Aburridos y cansados de palabras y más palabras, de discursos y más discursos programáticos, de demagogia que se ve a leguas y sin embargo es aplaudida por conciencias adormecidas y mentes embrutecidas... lleguemos al centro y núcleo: la santidad es lo único que vale, y, por tanto, es la condición sine qua non para obras grandes, hermosas, perdurables, llenas de verdad.
Las cosas ni se hacen ni se cambian de verdad, en su ser, por la fuerza de los discursos, ni por la capacidad humana confiada en solamente en sí misma y en su presunta bondad; tampoco se cambian por la razón ilustrada y el activismo desbordante; mucho menos por el populismo lleno de gestos grandilocuentes para que sean bien vistos, ni tampoco por las soflamas de los siempre omnipresentes profetas -así se llaman ellos a sí mismos, cuando en realidad son pseudo-profetas-.
Las cosas, es decir, la vida, el mundo, la cultura, la misma Iglesia, etc., sólo se cambian y se transforman si hay santidad, y si no, es esfuerzo inútil que pronto se derrumba.
Por ejemplo, la reforma de la Iglesia. Sabemos que ella misma se define como "Ecclesia semper reformanda", Iglesia siempre en proceso de reforma porque sus hijos la entorpecemos, la afeamos. Pero, ¿quién reforma la Iglesia? ¿Acaso el ideólogo? ¿El inconformista? ¿El que ha asumido los planteamientos y mentalidad del relativismo, de la democracia, de una Iglesia popular?
¿Quién la reforma? ¿Quien quiere hacerla más humana y menos divina, plagiando descaradamente el funcionamiento de las sociedades liberales? ¿Aquél que quiera hacerla a su medida, sentado en una mesa, en unas interminables reuniones? ¿El que busca arrasar con todo, y comenzar de cero, de nuevo, a partir de sí mismo, sin solución de continuidad con la Iglesia de siempre, la que arranca del mismo Cristo y los Apóstoles, la que se engarza en la Tradición?
Pues más bien, y de manera ineludible, será la santidad la que reforme la Iglesia, porque lo hará de un modo fiel a Cristo y al Espíritu Santo, con conciencia eclesial. Así lo hicieron los santos reformadores a lo largo de la historia y así sigue siendo real también hoy. Sólo la santidad es capaz de reformar la Iglesia; lo demás, no sirve.