frecuentemente –su epistolario es buena prueba de ello-. Pero sobre todo la afectividad de san Bernardo se dirige a un punto focal: la santísima humanidad de Jesús, o en lenguaje posterior, el Corazón de Cristo o la Persona de Cristo. Siente un amor tierno y pasional por Jesucristo, su Humanidad le es fuente de mérito y de paz, de consuelo y de gozo, de luz y suavidad. ¡Cristo lo era todo para san Bernardo!, ¡Cristo en su Humanidad!, ¡Cristo Hombre!, cuya humanidad lo convierte en cercano, misericordioso y compasivo con todo hombre.


San Bernardo es una existencia teológica para nosotros, católicos del siglo XXI. Nos remite a vivir tiernamente la espiritualidad, sin rigorismos ni miedos, sino con un contenido de amor afectivo a Jesucristo y a volcar en Él nuestra afectividad, lo cual nos dará madurez y equilibrio al mismo tiempo que plenitud. Nos remite a ser contemplativos en medio del mundo, esto es, a vivir nuestro espacio de tiempo inquebrantable y diario en trato con Cristo para luego ser fecundo en las tareas y apostolados. Nos remite a valorar la amistad sincera y fiel, la confidencia, y la comunicación cristiana y espiritual de nuestras vivencias con los amigos, situando a Cristo en el centro de toda amistad. Nos remite a trabajar por Cristo y por su Iglesia (todos: sacerdotes, religiosos, seglares) sin ahorrar esfuerzo alguno, sin reservarnos nada, con ánimo ferviente.


“San Bernardo, cuya alma fue iluminada con los resplandores del Verbo eterno, irradió por toda la Iglesia la luz de la fe y de la doctrina” (ant. Ben.).


“San Bernardo, doctor melífluo, amigo del Esposo, pregonero admirable de la Virgen María, destacó en Claraval como pastor insigne” (ant. Magn.).

miércoles, 19 de agosto de 2009

Exigencia irrenunciable de la santidad


Me ha impactado un texto de San Juan Crisóstomo que se proclama en el Oficio de lecturas (Domingo XX del Tiempo Ordinario). Señala este Padre la exigencia radical de la santidad y de la virtud, pero más urgente aún para quienes han de ser apóstoles, ministros del Señor, sacerdotes. Lo podemos hacer extensivo en la reflexión a todos aquellos que tienen a otros a su cargo: abad y abadesa, priores, superiores de comunidades, formadores... y en el ámbito seglar, los padres de familia, catequistas, responsables de apostolados cristianos, etc. La idea clave sería: “Muy grande ha de ser su virtud, para que puedan comunicarla a los otros. Si no es así, ni tan siquiera podréis bastaros a vosotros mismos”. Quien ha de transmitir algo –la santidad, la entrega, la virtud- ha de sobreabundar en ello. Se sale del ámbito personal y privado para entrar en lo eclesial.

Predica San Juan Crisóstomo, poniendo sus palabras en boca de Cristo:

“Considerad a cuántas y cuán grandes ciudades, pueblos, naciones os he de enviar en calidad de maestros. Por esto, no quiero que seáis vosotros solos prudentes, sino que hagáis también prudentes a los demás. Y muy grande ha de ser la prudencia de aquellos que son responsables de la salvación de los demás, y muy grande ha de ser su virtud, para que puedan comunicarla a los otros. Si no es así, ni tan siquiera podréis bastaros a vosotros mismos. En efecto, si los otros han perdido el sabor, pueden recuperarlo por vuestro ministerio; pero, si sois vosotros los que os tornáis insípidos, arrastraréis también a los demás con vuestra perdición. Por esto, cuanto más importante es el asunto que se os encomienda, más grande debe ser vuestra solicitud” (In Matt., Hom. 15, 7).

Con gran concisión, es la doctrina del Concilio Vaticano II (lectura real de este Concilio, no la figurada de algunos que inventan con su imaginación su doctrina):

“Mas la santidad de los presbíteros contribuye poderosamente al cumplimiento fructuoso del propio ministerio, porque aunque la gracia de Dios puede realizar la obra de la salvación, también por medio de ministros indignos, sin embargo, Dios prefiere, por ley ordinaria, manifestar sus maravillas por medio de quienes, hechos más dóciles al impulso y guía del Espíritu Santo, por su íntima unión con Cristo y su santidad de vida, pueden decir con el apóstol: "Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí" (Gal., 2, 20)” (PO, 12).

martes, 18 de agosto de 2009

Adoración al Santísimo (III)


Sin lugar a dudas, el tiempo que le dediquemos a la adoración eucarística es una "inversión" de gracia. La mayor intensidad, la constante asiduidad de la adoración al Santísimo influye, ¡y de qué manera!, en la santidad personal y eclesial, en la fidelidad a la propia vocación, en la entrega sin reservas, en el apostolado activo, íntegro. Por el contrario, y la realidad se impone, cuando cesa o disminuye la adoración eucarística, en la Iglesia -y en el corazón de cada uno- entran la tibieza, la frivolidad, el cansancio, la falta de perseverancia.

"6. Con ocasión de este jubileo, aliento a los sacerdotes a revivir el recuerdo de su ordenación sacerdotal, mediante la cual Cristo los ha llamado a participar de una manera particular en su único sacerdocio, especialmente en la celebración del sacrificio eucarístico y en la edificación de su Cuerpo místico, que es la Iglesia. Conviene que recuerden las palabras que pronunció el obispo durante la liturgia de su ordenación: “Tomad conciencia de lo que haréis, vivido lo que realizaréis, y configuraos con el misterio de la cruz del Señor”. Acudiendo a la fuente de los sagrados misterios mediante la contemplación asidua y regular, darán frutos espirituales para su vida personal y su ministerio y, a su vez, podrán hacer que el pueblo cristiano confiado a ellos sea cada vez más capaz de captar la grandeza “de su peculiar participación en el sacerdocio de Cristo” (Carta de Juan Pablo II a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo de 1996, nº 2).

7. “Los
fieles, cuando adoran a Cristo, presente en el Santísimo Sacramento, deben recordar que esta presencia brota del sacrificio y tiende a la comunión tanto sacramental como espiritual” (Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos, Instrucción sobre el culto a la Eucaristía, 50). Por tanto, exhorto a los cristianos visitar regularmente a Cristo presente en el Santísimo Sacramento del altar, pues todos estamos llamados a permanecer de manera continua en presencia de Dios, gracias a Aquel que permanece con nosotros hasta el fin de los tiempos. A través de la contemplación, los cristianos percibirán con mayor profundidad que el misterio pascual está en el centro de toda la vida cristiana. Este hecho los lleva a unirse más intensamente en el misterio pascual y a hacer del sacrificio eucarístico, don perfecto, el centro de su vida, según su vocación específica, porque “confiere al pueblo cristiano una dignidad incomparable” (Pablo VI, Mysterium fidei, 37). En efecto, en la Eucaristía Cristo nos acoge, nos perdona, nos alimenta con su palabra y su pan, y nos envía en misión al mundo; así, cada uno está llamado a testimoniar lo que ha recibido y a hacer lo mismo con sus hermanos. Los fieles robustecen su esperanza, descubriendo que, con Cristo, el sufrimiento y la tristeza pueden transfigurarse, puesto que con él ya hemos pasado de la muerte a la vida. Por eso, cuando ofrecen al Señor de la historia su propia vida, su trabajo y toda la creación, él ilumina sus jornadas.

8. Recomiendo a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, al igual que a los laicos, que prosigan e intensifiquen sus esfuerzos
por enseñar a las generaciones jóvenes el sentido y el valor de la adoración y la devoción eucarísticas. ¿Cómo podrán los jóvenes conocer al Señor, si no se los introduce en el misterio de su presencia? Como el joven Samuel, aprendiendo las palabras de la oración del corazón, estarán más cercanos al Señor que los acompañará en su crecimiento espiritual y humano y en el testimonio misionero que han de dar durante toda su existencia. El misterio eucarístico es, en efecto, “la cumbre de toda evangelización” (PO 5), puesto que es el testimonio más eminente de la resurrección de Cristo. Toda vida interior necesita silencio e intimidad con Cristo para desarrollarse. Esta familiaridad progresiva con el Señor permitirá que algunos jóvenes se comprometan en el servicio del acolitado y participen más activamente en la misa; también para los muchachos estar en torno al altar es una ocasión privilegiada para escuchar la llamada de Cristo a seguirlo más radicalmente en el ministerio sacerdotal".

(Mensaje de Juan Pablo II a monseñor Albert Houssiau, obispo de Lieja, en el 750 aniversario de la fiesta del Corpus Christi, 28-5-1996, nn. 6-8).

lunes, 17 de agosto de 2009

Iniciativas de oración


A veces las cosas más pequeñas y sencillas son las que funcionan y hasta tienen éxito inesperado. No se trata de inventar y sobrecargar las agendas cayendo en un activismo estéril. Mal resultado ha dado éste en la Iglesia. Pero sí se trata de ofrecer lo necesario para elevar el tono espiritual y cristiano en las parroquias; cuando en el nivel espiritual se exige más en el seguimiento de Cristo, sorprendentemente, la respuesta es generosa y audaz; pero si nada se ofrece, cayendo en el buenismo, se termina entregado a la tibieza.

Un buen sacerdote. Muy bueno, intelectualmente capacitadísimo, es pastor y párroco en un pueblo muy perdido, en plena sierra, con 5000 habitantes. Se cuestiona acrecentar la vida espiritual de sus fieles. ¿Cómo? Poco a poco le va dando forma en su cabeza. Debe ser algo sencillo. Además de las Vísperas con el Santísimo expuesto los domingos por la tarde, piensa que puede ser útil una oración ante el Sagrario. Piensa en el sábado por la mañana de 9.30 a 10 h., para ir caldeando los ánimos para el domingo. Las religiosas de vida activa lo desaniman: “no va venir nadie”, “es muy temprano”, etc... Y, ¡oh sorpresa!, poco a poco van acudiendo de 30 a 50 personas todos los sábados. Método: lectura del Evangelio, relectura personal luego, un brevísimo comentario, un cuarto de hora en silencio ante el Señor; algunos días tomando un salmo y conectándolo con la experiencia creyente que cada salmo refleja. Salieron entusiasmados al descubrir el impacto vital de los salmos en su oración, en su vida: ¡se vieron reflejados en el salmo, verbalizaron con el salmo lo que ellos sentían y vivían! ¿Los asistentes? Personas de edad media, entre 40 y 60 años, que luego por la tarde también van a la parroquia y celebran la Eucaristía; que van creciendo en el trato con el Señor, en la dimensión apostólica, en el compromiso y amor a la Iglesia...


Total: que al final, lo que importa es llevar almas a Cristo, situarlos ante el Señor y que traten con Él. Ese es el camino pastoral. “Es importante que lo que nos propongamos, con la ayuda de Dios, esté fundado en la contemplación y en la oración. El nuestro es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo desemboca en el activismo, con el riesgo fácil del «hacer por hacer». Tenemos que resistir a esta tentación, buscando «ser» antes que «hacer». Recordemos a este respecto el reproche de Jesús a Marta: «Tú te afanas y te preocupas por muchas cosas y sin embargo sólo una es necesaria» (Lc 10,41-42)” (Novo Millennio ineunte, n. 15). El camino de la evangelización encuentra pedruscos que estorban en la multitud de reuniones y revisiones y planificaciones y planes; parece en ocasiones más una estructura empresarial que la Iglesia de Jesucristo; pero el camino de la evangelización se hace efectivo con pequeñas cosas (una oferta de oración personal y común ante el Sagrario) que permiten el encuentro profundo con Cristo –y la posterior transformación-.


Sin duda, una buena iniciativa, una buena parroquia viva, un sacerdote cabal.

Edith Stein, Educar eucarísticamente (III)


Una de las verdades más consoladoras, es la Presencia de Jesús que nos sale al encuentro en el Sagrario. Cristo, aquí, lo es todo para nosotros y en el Sagrario hallamos el oasis, la fuente, el descanso, el consuelo, el hogar y la morada. Pero no es un refugio para olvidarnos de todos y de todo, sino el impulso para quemar el mundo con el fuego de su Espíritu. Jamás habrá amigos fuertes de Dios, apóstoles convencidos, católicos "comprometidos", ni nada será eficaz en el apostolado ni en las tareas seculares si antes no hemos vivido horas de Sagrario. Edith Stein lo sabía bien; Edith Stein lo vivió así.


“2. ¿Qué nos ofrece el Salvador en la vida eucarística?

Él nos espera para acoger todas nuestras cargas, para consolarnos, para aconsejarnos, para ayudarnos como el más fiel y siempre amigo.

Igualmente Él nos permite vivir su vida, especialmente cuando nos asociamos a la Liturgia y ahí experimentamos su vida, su pasión y muerte, su resurrección y ascensión, y el devenir y crecer de su Iglesia. Entonces seremos elevados de la pequeñez de nuestro ser a la grandeza del reino de Dios; sus asuntos serán nuestros asuntos y cada vez más profundamente estaremos unidos con el Señor y en Él con todos los suyos. Toda soledad desaparece y estamos incontestablemente escondidos en la Tienda del Rey, caminando en su luz”.

domingo, 16 de agosto de 2009

Jaculatoria para hoy


La liturgia es la mejor y más pura escuela de espíritu cristiano.
La liturgia orada y meditada es la mejor catequesis (didascalía, es su nombre técnico).

La liturgia, mediante sus textos y oraciones, transmite la fe de la Iglesia, la ortodoxia, con lenguaje espiritual.


La oración colecta de hoy nos ofrece una petición que se podría convertir en jaculatoria para esta jornada o para toda la semana: “Infunde tu amor en nuestros corazones”.
El amor, la caridad, es un don que Él derrama por su Espíritu Santo. Su amor infundido en nosotros provoca la respuesta de fe y de amor hacia Él. Nos atrae hacia Él para que libremente queramos ir hacia Él. Su amor lo es todo, el motor más eficaz de la santidad y de la entrega, de la felicidad y de la plenitud, de los sentimientos más nobles y puros así como del deseo colmado.

Repitamos pues en este día mil veces: “Infunde tu amor en nuestros corazones”.

sábado, 15 de agosto de 2009

Domingo: Dies Domini y Dies Ecclesiae


Un principio de profundización e interiorización de la liturgia para nuestras parroquias, Monasterios, comunidades cristianas y cada Iglesia doméstica que es la familia: el domingo, la fiesta primordial de los cristianos. El domingo es la señal de identidad del cristiano, porque el cristiano “no puede vivir sin el domingo”, no puede pasar la Iglesia sin reunirse en asamblea del Señor el domingo, gloriándose en la resurrección de su Esposo y Señor. ¡Cristo ha resucitado!, y por una tradición que se remonta al mismo día de la Resurrección de Cristo, siempre en domingo la Iglesia se ha convertido en verdadera asamblea eucarística, en Pueblo de Dios que de la dispersión en el mundo y en los afanes de santificar las realidades cristianas, pasa a ser un Pueblo unido en la confesión del nombre de Jesucristo.

El domingo es la liberación de todo, el anticipo del tiempo escatológico que ya se ha inaugurado, el descanso como memorial de la libertad otorgada por el Espíritu y preludio del descanso de la vida eterna, sin luchas ni concupiscencia... Es el domingo, día de la Pascua, día de la creación renovada, día de fiesta... ¡Todo invita a celebrar solemnemente el domingo! Juan Pablo II escribió una bella carta, la “Dies Domini”, explicando lo hermoso y específico del domingo cristiano. Su lectura es reconfortadora y va a marcar pautas para resituar el domingo, cada vez más perdido en la vida social y cultural por el “fin de semana”, y creándose casi un “vacío” el domingo, en el que no se sabe bien qué es, para qué sirve y ni qué hacer. Vivir el domingo a fondo es fomentar y preservar la identidad del cristiano en medio del mundo.

La Iglesia de Dios, que durante la semana está como Marta, trabajando y afanada en múltiples cosas y “combates por el Evangelio” (en expresión paulina), el domingo se convierte en María, pasando a sentarse a los pies del Señor para estar con Él. De la intensidad del domingo vivido va a depender la vida espiritual de toda la semana, su tono cristiano. Esto plantea y cuestiona: ¿cómo son las celebraciones litúrgicas dominicales? ¿Cómo se cuida y se mima la Eucaristía del domingo? ¿Se ponen velas y adornos en el altar sólo para el domingo, un mantel más bello? ¿Y la Liturgia de las Horas? ¿Se distingue por la solemnidad progresiva y gradual, o todo se canta y se hace como cualquier feria del Tiempo Ordinario? El domingo también puede ser perfectamente día de la Palabra orada, celebrada y meditada en la lectio divina: ¿Se practica algún tipo de celebración de la lectio? ¿Se realiza en común? También es día eucarístico: día muy adecuado para la adoración al Santísimo, sosegada, silenciosa y amante: ¿se cuida esa adoración? ¿Hacemos algo especial, distinto, orante los domingos en nuestras parroquias?

El domingo es día de la comunidad; la fraternidad cristiana brota casi espontánea del amor de Cristo resucitado. Por ello, los domingos son santificados por la concordia, la caridad fraterna y la solidaridad con pobres y enfermos. En comunidad hay que buscar el modo de celebrar el domingo con un toque festivo. “¡Ved qué hermoso y dulce convivir los hermanos unidos!” (Sal 132). En las parroquias hay que buscar una creatividad para recuperar el domingo y educarse en su vida interior; también los Monasterios deben reforzar su vivencia dominical, a lo mejor recuperando costumbres que había en la comunidad para los domingos y que se han perdido o buscar formas nuevas de vivir la comunidad el domingo.

En el domingo nos jugamos la identidad cristiana. ¡Vamos a recuperarlo! Aquí se cabe el lema: ¡la imaginación al poder!